España

[Migrante al paso] Quedé enamorado de San Sebastián; evidentemente, no del santo—aquél general romano valiente que dio su vida por defender a sus correligionarios perseguidos—sino de la encantadora ciudad española, situada en el País Vasco del norte. Podría vivir tranquilamente allí, y no es algo que pueda decir de muchos sitios. Eso sí, necesitaría un mayor presupuesto para mantenerme. El lujo y la riqueza en esta región se perciben desde el primer taxi en el que te subes. Junto con Bilbao, estas son las dos urbes más prósperas del país.

No entendía nada; hablan el misterioso euskera y están orgullosos de ello. Es fascinante. Una lengua aislada cuyo origen sigue siendo un enigma para historiadores y lingüistas. Mientras llegaba a mi alojamiento, el coche se detuvo de golpe, el taxista descendió apresurado y corrió hacia la acera. Una señora se había desmayado por el calor. Estas acciones contagian, e inmediatamente fui a ayudarlos. Fue una excelente primera impresión del lugar. En nuestras calles limeñas puede suceder cualquier cosa y ya está normalizada la indiferencia; nadie interviene porque están sometidos, convencidos de que no pueden hacer nada. En fin, me sentí afortunado de haber presenciado ese instante.

Lo primero que hice fue probar un clásico txuletón. En ese idioma, la “tx” se pronuncia como “ch”. Solo en Kobe, Japón, había degustado semejante manjar carnívoro. En teoría, es un platillo para dos; te muestran la ternera cruda para que les des el visto bueno antes. Yo pude solo. Cuando se trata de carne, soy un barril sin fondo. Ochocientos gramos de puro deleite.

Francisco Tafur 

Salí del mítico Bar Néstor, una taberna de estilo medieval con madera impregnada del aroma a aceitunas y pulpo frito, en dirección a la bahía. Caminando por la parte antigua de la ciudad, a la sombra de un monte con piedras dispersas coronado con el Castillo de la Mota del siglo XII—yo también me reí con el nombre—subí a visitarlo otro día, y por la empinada pendiente del Monte Urgull se podría decir que bajé todo el peso que me había dejado el txuletón. Al llegar a la ensenada, te recibe una extensa playa, en ese momento vacía, con un islote enorme al frente. Unos cuantos botes pesqueros rondan por la marea apacible.

Descendí por las escaleras del malecón, medias dentro de las zapatillas, calzado en mano y pantalón arremangado. La arena blanca estaba fría; me recosté cerca del mar y me fumé unos cigarros observando las gaviotas descender al agua. Me sentía dentro de un cuadro de Sorolla, aunque se tratase de otro mar del país ibérico. Experimentaba la misma calma que transmite una de sus obras. Genios del arte abundan en estas tierras. Me subí el pantalón y dejé que las pequeñas olas acariciaran mis pies de hobbit en idas y venidas. Resistía el frío característico del mar Cantábrico. Sumergido levemente, caminé hacia el otro extremo, hacia donde la espuma salpicaba al chocar con rocas afiladas del acantilado. La superficie suave y húmeda pasó a ser suelo pedregoso. Al final de la curva natural se encuentra, en perfecta armonía, el Peine del Viento, una escultura de hierro imperdible del renombrado Eduardo Chillida, nacido en San Sebastián.

En mis semanas viajando por el norte español, me detuve frente a la imponente catedral románica de Santiago de Compostela, en el sendero angosto que asciende hasta la cima de San Juan de Gaztelugatxe, en el histórico y conmovedor pueblo de Guernica; disfruté de una retrospectiva de Hilma af Klint dentro de la genialidad arquitectónica del Guggenheim en Bilbao. Aun así, desde el primer día supe que San Sebastián fue la joya de mi recorrido. Si hubiera estado en temporada de verano, habría disfrutado de la vida costera en la famosa Playa de la Concha, llamada así por su forma.

Francisco Tafur 

A pesar de ser pequeña, con apenas 180 mil habitantes, lo que aprendes recorriendo sus calles es inmenso. Escuchando a la gente en las esquinas y bares, se filtra en susurros la latente historia independentista del nacionalismo vasco. Dentro de su peculiar habla existe una cosmovisión separada del resto de España, un anhelo que se arrastra desde hace cinco siglos. La verdad es que, con la prosperidad que poseen, podrían lograrlo tranquilamente; más bien, es a la otra parte a la que le conviene que sigan formando parte del país. Así como encuentras belleza en cada rincón, también descubres resentimiento y conflicto. Está en nuestra naturaleza humana llenar todo territorio de incomodidades sociales y políticas.

Es de esos lugares que rebosan vitalidad; aún no pierde el alma de sus estructuras. La gente se ríe, habla a gritos, el Uber no existe y te obliga a volver al viejo hábito del taxi callejero. Los restaurantes te invitan a entrar, las tabernas te tientan con vinos y la gente es amable; el trato no tiene punto de comparación con Madrid y, menos, con Barcelona. Una ciudad que te regala sonrisas coquetas o tiernas es porque sus habitantes mantienen el orgullo y el honor de ser parte de una comunidad que funciona. No es un paraíso, pero sorprende con detalles ya no tan comunes.

Un personaje ronda entre mis esquemas, esbozos, relatos sin final. Sueño con él: una mente serena, con la inteligencia para conquistar el mundo; sin embargo, no desea hacerlo. Está ciego, y su escenario siempre era oscuro o nebuloso. Por fin encontré su lugar en San Sebastián; ahora tiene visión. Rodeado de arena cálida, se siente libre mientras observa las mismas gaviotas y aquellos botes que se logran ver moverse sutilmente entre los acantilados.

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[Migrante al paso] Dicen que si puedes comer solo en un restaurante, puedes hacerlo todo. Eso es falso. He estado en esa situación en múltiples ocasiones y estoy lejos de lograrlo todo. Lo suelo hacer con frecuencia en mis viajes. Algunas señoras te miran con lástima, como si implicara que estoy solo en la vida. Otros te observan con curiosidad, lo cual tiene sentido. Comer es exponerse, es como dormir; si lo haces en soledad, te vulneras aún más. Al principio, resulta incómodo. Pero poco a poco aprendes a disfrutar de los sabores y del entorno completamente nuevo: en una ciudad desconocida, en una mesa nunca antes vista, frente a paisajes que van desde ríos hasta vestigios arqueológicos. Placeres turísticos. De hecho, la última vez tenía ante mí un anfiteatro romano mientras tomaba una Coca-Cola y esperaba mi chuletón, en su punto justo.

El Sole del Pimpi, un mítico restaurante de Málaga, fue el escenario de aquella comida. Esta ciudad logró robarse un poco de mi sorpresa. Pocas ciudades tienen ese encanto peculiar que te atrapa y te deja con una deuda simbólica, como si secuestraran una parte de ti hasta que vuelvas a visitarlas. Entre cada bocado, me perdía en la visión de las escalinatas que suben en círculos por un monte rocoso, coronado por la Alcazaba. La antigüedad impregna el lugar de un misticismo único. Me preguntaba cuántas generaciones han habitado ese mismo sitio. El anfiteatro fue construido en el siglo I antes de Cristo; lo más antiguo del fuerte andalusí data del siglo X. No es difícil imaginar historias mientras caminas por las angostas calles de esta ciudad, donde las paredes parecen cerrarse sobre ti.

A mediodía, al caminar por la calle Larios, la multitud de turistas parecía una estampida. Y eso que estaba en temporada baja; en pleno verano debe ser agobiante, con un calor abrasador. El cambio climático es innegable: estábamos 8 grados por encima de la temperatura habitual. Por insistencia de mi padre, fui a una heladería legendaria, abierta desde 1890. Como todo lugar con historia, se encuentra de todo.

Después me senté en los asientos milenarios del anfiteatro, cuya entrada es gratuita. Me quedé un buen rato pensando en cómo, en tiempos antiguos, las personas se entretenían viendo a dos hombres luchar hasta la muerte, con tigres acechando a los lados. Me pregunté cuánto ha cambiado realmente el morbo humano; a veces pienso que no mucho. En este anfiteatro no se permite pisar la arena. Sin embargo, en el Coliseo Romano lo hice cuando era niño. Cualquiera que haya visto Gladiador tiene una extraña obsesión con sentirse Máximus por un momento. Es algo universal. Además, el emblemático personaje era de esta región, de ahí su apodo “el español”.

Luego del anfiteatro, caminé hacia el puerto, que solo había visto al llegar en tren. Cruceros colosales descansaban junto al malecón, acompañados por enormes grúas para barcos comerciales. Al ser una ciudad portuaria, Málaga tiene una gran actividad, tanto positiva como negativa. A pesar de su tamaño relativamente pequeño, con medio millón de habitantes, las cosas pueden descontrolarse. Continué caminando por la bahía, y al alejarme del puerto, se extendía una playa interminable de arena. Quise entrar al agua, pero el mar Mediterráneo en esa época es helado. Mirando el mapa, entendí por qué esta ciudad es tan estratégica: está a pocos kilómetros del estrecho de Gibraltar, que conecta el Mediterráneo con el Atlántico.

Caminar solo por lugares desconocidos tiene un curioso placer. Puedes actuar sin vergüenza, moverte sin pensar en los demás, salvo que algo extraordinario ocurra, como un accidente. De hecho, me sucedió: una señora se desmayó por el calor, y junto a otros transeúntes la ayudamos hasta que llegó una ambulancia. El calentamiento global ya es evidente; las anomalías son tangibles, y negarlo resulta absurdo. Unas semanas después de mi visita a Andalucía, lluvias torrenciales azotaron la región, siendo Valencia la más afectada. En un solo día llovió el equivalente a un año, y las inundaciones fueron devastadoras. Estas tragedias serán cada vez más frecuentes mientras la temperatura global siga aumentando. Llevamos décadas siendo advertidos, pero las grandes potencias no parecen tomarlo en serio.

Ahí estaba yo, disfrutando de la deliciosa comida del sur español, en la ciudad natal de Pablo Picasso. Este genio rompió con el arte clásico y dejó un legado incalculable. En una esquina de la ciudad se encuentra el edificio donde vivió sus primeros años, ahora convertido en un museo que alberga algunas de sus obras, junto con exposiciones temporales que suelen valer la pena. Siempre descubres joyas artísticas inesperadas. Al despedirme de esas pinturas, sentí como si dejara atrás a un viejo amigo, sin saber si lo volveré a ver o recordaré con el tiempo.

Finalmente, tras varias escaleras y gotas de sudor, me adentré en el fuerte palaciego islámico, vestigio de los 900 años de influencia musulmana en la región. Llegué al patio de armas, un jardín con la típica fuente baja que caracteriza a la arquitectura árabe. Ese rincón es un portal al pasado. Desde allí, una terraza ofrece vistas de la ciudad, donde la Catedral de Málaga sobresale entre los edificios.

En este viaje por el sur de España visité cuatro ciudades, y no sabría elegir cuál me gustó más. Todas tienen su encanto y son ideales tanto para vivir como para pasar unos días. La gente es más tranquila que en Madrid o Barcelona, y la excelente conexión ferroviaria facilita desplazarse. Sin esperarlo, descubrí una de las regiones más fascinantes del mundo, una mezcla cultural encantadora. Como mencioné, debo volver para recuperar lo que esta ciudad tomó prestado de mi identidad.

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Andalucía, España, Málaga

El mundo está dividido. La nueva Guerra Fría no es solo la que enfrenta a USA y la OTAN de un lado, y a Rusia y China del otro. Hay otra Guerra Fría más, o talvez muy caliente, que opone a conservadores y progresistas. La primera tiene que ver con el poder, con el dominio económico y geopolítico del planeta, la segunda es ideológica y ha abierto un escenario de intolerancia en el que las formas y fondos de la democracia a nadie le importan.

Cada 12 de octubre, se suscita una controversia entre España y los sectores o gobiernos progresistas de América acerca del descubrimiento del Nuevo Continente. Son los tiempos. La teoría poscolonial ha tomado sólidas posiciones, así como el pensamiento que desafía la universalidad de los derechos humanos y aboga por los derechos de las diferencias y las disidencias. Entre estas últimas se sitúan los pueblos originarios. ¿Se puede partir de un principio de igualdad cuando en América contamos con millones de afectados por estructuras de poder que hasta hoy los excluyen?

La exclusión de los descendientes de Los Vencidos, como diría Nathan Watchell, es poco discutible. El racismo estructural es real. Más discutible es la forma que han cobrado su denuncia y las formas de lucha; como lo es esa tendencia a separarnos por tribus, a generalizar étnicamente como en el pasado lo hicieron quienes pregonaban superioridades e inferioridades raciales. Dirán que no es lo mismo, pero tiene mucho de parecido afirmar que a una persona que nace con un fenotipo u otro le corresponden, sin más, una serie de atributos, los más de ellos peyorativos. 

Pero vayamos al tema. No dudo que habrá españoles, situados bien a la izquierda de su espectro político, sensibles a los reclamos de sus pares americanos. Pero lo cierto es que existe un gran sentido común español que todo lo que entiende del tema es que hace quinientos años los tercios de su poderoso ejército le regalaron su civilización a quienes carecían de una y se admiran de que los americanos de hoy no lo reconozcan y no lo celebren alborozados.  

Por otro lado, el progresismo poscolonial aterriza fácilmente en el odio y omite del análisis consideraciones relacionadas con lo que estaba y no estaba normalizado hace quinientos años por lo cual buscan sentar a España, y su actual Majestad, en el banquillo de los acusados. Pero algo nos enseña la historia: los imperios que han podido someter militarmente otros pueblos lo han hecho, Incas y Aztecas incluidos. 

La reconciliación internacional consiste en una negociación oficial que emprenden dos o más estados cuando perciben que los separa un pasado doloroso. El caso emblemático es el de Francia y Alemania que iniciaron los trabajos destinados a superar las heridas de la Segunda Guerra Mundial en 1963, apenas 18 años después de concluida la conflagración. Franceses y alemanes se dieron cuenta de que si querían jugar algún rol en el mundo de la Guerra Fría debía ir juntos. Por eso fundaron la Comunidad Económica Europea en 1957 y, tras la caída del muro de Berlín en 1989, cuando comenzaba a amanecer un planeta que se asomaba unipolar con USA como único y gran hegemón, fundaron la Unión Europea en 1993. La idea: seguir siendo protagonista en un mundo que se les iba de las manos. La premisa: el perdón alemán por las barbaridades de la Segunda Guerra Mundial. 

Luego, la conquista de América es un tema mucho más longevo pero las políticas dirigidas a los pueblos y lenguas originarios constituyen un asunto de muy corta data, no más de dos décadas y es evidente que queda muchísimo por hacer. Las diferencias, la separación, la asimetría están allí, en el Perú lo vemos a diario. Recién se supo que algunos profesores de una escuela amazónica violaban a los alumnos que debían permanecer internos en ella por vivir a días de distancia de su centro de educación básica. ¿Así incluimos?

Volvamos a hablar del perdón. López Obrador y Sheinbaum se lo han reclamado al Rey de España Felipe VI a nombre de los sectores que reivindican a los pueblos originarios. Reitero, la reconciliación es una negociación. Para que suceda, las partes deben estar de acuerdo en llevarla a cabo. Yo la creo imprescindible, España no. Entonces es labor de la diplomacia acercar al viejo reinado a la mesa de negociación. ¿Podría la OEA mediar sus buenos oficios?

En otras palabras, se requiere de gestiones del más alto nivel ante la Monarquía española para que esta comprenda que buena parte de la población y de los gobiernos de sus excolonias americanas están esperando un gesto de desagravio por los abusos cometidos durante la conquista y la colonización. El argumento de la época pasada, de la normalización pasada no parece suficiente como disculpa porque no se trata de eso.  La reconciliación tiene que ver más con gestos de empatía, con gestos de humildad, con el reconocimiento de violencias que ocasionaron sufrimiento a millones de personas y que se anidaron en la memoria colectiva de sus descendientes y se manifiesta, además, en la realidad material contemporánea. 

Al respecto, un ejemplo destacable de reconciliación lo protagonizó el Papa Francisco quien, en 2021, no tuvo reparos en disculparse ante México por los pecados de la Iglesia durante los tiempos de la colonización española. Preclaro ejemplo de humildad cristiana: les hizo bien a los millones de feligreses mexicanos y le hizo mucho mejor a la propia Iglesia Católica.

Por este último motivo, también el Estado mexicano se ha disculpado con sus pueblos originarios. No fue solo durante la colonización. En América Latina, el siglo XIX republicano fue abyecto en la explotación y el maltrato a la población oriunda, situación que penetró por largas décadas al siglo XX y que hoy se manifiesta en servicios estatales absolutamente deficientes que explican por qué hay quienes denuncian la permanencia de las estructuras socioeconómicas impuestas por el poder español hace 500 años. 

Por eso reitero, en el fondo se trata de la humildad y la empatía entre ambas partes. Salir a exigir perdones ante el mundo entero no es, desde luego, la mejor manera de iniciar un acercamiento para reconciliarse. Lo que se requiere es trabajo diplomático, silencioso, sutil, es preguntarle al que va a disculparse, o reconocer violencias del pasado, qué cosa quisiera que le reconozcan a él. Por lo pronto, somos cristianos e hispanohablantes. En un caso como este una reconciliación no puede entenderse como un acto unilateral. Verlo y plantearlo así es fracasar sin siquiera encontrar un principio: España seguirá respondiendo con la arrogancia de siempre y en América seguiremos vandalizando las estatuas de Cristóbal Colón. 

¿Y el Perú? ¿bien gracias? Durante el segundo gobierno de Alan García se le pidió perdón a la población afrodescendiente por la esclavitud que se prolongó hasta que Ramón Castilla la abolió en 1854, es decir 30 años después de la Independencia. Bien hecho,  sin embargo, la servidumbre campesina se extendió hasta la reforma agraria de Velasco -buena, mala o peor- ¿algún gobierno se ha disculpado por eso? ¿alguien ha pedido perdón por la esclavización de los grupos originarios amazónicos durante la fiebre del caucho? Reitero, el perdón debe comprenderse como un gesto de amistad, humildad y reconciliación, no como la humillación, ni el escarnio público de nadie.  

Pero debe producirse. En el Perú, hasta hace muy poco tiempo, se observaba en las casas de distritos medios o residenciales el siguiente anuncio: “se necesita muchacha, cama adentro”. De esta manera, la migración masiva producía el repentino (des) encuentro entre dos países y dos culturas, y se inventaba modernas formas de servidumbre casi al amanecer del siglo XXI. 

Tanto por hacer, qué banales me han sonado las voces del conservadurismo y del progresismo radicales, tan cargadas de odio, cuando escribía estas líneas. Las guerras colonizadoras terminaron, los españoles se fueron hace 200 años, se supone que somos libres hace dos siglos: se supone. Se trata de traer la igualdad, por fin la igualdad, los servicios, los eficientes servicios del Estado, se trata de curar heridas, de cerrarlas, de sanarlas con cuidado, se trata de amistarse, se trata de abrazarse, se trata de ser, en fin, una nación que es capaz de tratar y resolver su pasado con otras. La guerra, de ningún tipo, jamás ha solucionado nada. ¿No se nos hace evidente cuando vemos lo que pasa en Gaza y Ucrania? 

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[LA COLUMNA DECA(N)DENTE] Hace poco, desde España, el primer ministro Alberto Otárola anunció el fin de la crisis y el ingreso del país a un “proceso de pacificación”. “En este momento no existe una sola marcha de protesta, ni un camino bloqueado”, sentenció enfático. Pero a qué “pacificación” se refiere. Usualmente, se la entiende como los esfuerzos de un gobierno para poner fin a los conflictos sociales. Lo que implica buscar soluciones pacíficas mediante el diálogo, la negociación y el acuerdo con los adversarios que lo cuestionan con el objetivo de restablecer el orden y la estabilidad social.

Por el contrario, la “pacificación”, implementada por el gobierno, encubre acciones represivas y violaciones de los derechos humanos de cientos de ciudadanos que se movilizaron en su contra desde diciembre del año pasado. En lugar de buscar soluciones pacíficas y fomentar el diálogo, el gobierno recurrió a un uso desproporcionado de la fuerza pública como un instrumento para acallar a sus opositores. ¿No son acaso las detenciones arbitrarias como lo sucedido en el campus de la Universidad San Marcos o las ejecuciones extrajudiciales cometidas por las fuerzas del orden estrategias que buscaron generar un clima de temor y desaliento, con el objetivo de desmovilizar y controlar a la población, limitando su participación en manifestaciones de protesta?

Esa “pacificación” se sirvió de un discurso que estigmatizaba a los manifestantes. El “terruqueo” fue la punta de lanza del mismo, el cual buscó desacreditarlos o “demonizarlos”, presentándolos como elementos violentistas y perturbadores del orden público o como integrantes de Sendero Luminoso. Además, como parte de esa narrativa, se sostuvo que las movilizaciones eran financiadas por el narcotráfico y la minería ilegal. Pese a que la canciller Ana Gervasi señalara que el gobierno no cuenta con “ninguna evidencia” de que fuera así, hoy por hoy, el primer ministro Otárola sigue sosteniendo lo mismo. Con lo cual se trata de justificar, una vez más, la represión policial y militar sin mayor control.

Asimismo, tal “pacificación” es percibida por la ciudadanía como violatoria de los más elementales derechos humanos. Han transcurrido seis meses desde las primeras ejecuciones extrajudiciales cometidos y la investigación de las mismas no avanza con la celeridad que la situación requiere. No está de más mirarnos en el espejo europeo. Esta semana en Francia, un policía asesinó a un adolescente francés. De inmediato, sus conciudadanos se movilizaron en Paris y otras ciudades exigiendo justicia. El policía, una vez detenido, pidió perdón a la familia del menor ejecutado. El presidente Macron hizo lo mismo. A la fecha, las protestas continúan con tal grado de violencia muy pocas veces visto en lo que va del presente siglo. Cientos de manifestantes han sido detenidos y ningún otro ciudadano ha sido asesinado por la policía o el ejército.

Por último, pareciera que la única paz que se ofrece desde el gobierno, resultado de su mentada “pacificación”, es “la paz de los cementerios”. Expresión que se condice con lo dicho por la presidenta Boluarte: “¿cuántas muertes más quieren?”. La paz social no será fruto de la violación de derechos humanos ni de la impunidad. Por el contrario, es el resultado de la prevención y sanción de los delitos cometidos, del respeto irrestricto de los derechos humanos y del fortalecimiento de las instituciones encargadas de hacer cumplir la ley y no de su degradación.

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¿Por qué nuestro país está tan desfasado en cuanto a la salud sexual y reproductiva? No solo es necesario que el Estado peruano cuente con una legislación específica sobre las técnicas de reproducción humana asistida y se incluyan como prestaciones básicas, sino también generar conciencia sobre la infertilidad y las acciones preventivas que se pueden tomar. Muchas parejas hoy en día deciden tener su primer hijo pasados los 30 años, y es recién en ese momento que algunas se enteran de las dificultades que tendrán para lograrlo.

A los 25 años la mujer tiene un índice de fertilidad óptimo, por lo que, según especialistas, lo ideal sería empezar a congelar los óvulos a partir de esa edad. Por desgracia, actualmente no se genera conciencia sobre ello, y muchas veces puede llegar a ser muy tarde cuando la mujer decide hacerlo, además de que es un tratamiento bastante costoso y accesible para un porcentaje bastante reducido de la población.

La infertilidad no debería ser un tema tabú y sus tratamientos tampoco deberían ser un bien de lujo. Toda mujer y/o pareja deberían estar informadas sobre esto desde jóvenes, y deberían poder acceder a los tratamientos necesarios de ser el caso. Que el 20% de parejas en nuestro país tengan problemas de fertilidad no es poca cosa, y el Estado debería ponerlo en agenda para que no solo los privilegiados puedan tener una solución a su alcance.

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CitizenGo también tiene rostros visibles en Perú. Por la mañana, ‘La Encerrona’ dio a conocer que sus representantes en nuestro país son Carlos Polo Samaniego y Alejandro Bermúdez, director de ACI Prensa, una agencia de noticias ultraconservadora. Ambos forman parte del directorio mundial de este colectivo.

ignacio hazte oir
Ignacio Arsuaga posa junto a un autobús de Hazte Oír, su organización asociada a CitizenGO, con un mensaje contra la comunidad trans.

LAZOS CON VOX

Ignacio Arsuaga ha sido vinculado al fundador y líder de Vox, Santiago Abascal. De acuerdo a una investigación de ElDiario.es, Abascal y Arsuaga son amigos. 

Las redes sociales de Vox dan cuenta de fotos que prueban una estrecha relación entre ambos personajes. Una de ellas, por ejemplo, los captó en la calle de Génova en el 2014. Otra prueba del vínculo es que, como parte de sus actividades, Hazte Oír premió a Abascal por su labor como presidente de Defensa de la Nación Española (Denaes), una fundación que impulsa el nacionalismo español, en el 2012. En ese momento, Abascal era militante del Partido Popular. Un año más tarde, fundaría Vox.

Este año, la relación entre Hazte Oír y Vox terminó en discrepancias públicas. Todo indica, sin embargo, que han seguido sus caminos para expandir sus posturas antiderechos por Latinoamérica.

Cabe recordar que una comitiva de Vox se reunió con las bancadas de Fuerza Popular, Avanza País y Renovación Popular en septiembre del año pasado. El objetivo era que los parlamentarios firmen la Carta de Madrid. Este documento nació en la Fundación Disenso, de la que Santiago Abascal, líder de Vox, es “patrono”, según su misma web.  Los firmantes del manifiesto -como los congresistas Muñante y Williams- se comprometen a evitar que dichas iniciativas se consoliden en sus países.

Ese es el trasfondo que esconde la aparición del camión publicitario, un episodio más de la relación entre un sector del Congreso y la derecha más conservadora de España. Esta vez se aliaron contra una asamblea de la OEA que tiene como lema “Juntos contra la desigualdad y la discriminación”.

**Fotoportada por Darlen Leonardo

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