La Telesociedad

El teletrabajo, entre quienes lo tienen, reta, confunde y exige. No es un estado ideal. Si al inicio de la emergencia salieron mucho los consejos de cómo afrontarlo y cómo limitarlo, lo cierto es que el teletrabajo -entre quienes no lo practicaban- ha generado una sobrecarga inmensa de actividad de la que no hay conciencia clara de cómo regular. Se percibe que hay miradas diferentes del empleador de lo que significa trabajar desde casa, con lo que realmente es hacerlo. Pero si se regula y se convierte en un espacio manejable, el teletrabajo se quedará.

Pero supone muchos retos que no se han considerado antes y que hay que pensar abiertamente. El teletrabajo usa recursos privados para la producción para terceros. Muchas veces hay que consumir recursos como el Internet de casa, la PC o laptop personal, la energía eléctrica. Y eso no estaba en el contrato. El teletrabajo asume un horario que no respeta dinámicas de alimentación o consideraciones propias de la emergencia. Pero son exigencias que aparentemente se dejan pasar al ponerse en una balanza y comparar ello con estar en casa, ver a la familia, evitar el tráfico del desplazamiento y decidir el espacio de trabajo que se quiere. Aparentemente, el teletrabajo es un escenario preferido pese a todo.

Pero el “tele” no es solo laboral, también es educativo. Niños y jóvenes han visto interrumpida su jornada educativa habitual y han tenido que refugiarse en estrategias de educación a distancia. Con todos los matices del caso: hay quienes reciben clases y tareas por WhatsApp, hay clases en línea, videoconferencias, clases por Youtube, los programas del Estado por TV. Este probablemente sea el tema en el que después de más de 50 días la adaptación tarda más en darse. Hay confusión en todos los ámbitos, en función a qué pasará después, cómo se aprende realmente, cómo se evalúa. El acompañamiento de los padres además es relevante y consume tiempo: hay que estar ahí, revisar el WhatsApp, ver que hagan la tarea, tomar fotos, enviar a profesores, etc.

Pero no hay resistencia sino más bien percepción de necesidad. La sensación de que los hijos no deben estar sin estudiar es muy evidente en todos los niveles, pero con mucho más énfasis en los bajos. La preocupación por la calidad de lo que los niños y jóvenes reciben es también más evidente en estos niveles. En los altos se da por asumida una educación de nivel y se considera más ordenada y preparada la propuesta de los centros educativos.

Pero pareciera que el aprendizaje virtual no tuviera los mismos beneficios que el presencial y el debate público sobre las pensiones se traslada a las preocupaciones de los padres de familia, que esperarían que se vean reducidas e incluso anuladas. Se piensa que la teleducación es la última alternativa y aún no se reconocen los beneficios que se pueden recibir con dicha modalidad. Por otro lado, la insuficiencia de ancho de banda adecuado en los hogares es una limitante para el aprovechamiento adecuado de la educación virtual. Es un tema en el que se debe trabajar con fuerza si es que la teleducación llegó para quedarse.

Entonces, vimos una parte de las cosas que pudimos predecir en ese momento, hace ya dos largos años, que han parecido veinte en realidad. La mayoría tuvo sustento. La pregunta que siempre quedará en el aire es: ¿habremos aprendido? ¿tendremos la capacidad de ser mejores?

 

[1] Feifer, Jason (2020): 3 Major Opportunities That Will Come From This Pandemic. En: https://www.entrepreneur.com/article/350215

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Covid-19, Cuarentena, Gobierno

4.

En un gobierno que podría ser reconocido como el que menos importancia le ha dado al trabajo de cierre de brechas de género, que retrocede cada vez más en representación de la mujer en puestos de gobierno, que ha insultado la lucha por los derechos de la mujer con funcionarios de primera línea maltratadores y misóginos, en este gobierno, una feminista reconocida y de trayectoria intachable, hasta ahora, es la ministra de la mujer.

He planteado abiertamente la pregunta de si es que el movimiento feminista también habría aceptado la cuota en un gobierno fujimorista o de derecha extrema. Aún sin respuesta alguna. Porque es lo mismo. Porque la presencia de la ministra Milaslovich, por quien tenemos el mayor respeto por su lucha directa en la conquista de los derechos de las mujeres y las minorías sexuales, es una fachada, una manita de pintura, un brochazo que solo sirve para decir mira qué bonito lo hicimos. A diferencia de la gestión Durand, que sí podía tener el respaldo de una línea de gobierno encabezada por la PCM Vasquez, ahora el tener un ministerio progresista es una falacia mayúscula.

Respetamos al movimiento feminista y entendemos que hay espacios para el trabajo que deben poder aprovecharse. Pero también consideramos que este es un sinsentido mayor. En una entrevista para la Revista Ideele, otra dirigente reconocida, Violeta Barrientos defiende la posición señalando que “No ha significado una alianza o un respaldo al Gobierno del presidente Castillo”. Este argumento me parece de terror. No hay mayor alianza política que un ministerio de Estado. Negarlo es miope o tratar al lector de estúpido. Resulta que la ministra no apoya al gobierno. Pero es ministra. Recursos discursivos sin sentido que hieren mucho.

 

Los derechos siempre se conquistan por fuera del poder. Negociar una plataforma -en este caso la presencia del feminismo en el ministerio- considerándola una oportunidad en un espacio marcado por la sospecha de corrupción y la certeza de que es un gobierno al que la paridad y el cierre de brechas le interesa un pepino, es la mejor manera de traicionar esa trayectoria. Y las principales perjudicadas a la larga serán la mujeres de este país.

 

5.

Hay más. Todos los días, solo leyendo los periódicos o escuchando las noticias nos preguntamos siempre, ¿qué hay detrás? ¿Por qué son así? ¿Por qué jamás encontramos lógica en un discurso? Las paradojas del Perú son casos de estudio.

 

 

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Comunismo, Liberalismo, sociedad

Violencia de género [1]

  • En el mundo, alrededor de 81,000 mujeres y niñas fueron asesinadas en el 2020. El 58% a manos de sus parejas o familiares. Esto equivale a una mujer o niña asesinada cada 11 minutos por personas que conocen.
  • Aproximadamente 736 millones de mujeres -alrededor de una de cada tres- ha experimentado alguna vez en su vida violencia física o sexual.
  • La mayor parte de la violencia contra las mujeres es cometida por sus maridos o parejas íntimas actuales o pasados. Más de 640 millones de mujeres de 15 años o más han sido objeto de violencia de pareja (el 26% de las mujeres de 15 años o más).
  • Aún más, una de cada siete mujeres ha experimentado violencia física y/o sexual por parte de su pareja o marido en los últimos 12 meses (el 13% de las mujeres de 15 a 49 años). Estas cifras de 2018 no reflejan el impacto de la pandemia de COVID-19, que ha aumentado los factores de riesgo de violencia contra las mujeres.
  • Los datos anteriores no incluyen el acoso sexual -en cuyo caso la proporción puede llegar al 70 por ciento de las mujeres-.
  • A nivel mundial, la violencia contra las mujeres afecta de forma desproporcionada a los países y regiones de ingresos bajos y medios-bajos. El 22% de las mujeres que viven en los «países menos desarrollados» han sido objeto de violencia de pareja intima en los últimos 12 meses, un porcentaje sustancialmente superior a la media mundial del 13%.
  • Menos del 40% de las mujeres que experimentan violencia buscan algún tipo de ayuda. Entre quienes buscan ayuda, la mayoría acude a familiares y amistades. Menos del 10 por ciento de quienes buscan ayuda acuden a la policía.
  • En EE. UU., dos de cada diez mujeres jóvenes de entre 18 y 29 años han experimentado acoso sexual en línea y una de cada dos ha recibido imágenes explícitas improcedentes.

 

En la pandemia, la situación empeoró[2]:

  • 4 de cada 10 mujeres se sienten más inseguras en lugares públicos y 1 de cada 5 se siente insegura de caminar sola durante el día. De noche esta proporción aumenta a 1 de cada 2.
  • 3 de cada 10 mujeres considera que la violencia contra la mujer se ha incrementado. 56% conoce a alguna mujer víctima de violencia desde que inició la pandemia y el 58% sienten mayor inseguridad en los hogares desde ese momento.
  • Durante la pandemia, si bien tanto las mujeres como los hombres dedicaron el doble de tiempo al trabajo doméstico y de cuidados no remunerado, las mujeres dedicaron unas dos horas más al día que los hombres a estas actividades.

Se ve, en cifras tan simples como desoladoras por qué la necesidad y urgencia de contar con políticas e instituciones que promuevan, regulen y se orienten a la igualdad. Hemos tocado apenas algunos números a nivel global. Se pueden revisar las fuentes y lograr entender de mejor manera esto.

En el Perú, los investigadores Josefina Miró Quesada y Hugo Ñopo han lanzado recientemente Ser mujer en el Perú. Un fascinante y valiente compendio de la situación de la mujer en el país, que debería ser bibliografía obligada en centros educativos por la trascendencia de lo que muestra. Animo a que lo adquieran por la potencia y rigurosidad de sus cifras y solo los dejo con algunas, para complementar esta mirada[3]:

  • En el país, cada mes 13 mujeres son asesinadas por ser mujeres.
  • Los estereotipos de género están muy presentes en el mundo de las creencias peruanas: más de la mitad de la población considera que las mujeres deben cumplir su rol de madres y esposas y luego sus sueños. Un tercio considera que si es infiel debe ser castigada por la pareja.
  • Hombres y mujeres ascienden en el mundo laboral de forma diferenciada.

Es muy importante acceder a esta información. Repetirla. Cansarse. De nada servirá que el 8 de marzo usemos la tarjeta de crédito en un regalo a una pareja, a una familiar, a una amiga, si ese regalo solo tiene como fin un impulso comercial y no la reflexión por una sociedad más inclusiva.  Tal vez que las brechas comiencen a cerrarse cuando entendamos la dimensión de estas. Cuando evaluamos la información que existe. Tal vez.

[1] Fuente: Naciones Unidas. Hechos y cifras: Poner fin a la violencia contra las mujeres. En: https://www.unwomen.org/es/what-we-do/ending-violence-against-women/facts-and-figures

[2] Fuente: Women Count (2021). VIOLENCE AGAINST WOMEN DURING COVID-19. En: https://data.unwomen.org/sites/default/files/documents/Publications/Measuring-shadow-pandemic.pdf

[3] Fuente: Miro Quesada, Josefina y Ñopo, Hugo (2022): Ser Mujer en el Perú. Dónde estamos y a dónde vamos. Editorial Planeta.

 

 

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Día Internacional de la Mujer, feminismo

Si en el caso del gobierno de Castillo el 40% le reconoce como positivo al menos el proceso de vacunación, en el caso del Congreso la percepción es que todo lo están haciendo mal. Esa llamada de atención debería ser relevante en el Parlamento nacional, pero como que no hay la esperanza de que lleve a una reflexión positiva.

Quien debe haber amanecido de muy mal humor, por lo que pedimos protección a la integridad y la vida de todos los que trabajen con ella, es la presidenta del Congreso Maricarmen Alva. Si creía que el incidente de “esta es mi casa” no le iba a repercutir o que sus abrazos con Cerrón le iban a traer calma, se equivocó de plano. 73% desaprueba su gestión (8% más que en enero) y sólo 20% la respalda (6% menos). En términos futbolísticos, es una tarjeta casi naranja. En términos políticos, es una posición muy endeble y apurar su salida podría ser un respiro interesante para la imagen de lo que Alva considera su propiedad.

Así las cosas, en este precario enjambre de lo que es la política institucional peruana, con una guerra internacional que tendrá repercusiones económicas y que ya va dando debates políticos más risibles que interesantes, los escenarios de desentrampe son cada vez más difusos.

La postulación de Karelim López a la colaboración eficaz aún está en un terreno empantanado. Los antiguos defensores de los colaboradores eficaces ahora están muy puntillosos y puritanos con su testimonio. Los que antes daban RT a las publicaciones de los medios que propalaban esta información, hoy piden guardar reserva del proceso. En cambio, quienes antes dudaban de los colaboradores hoy están entusiastas por la novela “López y los pasillos de Sarratea”. Hidalgos y honorables todos.

La salida que la ciudadanía reclama es #quesevayantodos. La mitad quiere nuevo presidente y nuevos congresistas. Solo el 4% que se queden Boluarte o Alva como presidentes. Pero no despreciemos ese 38% importante (que debe ser otro dolor de cabeza para Alva y otros vacadores más) que considera que aún en estas circunstancias, quiere que Castillo se quede. Haciendo un ejercicio muy simple, tenemos que hay un 10% de personas que desaprueban a Castillo, pero que no quiere la vacancia. Incluso fuera de Lima, esta es la opción mayoritaria.

Este no es un debate jurídico, además. Que será importante para ver los alcances y espacios de hasta dónde llega la posibilidad de acción en un lugar donde todo huele mal. Este es un debate político. Donde se están jugando muchas fichas de lo que será el futuro inmediato del país. En este escenario actual, el Congreso debe tener pies de plomo. Solo uno de cada cinco ciudadanos los apoya. Van a tener que decidir entre la acción intempestiva, arbitraria, de abrazos que duelen y tirarse abajo la ley de colaboración, la reforma universitaria y todo lo que puedan a su paso; o tratar de ser razonables y generar una agenda mínima que recomponga sus lazos con la ciudadanía. La vacancia en ese punto supone un costo político altísimo. Pero temporal, como ya aprendimos todos los que tenemos algunos años.

El Ejecutivo también debe pensar sus siguientes movidas. Está acorralado y la respuesta puede ser la de patear el tablero como puedan, sin considerar que no tienen fuerza suficiente para hacerlo; o tratar de tener una agenda de cambio real. Pero los cambios pasan por los ejecutores de estos. Y con gente ligada a la corrupción o cuestionada por antecedentes personales graves, esto no es posible.

Y como hemos señalado en las últimas entregas, al medio está la gente. Harta de estos impresentables, pero esquiva para tomar posición, porque nadie los representa. Midiendo esto, la encuesta revela que al 63% de los peruanos esta crisis nos afecta mucho. No salimos con 200,000 muertos de la peor pandemia de la historia nacional con mejores dirigentes. Claramente, lo que obtuvimos fue carroña.

 

 

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Pedro Castillo, Vacancia

 

El artículo semanal de Javier Díaz Albertini para El Comercio[1] vino esta semana con una preocupación que es la de muchos, pero que vale la pena discutir. El cuerpo central del texto cuestiona el por qué no existe una protesta ciudadana en la calle que haga sentir su voz frente al gobierno y Congreso. El autor destaca en especial tres condiciones como necesarias para empujar la “calle”:

“Primero, debe existir un sentimiento profundo de indignación de carácter moral por parte de un grupo significativo de la ciudadanía. Segundo, es necesario construir identidades colectivas que claramente distingan a un “nosotros” de un “ellos”. Tercero, es indispensable el convencimiento de que los cambios sociales son posibles por medio de la acción colectiva.”

Creo que esta vez el autor, uno de los más lúcidos para analizar la realidad peruana, se equivoca.

Tengo mis dudas sobre la primera condición, que es la clave. Particularmente, no percibo indignación. El mismo autor expresa un doble sentido de términos en el artículo cuando dice: “solo se está cumpliendo la primera. Estamos hartos.” Pero indignación y hartazgo no van por el mismo camino.

Indignar supone una emoción y un impulso a actuar que no se ve de manera evidente por ningún lado. Nos estamos -como sociedad- acostumbrando a una situación de crisis permanente en la que, si un día amanecemos sin gobierno y sin Congreso, a la gente le va a importar menos que poco.

Julia Kristeva, la filósofa y psicoanalista que ha estudiado tanto la relación entre el lenguaje, comunicación y tejido social, si la he leído bien, ayuda a comprender este particular momento de la relación entre política y sociedad en el Perú, cuando sostiene que estamos frente a nuevas formas de representación en las que nos volvemos menos parlantes y nos dejamos llevar más por imágenes:

“el papel creciente de la imagen, que reemplaza al lenguaje y hace que el hombre parlante se vuelva cada vez menos parlante. Mientras tanto, el sistema de comunicación cubre ya todo el campo visual bajo una inmensa tela superficial, en detrimento de la profundidad, del fuero interior.”[2]

Así, nuestra interpretación de lo que ocurre deja de ser diálogo y pasa a ser imagen. Principalmente porque lo que pasa no nos integra ni convoca. Vemos lo que ocurre, pero no interactuamos (lenguaje) con ello. Nuestra realidad es como una película que vemos en el cine o en la casa. Algo lejano que no percibimos relevante ni con la capacidad de que nos penetre.

Esto hace que, frente a la realidad, la evaluemos y nos distanciemos de ella. Por eso la “indignación” que para Díaz Albertini existe, de modo axiomático, no genera acción posible. No podemos trasgredir los planos, como en la Rosa Púrpura del Cairo de Woody Allen, donde la protagonista podía salir del ecran y volver a entrar en él, porque no hay conexión entre los mundos. Son realidades paralelas y planos diferentes. Pero en el plano importante, en las “cosas del comer” genial término acuñado por la comunicadora Laura Arroyo, eso no entra, es una ficción, una foto en la que no salimos.

Ahora bien, pensemos un poco algunos detalles:

  • La retórica del gobierno, expresada por el presidente, que habla de cómo la corrupción golpea al “pueblo” y no es capaz de mandar a su casa a ministros, asesores y autoridades con antecedentes tan cuestionables como indignantes.
  • La conducta del presidente Castillo que ha privilegiado siempre los pequeños encantos del poder antes que las políticas de Estado. Si no, que la fiesta de su hija, la visita a sus padres en plena cuarentena y otros adicionales, se expliquen adecuadamente.
  • La respuesta de ministros presentables de este gobierno que se ponen de costado frente a otros impresentables, sin hacerse paltas, diciendo que ellos solo ven por sus sectores. Porque de gobierno de proyecto único y claro, no hay nada, pero eso a quién le importa si tengo el ministerio.
  • Un Congreso que invierte una buena parte de su producción legislativa en proyectos declarativos que no impactan en la vida de nadie, como vimos en un buen informe de Alejandro Boyco, de El Comercio[3]
  • Una Mesa Directiva encarnada por Alva, prepotente y con tonos clasistas y racistas que no tiene ningún problema en mostrarse así frente a una alcaldesa de una provincia de afuera de Lima, desde luego.
  • Una confrontación oficialismo – oposición de papel, de palomillas, pero que cuando tienen que sentarse a defenderse ellos mismos, pues no tienen empacho en los abrazos largos y en tirarse abajo las reformas incipientes y el sistema anticorrupción. Allí sí hay foto.

Frente a eso, que además es el resumen de la última semana nomás, nos indignamos primero, gritamos, pero de ahí nos acostumbramos. Porque si no, nos morimos.

Pasamos a la última fase del duelo de una manera casi natural. Porque no hay cuerpo que aguante todo eso. Porque eso va a otra esfera, una en la que ya no tenemos decisión ni competencia. Tener opinión no es indignarnos. Y cada vez nos volvemos más cínicos socialmente hablando. Estamos al borde del alpinchismo moral en un sentido muy amplio.

Si no, miremos con otros ojos el índice Bloomberg tan comentado esta semana: ¿no deberíamos estar más preocupados por la diferencia inmensa que hay entre el indicador económico y el político y las cuerdas separadas que hay entre ambos? Cada uno quiere verlo desde su propio interés, pero nadie alerta sobre cómo nos hemos acostumbrado a vivir en la precariedad política más elocuente.

Lo que nos lleva a la segunda condición: la necesidad de un “nosotros” que nos convoque. Honestamente, me sonó un poco raro que se plantee eso porque es algo etéreo. ¿Por qué habría un “nosotros” si lo que puede convocar a algunos va a desmotivar a los otros? ¿Somos capaces de afirmar que ese “nosotros” es posible? Lo que nos genera identidad hoy es justamente esa diferencia con el otro. Por eso el #quesevayantodos resulta tan relevante.

Recordemos las marchas convocadas hace solo semanas contra el gabinete Valer. Un desfile de argumentos cada cual más extraño donde solo había una condición posible: la unidad era imposible. Yo no marcho con los cojudignos era la voz principal. La segunda era el yo no marcho con corruptos. Al medio los que querían expresar su posición, pero no así. Resultado: magras movilizaciones que validan más de lo que cuestionan.

En ese escenario, la tercera condición es quimérica: que la movilización se base en el convencimiento de que genera cambios sociales efectivos. Allí Díaz Albertini pone buenos ejemplos de lo que las últimas movilizaciones consiguieron:

“Que se derogaran leyes lesivas para los jóvenes trabajadores, que la justicia funcionara ante la violencia de género, que se repusiera a los fiscales del equipo Lava Jato, que no se usara la vacancia para convertir al Estado en botín.”

Pero queda en debe cuando analiza si lo que se logró realmente se sostuvo. Si esos cambios fueron tales y no fueron desmantelados por el ejercicio de esa política distante que justamente por eso interesa tan poco. Tan es así que el autor lo obvia, que no menciona los intentos actuales de contrarreforma y por qué ello no ha generado la misma movilización. Si en algún momento vivimos un momentum social que generó cambio, aprendimos también que ese cambio no fue permanente. Volvimos al estado inicial más temprano que tarde.

Díaz-Albertini acaba con un párrafo beltmoniano: “El (camino) más deseable es reparar nuestra alicaída autoestima nacional y repetirnos –hasta el cansancio– que merecemos más y mejor”. Un Splenda al corazón. Pero es en el fondo la aceptación explícita de que no tenemos idea de cómo afrontar esto que nos pasa. Es el buen deseo, la palmadita en la espalda, en-la-cancha-somos-11-contra-11. Nadie nos gana y Dios es peruano.

Porque en el fondo falta un elemento que le de inicio a este debate: cómo entiende el peruano esta situación, si la ve como crisis y cuáles son los marcos en los que quisiera una resolución. En esta historia, nadie le ha preguntado a la gente nada. Y eso nos va a pasar factura.

 

[1] Díaz Albertini, Javier (16/02/2022), La calle está dura. En: https://elcomercio.pe/opinion/columnistas/la-calle-esta-dura-por-javier-diaz-albertini-noticia/?ref=ecr

[2] Clarin (2014): Los nuevos dolores del alma. Entrevista a Julia Kristeva. En: https://www.clarin.com/rn/ideas/Julia-Kristeva-nuevos-dolores-alma-moral_0_HkAeM1Jowme.html

[3] En: https://elcomercio.pe/politica/congreso/congreso-continua-con-la-agenda-declarativa-peru-libre-accion-popular-y-fuerza-popular-son-las-bancadas-con-mas-proyectos-no-vinculantes-proyectos-de-ley-legislativo-produccion-parlamentaria-ec-data-noticia/

 

 

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Gobierno, Pedro Castillo

 

Durante la semana, el periodista Jaime Chincha usó una frase: “¡QUÉ ES ESTO!”, para expresar su asombro e indignación por el descubrimiento de más elementos de escrutinio de la conducta del ex premier Valer. Mi respuesta a ese mensaje fue: “El Perú, querido Jaime, el Perú”.

Con la misma celeridad, Chincha me comentó: “No, querido Mauricio, el Perú es más -muchísimo más- que esta junta de improvisados, peleles y prontuariados. El Perú no se merece esto, querrás decir.” Le agradecí el mensaje, le expliqué que mi tono tenía pesimismo porque era martes de febrero y yo sentía que estaba en viernes de noviembre. La semana luego, fue pasando, pero esas cortas líneas me dejaron pensando.

Esa semana fue una semana como se va haciendo costumbre en la actualidad peruana. Tensa, desgastante, incómoda, pero lo peor de todo, inútil. El gran resumen de todo es que para lo único que sirve todo el ruido que vamos experimentando en el país, es para nada. Y eso definitivamente, no está bien.

 

¿Para qué?

Envidio, sana y realmente, al ciudadano al que no le importa. A aquel que se levanta, se alimenta, trabaja, descansa y ve por los suyos. Para el que más importante es ver en las noticias lo que ocurre en su cuadra que lo que pasa en el país. Ese ciudadano que cree que cada tanto ir a votar es su contribución obligada con algo que no le importa y que no le nada a cambio.

Ese que está enterrado en su problemática personal – familiar y que puede tener de presidente al primero o al último de la elección, que puede tener de congresista al A o B o Z y honestamente, de verdad no le importa. Duerme pensando que el mañana se reduce a lo que humanamente pueda hacer por su entorno cercano y nada más.

Claro, hemos perdido sentido de colectividad. Las demandas que desde la “democracia” o el “institucionalismo” o el “republicanismo” hagamos, importan nada. Porque importan muy poco pues, ya que no hay una transacción social. Un involucrarse por algo que valga la pena. Una participación si hay posibilidad de lograr algo. Queda claro en la gente que esa misión en este país con este sistema y estos partidos es o suicida o extremadamente voluntariosa.

Si no entendemos desde lo cotidiano cómo nuestro involucramiento puede generar algo, desde luego que se priorizará cualquier otra cosa. Porque, además, dejar el “sistema” en control remoto no es algo que no haya funcionado, ¿verdad? Llevamos décadas haciendo lo mismo con el mismo resultado. No hay el progreso prometido, pero tampoco ninguna debacle que nos preocupe. Ni el dólar alto, ni el precio del pollo o del pan han generado una involución generalizada. Por más maromas matemáticos que los y las reporteras hagan en el puesto del mercado.

Por lo tanto, hemos aprendido a separar las cuerdas de una manera tragicómica y normalizada. Hace pocos días conversaba con una colega sobre el tema, que estaba preocupada y hastiada. Yo le comentaba esto mismo. Creo que hay un divorcio enorme entre la política y la gente porque la primera no tiene ningún efecto sobre la segunda. Nada.

Hemos desafectado la política como ejercicio sentimental. Hay que estar loco hoy para pensar que la militancia y los políticos -y sus discursos- van a generar emoción. Positiva o negativa. Nada, cero. Eso es problema de otros.

Lo que nos lleva a un terreno y escenario más complejos. Si no genera movilización alguna, vínculo emocional, qué es lo que hace que la política se convierta en una actividad sobre la cual interactuamos, aunque sea de modo superficial.

Pues nada más que la política como una película. Como un juego de roles en el que hay un guión y que después de un tiempo x, las cosas serán exactamente igual a cómo eran antes del primer puñado de canchita. Guiones que pueden ser policiales, de suspenso, casi siempre de comedia, pero que son eso, guiones. Con actores que representan un papel específico pero que por un mejor pago se irán a otra productora a desempeñar otro y otro.

De eso se trata, tal vez. Escuchamos al presidente hablar de su compromiso con el pueblo -actuando- pero a la vez disfrutando de su nuevo “contrato” celebrando el cumpleaños de la hija como muy pocas niñas del pueblo pueden y comprometiendo contratos del país a sabe Dios quién, aunque el diga que estaba tomando su Kirma.

Escuchamos a la líder de la oposición repetir su último gran papel, que la verdad estuvo bastante sobreactuado, hablando de fraude; mientras trata de evitar que el juicio en su contra avance y el amigo Bertini que acaba de bajar del avión a malograrle las vacaciones de verano. Esas que duran 4 años entre campaña y campaña.

Escuchamos a la presidenta del congreso y sus coristas decir “comunismo”, mientras este gobierno les regala oportunidades de desarrollo personal y empresarial a través de ministros a los que no se cuestiona como Silva por ejemplo.

Leemos las “soluciones para salir de la crisis” de parte de un periodista que ha destruido a la profesión y que tuvo serias acusaciones de pederastia, publicadas en el medio que se desgarró las tripas por un primer ministro agresor.

Así las cosas, se hace difícil el estándar para entender lo que pasa. Mejor verlo como una gran puesta en escena, ahora que se viene el Oscar. Mejor verlo como el gran juego de roles que es hacer gobierno en el país. Mientras tanto, cada día me levanto, me alimento, trabajo, veo por los míos, porque de esos actores no recibiré nada.

Creo así que a Valer más lo castiga el cinismo y la falsa defensa de un caso tan evidente que el mismo caso. No es porque la violencia no nos importe sino porque entendemos que a él no le importa. Y que quizás a los que lo acusan tampoco les importa. Es solo la oportunidad de entrar en escena y dejar de ser extras.

Por eso la elección no es un acto de vida o muerte para los peruanos. Por eso no representa una inversión racional y emocional muy relevante. Sintonizamos y votamos con el que mejor pasa el casting. De allí al estreno de la película nos importa realmente poco lo que ocurra. Pero no es culpa de los votantes-espectadores. La verdad, la producción es la que falla. Siempre es el mismo argumento y el capítulo siempre queda en el mismo lugar.

 

Las conversaciones

“El mundo digital ha multiplicado el número y la disponibilidad de relatos. Tenemos infinidad de series y documentales online, libros, películas y programas en todos los idiomas y de todos los rincones del planeta. A un clic. Pero, al mismo tiempo, el abanico de narrativas que compartimos de forma simultánea se ha estrechado.”

(Por qué interesa la política. Victor Lapuente (2018). El País. En: https://elpais.com/elpais/2018/08/31/opinion/1535717077_537498.html)»

Además, está lo otro, ¿con quién comentamos la política?, ¿a quién le damos nuestra opinión sobre lo que vimos? Entra a tallar un tema que ya es materia de preocupación en las ciencias políticas, sociales, humanas y filosóficas. Cómo nos vamos acostumbrando a tribalizar nuestra discusión cotidiana y la búsqueda de elementos comunes a nuestra arquitectura lógica, termina siendo la necesaria resultante de un proceso que nos ha ido encerrando en burbujas de significados.

La pandemia debe de haber acelerado varios años la digitalización de la comunicación y la comunidad de discursos más afines, en la medida en que el confinamiento nos obligó a buscar contacto virtual y definir los contenidos a los que queríamos estar expuestos. Asumiendo que se trata de un cambio que no trae vuelta aún, hemos perdido de modo dramático la interacción presencial. Aquella que no está a un clic de salir, aquella que nos obliga a compartir discursos y comunalizarlos de manera más amplia.

Hemos perdido el café, la cola, el ir al mercado con la vecina, el compartir con los colegas. El tele… (rellénelo con lo guste, trabajo, educación, entretenimiento) nos aisló con nosotros mismos y nos evitó el contraste siempre tan necesario para fijarnos posición sobre las cosas.

Así las cosas, las redes sociales nos dieron soporte. A quienes consideramos voceros adecuados los mantenemos. A quienes los consideramos contrarios, los bloqueamos, silenciamos o ridiculizamos. Se va construyendo un discurso amargo, corto, sin matices, en el que solo tiene cabida mi exposición de motivos basada en otra igual. La falta de intermediación que nos lleva a la imposibilidad de aceptar a otros.

Las redes virtuales se vuelven así un reflejo. Pero también un perfecto escenario para el despliegue del ego. Los “lunes de aficionados” pasan a ser discursos concluyentes en Instagram o Twitter. En ellos la aceptación del diálogo es una quimera enorme. Pocos aceptan la posibilidad de intercambio de ideas. Es el espacio de la vanidad y de la “franela” pero si me vas a cuestionar, mejor te bloqueo. Sé que están en pensando en RMP, pero observen el comportamiento de un congresista como Ed Málaga, por ejemplo. Con un ego tan grande que considera que sus redes sociales son solo para aplaudirlo. Si alguien le dice algo con respeto, pero en tono de discusión, bloqueado. Es, en el fondo un reproductor de su propio reflejo. Imposible desarrollar diálogo así, solo con complacientes.

Pero no solo Málaga. Miren las redes de cualquier político con un importante número de seguidores. La mayoría no llega a los extremos del congresista elegido por el Partido Morado pero nadie interactúa. Dejan textos bomba que no tienen respuesta alguna si algún ciudadano quiere establecer algún punto de conversación. ¿No quieren discutir o las redes sociales funcionan solo para sentir su capacidad de generación de likes?

Entonces, sin una política que conecte y a la cual aprendimos a ver como una pantalla de cine; y con la imposibilidad de desarrollar una conversación ciudadana efectiva, el pesimismo me gana y sí, querido Jaime, me reafirmo: es el Perú. Que tiene posibilidades, sin duda. Pero que hoy, y desde hace algún no corto tiempo, nos deja sin capacidad de respuesta.

 

 

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Hector Valer, Pedro Castillo

 

La frase que le da título a este artículo es la recomposición de una frase muy famosa de la película Star Wars Episodio 3: La venganza de los Sith, que narra el momento en el cual Ben Kenobi le dice a Anakin Skywalker, después de dejarlo muy malherido en el planeta Mustafar, que él era el elegido por la profecía para salvar al mundo, para recomponer la fuerza. 

Esta frase tiene lugar en el Perú ahora porque durante la última semana y más precisamente en los últimos días hemos asistido a una profundización de la desconfianza y del deterioro de la imagen del presidente Castillo ya no ante la derecha sino ante sectores moderados de la izquierda que lo empiezan a ver de manera diferente. Incluso sus aliados en el gobierno han salido con comunicados bastante elocuentes con respecto a la acción política del presidente.

tweet Verónika Mendoza
El punto de inicio de este nuevo conflicto que afronta el presidente Castillo tiene que ver con la renuncia del ministro del Interior Avelino Guillén en circunstancias en las cuales lo que el ministro saliente solicitaba era la autorización presidencial para la remoción del Comandante General de la Policía Nacional, que colisionaba con una gestión transparente del ministro. 

La indecisión del presidente ha sido considerada como ponerse de costado frente a la evidencia de la corrupción dentro de la Policía Nacional y eso ha generado que incluso sectores que habían manifestado un apoyo notorio al presidente hoy estén cuestionando al mismo y estén presionando para que desde el Gobierno se genere una corriente o de ruptura o de cambio profundo en la composición de los principales cuadros del Poder Ejecutivo.

Por fin ayer en la noche el presidente tomó una decisión y parece “salomónica”: aparta tanto al ministro como al director general de la policía. Sin embargo genera algunas interrogantes y algunos problemas que trataremos de resolver en los siguientes días pero no es ese el objetivo central de este artículo. 

Lo que vamos a tratar de considerar esta semana es cuál es el rol que juega la otra izquierda dentro del Gobierno de Perú libre y el presidente Castillo, cuál es el rol que desde el Movimiento Nuevo Perú y desde otros actores de la izquierda se está cumpliendo; si se trata de un rol que está llegando a su fin o si es que se tiene más músculo para continuar acompañando al Gobierno actual.

Aparentemente la primera ministra Vasquez, quien avalaba a Guillén, se ha conformado con la decisión presidencial, estando presente en la reunión del domingo por la noche que determinó la decisión final presidencial. Y ayer los ministros Durán y Francke acompañaron a Castillo en su recorrido por las provincias del oriente, mostrando incluso selfies alegres en sus redes sociales. Lo que daría por sentado que desde los aliados del gobierno se trata de un impase que como otros (la crisis Barranzuela, la crisis Pacheco, por citar solo dos, pero van varias) se da por superado. 

Como en otras ocasiones vamos a tratar de hacer un artículo colaborativo con la participación de algunos que tuvieron la gentileza de colaborar con un mensaje que se colocó ayer en el Twitter. Desde luego la mirada que le damos se sujeta a lo que este autor considera qué es el norte del tema, pero respetando la pluralidad de opiniones que se plantean.

Alonso Gurmendi, conocido abogado e hiper estrella del Twitter nacional, considera que este problema no nace acá y que más bien la izquierda no ha logrado plantear desde un inicio una toma de posición más principista. Lo que Gurmendi plantea es por qué recién ahora la izquierda se preocupa de tener principios con respecto a la corrupción y antes no levantó la mano frente a temas de homofobia, misoginia y otros que desde el inicio del gobierno se dejaron ver: por qué desde la izquierda moderada recién ahora hace cuestión de Estado por el tema Guillén, pero se permite la compañía en un gobierno que en otras líneas se mostró contrario a sus propias banderas fundamentales. 

Es un buen punto de partida: si se está cómodo con A por qué no está cómodo con B. Sin embargo, consideramos desde este espacio que son momentos diferentes para evaluar la acción desde los socios del gobierno, pues al inicio de este periodo se podía considerar que había una curva de aprendizaje y de correlación que hacía ser posible pensar en cambios desde adentro y que por eso la toma de posición podía irse dando en los hechos. 

De hecho, Gurmendi no considera que con respecto por ejemplo a la composición paritaria del gabinete sí hubo cambios. La llegada de Mirtha Vásquez generó varios cambios al interior del mismo gabinete y que se ha ido avanzando -con el Ministerio de la Mujer sobre todo- en el desarrollo de una política bastante más inclusiva. Estamos lejos todavía de pensar que estamos en una plataforma de izquierda, pero que hubo avances, los ha habido. 

Laura Arroyo, por su parte, comunicadora e intelectual, señala más bien que ese pedido de coherencia suele ser siempre orientado a las izquierdas y nunca a las derechas. Pero, además, considera que se trata de un proceso no lineal, que genera contradicciones y que lo importante es dar la pelea desde adentro y que ese espacio es el que Nuevo Perú y la Premier están dando.

Con ese punto de partida la pregunta seguía abierta: qué es aquello que todavía mantiene el vínculo entre sectores más institucionales de la izquierda como el Movimiento Nuevo Perú y el gobierno del presidente Castillo. La hipótesis optimista que plantean algunos comentaristas es que el vínculo se mantiene por la necesidad que se tiene de asegurar la viabilidad de algunas conquistas que se pueden hacer desde el gobierno. El mantener carteras claves de apoyo social y del manejo de la economía mantienen el optimismo de poder hacer una gestión adecuada y tratar de ir conquistando otros cambios desde adentro. 

El otro aspecto optimista es que en realidad se trataría de un sacrificio de la dirigencia y militancia de estos sectores de la izquierda, que con su presencia hacen que el gabinete mantenga una composición progresista y así se evita la llegada de determinadas corrientes que puedan ser dañinas para el desarrollo del ejercicio del gobierno: concretamente que se tome un rumbo más radical o que por el contrario se alíe explícitamente con Acuña, Acción Popular o incluso el fujimorismo. 


Otra posición es la del pragmatismo. Esta posición -señalada por varios de los analistas que han comentado la pregunta inicial- lo que sostiene es que un sector de la izquierda ve en los sectores que manejan la oportunidad de mantener una cuota de poder, de desarrollar líneas de trabajo que puedan servir de plataforma a posteriori y de poder ratificar su influencia dentro del Poder Ejecutivo. Es decir: se plantea la posibilidad de que la comodidad de permanecer en el gabinete se explique por la posibilidad de obtener beneficios adicionales posteriores. Se trataría de un cálculo hacia adelante más que de una apuesta por el presente.  

Particularmente creo que esto es una visión poco ubicada en la realidad: a los ojos de la opinión pública es poco probable que se pueda separar la paja del trigo en una gestión vista como polémica y la verdad es que es poco lo que se pueda considerar como ganancia a futuro en términos de imagen si es que los indicadores generales del Gobierno no mejoran a ojos de la opinión pública.

Finalmente, la mirada de “interés” que nunca falta: de mantienen ahí porque son parásitos, por el sueldo, porque solo les interesa le poder, etc. Incluso el excongresista Arce tiene palabras duras para sus ex correligionarios:

En concreto, no existe una forma de entender cuál es el juego que desde los aliados del gobierno están desempeñando. Lo que sí parece claro es que su presencia genera una mejor imagen a favor de Castillo y aseguraría cierta racionalidad en sectores relevantes. No sabemos si sea un tema que a la interna de los movimientos de la izquierda se esté discutiendo o si vayan a existir más renuncias luego de esto. Pero lo que es claro es que el presidente no da para muchos más traspiés. 

Por cierto, en la película, si bien Kenobi derrota a Skywalker, este es acogido por el lado oscuro y reconstruido como Darth Vader, implacable y malvado general del imperio. Kenobi se ve forzado a exiliarse en el desierto de Tatooine donde décadas después conocerá a Luke. Pero eso es otra parte de la historia.

 

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Izquierda, Nuevo Perú, Pedro Castillo

Para empezar, como la enorme mayoría de los peruanos, no tengo conocimientos en petróleo ni en temas de preservación ambiental, más allá de lo que la divulgación periodística ha hecho y de lo que cualquiera pueda haber averiguado de manera general. No digo esto con orgullo, a mi generación eso del medio ambiente no nos vino con la etiqueta de “urgente” y nos ha costado integrarnos en la comprensión de la importancia que esto tiene.

Sin embargo y desde la ignorancia técnica sobre la relevancia de lo que ocurrió la última semana con el derrame de petróleo en Ventanilla, no debemos dejar de lado algunas aristas y algunos temas que sobresalen de esta crisis, que la trascienden y que -otra vez- sirve para comprendernos mejor como país.

1.

Lo primero que hay que decir es que la sensibilidad máxima sobre una tragedia en el país nunca descansa en las autoridades o implicados. Siempre en la gente. La que ve las crisis y desesperada por la inacción trata de hacer algo. Lo vimos en Mesa Redonda, en Pisco, en cuanta necesidad hay, allí se generan cantidad de grupos de interés que genuinamente quieren hacer algo y remediar, desinteresadamente, lo que otros provocaron. Sin política o políticos por medio. 

Pero esto entusiasma tanto como desanima. El voluntariado siempre será aplaudido por lo que representa, el compromiso total, sin esperar recompensas, con el alivio de una situación crítica. Pero desanima por el otro lado, por la pregunta que obligadamente nos hacemos y es ¿por qué sólo podemos esperar algo de la sociedad civil desarticulada? ¿Por qué esos mismos voluntarios no son representantes o participantes en la política real? ¿Por qué es tan relevante que cualquier movimiento cívico para ser relevante tenga que ser apolítico? Esa es una pregunta que ronda y ronda y lo más probable es que la respuesta esté en la política, esa actividad que significa solo malas palabras en el país.

También desanima porque es la constatación de que frente a una ya muy mala oferta general, encima solemos elegir a los peores representantes posibles para cualquier cargo público, desde alcaldes hasta gobernadores, de congresistas a presidentes, lo que genera una distancia enorme entre lo que como ciudadanía podemos “hacer” y lo que nuestros representantes “hacen”. Un divorcio del que estamos advertidos pero que ya consideramos la regla general.

2.

La acción de Repsol como principal responsable nos hace quedar pésimos como país. Sus acciones indolentes, grotescas y falta de toda consideración y respeto con un territorio que les permite generar ganancias es no solo preocupante sino humillante. Ver operaciones de limpieza costera usando recogedores domésticos y baldes afecta la autoestima de cualquier país. Esto es algo que no ha dimensionado bien. Es una mirada alpinchista del problema, el burdo salir del paso, el decir: “pero yo sí hice”, cuando en el fondo no hicieron realmente nada. 

Ver a sus directivos hablando y sus comunicados estos días ha sido igual de ofensivo. Más allá de una revisión de sus políticas de comunicación corporativa, que es problema de ellos, generar la sensación tan general de que mienten descaradamente y que lo van a seguir haciendo sin pudor sigue retumbando nuestro ya magro sentido de país. Anoche, en Punto Final de Latina tuvimos una imagen potente sobre esto: el presidente de Repsol Perú titubeante e inseguro contando una versión que era evidente él mismo no creía e inmediatamente la PCM que consideraba insuficiente la respuesta que daba la empresa. ¡Pero desde la mirada del gobierno que es quien tiene que decir qué se hace, como se hace y quien lo hace!

La entrevistadora los puso al mismo nivel de responsabilidad y la ministra se sintió equidistante. Así no hay forma de generar una real mirada de responsabilidad corporativa. Repsol mintió desde el primer día y nada hace pensar que no seguirá haciéndolo. Eso es dolo y es tratar de guardar el polvo debajo de la alfombra. 

¿Por qué es relevante esto? Porque nos va a poner en evidencia si es que en el fondo vivimos en una democracia corporativista. Repsol -empresa- no puede tener un discurso tan descarado y el gobierno no puede ser tan complaciente con ello. Se comprende que no es el momento de la sanción sino de la acción, pero incluso allí se le debe poner límites a lo que la empresa menciona y lograr generar un permanente fact checking y contraste público de hechos. Y un plan de sanciones no solo por lo ambiental, también por el dolo al mentir.

3.

Le ex ministra del Ambiente, Fabiola Morales, ayer señaló algo que es clave: ¿quién lidera todo esto? Estamos en la peor tragedia ambiental de la historia de la costa peruana y con sinceridad, ¿usted puede señalar quién es la persona, la autoridad, el cargo, que está encargado de coordinar todo lo referente a la crisis? ¿Quiénes son los voceros autorizados? ¿Quiénes encabezan las coordinaciones? Conjunto vacío. Cero. Nadie.

SI tuviéramos un ministro del sector que supiera algo del tema, muy probablemente sería quien tome el liderazgo. Pero sabemos que no es el caso. La PCM es una figura clave pro su conocimiento del tema ambiental pero debe ver ese y muchos otros temas más. ¿Petroperú? Es un chiste.

Si algo pudiese definir a un gobierno de izquierda en este país debería ser la capacidad de enfrentar esta crisis con soberanía e integridad, con firmeza. Con audacia. Representando al “pueblo”. Pero acá parece no existir ni el pueblo ni el gobierno de izquierda.

El presidente del Perú eligió la semana pasada para mostrar su nueva estrategia de comunicación: dos entrevistas nacionales y hoy tendrá la primera internacional por la cadena CNN (con un entrevistador mucho más agudo que los que solemos tener por acá). Interesante que quiera hacerlo, pero ¿tenía que ser la semana pasada? Anoche, mientras escuchábamos al presidente de Repsol en Perú, el presidente del Perú le hacía un tour guiado de Palacio de Gobierno a Nicolás Lúcar. Una de las cosas que la opinión pública no le va a perdonar a su presidente es que cuando las papas queman se distrae con casi todo y no enfrenta lo urgente. El análisis de la entrevista que le dio a Hildebrandt en sus 13 era el tema inicial de este artículo, pero creemos modestamente que no lo es tanto como discutir esta tragedia. El presidente Castillo claramente no lo considera así.

Pero no solo es el gobierno. Para el Congreso el tema no ha existido. La falta de un discurso unificado, sólido, institucional es clamorosa. Ni siquiera los “líderes de opinión” que hablan de todo siempre se manifiestan con claridad sobre este tema. Ni qué decir de los líderes de opinión. Lo único que hacen, de manera descarada, es ver responsabilidad del gobierno. Nada de cuestionamientos, nada de nada. El silencio de personajes como Fujimori o López Aliaga es cuando menos cuestionable. ¿Qué hace que no puedan tomar posición sobre esto?

No hay ningún liderazgo real para enfrentar este tema.

4.

Cualquier conflicto que provoque una empresa va a dejar viudas. Voceros no oficiales que van a tratar de convencernos del rol que la empresa juega, siempre a favor de ésta desde luego. Desde el día 1 de la crisis se ha visto cómo replican argumentos falaces y después tratan de acomodarlos con una retórica bien intrincada y que siempre termina en lo mismo: todas las críticas son de troles de la izquierda.

Sin importarles su imagen pública y sin ningún criterio de realidad estas “viudas” van a tratar de convencernos de que la empresa actúa siempre de buena fe y de que no hay que desconfiar de que remediará el daño con celeridad y honestidad.

En resumen, en esta tragedia ambiental, todos perdemos y nadie gana. Pero el que más pierde, como siempre, es el nadie, el pescador que ahora tiene que conformarse con canastas y vales alimenticios y tendrá que pensar mañana cómo pagar agua y luz,  y cómo pagar matrículas, y cómo pagar el entretenimiento porque vino una empresa que lo despojó de su medio de subsistencia elemental y ahora quiere remediarlo solo con vales de comida y canastas. El que más pierde es ese cormorán que no puede volar porque el petróleo en sus alas no lo deja y tuvo que ver morir a su lado a tantos otros como él. Los que más pierden son esas 10 nutrias muertas, seres únicos que dejan en cero la capacidad de sobrevivir como especie.

Pero todo lo medioambiental es remediable, como dice el presidente de Repsol en Perú. Mientras el presidente del Perú muestra su casa.

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afectados por el derrame de petróleo, derrame de petróleo, Repsol

Un tribunal de Australia decidió recientemente que el retiro de la visa de Novak Djokovic o No-vac Yo-Covid -como simpáticamente han empezado a llamarlo- se ajusta a ley y por consiguiente fue expulsado del país y con ello se pierde la posibilidad de disputar el Abierto de Tenis de dicho país, donde muy posiblemente hubiese sido el campeón. ¿La razón? La salud pública. La consideración del Poder Ejecutivo, ratificada en los tribunales, de que permitirle la exención generaría una controversia interna y alentaría al movimiento antivacunas fue suficiente para terminar con un par de semanas de recursos legales y de disputa judicial.

El tenista serbio no está vacunado y el gobierno de Australia prohíbe el ingreso de extranjeros sin vacuna. La razón “legal” que esgrimía su defensa era que a mediados de diciembre había contraído el Covid y por lo tanto tenía una inmunización natural y por lo tanto podía proseguir su viaje sin problemas. Ello supone, como ha reconocido el propio Djokovic, que estuvo en reuniones con otras personas mientras estuvo con Covid y que en dichos encuentros no hubo mascarillas ni mecanismos de protección ni advertencias.

En resumen, la defensa para poder quedarse en Australia y jugar el torneo hizo que admitiera una conducta peor y que confesara que lo hizo sin mala intención. Como si bastara. Su padre, el viejo Djokovic, ha convertido el caso en una cruzada. Habla de su hijo como víctima y cree que el paradigma de la libertad en el mundo ha ganado un nuevo líder. Sí, su hijo. Se sienten discriminados. Sienten que les han amputado los brazos, como a Maradona las piernas cuando lo suspendieron por el doping que el sabía prohibido. Entonces, ahora resulta que no solo era que no quería vacunarse, sino que el no hacerlo implicaba un ejercicio de la libertad en su sentido más “revolucionario”. Hoy, gracias a la corte australiana, No-vac está camino a Dubai y su puesto lo ocupará un tenista que nadie conoce pero que tiene tres dosis de vacuna en su organismo.

El caso es que se trató de una batalla legal en la que diversos argumentos se esgrimieron. Con una primera etapa en la que la justicia estuvo a favor del tenista -y nadie la discutió- y con otra definitiva en contra -que nadie discutió tampoco-. Porque si algo debe tener la justicia, y el ejercicio de esta y quienes la determinan, es esa capacidad de ser respetada. Esa posibilidad de determinar sin dudas sobre el ejercicio hecho, quién es culpable y quién inocente. Apreciar el desarrollo de ese caso durante la semana resultó en satisfacción por el fallo y una profunda depresión por ver lo que ocurre en nuestro país.

El lunes 10 de enero, hace una semana, un juez supernumerario señaló que el periodista Cristopher Acosta era culpable de difamación en perjuicio de César Acuña, millonario político, experto en hacernos creer que es un meme permanente, siendo condenado a dos años de prisión suspendida y al pago de S/ 400 000 de reparación civil al agraviado, una bicoca considerando que había pedido la friolera de 100 millones de soles, lo que alegremente decían que era “lo que ganaba en un mes”. De manera solidaria, Jerónimo Pimentel, editor y representante de la casa editorial que publica el libro, fue sentenciado a lo mismo. Lo bueno es que la reparación es conjunta.

Desde el lunes lo que se ha vivido es un gran compendio de reseñas sobre el tema que se agrupan en dos temas fundamentalmente: en publicitar el libro (hoy por hoy debe ser un best seller sin precedentes) y en desestimar la actuación del juez. La lógica es la siguiente: es un juez que no sabe, un juez que no conoce, un juez que no ha seguido la doctrina básica, un juez que ha intepretado a su gusto, un juez que se dejó llevar por el abogado del demandante (a quien otro periodista señala como alguien que hace que el Poder Judicial se mueva al ritmo del dinero), etc. No se discute el acto legal sino quien lo ejecuta. Se discute al juez. Salen los antecedentes. Sale su CV. Nos preguntamos si estaba capacitado para algo así. Aseguramos que con un mejor juez la sentencia será otra. Damos por hecho, aún siendo muy lejanos al mundo del derecho, qué importa, que el juez está equivocado, comprado, incentivado, lo que sea que queramos que sea. Discutimos al juez. A partir de allí descalificamos la sentencia.

Un juez no es un “nadie”. Es alguien que tiene un mandato muy particular. Puede decidir, con los instrumentos y herramientas adecuados, quién es inocente y quién es culpable. Tomar esa clase de decisiones no es algo sencillo ni mucho menos grato. Más cuando se trata de casos tan públicos. Un juez está sujeto al sesgo, como Sunstein, Siboney y el Nobel Kahneman han señalado en su último libro Ruido, donde analizan centenas de sentencias judiciales y evalúan como los jueces pueden actuar distinto dependiendo del día de la semana, del clima o de la hora en que exponen. Sin embargo, un juez determina así y todo qué es lo que la justicia precisa en cada caso.

El problema es que, en un país de instituciones tan debilitadas como nuestro querido Perú, el ejercicio de la justicia es demasiado arbitrario. Si una sentencia no nos gusta, cuestionamos al juez. Porque los jueces son cuestionables. Porque no generan la confianza de que estarán en la capacidad de afrontar los retos que se demandan. Salimos de una crisis enorme generada por la evidencia comprobada de un Poder Judicial tomado por mafias que ponían y sacaban jueces a criterio propio y para beneficiar decisiones específicas. Los casos judiciales más escabrosos pasaron de ser los de homicidios y pasaron a ser los de los propios magistrados. Los hermanitos, cuellos blancos y demás solo socavaron una institución en la que cada vez confiamos menos.

De acuerdo con datos de la ENAHO 2018, la desconfianza hacia el Poder Judicial supera el 80% de la población peruana. Sin duda que la posibilidad de confiar en una decisión del Poder Judicial es bastante baja. 

¿Qué pasó? ¿Cómo puede ser que ni siquiera la justicia sea justa en el país? ¿Que nos atrevamos a desconfiar de lo único de lo que debiéramos -la capacidad de impartir justicia-? ¿Que un juez sea percibido más como parte de una mafia que alguien que realmente puede solucionar algo? ¿Cómo es posible que semana a semana discutamos esto? Si en un momento se jodió el Perú, Zavalita, creo que fue acá. Cuando asumimos directamente que la forma menos justa de solucionar algo es recurrir a la justicia.

 

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Desconfianza, juez, justicia, Poder Judicial
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