Democracia

No parece ser que vayamos a tener semanas tranquilas en bastante tiempo. El recuerdo de noviembre 2020 vuelve y vuelve sobre nuestra cabeza, porque cada vez está más cerca de repetirse. Con un escenario distinto y actores que parecen serlo también. En este escenario aparecen dos informes que son muy relevantes para estudiar y considerar, que nos ayudan a explicar lo que vamos viviendo en el país. Se trata del Pulso de la Democracia 2021, de LAPOP; y del informe Estado Global de la Democracia 2021: Construyendo Resiliencia en la era de la pandemia, de IDEA Internacional. Ambos de muy reciente lanzamiento, por ello su vigencia. EN todos los casos se trata además de estudios comparados que incluyen al Perú dentro de los países consultados. Voy a tratar de revisar algunos datos que son claves para entender el momento actual del país.

En el informe de IDEA Internacional la mirada es preocupante. Se señala con asombro que “más países que nunca están sufriendo de «erosión democrática» (declive en la calidad democrática), incluso en las democracias establecidas. El número de países que experimentan un «retroceso democrático» (un tipo de erosión democrática más grave y deliberada) nunca ha sido tan alto como en la última década”. Un dato clave para entender este tema es que aproximadamente la cuarta parte de la población mundial vive en países con este retroceso democrático. Nada menos.

Asimismo, el reporte señala que, en el mundo, el número de países que transitaron por vías autoritarias fueron más que aquellos que iban en una dirección democrática en el 2020. Afortunadamente, no se considera al Perú en este escenario. Pero uno de los elementos centrales de erosión de la democracia a nivel global es el cuestionamiento que se hace a la integridad electoral, sin fundamentos ni prueba. Allí sí nos coge mal parados y nos deja en el mismo grupo que USA, Brasil Myanmar y otros. 

Sin embargo, el informe también explicita que durante 2020 y 2021los movimientos a favor de la democracia han sido abundantes y han sabido enfrentarse a fuerzas represoras. Esto y la capacidad de plantear elecciones libres en plena pandemia son detalles que marcan un compromiso general con la idea de democracia.

Por su parte, el informe de LAPOP revela, en la región -pero sobre todo en el país-, descubrimientos igual de preocupantes. Si en Latinoamérica dos de cada tres ciudadanos consideran que la democracia es el modo de gobierno preferible a cualquier otra forma, en el Perú este indicador alcanza apenas el 50%, solo por encima de Haití y Honduras. Apenas el 21%, una de cada cinco personas, se siente insatisfecha con la democracia. Muy lejos del 82% que tiene Uruguay, por ejemplo.

Además, somos el país de América Latina que más toleraría un golpe de Estado en circunstancias de extrema corrupción (52%) y los segundos en tolerarlo en caso de una emergencia sanitaria (39%, solo superados por Jamaica). No nos quedamos cortos en la desconfianza hacia las elecciones. Solo el 33% de la ciudadanía confía en las elecciones en el Perú.

Un dato que pocos han relevado de este informe es que, en el país, el 89% de la población cree que los ricos siempre / algunas veces compra elecciones. La desconfianza en el sistema electoral tiene más que ver con la manipulación por ese lado antes que por fraudes como sostenían los ahora promotores de la vacancia.   

Hay bastante más información en ambos informes. Pero nos detenemos allí para repensar algunos de estos datos y someterlos a un juicio algo más sostenido. Una pregunta que jamás nos hacemos es ¿de qué forma queremos ser gobernados los peruanos? ¿Alguna vez nos hemos puesto a pensar si el sistema electoral actual, la manera de “vivir” la democracia, es relevante para los peruanos?

Creo que la trampa máxima en la que caemos al leer estos muy valiosos reportes es solamente compararnos con la región, pero no pensamos si es que hay preguntas más directas que hacerle a la ciudadanía nacional con respecto a su experiencia con la democracia.

Desde luego la primera que se me ocurre es ¿qué es la democracia para los peruanos? Pero la segunda con igual margen de importancia es: ¿es relevante? Sin una definición más o menos precisa de esto es difícil poder catalogar la calidad de la respuesta. Podemos decir lo profundamente antidemocráticos que somos como sociedad y ejemplificarlo de miles de formas. Pero no lo solemos hacer sino desde nuestra perspectiva o la que los manuales y libros nos enseñan.

La pregunta sobre relevancia decíamos que es incluso más importante. Porque es la que nos mete a fondo en la idea de a dónde vamos como sociedad. Si la democracia no es empata con una forma de vida, de desarrollo, de futuro, efectivamente que la valoremos o no es poco central. Y plantea otros retos para desarrollar que simplemente el indicador de aprobación.

Tengo la hipótesis no probada de que este es un tema muy poco -o nada- relevante en la vida de la gente. Que hay un circuito de razonamiento perverso que parte del axioma: “todos son iguales” y que por lo tanto es tan irrelevante a quién elijamos que aquel que genere alguna emoción, así sea un hipo, va a terminar llevándo mi voto. Pero además se trata de una profecía autocumplida: todos son iguales. Por lo tanto, ya no me decepcionan. Se que harán muy mal las cosas. 

Y la coyuntura termina siendo un circo mediático. Los hechos tampoco son relevantes. La presión de los medios no genera un circuito de realidad alterna. Si la TV trata de demostrar que ha subido el pollo y el pollo no ha subido, “el pueblo” lo sabrá porque lo compra a diario. Los medios ya no son informativos, son voceros. Por ello asistimos a un espectáculo permanente en el que los actores políticos tienen tanta relevancia como la farándula o el deporte. Y los casos se trivializan de la misma forma. El escándalo nos gusta por el morbo que genera no porque nos afecte directamente. Igual, mañana se vivirá un día diferente y ninguno de esos actores se relaciona conmigo. Esa es la política y esa es la democracia.

Por eso, que nos digan comunistas o fachos, izquierdistas o derechistas, IBA o DBA, nos resbala. Tratamos de relacionarnos de otra manera. Por eso botamos a Merino y a la siguiente elegimos a Castillo y tal vez a la siguiente a López Aliaga (¡madera!). ¿Transitamos ideológicamente tan a la ligera? No, simplemente elegimos lo que nos sale del forro.

Este artículo se escribe a las 7 de la noche del domingo. No sabemos qué gran primicia nos tiene reservada Gilberto Hume, en su delirio permanente. Lo que sí sabemos es que en general, a la gente con la que se va a cruzar hoy, que está apurada para llegar a su trabajo o quiere terminar sus asuntos lo antes posible, le va a importar muy poco.

Mientras no entendamos de qué forma queremos plantear la forma de ordenarnos, jugar a la democracia será cada vez menos importante para los peruanos.

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Democracia, política peruana

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Democracia, Economía, Pedro Castillo, Vladimir Cerrón

El propósito de Vladimir Cerrón es claro: retornar al poder y convencer a Castillo de que con los “caviares”, como él insiste en calificar, no llegará a buen puerto.

Para ello se ha propuesto, inicialmente, intrigar contra la premier Mirtha Vásquez, disponiendo que sus 16 congresistas leales, se acerquen o comuniquen con todos los ministros posibles para brindarles apoyo y asegurarles que cuentan con sus votos, a despecho de lo que pueda querer o pensar la Premier.

La idea de Cerrón apunta a lograr un resultado electoral significativo en las venideras elecciones municipales y regionales, como plataforma para impulsar su proyecto constituyente, y sabe que sin el respaldo del Presidente, con las justas logrará ganar en la región Junín (lo cual, inclusive, está en duda).

Por cierto, el Presidente cometería el más grave error político de su corta historia si accede a los cantos de sirena cerronistas, echa del gabinete a los moderados y dialogantes, y reestrena la estrategia confrontacional que suponía el gabinete cerronista que presidía Guido Bellido.

Su propia permanencia en el poder correría serio peligro si perpetra semejante despropósito. No parece probable que las bancadas de centro (muchos de cuyos integrantes se arrepienten del voto de confianza dado al gabinete Bellido), acepten, sin sobresalto, que el gobierno vuelva a dar un golpe de timón y retorne a las pretensiones de la transformación radical de la sociedad.

Los votos del centro, sumados a los de la derecha, alcanzan para vacar al Presidente. Un acto de tamaña necedad política -reconciliarse con Vladimir Cerrón y todo lo que ello implica- prenderá las alarmas no solo empresariales, ya de por sí aún desconfiadas de las perspectivas que vaya a seguir el gobierno- sino, sobre todo, políticas, porque algo así claramente indicaría un derrotero autoritario que transitará indefectiblemente por la ruta de la disolución del Congreso: no hay otra vía para convocar a una Asamblea Constituyente, tal como está distribuida la conformación del poder parlamentario.

Si Castillo se reencuentra con Cerrón -tarea en la que está empeñado el inefable de Evo Morales-, le declararía la guerra a la democracia y a la vigencia de una economía con ciertas libertades. Implicaría, de antemano, la señal de que se quiere llevar al país al abismo bolivariano que ha sumido en la pobreza más espantosa a los países que siguieron ese sendero.

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Democracia, Economía, Pedro Castillo, Vladimir Cerrón

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Crisis política, crisis social, Democracia, Presidente Castillo, Vacancia

Algunas de las virtudes que toda democracia debe exhibir son las de la tolerancia y la paciencia concomitante respecto de los decires y haceres del adversario. Pero Castillo juega al límite de los niveles propios de una democracia que se precie de tal.

La sumatoria de errores groseros, gazapos, declaraciones insensatas y procedimientos irregulares que este gobierno ha cometido en apenas cien días de gestión, rompen los récords históricos de gobiernos aún tan inexpertos como éste (Alejandro Toledo y Ollanta Humala no tenían ninguna experiencia de gobierno cuando llegaron al poder y no mostraron el rosario de barbaridades que esta administración derrocha).

Castillo juega aún con el viento a favor, con niveles de aprobación si bien decrecientes, todavía importantes (alrededor del 40% de la ciudadanía lo respalda), pero se avecina un año horroroso, donde se van a juntar todas las piezas del rompecabezas del descrédito: crisis sanitaria con la tercera ola, crisis económica con el bajonazo de las inversiones privadas, producto de las desastrosas declaraciones ideológicas del Presidente, crisis política con mayores fricciones entre el Ejecutivo y el Congreso, y crisis social, con conflictos desatados por su inercia natural, a los que se sumarán aquellos originados por las expectativas frustradas de un régimen que prometía un cambio que no se aprecia ni se va a apreciar.

Va a llegarse a un “momento destituyente”, donde la vacancia va a estar a flor de piel de la oposición congresal. Y si en esas circunstancias, por ejemplo, ocurriese algo semejante a lo que acaba de acontecer con los ascensos militares y la destitución irregular y caprichosa de los comandantes generales del Ejecito y de la Fuerza Aérea, lo más probable es que la ola vacadora sea indetenible (el caso se ha agravado con -hasta el momento de escribir esta columna- la permanencia insostenible de Walter Ayala, como titular de Defensa).

La vacancia no es una opción deseable. Lo correcto, en términos políticos y sociales, es que Castillo dure los cinco años. Va a ser, inevitablemente, un gobierno mediocre, sin mayores logros, y que llegará exhausto al final de su mandato, pero el pueblo lo eligió, se equivocó garrafalmente, y es bueno que el país aprenda democráticamente lo que implica votar por la izquierda. Sería una gran lección histórica que una vacancia descartaría y nos asomaría, más bien, al riesgo de que en el futuro vuelva a aparecer triunfal una opción de este perfil.

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Crisis política, crisis social, Democracia, Presidente Castillo, Vacancia

Estimado lector,

¿Ha experimentado usted alguno de los siguientes síntomas en el último año? Hartazgo de la política, discusiones y alejamiento de familiares y amigos a causa de las recientes elecciones, profunda e incontrolable necesidad de calificar a personas que piensan distinto a usted con la finalidad de reducir argumentos y opiniones a etiquetas.

Si se siente identificado con uno o más de estos síntomas, no se alarme, no esta solo, se trata del fenómeno de los extremos, del que viene siendo víctima el mundo. Este mal nos ha tomado por sorpresa a muchos, aunque no debió ser así: su desarrollo ha sido lento y calculado, a la espera de que nuestra sociedad le cediera espacio para avanzar. Cada noticia falsa que difundimos sin corroborar, cada vez que utilizamos un argumento ad hominem, cada vez que dejamos el diálogo respetuoso de lado, cada vez que permitimos insultos o insultamos a una persona por pensar distinto, le damos más espacio a los extremos.

Es una tarea difícil no caer en algunas de estas prácticas, especialmente en tiempos en los que volverse “experto” en una materia está a un click de distancia. Nuestras interacciones se vuelven espacios para demostrar por qué tengo razón, pues los iniciamos teniendo ya una conclusión, independientemente de los argumentos o evidencia que nos puedan ofrecer. El problema de ceder a esta tentación es que destruimos todos los puentes de diálogo que nos permiten enriquecernos, como personas y como sociedad. Nos perdemos de recibir información valiosa que aporte nuevas perspectivas.

Pero en el plano social la pérdida es más grave aún. La polarización nos ha alejado unos de otros, arrinconándonos en nuestro extremo, llevando cada acontecimiento a una batalla de “ellos” contra “nosotros”. ¿Qué clase de país podemos construir bajo esa perspectiva? ¿Cómo podemos llegar a acuerdos y consensos que nos permitan salir de la crisis política y sanitaria que enfrentamos? No hay diálogo que resista llamados a golpes de estado, a ignorar la Constitución, a la muerte de tal o cual líder, o a justificar las acciones irresponsables de una autoridad solo porque su ideología es afín a la mía y tampoco a adjetivos que buscan descalificar de entrada a cualquier interlocutor que se encuentre al otro lado de la mesa. 

Es urgente que busquemos un diálogo empático y respetuoso, en la política y fuera de ella, que tienda puentes para acercarnos con quienes alguna vez nos alejamos. Que las nuevas generaciones escuchemos de la experiencia de quienes vinieron antes que nosotros y aprendamos de aciertos y errores pasados, y que a su turno podamos compartir nuestros planes para el futuro del país. 

Madeleine Albright, diplomática de los Estados Unidos, rescató un extracto del testimonio de una persona que formó parte del régimen Nazi, en el que comenta “entonces, un día, cuando ya es demasiado tarde, te vienen a la cabeza todos tus principios, si alguna vez los tuviste. La carga del autoengaño ha crecido hasta hacerse demasiado pesada, y un incidente sin importancia hace que todo se venga debajo de repente; y entonces ves que todo, absolutamente todo, ha cambiado, y que lo ha hecho delante de tus narices.” 

La forma de hacer política está cambiando drásticamente. De cada uno de nosotros depende si dejamos pasar las señales de extremismo al que estamos encaminados o retomamos los puentes que nos acerquen para construir democracia juntos. 

 

 Atentamente, una tibia.

 

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Crisis política, Democracia, Política

El Perú pasa por uno de sus periodos más largos de vida democrática desde su independencia. Son aproximadamente 20 años que contamos con un régimen que ha asegurado -con aciertos y errores- crecimiento económico, libertades políticas y civiles y una gobernabilidad que nos ha permitido entrar en consensos razonables.

¿Pero qué pasa cuando el régimen democrático se asienta sobre una precaria oferta política y un magro sentido de ciudadanía? Pues ese es el quid de asunto desde hace 20 años. No hemos logrado consolidar una madurez política (léase entendimiento político) que nos permita hablar de las grandes reformas que necesita el Perú en el corto, mediano y largo plazo. Hemos podido apreciar que nuestra política doméstica está permanentemente enfrascada en rivalidades canibalescas -casi tribales- en la que los puentes de diálogo funcionan cuando ya estamos al borde de una destrucción de uno y otro lado del espectro político.

En la academia se tiene como premisa que las instituciones, entendidas como reglas juego, modelan comportamientos de los actores políticos y sociales. Esas reglas de juego generan confianza -según la teoría- dado que otorgan certezas en la clase política y en la ciudadanía. Así lo pudimos apreciar -por ejemplo- en España cuando pasaron de un sistema bipartidista a uno multipartidista. Aprendieron los políticos españoles a entrar en consenso con más actores en el nuevo escenario político y los ciudadanos identificaron nuevas opciones organizativas en la que militar y simpatizar.

Algo similar podemos apreciar también en el Perú, pasamos -por estos últimos años- por ciertos retos sobre el que tenemos que hablar: como los alcances y límites de nuestro régimen semipresidencialista. En un libro que escribí hace algunos años considero la posibilidad de hablar de algunos candados que nos permitan asegurar reglas de juego claras sin estar preocupados por su quiebre.

En el país, es necesario poner en el debate público reformas que reimpulsen la gobernabilidad democrática en la que el ejecutivo no manipule las leyes o la cuestión de confianza para disolver el Congreso y en la que el legislativo no manipule las leyes para vacar presidentes.

Por otro lado, es importante entrar también en un consenso razonable -vía los espacios de diálogos pertinentes- sobre las reformas que se necesita hacer a la Constitución Política más no su recambio total. Hemos sido testigos que los líderes populistas, usando discursos de cambios constitucionales, no han hecho otra cosa que intentar la permanencia en el Estado por largos periodos de tiempo, manipulando elecciones, sino miremos lo que pasó en Venezuela y Bolivia. Y hemos sido testigos también que países avanzados y del primer mundo con estabilidad constitucional en el tiempo les ha permitido crecer económica e institucionalmente.

El Perú necesita hablar de estas reformas -entre otras- que nos permita reencauzar las reglas de juego para que se reestablezca la confianza tan dinamita por estos tiempos. Dentro de la oferta política, hay actores políticos que pueden acotar el debate y llevarlas a la opinión pública. Es lo que exige la razonabilidad que todavía podemos apreciar que hay en nuestro país.

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Democracia, Gobierno

Hoy vemos en Cuba las protestas más masivas de los últimos 30 años, en las cuales el pueblo cubano exige libertad, y el fin de un régimen cuya crisis económica se ha recrudecido con la pandemia y la falta de turismo. Lo que no vemos, sin embargo, hasta el momento en el cual se escribió este artículo, es a muchas de las voces de izquierda en el Perú que han exigido democracia en el último proceso electoral, y apoyado protestas ciudadanas contra gobiernos conservadores, condenar este régimen dictatorial, y apoyar al pueblo cubano.

Como ya hemos comentado anteriormente en esta columna, esto no es algo exclusivo de nuestra izquierda. Mientras esta condena al fujimorismo, pero escuda el fracaso del modelo cubano con “los bloqueos de Estados Unidos”, parte de la derecha peruana, que hoy condena al régimen cubano, también justificó en su momento y hasta apoyó el accionar de Trump cuando este invocó a sus seguidores a tomar el capitolio. Incluso no emiten crítica alguna a la nefasta gestión de la pandemia de Bolsonaro en Brasil, y pasan por alto o apoyan las intenciones de diversos sectores que llaman a desconocer los resultados de las elecciones peruanas.

Tal parece que, para ambas caras de la moneda, la dictadura solo es dictadura cuando viene del lado del espectro ideológico que no les gusta.

En Cuba no hay democracia. Hay que decirlo fuerte y claro. Hace más de 60 años que entró al poder un gobierno autoritario que ha restringido todas las libertades. Cuba es el tercer país con menor libertad económica del mundo (puesto 176 de 178 países), se encuentra entre los 10 países del globo con menor libertad de prensa, y en los índices de libertad humana, Cuba es considerado como “no libre”. Además, cuenta con un régimen político unipartidario.  Como si esto fuera poco, la crisis económica es devastadora: el 64% de los cubanos viven con menos de 1.11 USD al día y el 90% de la población vive bajo el umbral de la pobreza.

El gobierno cubano ya declaró que “defenderá la revolución al precio que sea”. ¿Dónde está la izquierda democrática peruana? Este es el momento para que se separen de esta dictadura con todas sus letras, y la condenen al igual que condenan el autoritarismo cuando viene de la derecha. Los esperamos.

Fuentes: Índice de libertad económica de Heritage, Observatorio Cubano de Derechos Humanos (OCDH).

*Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad del autor y pueden no coincidir con las de las organizaciones a las cuales pertenece.

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Cuba, Democracia, Izquierda

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