La izquierda peruana no está condenada a verse enajenada a la actuación de sus candidatos radicales (Antauro Humala, Guido Bellido o Aníbal Torres). Hay otras opciones, democráticas ellas, que empiezan a aparecer en el panorama y merecen ser tomadas en cuenta.

Está, por ejemplo, Alfonso López Chau, quien apuesta por una opción de izquierda, pero democrática y con márgenes de acción de la economía de mercado. Merece atención. Verónika Mendoza dice lo mismo, pero no es confiable, luego de ver su apoyo desembozado al gobierno de Pedro Castilllo y todas sus tropelías corruptas y autoritarias.

Pero está surgiendo un nuevo líder, que además tiene una ventaja: basamento gremial. Es Lucio Castro, secretario general del Sutep, quien es responsable de haber organizado hace pocos días una marcha multitudinaria en Lima, en defensa de reclamos magisteriales. Goza de elocuencia, solvencia ideológica y probada trayectoria de lucha contra los sectores radicales que en un momento poblaron el magisterio y que fueron los que le dieron la red de apoyo a Castillo.

López Chau es más centrista que Castro, pero ambos son demócratas y no comportan los riesgos autoritarios de la tríada mencionada al inicio, quienes de ganar nos conducirían, sin lugar a dudas, por la senda de Nicaragua o Venezuela.

Se necesita en el país no sólo una derecha liberal, sino también una izquierda democrática renovada, lejana de aquella que se achicharró con su apoyo no solo electoral sino gubernativo al tremendo fiasco del régimen de Pedro Castillo, que en poco más de un año destruyó la economía y la política peruanas.

Hay que seguir con interés sus pasos y alentar su desarrollo. Una izquierda renovada, con cuadros formados y alejada de las tentaciones autoritarias, es una buena noticia para la democracia peruana. Se necesita que maduren, superando el macartismo de cierta derecha peruana que lo único que logra es arrinconar en la radicalización a los liderazgos izquierdistas democráticos.

López Chau y Lucio Castro son, por ahora, dos figuras que merecen atención. La izquierda se merece liderazgos de ese tipo y no el desquicio que suponen los Guido Bellido, Antauro Humala o Aníbal Torres. Las propias bases de izquierda, si ven más opciones, sabrán bajarle la expectativa antisistema a los mencionados, que hoy disfrutan de un páramo que debe ser superado.

En el escenario político nacional, hay una especie en particular que ha captado la atención de todos: los adulones de la presidenta Dina Boluarte. Estos incondicionales defensores, más leales que un perro faldero y más entusiastas que un niño con su primer helado, se han convertido en una institución dentro y fuera de los pasillos del poder palaciego.

Primero, tenemos a los campeones del aplauso. No importa lo que diga o haga la presidenta, ellos están ahí, al pie del cañón, aplaudiendo con la energía de una barra brava. Si Boluarte decide que hoy es un buen día para declarar el Día Nacional de la Bisutería Fina, ahí están ellos, listos para organizar marchas de apoyo con “portátiles” ad hoc y escribir emocionados comunicados de prensa. 

Luego están los poetas de la alabanza, aquellos que podrían hacer que incluso los elogios más trillados suenen como discursos memorables. Cada discurso de la presidenta es para ellos una oda a la sabiduría, cada gesto un símbolo de la gracia divina. Si Boluarte se decide a lanzar caramelos en un evento, organizado por su wayki Oscorima, estos bardos modernos escribirán crónicas sobre cómo tal acción simboliza su empatía con el pueblo y su habilidad para endulzar a la nación. 

No podemos olvidar a los defensores del honor, esos guerreros intrépidos que patrullan las redes sociales y los medios de comunicación en busca de cualquier comentario negativo o crítica hacia su bienamada gobernante. Como caballeros medievales, se lanzan al ciber combate, listos para proteger el honor de Boluarte con una combinación de fervor militante y creatividad delirante. 

¿Una crítica a su política económica que ha empobrecido a miles de familias? Sin duda, es una campaña de desinformación orquestada por Soros y Gorriti. ¿Y si se le recuerda su mentira colosal de que sus Rolex fueran de antaño y producto de su trabajo? ¡Inaceptable! A la hoguera del descrédito con esos detractores. Mientras tanto, otros fieles escuderos vociferan que la presidenta sufre de “acoso”, como el ministro de Salud, Villena, quien denuncia “acoso político”, o el ministro de Educación, Quero, quien habla de “acoso sistemático”.

Este exclusivo club de aduladores no está abierto a cualquiera. Requiere una habilidad especial para ver solo lo positivo, ignorar cualquier crítica y, por supuesto, una pasión inquebrantable por todo lo que Boluarte hace. En entornos políticos inestables como el nuestro, adularla puede ser una estrategia para asegurar la estabilidad laboral y buscar beneficios personales, como ascensos, favores, acceso a recursos o posiciones de poder. Su adulación militante se convierte en una herramienta para avanzar en sus particulares intereses.

Así que, mientras el resto de los conciudadanos navega por las complejidades de la realidad política con una mezcla de escepticismo y esperanza, los aduladores de Boluarte siguen adelante, con sus aplausos y defensas, construyendo un mundo donde todo es perfecto bajo el aura presidencial. Y quién sabe, tal vez algún día logren convencer al 95% de la población de que se vive en un paraíso terrenal, gracias a su inigualable e insustituible presidenta.

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Hace pocos días escuché a un precandidato presidencial disertar acerca de   Mariátegui, Haya, Belaúnde (Víctor Andrés) y Basadre. Tiempo que no escuchaba a un político hablar en términos ideológicos. ¿Qué tienen en común los cuatro pensadores antes señalados?: todos propusieron proyectos nacionales. Mariátegui desde un socialismo peruano, que no debías ser ni calco, ni copia; Haya desde un antimperialismo continental que negociara de igual a igual con los yanquis para obtener de ellos capitales y tecnología para impulsar nuestro propio desarrollo. Basadre, cuya referencia critican algunos que preferirían ser citados ellos mismos, defendió la promesa republicana, la modernidad, la sociedad de iguales, aquella que propugna el bien común. Víctor Andrés aportó la veta socialcristiana pues quién puede negar que somos un país cuya ecuación nacional debe incluir la pasión religiosa de casi todos.

Estoy hablando del Dr. Alfonso López Chau, actual rector de la UNI. Recién leí una columna suya, en la que plantea algunos conceptos fundamentales. Uno de ellos es la cultura de la corrupción. La aritmética es sencilla, sin probidad, sin políticos que entiendan su oficio como un servicio, sin líderes utópicos que imaginen el Perú del mañana como hicieron los cuatro pensadores mencionados al principio, el futuro solo será peor que nuestro presente, y no me imagino los dantescos escenarios que podrían abrirse paso en un mañana así.

Alrededor de la figura de López Chau se está formando un movimiento de centro izquierda social, cuya manifiesta vocación es realizarle una profunda profilaxis a la función pública. Al rector de la UNI, quien aún no oficializa su participación en nuestra política, lo siguen los jóvenes universitarios que enfrentaron el terror estatal de diciembre y enero de 2022. Es un hombre mayor, rodeado de una nueva generación de estudiantes y profesionales que está a punto de coronar la inexpugnable cima de la transversalidad, en un país pensado para dividirse y subdividirse, y así hasta el infinito. Por eso se le están sumando colectivos de las más diversas procedencias.

Habrá que seguir de cerca este proyecto. La cháchara del diagnóstico repetitivo y previsible, más allá del verbo florido, no nos sirve de nada. Hace tiempo que nos merecemos algo mejor, mucho mejor en realidad. Mucho mejor de lo que tenemos, de aquella pauperización política hedionda que dispersa el voto hasta límites liliputienses.

Y también nos merecemos propuestas. Por ello, a la referida dispersión, López Chau antepone la iniciativa de un sistema de partidos dividido en tres grandes organizaciones: una de derecha, una de centro y una de izquierda democráticas que confronten, pero también que dialoguen y alcancen consensos para enrumbarnos hacia el desarrollo del Perú. Consolidar la nación recuperando la democracia y las instituciones republicanas parece ser laconsigna.

Veremos pues si se nos viene un milagro cívico, un amanecer democrático en un país, como diría el gran tacneño Jorge Basadre, de tantas noches tormentosas. ¿Será cierto?

Fuente foto: ipsnoticias.net

La insólita estrategia que habría utilizado el exministro Juan Carrasco Millones para consolidar su poder en el inicio de su carrera.

La consolidación del poder es una tarea clave para cualquiera que pretende convertirse en un líder. Sin embargo, existen muchas maneras de lograrlo y es ello lo que expone la clase de liderazgo que se obtendrá. Mientras algunos optan ser líderes tras convencer al grupo de una forma de trabajo que será exitosa para el bien de todos, otros optan por utilizar el miedo como herramienta para que su poder no sea cuestionado.

En este último grupo parece que entraría el exministro Juan Carrasco Millones según la historia que Carlos Cabrejos Vega expone en “El falso Sheriff”. Acorde a lo que se relata en el libro, Carrasco no se habría vuelto incuestionable por sus colegas gracias a su eficiente trabajo sino a otras estrategias más que cuestionables.

“Ya no llores, amiga. Ya vendrá otro”

Tras hacerse conocido por encabezar casos que tuvieron una gran repercusión, Juan Carrasco Millones se había convertido en un personaje al que nadie criticaba y, según cuenta Cabrejos Vega, incluso se podía decir que era temido en épocas de la creación de la Fiscalía Especializada Contra la Criminalidad Organizada.

Pero, aunque para el exterior nadie se animaba a convertirse en la imagen de las críticas a Carrasco Millones, los comentarios, o mejor dicho cuestionamientos, sobre su trabajo sí existían tanto en los pasillos del Ministerio Público como en la Policía y exponían que, por aquellos años, se había convertido en, como se describe en el libro de Cabrejos, un hombre empoderado y avasallador.

Uno de estos rumores que se relata, y posiblemente el más grave, indicaba que Carrasco Millones “chuponeaba a medio mundo”. El periodista Carlos Cabrejos cuenta que una fuente, quien también era fiscal, señaló que existía miedo a hablar por celular porque sospechaban que Carrasco y sus policías aliados los estaban escuchando.

Aunque para algunos esto podría ser tomado como un afirmación exagerada y hasta paranoica, lo cierto es que el episodio que relata esta trabajadora del Ministerio Público dista mucho de una sospecha infundada. Según lo que contó, Carrasco Millones saludó a una asistente fiscal a la que había encontrado en las escaleras con un “Ya no llores, amiga. Ya vendrá otro”.

La asistente fiscal fue a reclamarle a la persona a la que le había contado su problema personal. Pero, para su sorpresa, esta persona le respondió que no le había contado a nadie sobre esta situación que habían conversado por teléfono. Este episodio terminó por encender las alarmas de quienes creían que ya sospechaban de los chuponeos avalados por el ahora exministro y aumentó el temor que sentían hacia él.

Extorsión o cárcel

Pero así como aumentaba el poder de Carrasco Millones también aumentaban las irregularidades en los casos que se involucraba. Uno de ellos tuvo lugar en 2016 cuando se anunció, con todo el ruido mediático posible, la desarticulación de una red criminal llamada “Las Rocas” y se señaló que su líder, Marco Seclén Míñope, había sido el chofer  de la banda delictiva “La Gran Familia”.

Sin embargo, para sorpresa de muchos que sospechaban sobre el detrás de escena de estos operativos, el nombre de Marco Seclén era un desconocido en el mundo del hampa y parecía que nadie lo tenía como un personaje involucrado en actividades delictivas y, por supuesto, menos con una agrupación como “La Gran Familia”. Lo que se sabía de él era que trabajaba como conductor de colectivos.

 Este caso se tornó todavía más extraño al conocerse que, días previos a la famosa desarticulación de la agrupación criminal, Seclén Miñope se había acercado al Ministerio Público para denunciar que estaba siendo extorsionado por un policía. Casualmente, este policía al que acusaba era Víctor Chafloque, uno de los oficiales más cercanos a Carrasco Millones y que ha estado involucrado en sus casos más cuestionados. 

Por una aparente fuga de información, Chafloque nunca acudió al punto de encuentro con Seclén Míñope y no pudo ser capturado. Acorde a lo que el propio Marco Seclén le explicó al periodista Carlos Cabrera, el hombre de confianza de Carrasco Millones le exigía treinta mil soles o la entrega de un automóvil para no ser incluido en la investigación.

Como es historia conocida, Seclén y otras seis personas fueron detenidas en esta desarticulación de una supuesta red criminal y, hasta la fecha, cinco de ellos siguen intentando demostrar su inocencia en un caso que, sin lugar a dudas, ha tenido un sinnúmero de grises que lo alejan de ser el gran logro de la justicia que se intentó mostrar a la opinión pública. 

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Fue candidato a una alcaldía con Renovación Popular, pero la derrota no evitó que obtenga generosos contratos con municipalidades bajo el control del partido de Rafael López Aliaga.

Los innumerables casos que de aprovechamiento por parte de presidentes, ministros, congresistas y hasta alcaldes que han colocado en puestos claves a sus amigos, familiares o militantes de sus agrupaciones políticas han sido, sin lugar a dudas, una de las principales razones por las que un gran sector de la población desarrolló una razonable desconfianza hacia la mayoría de partidos que han estado en el poder durante los últimos años.

Este clima de cuestionamientos y decepciones también creó que el contexto idóneo para que nuevos partidos puedan representar una renovación enarbolando la bandera contra esas prácticas. Renovación Popular fue uno de esos partidos y, con un discurso de guerra contra el sector progresista al que acusaba de llegar al poder para copar la instituciones y utilizar sus recursos contratando a sus aliados, logró el respaldo de un importante sector en diversos distritos de Lima.

Sin embargo, como ha ocurrido en tantas oportunidades, los partidos políticos pueden mostrar una cara distinta cuando están en el poder. Esto es lo que parece haber ocurrido con Renovación Popular, una agrupación política que parece tener sus propios caviares.

DE ALCALDE O LO QUE SEA

Para las elecciones del año 2022, William Ronald Salazar Mateo postuló al cargo de alcalde de Cieneguilla con Renovación Popular. El candidato de treinta y seis años quedó tercero y con una diferencia considerable con respecto al ganador de este proceso electoral. No obstante, el partido del alcalde de Lima no se olvidó de él al llegar al poder.

Cristian Rebosio

 

Antes de cumplir su primer mes como alcalde de Lima, Rafael López Aliaga ya había logrado que su excandidato a Cieneguilla consiga una orden de servicio por seis mil soles con la Municipalidad de Lima por el concepto de servicio de coordinación de proyectos. 

Cristian Rebosio

 

Pero este no sería su único contrato con una municipalidad. Entre octubre y diciembre, Salazar Mateo facturó dieciocho mil soles por tres diferentes órdenes de servicio con la municipalidad del distrito de La Victoria, en donde el alcalde es Rubén Cano Altez y también forma parte de las filas de Renovación Popular.

Cristian Rebosio 

El trabajo del excandidato a Cieneguilla también sería muy solicitado por la Municipalidad de Lince. Con tres órdenes de servicio correspondientes a los meses de abril, septiembre y noviembre del 2023 que representaron veinticinco mil soles en ingresos para William Ronald Salazar Mateo por trabajos de distinta índole, como la coordinación de eventos y el monitoreo de página web y redes sociales. Casualmente, el distrito de Lince se encuentra a cargo de la gestión de Malca Schnaiderman, quien también pertenece a Renovación Popular. 

Cristian Rebosio

Con las órdenes de servicio de los municipios de Lima, Lince y La Victoria, William Salazar Mateo recibió cuarenta y nueve mil soles en 2023. Según el buscador de proveedores del Estado, las únicas órdenes de servicio a su nombre las ha conseguido con estos distritos que, coincidentemente, están bajo el mando del partido político que él integra.

UN PARTIDO FAMILIAR

Pero este no es el único integrante de la familia Salazar Mateo que ha conseguido trabajo con Renovación Popular. Tal como lo reveló Sudaca en el informe titulado  El protegido de López Aliaga, Cristian Salazar Mateo, quien aparece en imágenes de redes sociales junto a William Salazar Mateo, ha conseguido ser designado como parte de la Gerencia de Comunicación Social y Relaciones Públicas de la Municipalidad de Lima y como miembro del Consejo Directivo del Patronato del Parque de las Leyendas pese al episodio de difamación en el que estuvo involucrado.

Cristian Rebosio

 

Aunque hasta la fecha el discurso de Renovación Popular intenta plantear una batalla en la que ellos son los únicos que pueden evitar que el sector progresista, a los que llaman caviares, se adueñe del Estado y regale puestos laborales a sus aliados, los hechos parecen demostrar que el partido de Rafael López Aliaga tiene sus propios caviares.

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Me recibió un señor mayor, habrá tenido 65 años. En chanclas, short azul y un polo que parecía no habérselo quitado en un mes. Era flaco y chato, caminaba a su lado y le llevaba más de una cabeza. No le entendía nada. Yo pensé que después de ver tantos animes iba a entender algo de japonés, pero sólo me engañaba. Volteaba y me sonreía mientras me guiaba por un camino empedrado rodeado de arbustos. Llegamos a una casa sucia, abrió la puerta rota de madera y tras los chirridos dice: «mushi, mushi, mushi». Parecía que me iban a matar mientras dormía o que Samara, el fantasma de El aro, me iba a sorprender mientras caminaba. No creo mucho en los fantasmas, pero me gusta aventurar mis pensamientos por esos ámbitos. 

Dejé las zapatillas en la entrada y me ofrecieron unas pantuflas usadas. Me negué, prefería estar sin zapatos. Felizmente, llevó entrenando mis pies descalzos desde niño. Recordaba cuando, en la playa, junto a mi gran amigo «piraña» jugábamos a apagar cigarros con la planta del pie; despuésdel verano y la arena hirviendo no sentías nada. Me instalé en mi cuarto, no tenía luz y parecía el Japón antiguo. Las paredes de papel y la cama en el piso. Ese día tenía que escribir así que me quedé tranquilo. Lo más tranquilo que podía, por lo menos. 

Salí de mi cuarto unas horas después y me encontré con un perro enano que se chocaba con todo. Tenía los ojos blancos, estaba ciego. Entró una mujer flaquísima con el pelo largo y negro para recoger al pobre animal. Casi me da un infarto. Me miraba a los ojos, señalaba al perro y luego a mí. Hablaba en japonés así que no le podía responder. Luego de unos minutos entró un joven alto que sí hablaba inglés. Me explicó que la mujer era su mamá y que me estaba preguntando si tenía algún problema con el perro. Le conté sobre mis mascotas y que estaba acostumbrado a ellas. En el fondo pensaba que eso parecía más un monstruo que un perro. 

El miedo ya se había vuelto gracia. Era como estar en una comedia de humor negro. Justo en ese momento entró a la casa el señor que me recibió ofreciendo transporte a un 7 eleven. Fui con él porque no había comido ni tomado nada en todo el día. Al salir, levanta el dedo apuntando a las paredes y vuelve a decir «mushi, mushi, mushi». Este viejo me quiere asustar o tal vez el fantasma era él, pensaba, mi imaginación ya estaba al máximo

Francisco Tafur
Nos tomó como 20 minutos en carro
transitar entre la selva para llegar. Tenía todo el sentido. Para llegar a esa casa embrujada estuve más de una hora en un tren de solo 2 vagones que subía la montaña en zigzag. Llegaba a un punto, el conductor se bajaba y volvía a subir en el otro extremo para avanzar hacia el otro lado. El lugar era precioso, pero el hospedaje que había separado por error estaba en mitad de la nada. No había señal de vida, solo la trocha. Al regresar, la familia de dos me invitó a comer con ellos. Comíamosmientras me preguntaban sobre el Perú con el perrito ciego tropezándose con las patas de la mesa. 

Después de una copa de sake que me invitaron apagamos la luces y me fui a dormir al cuarto oscuro. Se llegaba a ver un poco de las paredes deslizables de papel. Podía imaginar a la mujer viéndome por un hueco que había en la pared. Nunca había estado tan agradecido de tomar pastillas para dormir. Ni siquiera destendí la cama por temor a encontrarme uno de los insectos que plagaban la casa. Sin darme cuenta me quedédormido y no abrí los ojos hasta que amaneció. así fue mi primera noche en la ciudad balneario de Hakone. 

Hakone es una pequeña ciudad situada al borde del lago Aishi y crece por las montañas boscosas. Es conocida por los numerosos onsen, baños termales, con vistas al famoso monte Fuji. No es un lugar para quedarse mucho tiempo, pero sirve para tomar un descanso de las multitudinarias ciudades japonesas. 

Francisco Tafur
Al
día siguiente, de regreso de una galería de arte al aire libre, paré en uno de los baños termales. Tienes que entrar sin ropa y me dieron unos parches para taparme los tatuajes. Mucha gente, sobre todo las generaciones mayores pueden considerarlo como algo impuro e incluso relacionarlo con la mafia de los yakuza. Estar sumergido en agua caliente, al aire libre, viendo el paisaje con un cielo de campo, lleno de estrellas, es sorprendente. Lamentablemente, no te puedes quedar mucho tiempo.

El agua supera los 40 grados centígrados. Me quedé menos de 5 minutos porque el calor llega a ser insoportable. Te puedes deshidratar y desmayar si exageras con el tiempo. Al salir, estas totalmente relajado. Los onsen son parte de la cultura de limpieza del país, es una actividad milenaria. Antes de entrar en el agua tienes que limpiarte ya que funciona como ritual de purificación espiritual y proceso curativo. 

Ya era mi última noche en esa casa y regresaba a Tokio. Ya no estaba la mamá, el chico ni el perro ciego. Al llegar, el señor me ofreció llevarme a la estación más cercana al día siguientepara volver en el mismo zigzag. Por curiosidad y para sacarme de las dudas le pregunté, a través del traductor de Google, qué significa «mushi» y entendí que se refería a los bichos. No regresaría a ese hospedaje, pero fue divertido como experiencia y, ahora que lo escribo, también es divertido. Como alguien cuyo pasatiempo favorito es la ficción, en cualquier plataforma, llenar las visitas turísticas de un poco de misticismo es lo mejor. No importa que lo haga a propósito

Se debe mirar con optimismo que algunos candidatos nuevos de la centroderecha estén dedicados a recorrer el sur andino con intensidad. Es un bastión electoral que hay que arrebatarle a la izquierda radical porque, de otro modo, puede ésta asegurarse el pase a la segunda vuelta, por lo menos con un candidato sino con dos.

Este cálculo ya lo hemos hecho, pero vale la pena reiterarlo: el gran sur andino representa casi el 20% del electorado nacional. Si persiste el nivel de beligerancia y contestación que hoy alberga este bolsón poblacional, lo más probable es que en la primera vuelta del 2026 vote como en la segunda vuelta del 2021, es decir, cerca de un 80% a favor del candidato de izquierda radical. Allí nomás ya tiene el 15% de la votación en el bolsillo.

Si a eso se le agrega el resto del mundo andino y los bolsones crecientes de pobreza en la costa norte y la selva (un nuevo pobre es un ser amargado y antisistema en potencia), la tasa podría crecer tranquilamente a 25 o 30% de la población electoral del país. Y si recordamos que Pedro Castillo pasó a la segunda vuelta con el 9% de la votación (su 18.9% oficial es resultado de la maniobra estadística de los votos válidos), no es difícil pensar que con un porcentaje cercano al 30%, coloque no solo uno sino dos candidatos radicales (por eso es tonto que haya quienes se consuelen señalando que la izquierda radical también va a ir dividida; por lo pronto, están Antauro Humala, Guido Bellido y Aníbal Torres).

Esa identidad política radical del sur andino y del resto del país debe ser rota. Y la mejor y quizás única manera de hacerlo políticamente es haciendo campaña allí. El gobierno ayudaría si hiciese buena política económica y rápidamente redujese la pobreza aprovechando el superciclo de las materias primas, pero ya se ve que eso no va a ocurrir por la medianía de su gestión. La cancha la tienen que recorrer, solos y con la adversidad a cuestas, los propios precandidatos.

Lo que está haciendo Rafael Belaunde, recorriendo Ayacucho, Cusco, el propio Puno, es formidable y digno de imitar por quienes, ojalá, luego se integren en un gran frente centroderechista. Allí está la clave del triunfo próximo.

-La del estribo: a ver, en el teatro de la Universidad del Pacífico, Inbestia, obra dirigida por Patricia Biffi y Mariela Noles y con la actuación de Liliana Trujillo, Cecilia Monserrate y Lupe Ramos. Entradas en Joinnus y va hasta el 8 de julio. Y gracias nuevamente al club del libro de Alonso Cueto, recomiendo leer Ciudad de cristal, novela corta que forma parte de Trilogía de Nueva York, del gran Paul Auster. Un placer su lectura.

No todo es malo en el Sodalicio, dicen algunos. Hay mucho de bueno en él, sobre todo en la vida comunitaria. No lo puedo negar. La razón por la que permanecí tantos años en la institución fue por los momentos de felicidad allí experimentados, que ayudaban a soportar los abusos que uno tenía que sufrir. No hay otra manera de explicar el atractivo que ejercía el Sodalicio sobre jóvenes y adolescentes, siendo quizás ésa la razón por la que la institución sigue contando con tantos defensores acérrimos y miembros cautivos.

En honor a la verdad, tengo que reconocer que era más frecuente ver a Figari sonriente que con rostro adusto; que Germán Doig, por lo general, siempre tuvo un trato respetuoso y cordial hacia mí; que las mejores Navidades de mi vida las pasé en las comunidades sodálites; que los momentos comunitarios, aunque a veces podían ser duros e invasivos de la privacidad de las conciencias, solían ser momentos de gozo compartido, de risas joviales y alegría contagiosa.

No extraña que la canción “Vivir entre hermanos” del grupo Takillakkta, una versión rimada y musicalizada del Salmo 133, se haya convertido en el Sodalicio prácticamente en un himno que ensalza la vida comunitaria:

Reunidos todos juntos / al calor de la hermandad / de cristianos combatientes, / amigos de la verdad, / muy alegres celebramos/y con el salmo cantamos:

Es cosa linda entre hermanos / el vivir en buena unión / como frasco de loción / derramado en abundancia / que llena con su fragancia / el poncho del viejo Aarón.

Sin embargo, toda esta felicidad sodálite tenía un precio muy alto, un costo humano cuyo valor no se llegaba a conocer hasta que aparecían las primeras grietas en ese muro de ensueño, y que tuvieron trágicas consecuencias de por vida para muchos de los que tomamos la decisión de separarnos de la institución. Pues lo que uno entregaba era su libertad, su proyecto de vida, sus oportunidades de desarrollo personal, su futuro, su pensamiento y su conciencia para poder gozar de esa felicidad que terminaba despojándolo a uno de su propia identidad. Era sólo una quimera, un canto de sirena que terminaba estrellándolo a uno contra las rocas de un mar proceloso y desconocido.

No se trata de un fenómeno nuevo. Algo semejante describe el escritor y periodista Sebastian Haffner (1907-1999) —cuyo verdadero nombre era Raimund Pretzel— en un su libro “Historia de un alemán. Los recuerdos 1914-1933” (“Geschichte eines Deutschen: Die Erinnerungen 1914-1933”, BestBook, Stuttgart/München 2004), terminado en 1939 pero publicado póstumamente.

Por consejo de su padre, Haffner había iniciado estudios en derecho. Una vez que Hitler llega al poder, como abogado en formación (pasante) tuvo que participar en el otoño de 1933 en una capacitación “ideológica” y entrenamiento militar en el campamento de pasantes de Jüterbog (Brandenburgo). Lo que describe en su libro sobre la “camaradería” de los participantes en el campamento apenas se diferencia de la “vida comunitaria” de los sodálites de las casas de formación y de comunidad.

«Gemí y traté con todas mis fuerzas de no seguir pensando. Me di cuenta de que estaba completamente atrapado. Nunca debí haber ido al campamento. Ahora estaba atrapado en la trampa de la camaradería.

Durante el día no había tiempo para pensar ni oportunidad para ser “yo”. Durante el día, la camaradería era una dicha. Sin duda alguna, florece una especie de dicha en tales “campamentos”, precisamente la dicha de la camaradería. Era una dicha correr juntos por el campo en la mañana, estar desnudos bajo los cálidos chorros en el cuarto de duchas, compartir juntos los paquetes que de vez en cuando llegaban de casa, compartir juntos la responsabilidad de algo que uno u otro había hecho, ayudarse unos a otros en mil pequeñeces y apoyarse mutuamente, confiar absolutamente el uno en el otro en todos los asuntos del día, tener batallas y peleas infantiles juntos, no diferenciarse en nada el uno del otro, nadar en una gran corriente de confianza y familiaridad ruda y segura… ¿Quién puede negar que todo eso es felicidad? ¿Quién puede negar que en el carácter humano hay algo que justamente anhela esto y que en la vida civil, normal y pacífica, rara vez obtiene  merecido reconocimiento?»

Con tono implacable, Haffner concluye por experiencia que «precisamente esta dicha, precisamente esta camaradería, puede convertirse en uno de los medios más terribles de deshumanización».

¿Se puede medir el valor de esta camaradería por el gozo que proporciona? Nuestro autor tiene sus dudas:

«El hecho de que haga feliz por un tiempo, no cambia nada en lo más mínimo. Corrompe y deprava al ser humano como ningún alcohol u opio lo hace. Lo incapacita para una vida propia, responsable y civilizada».

Los siguientes fragmentos también se pueden aplicar a lo que es el sentimiento comunitario en las comunidades sodálites. Si no supiéramos que está describiendo prácticas del nazismo, podríamos creer que está pintando un cuadro de lo que ocurre ad intra en el Sodalicio.

«La camaradería, para empezar por lo más central, elimina por completo el sentido de la responsabilidad personal, tanto en el sentido civil como, peor aún, en el religioso. La persona que vive en la camaradería está exenta de toda preocupación por la existencia, de toda dureza en la lucha por la vida. Tiene su campamento en el cuartel, tiene su comida y su uniforme. Su rutina diaria está prescrita de hora en hora. No necesita preocuparse lo más mínimo. Ya no está bajo la dura ley de “cada uno por sí mismo”, sino bajo la generosa y suave de “todos para uno”. Es una de las mentiras más irritantes que las leyes de la camaradería sean más duras que las de la vida civil individual. Son, más bien, de una blandura debilitante y solo se justifican para los soldados en la guerra real, para el hombre que debe morir: el pathos de la muerte es lo único que permite y soporta esta dispensa enorme de la responsabilidad de la vida. Y se sabe cuán incapaces son a menudo incluso los guerreros valientes que han vivido demasiado tiempo en el blando cojín de la camaradería para volver a encontrar su lugar en la dureza de la vida civil».

«…la camaradería ineludiblemente fija el nivel intelectual en el escalón más bajo, en el último nivel accesible. No tolera discusión; la discusión, en el compuesto químico de la camaradería, inmediatamente toma el color de queja y disputa, y es un pecado mortal. En la camaradería no prosperan los pensamientos, sino solo las ideas colectivas de la forma más primitiva, y éstas son inevitables; quien quiera escapar de ellas, se colocaría fuera de la camaradería».

«Era notorio cómo la camaradería activamente desintegraba todos los elementos de individualidad y civilización. El ámbito más importante de la vida individual que no se integra fácilmente en la camaradería es el amor. Pues bien, la camaradería tiene su arma contra eso: el chiste grosero. Todas las noches en la cama, después de la última ronda, se contaban chistes groseros con una especie de ritual. Esto forma parte del programa de hierro de toda camaradería masculina. Y nada es más erróneo que la opinión de algunos autores que ven en ello una salida para la sexualidad insatisfecha, una satisfacción sustitutiva y cosas por el estilo. Estos chistes no resultaban estimulantes ni lascivos; al contrario, su propósito era hacer que el amor pareciera lo más desagradable posible, acercándolo a la digestión y convirtiéndolo en objeto de burla. Los hombres que recitaban versos obscenos y usaban palabras vulgares para referirse a partes del cuerpo femenino, negaban así que alguna vez habían sido tiernos, enamorados, sinceros, que se habían esforzado por ser atractivos y habían usado palabras dulces para las mismas partes del cuerpo… Se mostraban rudamente por encima de tales dulzuras civilizadas».

Curiosamente, se trata de experiencias que yo mismo he vivido de manera muy similar en el Sodalicio de Vida Cristina. Las conclusiones de Haffner son demoledoras:

«…la tan alabada, inofensiva y bella camaradería masculina tiene algo verdaderamente demoníaco, profundamente peligroso. Los nazis sabían muy bien lo que hacían al imponerla como forma de vida normal sobre todo un pueblo. Y los alemanes, con su escasa aptitud para la vida individual y la felicidad individual, estaban terriblemente dispuestos a aceptarla, tan dispuestos y ávidos de cambiar los delicados, crecidos y aromáticos frutos de la peligrosa libertad por el embriagador fruto, cómodamente disponible a la mano, opíparo y jugoso de una camaradería general, indiscriminada y degradante…»

«Es como estar bajo un hechizo. Uno vive en un mundo de sueños y embriaguez. Se es tan dichoso en él y, al mismo tiempo, tan terriblemente minusvalorado. Tan satisfecho consigo mismo, y al mismo tiempo tan ilimitadamente horrible. Tan orgulloso, y tan sumamente vil e infrahumano. Uno cree estar caminando en las cumbres, pero se está arrastrando en la ciénaga. Mientras dure el hechizo, casi no hay remedio que valga contra él…»

Es ésta la felicidad que se ha vivido en el Sodalicio, cuyos efectos embriagadores se asemejan como copia al carbón a los de la camaradería nazi, la cual actúa —según Haffner— como un veneno: «los venenos pueden hacer feliz, el cuerpo y el alma pueden anhelar venenos, y los venenos pueden ser curativos e indispensables en su lugar. Sin embargo, siguen siendo venenos». Un veneno que la mayoría de los sodálites siguen dispuestos a tomar, ciegos al lado de oscuro de su felicidad sectaria.

Cuando yo era niño, uno de los nombres que más repetía mi papá -que habría cumplido 93 años el pasado 29 de abril- cada vez que hablaba de los más bravos de la música criolla era Lucas Borja, líder y fundador de Los Romanceros Criollos, una de las ententes jaraneras más importantes de la edad dorada de nuestra música costeña. En ese entonces, mediados de la década de los ochenta, era común que, en casa de la abuela, mi viejo y sus hermanos terminaran cantando valsecitos de la Guardia Vieja, esos de letras con sobreesdrújulas y nombres atípicos de mujer -Hermelinda, Zenobia, Anita, Alejandrina-, con las gargantas inspiradas por los vapores de peruanísimos y poco sofisticados piscos, aquellos tiempos en que el plateado brebaje no era orgullo turístico nacional como lo es ahora.

En mi distracción infantil, creía que Lucas Borja era el vocalista principal -todavía no entendía que no siempre el que canta es el cabeza de serie- de ese trío forjado entre los Barrios Altos y el Rímac que ha dejado un par de canciones que aun hoy son infaltables en cualquier setlist de música criolla que se respete. Los Romanceros Criollos eran una máquina criolla que funcionaba como un todo muy bien calibrado: si Guillermo Chipana era el guitarrista afilado, de los pocos en usar uñas de plástico; y Julio Álvarez era el inconfundible cantor de estentórea y aguda voz; era Lucas Borja quien llevaba la batuta, movía los contratos y hacía los arreglos musicales. Como Malcolm Young en Ac/Dc, don Lucas era el motor que hacía andar esos engranajes desde un saludable y estratégico perfil bajo. Y Los Romanceros Criollos eran su banda.

Vi la noticia de su muerte en redes sociales, anunciada por instituciones como Apdayc (Asociación Peruana de Autores y Compositores del Perú) o la Soniem (Sociedad Nacional de Intérpretes y Ejecutantes de Música). Y replicada por grupos de Facebook como Perú Criollo en el Mundo -una de las fuentes informales más interesantes de material fotográfico y reseñas de artistas de nuestra música- o personas pertenecientes a sus familias, tanto la sanguínea como la criolla: su viuda Luisa Ramos, Celeste Acosta Román, hija de don Manuel Acosta Ojeda (1930-2015); Alfredo Kato, legendario periodista cultural que, hacía pocos meses, le había organizado un sentido homenaje en el Centro Cultural Peruano Japonés de Jesús María que pasó, por supuesto, desapercibido para la gran prensa. Con pena, sus amigos, colegas, alumnos y seguidores lamentaban un deceso que, mirado objetivamente, era más bien un merecido descanso. Lucas Borja falleció el 10 de marzo a los 90 años, por complicaciones asociadas al Alzheimer que lo aquejaba desde hacía ya buen tiempo.

¿Cómo es que un hecho como este es olímpicamente ignorado -en los dos sentidos, tanto el de desconocer/no saber como en el de no dar importancia/despreciar- por los medios masivos? O sea, más allá de las notitas que más parecen pie de página y el post de condolencias del Ministerio de Cultura, no hubo ninguna cobertura acerca de la muerte de un artista criollo importante. ¿Qué nos pasa? ¿Por qué somos tan mezquinos con nuestros artistas? La semana pasada, en TV Perú-Canal 7, emitió un episodio de la nueva etapa de su programa Sucedió en el Perú, en el que abordaron, con extremada ligereza, el siempre interesante tema del ochentero rock subterráneo. Ningún rigor, ninguna dedicación para recuperar la memoria de nuestros sonidos. No importa que sea el sonido del pasado más antiguo -Lucas Borja lideró jaranas desde mediados de los años cincuenta- o que sea parte de la historia reciente, con implicancias políticas y todo. 

Esa misma mezquindad fue la que provocó comentarios irracionales e idiotas cuando circuló la noticia de que Susana Baca, la gran diva internacional del canto negro, admirada en todas partes, estaba en la Unidad de Cuidados Intensivos. Hace poco dejó el cuadro de gravedad y cumplió 80 años en su casa, recuperándose. Las redes y algunos medios celebraron este hecho, pero tampoco fue parte de ninguna portada. Si los grandes públicos de nuestro país no tienen idea de quiénes son sus artistas es por ese abandono intencional de los medios que abdicaron, desde hace muchos años, a su función de ser vitrina para las voces y sonidos que, a pulso, dieron forma a esa idiosincrasia musical que tanto utilizan cuando se trata de vender algo -una campaña publicitaria, una propaganda política.

La producción musical de Los Romanceros Criollos se remonta al año 1959 en que apareció su primer LP, bajo el sello MAG, del productor Manuel A. Guerrero (1917-1991). En aquel disco, Borja, Álvarez y Chipana dejan clara su vocación por el vals picadito y alegre, heredero de la Guardia Vieja y, a pesar de que la calidad de audio no es necesariamente la mejor, se siente el kilometraje que ya traía el terceto. Después de todo, venían tocando juntos hacía seis años, cuando Borja ensambló al grupo en 1953.

Antes de eso, Lucas Borja ya venía dando vueltas por la escena criolla, prácticamente desde su adolescencia. Primero, junto a Carlos Zambrano y Enrique Delgado formó Los Embajadorcitos, la versión joven de los Embajadores Criollos de Rómulo Varillas (1922-1998), a quienes acompañaban en sus encerronas de rompe y raja. Después de un breve paso por Los Troveros Criollos formó Los Rimenses, junto a Alberto Luque y Héctor García. Y, ya en medio de sus correrías con Los Romanceros Criollos, lideró a Los Palomillas, con García y Delgado. En este último grupo también participó, reemplazando al futuro líder de Los Destellos, otro gran guitarrista de nuestro folklore, José “Pepe” Torres Ventocilla. 

La aterciopelada segunda voz de Lucas Borja complementaba al potente y claro tono de Julio Álvarez, mientras hacía bordones y tundetes precisos para hacerle la camita rítmica -ante la ausencia de cajón y castañuelas- que necesitaba Guillermo “el chino” Chipana para sus trinos. En este disco destacan la polka Oh dinero, el valsecito Chinita linda (de Ángel Aníbal Rosado, el mismo que compuso la popular cumbia Cariñito), de interesantes arreglos vocales que recuerda a las canciones del “Carreta” Jorge Pérez (1922-2018) o Ambiciosa, divertido vals dedicado a aquellas mujeres que solo piensan en cosas materiales. 

Pero lo que más llama la atención de este debut son las primeras versiones, con arreglos ligeramente distintos, de las dos canciones más conocidas de Los Romanceros Criollos. Por un lado, el vals Engañada, escrito por Luis Abelardo Takahashi Núñez (1926-2005) -compositor nisei lambayecano que dejó al cancionero criollo algunas de sus joyas más recordadas como los valses Con locura, Embrujo o las marineras Sacachispas y Que viva Chiclayo, entre otras- que ha sido interpretado por infinidad de artistas, incluyendo al cantante argentino Juan Carlos Baglietto, quien la grabara en 1999 con su compatriota Lito Vitale (piano) y el peruano Lucho González (guitarra) para un álbum titulado Honrar la vida (1999). Aquí una alucinante versión en vivo que hizo este trío de polendas.

Y, por el otro, el conocidísimo China hereje, originalmente un tango escrito por el uruguayo Juan Pedro López y que había sido cantado, previamente, nada menos que por Carlos Gardel (1890-1935). La versión vals, con arreglos de don Lucas, fue tan popular en nuestro país que muchos estaban convencidos de que la había compuesto él. En el año 1999, la banda de hard-rock y fusión La Sarita incluyó en su álbum debut Más poder, un tema llamado China hereje, con letra que alude frontalmente a Keiko Fujimori y la satrapía que padecimos toda esa década. En medio, la banda introduce una versión alcoholizada del vals de Los Romanceros Criollos, en la que Julio Pérez simula el canto de cantina con efectos de distorsión para diferenciarla de la potente catarsis rockera del tema central.

De frac, de chalanes o con ropa casera, Los Romanceros Criollos aparecen elegantes y serios en las portadas de sus clásicos discos de larga duración, pero detrás de esos rostros adustos se escondía siempre la limeñísima chispa criolla y esos guapeos tan característicos de los valses de antaño. A menudo se le puede escuchar a Julio Álvarez -cuyo apellido paterno era realmente Serna- animar a su gallada gritando “¡Arriba Romanceros!”. Para cuando apareció el segundo LP, titulado ¡Vuelven! (1971), su sonido dejó de lado la influencia de Los Troveros Criollos para hacerse más señorial, sin dejar el sabor a callejón y jarana.

Ese LP, también lanzado bajo el sello de Guerrero, comienza con un interesante juego vocal en el vals Crepúsculo (del trujillano Alberto Condemarín, autor también de Hermelinda, éxito de Los Morochucos), donde escuchamos sus características armonías a tres voces. Así, quedó definido el estilo de Los Romanceros Criollos, que incluyó además polkas, marineras y hasta huaynos -su versión de Valicha (Mi serenata, 1981) es excelente. Para grabaciones posteriores, incorporarían al legendario cajonero Gerardo Fernández Lazón, más conocido en la escena criolla como “Pomadita”.

Entre 1973 y 1981 Los Romanceros Criollos lanzaron seis álbumes más, siempre con la misma formación, un hecho que los convertiría, años más tarde, en el único conjunto criollo que llegó al siglo XXI con sus integrantes originales. Cada una de sus grabaciones contiene éxitos como Todo se paga (China hereje, 1973), Ventanita (Los Romanceros Criollos, 1976), la polka Mi conejito (25 peruanísimos años, 1978), Rosa rosita (Vol. 3, 1975) -de interesantes armonías vocales- y varias de las composiciones del maestro Lucas como, por ejemplo, Cantar llorando (Bodas de plata, 1979), Consejo (25 peruanísimos años, 1978) o ¡Púchica! (Mi serenata, 1981). 

Las versiones de Engañada y China hereje que hasta ahora escuchamos -y que están incluidas en los CDs recopilatorios que produjera la recordada casa discográfica Distribuidora y Ventas S.A. (Disvensa)- se grabaron en 1973, para el LP China hereje (Discos El Virrey). En estos discos no faltaron, por supuesto, temas de la Guardia Vieja como El guardián, Blanca Luz, Hortencia, La pescadora o el alegre canto de jarana Marinera y resbalosa. Una de las más importantes contribuciones de Lucas Borja como compositor es Amorcito, popularizado por el trío mixto Los Kipus (LP Los Kipus en la TV, 1961). Los Romanceros Criollos grabaron su propia versión, algunos años después, aunque definitivamente no se hizo tan conocida como la cantada por Carmen Montoro. 

Lucas Borja fue, además de músico criollo, contador y abogado -trabajó mucho tiempo como funcionario público en el Ministerio de Transportes y Comunicaciones-. También fue torero pero bueno, nadie es perfecto. Además de todo eso fue un apasionado de la historia de nuestro país, especialmente las etapas de la Independencia (1821) y la Guerra del Pacífico (1879-1884). Su obsesión por temas patrióticos hizo que su amigo, Manuel Acosta Ojeda, lo apodara “Loco por el Perú”. Ya en las últimas producciones discográficas de Los Romanceros Criollos -Bodas de plata (1979) y Mi serenata (1981)- había comenzado a introducir valses de corte peruanista, como el tondero Ayacucho 1824 o los valses El Huáscar y A Miguel Grau. También en ese tiempo, Lucas Borja y Los Romanceros Criollos participaron de un EP de cuatro canciones, con el acompañamiento de la cantante chimbotana María Obregón y la orquesta Caballero de los Mares -dirigida por su esposo, Jorge Caballero-, con canciones escritas y cantadas por él como Guerra con Chile y Caballero de los Mares.

Esta última parte de la trayectoria de Lucas Borja, menos conocida, es acaso más interesante y quizás sea la razón por la cual el consuetudinario desprecio que por la cultura demuestran los medios convencionales desde hace más de cuarenta años se ensañó de manera particular con él. Durante las décadas de los ochenta y noventa, mientras personajes como Augusto Polo Campos (1932-2018), Los Hermanos Zañartu o Arturo “Zambo” Cavero (1940-2009) se codeaban permanentemente con el poder político, don Lucas se la pasó investigando, recopilando y difundiendo canciones peruanas con temas abiertamente nacionalistas, que no tenían ningún resquemor en demostrar, por ejemplo, su antichilenismo o su apoyo a la causa boliviana de tener salida al mar (sería, para muchos desubicados de hoy, un “progre rojete”). Los tres, Borja, Obregón y Caballero formaron el Trío Patria, en el año 1988, que se disolvería poco tiempo después.

Junto a la cantante Luisa Ramos retomó este proyecto de canciones patrióticas, bajo el nombre Dúo Patria, presentando homenajes a figuras de la historia como Andrés Avelino Cáceres, Miguel Grau, Francisco Bolognesi y rescatando del olvido los poemas que el ecuatoriano Numa Pompilio Llona (1832-1907) había escrito a fines del siglo XIX acerca de la noble gesta de Miguel Grau Seminario. A veces a dúo y, desde 1996, acompañados por el hijo de Borja, Lucas Jr., actuaban en peñas y colegios, auditorios como el de Derrama Magisterial y programas televisivos como Mediodía Criollo (TV Perú), cuando era conducido por la cantante alemana Ellen Burhum y con Pepe Torres como director musical. 

El Dúo Patria lanzó cuatro producciones: Gloria a las cautivas Tacna, Arica y Tarapacá (1991), Defendamos nuestra música peruana (1995), Gloria a Grau (2005) y Gloria a los héroes (2011), con sumo esfuerzo a través de grabaciones y financiamientos propios. ¿Alguna vez escuchó usted sus canciones de forma repetitiva en la radio o en la televisión, como se escuchan éxitos ligeros como Mal paso o Regresa? Yo tampoco. Por suerte, tenemos YouTube para solucionar ese problema.

Criollismo y nacionalismo definieron la carrera larga y prolífica de este “buen cantor, guitarrista y chupa caña” que hoy ya está junto a sus compañeros Guillermo Chipana y Julio Álvarez, fallecidos los años 2002 y 2014, respectivamente, jaraneando en otro plano. Vaya al diablo el perrito y la calandria… 

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