Cuarto, hay que desarrollar la capacidad de lo que se ve y lo que no se ve. En los años ochenta nos vendieron la idea del control de precios. Lo que se ve es que íbamos a pagar menos por cada bien y/o servicio esencial. Lo que no se vio fue que a un precio controlado no habría incentivos para producir. Como todo cuesta, si se obliga a vender a un precio determinado, que en apariencia sea justo (con la dificultad enorme de definir qué se entiende por justo), lo más probable es que ese producto desaparezca de los mercados. Es historia vieja.
Quinto, siempre basar las afirmaciones que hagamos en evidencia empírica. De lo contrario, son solo una opinión. Los datos son claves para diseñar programas de política pública. En estos días, ante la frustración de muchos, abundan en redes sociales las opiniones sin ningún respaldo en información. No está mal que sea así, pero entonces que se diga que es una opinión, pero no un hecho.
Sexto, ver los efectos inmediatos y posteriores de cualquier política. No ver estos últimos es muy dañino.
Séptimo, nadie cuida lo que no es suyo. Esto significa que es más fácil decir qué deben hacer los demás o qué debería hacerse con el dinero que no es nuestro. Primero, preguntarnos a nosotros mismos: si fuera nuestro dinero, ¿qué haríamos?
Por último, hay que distinguir lo que es de lo que debería ser. Positivo versus normativo. En lo que es no hay discusión, pues se trata de un hecho, más allá de que nos guste o no. Lo normativo es nuestra opinión sobre el hecho, que siempre debe estar basada en evidencia empírica. La economía no es una creencia, ni un acto de fe; por eso los fanatismos no funcionan. La economía es una ciencia.
Tags:
Economía