«Cuando el hombre trabaja, Dios lo respeta. Pero cuando el hombre canta, Dios lo ama». Es una frase del célebre escritor indio Rabindranath Tagore (Premio Nobel de Literatura en 1913), que solía repetir Facundo Cabral, el entrañable trovador argentino, -y que levantaría las iras (no tan) santas de las seguidoras de Mayra Couto, quienes mandarían quemar, apoyadas por la simplonería dominante de las masas modernas, a Tagore, a Cabral y a Dios, en cualquiera de sus formas, por no haber usado para tan sensible adagio el absurdo “lenguaje inclusivo” que, según sus defensores, será la salvación para la mujer y la comunidad LGTBI. Una total falacia, por cierto, más falsa que promesa de campaña presidencial.

De hecho, Cabral debe haber sido el cantautor en español que más ha hablado de Dios, Jesús, la Biblia y la religión, sin aburrir a su auditorio. Había en su voz, en lo rotundo de sus reflexiones y lo austero de su imagen, una autenticidad más convincente que las cantaletas de autoayuda, repetitivas y casi marketeras de megaestrellas del pop evangélico como Jesús Adrián Romero o Marcos Witt.

Como continuación de una larga tradición histórica, que se remonta al uso litúrgico de composiciones corales en el siglo XI -los cantos gregorianos, que fueron reintroducidos al gusto popular, en los años noventa, por unos alemanes que se hacían llamar Enigma-, o a los oratorios sacros de Johann Sebastian Bach (La pasión según San Mateo, 1727) y George Friedrich Haendel (El Mesías, 1741), la religión también encontró su camino en las expresiones musicales populares y contemporáneas, en especial a partir de la década de los setenta, con la psicodelia y sus mensajes universales (paz, amor, libertad) como fondo perfecto para aludir a la vida de Jesucristo y conectarla con sus propios idearios sociales y artísticos.

El ejemplo definitivo de esto, por supuesto, es Jesus Christ Superstar, la transgresora ópera-rock que llevó a la fama al británico Andrew Lloyd Webber en 1970 con una producción que fue polémica y exitosa a la vez, en el siempre exigente circuito teatral de Broadway. Ambientada en Jerusalén, esta pieza de pop-rock psicodélico y orquestal fue, hasta hace unos años, muy popular entre los jóvenes que la representaban, de forma entusiasta, en grupos parroquiales durante la Semana Santa.

En estos tiempos dominados por el reggaetón balbuceante y las oligofrénicas coreografías del tándem Instagram/TikTok, es difícil pensar en adolescentes jugando –y aprendiendo, al mismo tiempo- a ser Jesús y María Magdalena, papeles que, en su momento, fueron interpretados por el vocalista de Deep Purple, Ian Gillan; e Yvonne Elliman, conocida por su exitazo disco If I can’t have you, composición de los Bee Gees. O por Camilo Sesto y Ángela Carrasco en la espectacular adaptación al español estrenada en 1975.

En 1971 apareció Godspell, con música del prestigioso compositor Stephen Schwartz –autor también de Wicked, uno de los musicales más taquilleros de la historia reciente de Broadway. Esta obra voltea aun más la historia de los Evangelios y la ubica en lugares emblemáticos vacíos de New York, con una troupé de personajes imaginarios que alternan con los bíblicos y que más parecen una mancha de hippies, vestidos de clauns, preparándose para ir al Festival de Woodstock. Aunque en su momento fue tan popular como Superstar, fue desapareciendo del imaginario colectivo hasta ser casi una obra de culto, solo para conocedores. Canciones como Day by day y Finale resumen el espíritu psicodélico combinado con esa aura cósmica de la plegaria musicalizada. Tanto Jesus Christ Superstar como Godspell tuvieron excelentes versiones cinematográficas, estrenadas una después de la otra en 1973.

Por esa misma época, en 1970-1971, el cantautor brasileño Roberto Carlos lanzó el single Jesús Cristo. La canción, tanto en español como en portugués, se convirtió en uno de los temas más conocidos del famoso baladista carioca. Mientras tanto, en Argentina, el cuarteto de hard-rock Vox Dei estrenó en 1972 una obra conceptual titulada La Biblia, de sonido rugoso y pesado. Este LP, el segundo del grupo, es considerado como un trabajo fundamental del rock en nuestro idioma. Aunque hoy prácticamente nadie sabe de su existencia, tuvo un ligero renacer en 1996, cuando Soda Stereo incluyó Génesis, tema que abre aquel disco, en su álbum en vivo Comfort y música para volar.

De manera gradual y casi imperceptible, la relación música popular-religión se fue diluyendo en cuanto a la aparición de obras conceptuales y grandilocuentes como las mencionadas. Lo que ocurrió, en cambio, fue la consolidación de la industria del pop-rock y las baladas evangelizadoras –tanto en inglés como en español, paralela a otros estilos. Tanto así que los Premios Grammy tienen, desde el 2015, una categoría para “Música Cristiana Contemporánea”, en la que participan tanto cultores del gospel tradicional como artistas de esta onda de nuevas alabanzas musicales.

Por otro lado, en el siempre cambiante mundo del pop-rock anglosajón, varios artistas no necesariamente relacionados a la religiosidad –aunque sí a diversos niveles de espiritualidad libre- han usado la figura de la vida pública de Jesús como metáfora para mensajes más mundanos. Podemos mencionar, entre otros, a bandas y solistas como Tom Waits (Jesus gonna be here, 1992), Depeche Mode (Personal Jesus, 1989), The Flaming Lips (Shine on sweet Jesus, 1990), Bruce Springsteen (Jesus was an only son, 2004), Manassas (Jesus gave love away for free, 1972), ZZ Top (Jesus just left Chicago, 1973), Soundgarden (Jesus Christ pose, 1991) o Queen (Jesus, 1973).

De estos temas, quizás el más representativo sea Jesus is just alright, un gospel de 1966 que la banda de blues-rock The Doobie Brothers incluyó en su segundo disco, Toulouse Street (1972) y fue uno de sus grandes éxitos. En nuestro idioma, Cómo no creer en Dios (1977), del portorriqueño Wilkins o las salsas de Héctor Lavoe e Ismael Rivera Todopoderoso o El Nazareno (ambas de 1974) usan también la fe como tema central. Y si hablamos de salseros cristianos, no podemos dejar de mencionar a Richie Ray y Bobby Cruz, que dieron un giro a las letras de sus clásicas descargas para entregarlas al Señor, y así redimirse de una vida azarosa asociada a la adicción y el desenfreno. Los fariseos (1982) y Nabucodonosor (1983) son dos de sus éxitos en esa línea ecuménica.

En lo relacionado a bandas sonoras, hay tres particularmente notables: Jesús de Nazareth (1977), La última tentación de Cristo (1989) y La pasión de Cristo (2004). Sus compositores -Maurice Jarre, Peter Gabriel y John Debney- construyeron estremecedoras piezas que funcionan, en sí mismas, como desafiantes experiencias sonoras. Por su parte, Miklós Rósza y Elmer Bernstein escribieron extensas partituras sinfónicas para dos clásicos que todos veremos, de nuevo, en la televisión este fin de semana: Ben-Hur y Los diez mandamientos, ambas de 1959. Para incomodar al establishment del clero, nadie mejor que el sexteto de humoristas británicos Monty Python, que cierran su hilarante Vida de Brian (1979) con el silbido optimista de Always look on the bright side of life, cantada por decenas de agonizantes crucificados. Una escena inolvidable.

Pero si de novedades se trata, en el 2019 apareció Jesus Christ The Exorcist, una suite interpretada por ensamble de rock, orquesta y coros. El compositor de esta obra inspirada en Jesus Christ Superstar es el experimentado y prolífico multi-instrumentista norteamericano Neal Morse, un “cristiano renacido”. Con un elenco de estrellas del prog-rock moderno, es un contundente testimonio de la fe de su autor, muy conocido entre los fans de este estilo por su trabajo con Spock’s Beard, Transatlantic o The Neal Morse Band. Aunque es difícil que se convierta en un clásico dadas las condiciones actuales de la industria musical, se trata de una opción estimable si quieren escuchar algo distinto esta Semana Santa.

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Facundo Cabral, Música

Ha cumplido 75 años, pero cuando responde a las preguntas lo hace agitadamente, de manera dubitativa. Sus respuestas son inseguras, nerviosas, en busca siempre de una expresión más exacta que resta elusiva. Acostumbrado a corregir sus textos hasta la extenuación, Patrick Modiano sufre para concluir las frases, tal como el adolescente que escribía sus primeras cuartillas a los 18 años, y que extravió en algún resquicio de esa vida trashumante, entre la provincia francesa y el París de la década de los sesenta.

 

En varias entrevistas, realizadas en la biblioteca de su apartamento, en rue Bonaparte, en uno de los barrios más tradicionales de París, en el vecindario del mítico Jardín de Luxemburgo, explica el escritor que su dificultad con la expresión oral se debe por haber pertenecido a una generación de niños que no tenía derecho a participar en la conversación de los adultos, y que cuando se le permitía hablar debía hacerlo rápidamente antes de ser interrumpido.

 

A pesar de todo, es generoso y paciente cuando se le interroga una y otra vez por los orígenes de su vocación, sobre su primera novela, La plaza de la estrella, publicada en 1968, en la prestigiosa editorial Gallimard ─la misma que publica las traducciones de Vargas Llosa y otros escritores latinoamericanos─, y que le permitió simbólicamente poner fin a una infancia y juventud de necesidades materiales y aislamiento social. La escritura le otorga la posibilidad de compensar sus dolorosas perdidas familiares: la relación disfuncional de sus padres, la muerte de su hermano Rudy. Y alejarse de ciertas conductas extremas. Durante un periodo, después de haber vendido sus trajes, ─y para asegurar la subsistencia de él y su madre─ se dedicará a robar libros raros de bibliotecas públicas y privadas: una primera edición de En busca del tiempo perdido, ejemplares autografiados por autores famosos, muchos volúmenes de la lujosa colección de La Pléiade. Por esa misma época, su madre también roba bolsos de lujo en los almacenes de Paris.

 

Así, para Patrick Modiano la literatura es más que un refugio, es un verdadero acto de salvación. “A partir del momento en que comencé a escribir no volví a cometer latrocinios” cuenta el narrador en “Un pedigrí” (2005), texto impúdicamente autobiográfico en la que relata con implacable detalle el origen y la vida azarosa de sus padres previos a su nacimiento literario. La madre, nace en Amberes en 1918, hija de obreros, y aspirante a actriz, es lapidariamente retratada como una “chica bella y de corazón seco”, “un novio le había regalado un perro ─raza chow-chow─, pero nunca se ocupó de él, y lo confiaba a otras personas, como ella lo hará conmigo más tarde. Le chow-chow se suicidó lanzándose por una ventana. Lo he visto en algunas fotos y debo confesar que lo siento muy cercano”. Alberto, el padre ─de descendencia judía e italiana─, nacido en las afueras de París, en 1912, huérfano desde los cuatro años, transcurre su infancia en internados, y librado a si mismo desde los dieciséis, es un hombre de negocios, que conduce una inquietante existencia en la zona gris de dudosos negocios con extranjeros, a medio camino entre la especulación, el contrabando y el timo empresarial. Esas vidas grises, signadas por las necesidades de la guerra

 

Interrogado por su método de trabajo, Modiano habla de la dificultad de la escritura misma: no utiliza un ordenador o máquina de escribir. Necesita sentir el esfuerzo, la resistencia física de la escritura. No siempre trabaja en su biblioteca de paredes cubiertas de libros sin orden aparente, no usa papel o plumas especiales ─prefiero no tener rituales de escritura, se corrige─, por el riesgo que éstos se conviertan en un pretexto para no escribir. Trabaja por las mañanas, una o dos horas, luego la tensión y energía decaen. El escritor debe acometer la escritura con tensión, con urgencia, como el cirujano consciente de no tener mucho tiempo para completar la operación. Sus manuscritos están llenos de supresiones, tachaduras, correcciones. A diferencia del proceso creador de Marcel Proust, quien va añadiendo frases, párrafos y páginas a sus textos, las cuartillas de Modiano demuestran una penosa labor de supresión, de reducción, de búsqueda permanente no de la “palabra justa”, más bien de la idea, de la imagen inefable.

Apiladas en un rincón, varios tomos de las míticas guías telefónicas de París, es una edición de los años cincuenta. Son una herramienta fetiche del autor, y como en el caso del detective de “Calle de las tiendas oscuras” se le antojan irremplazables para poder avanzar en las investigaciones. “Sus páginas son recopilaciones de seres, cosas y mundos desaparecidos”. Así, los personajes de Modiano aparecen siempre con una dirección y número de teléfono. En sus novelas, las referencias a las calles, jirones y plazas de los diferentes barrios aparecen escrupulosamente documentados. En “Un Pedigrí”, el narrador explica esa obsesión por los datos registrales: “… Soy un perro que pretende tener un pedigrí. Mi madre y mi padre no estaban ligados a ningún medio bien definido. Dispersos, inciertos, debo esforzarme en encontrar alguna huella y algún punto de referencia en esas arenas movedizas, como cuando se trata de adivinar las letras medio borrosas en alguna partida de estado civil o en algún formulario administrativo.”

 

La larga lista de novelas ─una cuarentena de títulos, incluidas algunas piezas de teatro y libretos de cine─ han sido traducidas a treinta seis idiomas, y en 2014 le valieron el Premio Nobel de Literatura. Pero si se trata de una obra prolífica, los textos que la componen son breves, novelas de 200 páginas, en su mayoría se trata de historias de corte investigativo. En las cuales un gesto anodino, un saludo, una noticia en un periódico, una fotografía desvaída, un encuentro fortuito, en un café, se convierten en el punto de partida de una indagación que conduce al lector a un pasado oscuro e inquietante: tratar de desentrañar la identidad o el paradero de alguna persona teniendo como telón de fondo episodios de París ocupada por los Nazis durante la Segunda Guerra mundial.

 

Sin embargo, el resultado de esas investigaciones no es trascendental, las informaciones recabadas no resuelven misterio alguno, en la Calle de las tiendas oscuras, la agencia de detectives se dedica a obtener ─” información mundana” ─ para clientes de circunstancias, oscuros hombres de negocios. El detective, Guy Roland es un hombre que sufre de amnesia y que no conoce nada de su pasado real, durante una década ha habitado una nueva identidad, y por algún motivo se lanza a la reconstrucción de un pasado incierto e inquietante que no se sabe a quién pertenece. Un personaje más de la novela es la ciudad, los diferentes barrios parisinos, los cafés, las plazas y parques de una ciudad que aparece como testigo espectral de las miserias humanas a lo largo de los años.

 

En la mención oficial del Premio Nobel, se señalaba a Patrick Modiano como el Marcel Proust de la modernidad, el maestro de la memoria. Modiano afirmaba que ya no puede existir un Proust porque hemos perdido la certeza del pasado. Ante esa ausencia, los personajes de Modiano arrojan luces sobre nuestra propia capacidad de reflexionar, pensar y reinventar nuestra propia identidad.

 

Patrick Modiano, Calle de las tiendas oscuras, Anagrama, España, 2013, 240 páginas

Patrick Modiano, Un pedigrí, Anagrama, España, 2007, 144 páginas

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Jorge Yui, Patrick Modiano

La última encuesta de Datum -efectuada antes de los debates- es simulación (con cédula y urna) y en esa medida no es metodológicamente comparable al ciento por ciento con su propia encuesta anterior. Sin embargo, hay datos relevantes que cabe comentar en la comparativa.

Lescano (12.1%, -1.9): Ya se estaciona. La encuesta es predebate y a pesar de que no le fue mal (me parece que ganó anoche), la agresividad de Rafael Santos no le permitió lucirse. Es difícil que Mendoza, quien sigue complicada con el crecimiento de Pedro Castillo, lo llegue a alcanzar. Tendría que ocurrir un terremoto para que no pase a la jornada definitoria.

Fujimori (7.9%, -0.1): en lo suyo. Tranquila, sin perder la compostura. Ha internalizado a la perfección que no puede salirse un milímetro del guión. Muchos en la derecha, especialmente los lopezaliaguistas, ya empiezan a pensar que es mejor asegurarse que Keiko pase a la segunda vuelta y evitar así el temido escenario de una final Lescano-Mendoza.

Forsyth (7.4%, -0.6): también estacionado. Sorprende que no haya caído más, como se preveía. Es un mal candidato. Es probable que se mantenga allí, salvo que la teoría del voto perdido termine por afectarlo en el tramo final. No le fue bien en el debate. Entre Mendoza y Fujimori lo apabullaron.

López Aliaga (7.2%, -1.8): ya no solo se ha detenido sino que ha empezado a caer. Es producto de sus propios errores y necedades. Muchos de sus votantes ya empiezan a migrar a Fujimori o a De Soto. Su rol en el debate de anoche fue un papelón, sin atenuantes.

De Soto (6.5%, +1.5): sigue subiendo. En una de esas, dependiendo de la migración lopezaliaguista, termina alcanzando a Keiko Fujimori y pasa a la segunda vuelta. Pero le fue mal en el debate. Necesita a gritos media training intensivo y comités de asesoría permanente. Lo suyo es una cadena de errores, que hasta el momento, suertudo él, parecen no afectarlo.

Mendoza (5.7%, -0.3): estuvo solvente en el debate. Tiene varios topes: uno, el sector caviar que podría apoyarla está de capa caída y el poco que hay anida con Julio Guzmán, a pesar de su desgracia. Dos, el crecimiento de Castillo, que le arrancha votos de varias regiones claves y a quien tampoco le fue mal en el debate.

 

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Elecciones 2021, Juan Carlos Tafur, Keiko Fujimori

Al igual que las reuniones físicas, las digitales cansan y -si no se hace una adecuada estrategia- pueden generar pérdidas de tiempo para ejecutar lo planificado

 

 

Desde hace un año, todas las empresas han tenido que adaptarse a la coyuntura que nos ha traído el COVID-19. En muchos casos fue un proceso complicado ya que, aunque los equipos se han esforzado en cumplir metas, también se han visto afectados por el estrés y la falta de tiempo. Sin embargo, hay algunas formas de manejarlo que Pacífico Seguros, puede transmitir a aquellos que aún están batallando por superar esta etapa.

 

No más de 50 minutos: Al igual que las reuniones en persona, las virtuales también agotan, por ello también es ideal buscar eficiencias y tener una agenda clara a la hora de iniciarla y tener como meta no rebasar los 50 minutos en cada reunión.

 

Cada cita debe desarrollar temas puntuales, sin divagar ni entrar en distracciones. Debe ser planificada con tiempo y evitar -salvo urgencias- convocar a reuniones de último momento pues esto puede afectar el desarrollo del trabajo planificado durante el día.

 

Convocar a todos no es eficiente: Debido a lo fácil que es ahora agendar reuniones vía videollamadas, a veces convocamos a demasiadas personas, ya sea porque queremos que todos estén al tanto o para tener varios reemplazos por si acaso alguno falta. Sin embargo, no siempre es eficiente. Es mejor agendar a los necesarios, consultar si desean incluir a alguien en su reemplazo y tener un resumen preparado en caso alguien falte.

 

Equilibrio en la vida

 

La pandemia ha cambiado la forma en que todos trabajamos, nuestros horarios y cómo interactuamos con el mundo, comenta Carlos Ruiz, Gerente de GDH y Administración de Pacífico Seguros. Esto, recuerda, genera estrés por los diferentes aspectos de nuestras vidas que tenemos que manejar.

 

“Trabajar desde casa implica retos como atender las necesidades personales y de su familia mientras trabaja, a los que pueden sumarse problemas para concentrarse, sentirse mentalmente agotado o abrumado. Tener un orden y administrar mejor los tiempos es liberador”, asegura.

 

¿Qué recomienda para superar este problema?

 

Plazos claros para los entregables: Es posible que a veces no tengamos noción del tiempo cuando estamos en home office y terminemos trabajando horas adicionales para entregar algo que quizá se necesitaba en una semana. En estos casos es mejor tener claros los plazos de entrega -decirlos o preguntarlos-, así evitamos el desgaste mental de todos.

 

Programa el envío de tus correos: Si en alguna ocasión deseas avanzar con algunos pendientes fuera de horario laboral y necesitas mandar algunos correos, es mejor programarlos para que se envíen automáticamente al día siguiente, así no cortamos el descanso de los demás.

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Reuniones Zoom, Teletrabajo, Zoom

“El hecho de que uno haya consumido dos vasos de whisky no es para que esté ebrio». Así justificó Edwin Talavera Martínez su detención cuando la prensa arequipeña le pidió explicaciones una semana después del escándalo. La noche del 8 de noviembre del 2017, cuando el entonces alcalde del distrito arequipeño Mariano Melgar salía de una reunión a bordo de su vehículo, fue detenido por dos efectivos policiales. El dosaje etílico que le hicieron arrojó 1.2 gramos de alcohol en su sangre, más del doble del máximo permitido por ley, que es de 0.5.

Según el parte policial de su detención, los suboficiales se percataron de “un vehículo cuyo chofer hacía uso del teléfono celular, encontrándose con lunas polarizadas y realizando maniobras temerarias”. Al momento de la intervención, continúa el parte, Martínez presentaba “visibles síntomas de ebriedad”. Esta fue la razón por la que los suboficiales le pidieron sus papeles. Martínez presentó todos los documentos de rigor, excepto el más importante de todos: su licencia de conducir. Así fue como la ex autoridad municipal terminó en la comisaría de Miraflores, distrito vecino al de Mariano Melgar.

24 horas después, sin embargo, el alcalde salió libre. Martínez había decidido acogerse a un acuerdo de terminación anticipada en el que aceptó los cargos por el delito de peligro común y fue sentenciado a cumplir normas de conducta y pagar una reparación civil de 700 soles. La sacó barata. O quizá no. El autor del fallo, el juez Gino Valdivia Sorrentino, actualmente se encuentra cumpliendo una condena de 9 años por haber pedido una coima de S/. 3.000 a una persona acusada de parricidio en mayo del 2018.

El parte policial detalla el incidente que llevó a la comisaría al ex alcalde de Mariano Melgar.

No es lo único que llama la atención del accidente. El auto que conducía Martínez era propiedad de la empresa Distribuciones y Servicios San Gabriel, cuyo dueño es Juan Mendoza Sota, quien fue gerente municipal en la gestión previa a la de Martínez en Mariano Melgar. Mendoza tuvo que renunciar a su cargo luego de que la Contraloría lo encontrara responsable por aumentar de manera irregular las remuneraciones de funcionarios en el 2014.

Según reportes de la prensa local, Mendoza dijo no saber cómo llegó su vehículo a manos de Martínez. El ex gerente municipal explicó que le había prestado su carro a su hermano para su uso personal. Cuando este partió a Estados Unidos, apuntó el exfuncionario, no devolvió el vehículo. Desde entonces, el carro estuvo perdido hasta que apareció cuando detuvieron al candidato de Acción Popular. “No podía denunciar a mi hermano por el carro. Hubiera tenido problemas con su residencia en el extranjero”, manifestó Mendoza cuando le preguntaron porque no hizo ninguna denuncia por la pérdida del vehículo.

Pese a tener todos los ingredientes para una vacancia, el descontrolado Edwin Martínez salió airoso políticamente. Sin embargo, su historia de malas gestiones al volante no terminaría ahí. El récord del candidato por la región Arequipa incluye tres multas a su nombre. Todas graves. Una de ellas fue por no presentar su licencia el día de su intervención policial. Pero Martínez fue multado meses antes del incidente y después también.

En Islay, en las afueras de la ciudad de Arequipa, el exalcalde de Mariano Melgar fue multado por pasarse la luz roja de un semáforo. Esto ocurrió el 5 de enero del 2017. La otra infracción fue por estacionar su carro en una zona prohibida el 19 de enero del 2018, solo dos meses después de ser sentenciado por conducir en estado de ebriedad. Según la base de datos del Ministerio de Transportes y Comunicaciones, Martínez tiene su licencia retenida desde el 30 de septiembre del 2019.

Estos episodios al volante no fueron los únicos que marcaron su gestión municipal. El candidato pasó de las pistas al ring de box. En el 2018, Martínez fue denunciado por Alejandro Núñez Carpio, regidor de Mariano Melgar, por tirarle un puñetazo al rostro luego de una sesión del concejo municipal. En esa sesión Núñez le reclamó al entonces alcalde la presencia de su pareja sentimental –una mujer que el regidor aseguraba no era la esposa de Martínez– en las actividades municipales, incluyendo las comisiones de trabajo.

En la denuncia policial, Núñez agrega que “anteriormente recibió amenazas de muerte” del hoy candidato al Congreso por Acción Popular. La gresca se produjo el 27 de abril, curiosamente el cumpleaños de Martínez. La denuncia de Núñez fue registrada a las 9:00 a.m. de ese día. La versión del candidato es diferente. Según él, fue Núñez quien empezó la pelea.

Parte del anecdotario de Martínez incluye encadenarse al Palacio de Gobierno el 5 de septiembre del 2018, cuando le quedaba poco tiempo para dejar la alcaldía de Mariano Melgar. Era, según él, como un acto simbólico para exigir presupuesto para su comuna municipal. La Consulta de Ejecución de Gasto del Ministerio de Economía y Finanzas (MEF), sin embargo, revela que la gestión de Martínez solo invirtió el 38.6% del presupuesto del que disponía para el 2018. Así lo denunció el portal arequipeño El Búho por esos días.

Ni el incidente vehicular ni las peleas entre machos alfa frenaron su carrera política. De hecho, Martínez intentó postular a la alcaldía municipal provincial de Arequipa el 2019, pero fracasó en el intento. Ese mismo año, fue sentenciado por nombramiento ilegal del cargo. Ahora quiere su curul. Sudaca intentó contactarse con el candidato a través de su página oficial de Facebook para que pueda aclarar algunos puntos respecto a su carrera política. Sin embargo, al cierre de esta edición se limitó a dejarnos en visto. Quizá estaba manejando.

**Fotomontaje por Leyla López

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Acción Popular, Edwin Martínez Talavera
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