Democracia

Dina Boluarte tiene que ser muy enérgica y a la vez serena respecto de lo que se viene. No es broma. No es una protesta social normal. Hay una lógica desestabilizadora y política detrás de la ciudadanía que, más allá del pliego de reclamos, se suma a la protesta porque acumula décadas de resentimiento frente a las políticas públicas del Estado peruano.

Hay que desactivar con inteligencia política el nuevo golpe que el castillismo y sus cómplices en la izquierda quieren perpetrar contra la democracia. Porque esta es una protesta golpista y antidemocrática, por más razones sociológicas que, en muchos casos, pueda haber detrás.

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Democracia, Gobierno peruano, Izquierda, Pedro Castillo

Y digo transitorias porque la crisis que tenemos de nuestro aparato político es estructural. Pululan por nuestra “clase” política novatos que buscan del ejercicio gubernamental el enriquecimiento fácil sin lealtad alguna y con agendas individuales más que de partidos. Con ese esquema, que viene desde los años noventa, es que el Perú ha ido trabajando políticamente. 

Hasta el 2017 había cierto consenso de no abrir la caja de pandora de la vacancia, pero después de la renuncia de PPK y las posteriores vacancias de Vizcarra y Pedro Castillo, el Perú ha entrado en una espiral de crisis continua que lo único que generará, si es que no se toma las medidas pertinentes, es la pulverización de la política en general. Llevamos, con aciertos y errores, 22 años de democracia. Un régimen político joven que necesita afianzarse a pesar de políticos inexpertos y novatos. 

Volvamos a pensar en los grandes pactos necesarios para darle un nuevo reimpulso al régimen democrático. Es lo que necesitamos. La opinión pública, en ese objetivo, juega un rol protagónico.

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Adelanto de elecciones, Democracia, Dina Boluarte, reformas políticas, transición

Insisto, asimismo, en que los partidos políticos deben tener una narrativa que trascienda la plaza pública. Para ello, es imprescindible su participación mediática a través de programas que conecten el internet con la televisión. En estos tiempos, política y medios no pueden ir por separado o que estos últimos sean sustitutos partidarios.

Así, entre otras medidas, se puede reconstruir la legitimidad y confianza de las instituciones políticas en nuestra joven democracia.

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confianza, Democracia, impolítica, Partidos políticos

La matanza de Lucanamarca, 3 de abril de 1983, en Ayacucho. Ocurrió durante la madrugada, cuando un grupo subversivo ingresó a la comunidad y asesinó, con armas de fuego y machetes, a 69 personas, entre adultos y niños. Esta masacre fue una venganza ordenada por la cúpula de Sendero Luminoso, pues los pobladores habían ejecutado a uno de ellos. La matanza se detuvo porque un menor subió a la torre de la iglesia local y gritó que las fuerzas policiales y armadas se acercaban. Los cuerpos fueron enterrados en fosas comunes.

21 de mayo de 1983: asesinato en Cancha Cancha, Ayacucho. Más de 100 militantes de Sendero Luminoso ingresaron a este centro poblado profiriendo gritos alusivos a la “lucha armada”. Sin embargo, tuvieron que replegarse tras apreciar que eran superados en número por la población. En tales circunstancias, los senderistas tomaron la plaza principal de la comunidad y prendieron fuego a las viviendas. Producto del enfrentamiento, el ciudadano Modesto Conde Roca fue asesinado.

Agosto de 1985. Entre 30 y 35 senderistas intentaron ingresar a la localidad de Marcas, en Huancavelica, aprovechando el desplazamiento de un rebaño de ovejas para pasar desapercibidos. Los vigías lograron avisar a la comunidad de la presencia de los subversivos, pero fueron abatidos.

20 de abril de 1988. Una facción senderista masacró a un grupo de comuneros de la comunidad de Aranhuay, en el distrito de Santillana, provincia de Huanta, en Ayacucho. Los terroristas se vistieron con trajes militares.

Febrero de 1991. Masacre en la comunidad de Ccano, en Ayacucho. Murieron 36 personas que participaban en un culto de la Iglesia Evangélica Pentecostal de la comunidad.

Esta reflexión de Hannah Arendt: “No hay pensamientos peligrosos, pensar en sí mismo es peligroso”, claramente establece que tenemos que estar siempre informados, analizando la realidad y aprendiendo. Los defensores de la democracia fuimos todos los que sobrevivimos entre escasez y violencia, para en 2022 poder contarte a ti Manuela lo que pasó. Seguir siendo defensores se vincula a estar informados, recordar, difundir sobre el nacimiento y existencia de los dos grupos terroristas más violentos de nuestra historia, para que así no caiga en el olvido la muerte de tantos peruanos.

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Democracia

Salvo un pequeño esfuerzo de tres o cuatro personajes de la oposición -y que no se entiende por qué se maneja con tanta reserva-, no hay mayor tratativa para consolidar que en las próximas elecciones haya, a lo sumo, una o dos candidaturas de derecha y una o dos de centro. Y no más, no las 27 (¡así como lo lee!) que hoy existen y siguen su curso particular, sin intenciones de unir voluntades.

Las fuerzas democráticas de oposición no pueden guardar perfil bajo ni contener protagonismos en momentos como los actuales. El desánimo conduce a una situación en la cual los extremos radicales saldrán beneficiados en una coyuntura electoral venidera. Ese es el riesgo del colapso estatal que está perpetrando Castillo y la aparente resignación que se aprecia en la clase política y en la ciudadanía.

Hay que activar, por ello, todos los recursos disponibles para que políticos dinámicos y protagónicos generen expectativas ciudadanas que movilicen desde ya ánimos y voluntades. El Perú no puede caer, en el futuro, prisionero del fuego incendiario por culpa de la apatía o la desesperanza que producen un gobierno y un Congreso terriblemente mediocres.

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Democracia, Encuesta IEP, Pedro Castillo

La posibilidad de poder decidir adecuadamente sobre nuestra vida y sobre nuestro cuerpo es un derecho elemental. Quizá en el Perú existan personas que prefieran que sean otros que tomen decisiones, pero para el resto del mundo eso se llama sometimiento y sólo ocurre cuando hablamos de gobiernos religiosos fundamentalistas. No de una república democrática como supuestamente somos, que debiera estar comprometida con el derecho a nuestra libertad.

Pero no es sólo eso, se puede entender que un conjunto de congresistas (dentro del cual las mujeres coautoras han recibido una mala o ninguna formación de educación superior a diferencia de los coautores hombres)  presente un proyecto de Ley de este tipo, pero que la Comisión de Mujer “y Familia” apruebe un dictamen de estas características, sin mayor base legal que proyectos de Ley anteriores basados en sus creencias religiosas, nos lleva a pensar que hay algo detrás más profundo que una mera agenda, que hay unas ganas de mostrarle al país que son capaces de fomentar que nuestras niñas crezcan sometidas, con el control de su cuerpecito sometido al placer y al poder de sus familiares. 

Es el horror. Y para colmo, lo celebran sus seguidores fundamentalistas mediante una marcha por las calles. ¿En qué clase de sociedad nos estamos convirtiendo? ¿Realmente queremos eso? ¿Qué daño nos han hecho nuestras niñas para que les demos la espalda con tamaña crueldad? ¿Por qué las mujeres no podremos decidir sobre si queremos morir o seguir viviendo? ¡Qué clase de vida dicen que debemos celebrar! 

Que se enteren todas las mujeres del Perú del daño que nos quieren infligir, porque nosotras no vamos a dejar que nos dañen a nuestras niñas ni que dejemos de decidir sobre nuestros cuerpos. Ni un paso más a ninguna crueldad.

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Democracia, Perú

Por ejemplo, esto viene sucediendo actualmente en torno al tema de la seguridad, de las políticas sociales y de la ejecución del presupuesto público en el marco de la descentralización. Actúan coyunturalmente, pero no es que se haya perdido el interés en los asuntos públicos, sino que se ha modificado la participación política en torno a lo político.

 

 

 

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Democracia, Gobierno

Las últimas semanas he referido el fenómeno global de la radicalización de derechas populistas-autoritarias e izquierdas culturales. Una amalgama de circunstancias, desde el advenimiento de la segunda década del nuevo milenio, logró desplazar a la democracia liberal, con sus propias izquierdas y derechas, del centro de la discusión pública y de su otrora zona de confort. Paulatinamente, el debate político y cultural se trasladó desde los medios de comunicación a las redes sociales, espacio sin duda horizontal pero carente de filtro y mediación, donde no fue difícil que posiciones extremistas se apropiasen de todo el espectro.

De esta manera, la izquierda cultural estableció la cultura de la cancelación, destinada a pulverizar en redes a todo aquel artista, escritor, personaje público o lo que fuere que se saliese de los márgenes de lo “políticamente correcto”. Fue así como diversas personalidades sufrieron escraches y linchamientos públicos por opiniones mal dichas, mal interpretadas, o sencillamente, discordantes. La misma suerte han corrido autores de otros tiempos, que ya no están aquí para defenderse, así como las estatuas de personajes del pasado cuyos escritos o prácticas, normalizados en los tiempos en que vivieron, no resultan aceptables el día de hoy.

Un caso emblemático fue el retiro de las plataformas de HBO de la cinta “Lo que el viento se llevó”, producida en la década de 1930 y ganadora de varios premios Oscar, por sus contenidos y diálogos que hoy podrían considerarse racistas. HBO, con criterio, decidió reponer la película con un disclaimer que contiene una explicación del contexto histórico y una denuncia explícita del racismo, lo que parece ser una buena alternativa para no asesinar el pasado desde el presente, como en un lúgubre ministerio orwelliano.

En el otro extremo, los sectores conservadores dejaron de sentirse seguros en el marco de la democracia y los derechos fundamentales, transgredidos impune y corrientemente por vanguardias instaladas en las redes sociales que marcaban tendencias mucho más que los medios de comunicación tradicionales. Estos últimos, acorralados, comenzaron paulatinamente a acomodarse a las nuevas formas difundidas en las redes para asegurarse vigencia y audiencia. 

Entonces el apego a la tradición surgió como respuesta, y no solo el apego a la tradición, sino una explosiva amalgama de expresiones sociopolíticas e ideológicas que abarcan desde nacionalismos extremos, xenofobia, posturas antinmigración, posiciones anti LGTBIQ+, misoginia, esencialismos de todo tipo, integrismos de todo tipo, identitarismos étnicos y un largo etc. ¿Qué tienen en común todos estos grupos bastante bien distribuidos a nivel mundial? Su rasgo distintivo: son conservadores, no quieren el matrimonio igualitario, coquetean abiertamente con el autoritarismo, mientras que la democracia, y siglos de construcción de una sociabilidad basada en derechos igualitarios que giran a su alrededor, les interesan muy poco.  

Entre estas dos posiciones, que hoy han abarcado casi todo el espectro del debate político, se ubica el centro liberal, democrático, con sus izquierdas y derechas sistémicas, y al que no le faltan representantes que se ufanan de presentarse a si mismos como centro moderado que es donde radica la razón de su estruendoso fracaso al amanecer de la tercera década del tercer milenio. No se puede proceder “socráticamente” cuando el debate político genera sus contenidos en el infierno de las redes sociales, no se puede seguir pensando la democracia como un ágora de ciudadanos togados que escuchan admirados a Pericles o Damocles lucirse en el ágora ateniense para luego escribir su voto en un óstracon. 

La democracia, sus principios, sus instituciones ameritan ser defendidas a gritos e invectivas en las redes sociales para, en primer lugar, generar un público dispuesto a defenderlas tal y como lo tienen los dos extremos que he referido en estas líneas. La democracia es también política y en la política es irreversible, es la derrota autocumplida, ceder el espacio al contrincante, y, hoy, ese espacio son las redes. 

Debe comprenderse que las redes sociales representan un escenario no solo en tanto que lugar virtual donde se genera la opinión, sino en tanto que lenguaje común que moviliza a los ciudadanos. Ese lenguaje hoy se expresa en voz alta, de maneja simple, tenaz, binaria, buscando llevar al público a una respuesta obvia, previamente concebida.

Es posible que se señale que una apuesta así, desde posturas demócratas y centristas, significaría su desnaturalización e implicaría convertirse en lo que se combate, que un centro democrático debería ser, ante todo, docente y versado. Grave error, la política del siglo XXI consiste en ganar la calle y la calle se gana desde las redes para una vez desde allí apuntar hacia el poder y aplicar los ideales a través del gobierno y el control del Estado. Lo que no puede hacerse es luchar una guerra sin armas con el enemigo armado hasta los dientes y cuya orden directa es la destrucción de la democracia en cuanto se cuente con el equilibrio estratégico para hacerlo.

Tras 200 años de vida republicana, el Perú no cuenta ni siquiera con la clase política mínima para iniciar un auténtico proyecto republicano, de igualdad, de justicia social, de integración sociocultural y de desarrollo económico. Los enemigos de este proyecto han estado siempre un paso adelante y ahora, conforme a los tiempos, muestran abiertamente sus posiciones, combinadas con mensajes que buscan polarizar sembrando el miedo y la confusión. Crear una república del siglo XXI es luchar por ella bajo las formas, los medios y el lenguaje del siglo XXI. De lo contrario, la batalla está perdida de antemano.  

 

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Centro, ciudadanos, Democracia, política peruana

Desde la caída del muro de Berlín y desde el Congreso de Huampaní, si hay algo que ha caracterizado a la izquierda peruana, o mejor dicho a la izquierda limeña, es hacer política en torno a caudillos de cualquier tendencia política y no a instituciones perdurables en el tiempo. Allí tenemos el apoyo a diversos personajes polémicos como: Alejandro Toledo, Ollanta Humala, Susana Villarán, Pedro Pablo Kuczynski, Martin Vizcarra y, ahora, a Pedro Castillo y no a construir partido que sostenga un proyecto político. Algo que les ha costado, y les sigue costando.

En teoría política se afirma que el grado de institucionalidad de una organización pasa no negar la existencia de tendencias al interno. Si las tendencias se convierten en facciones pues el partido político se debilita, generándose una ruptura. ¿Cómo surge Nuevo Perú? Dicha organización surge después de la ruptura del Frente Amplio, mejor dicho, surge después de las disputas entorno a Verónika Mendoza y el padre Marco Arana, que pudieron canalizar sus diferencias pero no lo hicieron, entorno a su desempeño como bancada en el Congreso de la República el año 2016 (año en el que obtuvieron 20 congresistas). 

No los unía ideas, los unía cuotas de poder. Efectivamente, eso podemos ver también en su actual alianza con Pedro Castillo. Desde la asunción al gobierno, el entorno de Pedro Castillo no ha estado exento de denuncias públicas (léase denuncias por vínculos con Movadef, brazo político de Sendero luminoso; denuncias por vínculos con el narcotráfico y por tráfico de influencias, entre otros). A pesar de ello, los miembros de Nuevo Perú en el gabinete ministerial no han mostrado disidencia alguna; por el contrario, han mostrado un apoyo reiterado, haciéndonos notar públicamente que importa más el sueldo y el cargo que las ideas que persiguen. 

Así, Nuevo Perú y Verónika Mendoza se alejan de toda proyección que generaban hasta entonces: la de ser moderados, la de haber aprendido de sus errores estatistas y la de querer construir institucionalidad. Con el apoyo a Pedro Castillo, dada la situación en la que se encuentra producto de corruptelas a su alrededor, Nuevo Perú pierde la oportunidad de lograr una llegada a la presidencia por un buen y largo tiempo. 

La trágica historia de finales de siglo XX se vuelve a repetir, por no lograr aprender de ella y avanzar hacia una socialdemocracia como lo hicieron partidos que tuvieron su mismo origen, no han logrado y no logran proyectar una imagen de modernidad. 

 

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Congreso de Huampaní, Democracia, Nuevo Perú, S.XX, Verónika Mendoza
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