DANIEL PARODI

 El robo de la historia 

"¿Será Occidente el único ladrón de la historia? ¿o será que desde la escritura cuneiforme y los jeroglifos siempre hubo un vencedor que se situó en posición de imponer su narrativa sobre todas las demás?"

[El Corazón de las Tinieblas] Recién revisé, por generoso envío del amigo Fernando Bryce, el libro El robo de la historia, de Jack Goody. Ya tiene sus años, data de 2006. Pero lo encontré absolutamente polémico y sugerente en relación con estos tiempos contemporáneos de Donald Trump, la rivalidad sino-americana y la inteligencia artificial. 

Cada vez soy más el convencido de que los historiadores somos narradores de historias y poco más. Teorizamos claro, pero al final de cuentas contamos una historia, y la dinámica del poder influye en la redacción final, así como separa las memorias históricas dominantes de las subalternas. 

Luego, ¿será Occidente el ladrón singular y exclusivo de la historia? ¿o será que desde la escritura cuneiforme y los jeroglifos siempre hubo un vencedor que se situó en posición de imponer su narrativa sobre todas las demás? Además, se trae a colación el tema del conocimiento y se denuncia el monopolio Occidental de la epistemología ¿cómo negarlo? pero ¿podría ser de otro modo? 

En realidad, la respuesta es absolutamente afirmativa pero dependerá de la propia dinámica de la historia. Jack Goody denuncia una gran verdad: la Europa feudal fue periférica, tanto que sus caballeros andantes compraban sus armas en los grandes talleres de Córdoba, España. Los árabes tenían mejor tecnología por lo que señores y vasallos de toda Europa viajaban al califato ibérico a adquirir espadas, armaduras, cascos, yelmos, etc. Ese mundo árabe nos regaló el álgebra, Las mil y una noches, la Alhambra de Granada donde Felipe II, si mal no recuerdo,  mandó construir un ridículo castillete circular en medio, solo para mostrar que había reconquistado la península. Y del mismo modo impuso una narrativa a la medida de las nuevas circunstancias. ¿Alguna vez fue distinto?

El dominio Occidental no es viejo, es nuevo, no es desde Cristóbal Colón: la lucha con los árabes fue ardua hasta el siglo XVIII. El maquinismo del siglo XIX decidió el enfrentamiento. De allí vinieron Michelet, la Historia Universal de las cuatro eras que en realidad es historia de Europa. Pero ahora los asiáticos parecen dominar mejor la tecnología que encumbró a Occidente, que los propios occidentales. ¿Qué sucederá en cincuenta años? ¿cuál será la narrativa dominante? ¿de qué centro de poder provendrá? ¿será China acaso? ¿quién se convertirá en el nuevo ladrón de la historia?

El concepto de historicidad es clave para descifrar el jeroglifo. Si situamos el acontecer en un tiempo caracterizado por el cambio y la discontinuidad, difícilmente señalaremos buenos y malos. Nos volveremos relativistas y comprenderemos que lo más que podemos hacer es administrarnos lo mejor posible para no ser englutidos. Así como Corea o los tigres del Asia, pero bajo nuestras propias pautas culturales, cómo no. Pero nuestra eficacia depende de nosotros, no del imperio viejo o del que está por venir.

Parece casi triste reducirlo todo al concepto de eficacia pero parece lo mejor que podemos oponer a la historicidad y, aun así, nada nos garantiza no acabar en el estómago del nuevo pez grande que seguro arrasará con todo a su paso.  

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