[EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS]  Según narran Alberto Flores Galindo y Manuel Burga en su clásico “Apogeo y Crisis de la República Aristocrática”, durante el Oncenio de Leguía (1919-1930), el mayor de la Guardia Civil, Genaro Matos, no comprendía por qué el gobierno transaba con la debilitada casta terrateniente cajamarquina. Esta representaba al viejo civilismo y era liderada por el legendario hacendado y bandolero Eleodoro Benel Zuloeta. Sin embargo,  desde 1925, el Estado poseía fuerzas de sobra para aplastar al díscolo rebelde.

Pero existía una poderosa razón de Estado que Leguía alcanzó a ver aunque el Mayor Matos no: Benel Zuloeta tenía vínculos muy cercanos y hasta consanguíneos con varios de los oficiales de la Comandancia General de la Primera Región Militar, situada en Chiclayo. Por ello, a pesar de encontrarse casi vencido por las fuerzas de Matos, y refugiado en la clandestinidad, el díscolo bandido logró un acuerdo muy favorable con el gobierno que consistió en la entrega de armas por los dos bandos terratenientes en disputa (Los Benel y los Vásquez). Al final, Benel entregó poquísimas armas, mientras que sus contrarios fueron arrestados por los militares y desarmados totalmente, devolviéndole al bandolero chotano el equilibrio de fuerzas que Matos le había arrebatado.

Poco después, en 1926, se estableció en Chiclayo la Segunda Comandancia de la Guardia Civil, la que poseía 229 miembros y fue reforzada por 440 soldados del ejército en 1927. Ya con este fuerte contingente militar bajo su mando, Matos emprendió la búsqueda de Benel quien optó por suicidarse en La Samana, su hacienda chotana. Hasta hoy, Benel ha permanecido en el imaginario popular como un mito. Decenas de relatos cuentan sus hazañas y hasta el dúo folclórico “Sentimiento Serrano” le ha dedicado un huayno presentándolo como un guerrillero que enfrentó al poder terrateniente y jamás pudo ser vencido por el Ejército Peruano.

Para lo que nos toca, la historia -y el mito- de Eleodoro Benel es el reflejo de la complicada relación entre el Estado peruano y el poder terrateniente en la tercera década del siglo veinte. Este vínculo, sostenido impecablemente durante el periodo de la República Aristocrática (1895-1919) a través de alianzas de interés y reparto de puestos congresales o prefecturas, entró en crisis durante el gobierno de Leguía. El once años dictador, consecuente con su proyecto modernizador, no podía permitir lo que el Mayor Matos no alcanzaba a comprender: que en circunstancias en que militarmente las huestes de Benel podían ser aplastadas, el gobierno hiciese negociaciones de paz, como si se tratara de dos fuerzas semejantes.

Pero Leguía era un viejo zorro de la política y sabía que, en determinadas circunstancias, una previsible alianza entre terratenientes y sectores del Ejercito podía derrotar a las fuerzas del Estado. Por eso actuó donde pudo y cuando estuvo seguro. Como sabemos, el poder terrateniente en el Perú fue clausurado por el general Juan Velasco recién a partir de su radical ley de reforma agraria, aprobada el 24 de junio de 1969. Leguía solo dio los primeros pasos en la consolidación del poder estatal.

Más o menos por aquellos tiempos, en la década de 1920, el célebre político peruano, Víctor Raúl Haya de la Torre, planteó que la única manera de combatir el imperialismo norteamericano era conformando un bloque político y económico regional, que actuase como tal y le plantase cara. Aunque comenzando la década de los treinta, Haya dejó de lado el enfoque marxista, nunca dejó de sostener que era imprescindible una alianza regional -léase 1942, La Defensa Continental- para defender el régimen democrático.

Recordé a Benel, Matos, Leguía y a Haya cuando me puse a leer a conciencia sobre la difícil situación que actualmente atraviesa nuestro vecino Ecuador. Obviamente, 100 años de cambios espectaculares y dos realidades que aunque parecidas, distan de ser iguales, nos separan del difícil presente por el que atraviesa el vecino del norte.

Si para América Latina, el siglo XIX se constituyó en la era del centrifuguismo, cuando el Estado intentaba, aun infructuosamente, consolidarse contra diferentes poderes regionales y terratenientes; el siglo XX asistimos a la paulatina afirmación de nuestros estados y de su autoridad por sobre cualquier otro tipo de poder constituido en el territorio bajo su administración.

Sin embargo, hace unos pocos días, Cristina Papaleo, columnista de opinión para la DW, ha planteado la existencia de un ecosistema criminal latinoamericano sostenido por el narcotráfico. En este, los cárteles mexicanos de Sinaloa y Jalisco Nueva Generación se disputan, en varios países de Centro y Sudamérica, el control de las redes de producción y distribución de drogas. En lugar de administrar todo el proceso, los cárteles establecen alianzas con bandas locales lo que facilita su labor. De hecho, Colombia y el Perú son claves en este esquema pues rodean geográficamente a Ecuador y lo proveen de toneladas de cocaína y derivados que, desde los puertos de Guayaquil y otros, se exportan al resto del mundo.

Si hablamos del Perú, a las redes del narcotráfico se le suman toda una gama de actividades ilegales que van desde la trata de mujeres, el tráfico de armas, la minería ilegal y la tala indiscriminada de los árboles de la Amazonía. A esto habría que sumarle la entusiasta participación en estas actividades de algunos sectores vinculados a los poderes económico y político formal e informal. De suerte que si un pronóstico podemos ofrecerle al Perú es que el Estado, en lo más esencial, no se encuentra en condiciones de afrontar un levantamiento coordinado de todas o parte de las mafias y actividades del crimen organizado que operan en el país.

El siglo XIX, durante la Era Victoriana, se hablaba del Estado Gendarme. Es decir, de un Estado cuya función principal debía ser resguardar la actividad económica de cualquier intento por interrumpirla o por negociar derechos que pudiesen disminuir su natural flujo y ganancias. Hoy, cabría preguntarse, después de lo visto en el Ecuador, si estamos al frente de varios estados latinoamericanos que actúan como gendarmes de las bandas dedicadas a actividades ilegales.

En el Perú, la situación descrita pareciera ya estar sucediendo y las pocas instituciones que aún permanecen independientes de este esquema sufren de un asedio constante que proviene de algunos sectores políticos representados en el Congreso.  ¿Qué pasaría si surgiese en el Perú un candidato que ofrezca la lucha frontal contra la corrupción como lo hizo el asesinado Fernando Villavicencio en el Ecuador? ¿Qué pasaría si se logra instalar un gobierno que se tome en serio eso de restaurar la autoridad del Estado por sobre las actividades ilegales con la intención de restringirlas o erradicarlas? Daniel Noboa anunció mayores medidas de seguridad carcelarias para los líderes de estas organizaciones criminales y a estas les ha costado muy poco reaccionar poniendo a su país de cabeza.

En 1942, Haya de la Torre planteó la alianza entre los Estados Unidos del Norte y los Estados Unidos del Sur -esos que todavía no existen- en pro de la defensa de la institucionalidad democrática. Me pregunto si lo que hace falta en el continente no es una verdadera y funcional alianza norte-sur para combatir a tan grandes enemigos.

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[PIE DERECHO] En el Perú, como bien señala Walter Bayly, ex CEO de Credicorp, en entrevista a Semana Económica, no vamos a crecer de modo superlativo de acá hasta el 2026 debido a que se va a mantener flotante la inversión privada, el principal motor de nuestro crecimiento.

Razones para ello hay de dos tipos. Una de responsabilidad gubernativa. Otra de responsabilidad de los partidos de centro y de derecha.

La primera pasa por el poco peso político de un MEF liviano, que no tiene la fuerza para detener los exabruptos fiscales de otros ministerios. La presidenta Boluarte debería hacer algunos cambios en su gabinete para consolidar uno más amigable con la inversión privada. Ello pasa por buscar un nuevo ministro de Economía y Finanzas, pero también otra persona que ocupe el cargo de ministro de Energía y Minas (el actual solo se desvela por relanzar Petroperú y no por alentar la inversión minera) y, ya si queremos redondear la faena, convocar a un nuevo titular de Transportes, que el actual no da pie con bola.

Quizás la salida del premier Otárola pueda esperar algunos meses. Es él el pivote de estabilidad de un gobierno precario, pero tendría que tener la cintura suficiente para saber sacar de sus cargos a sus propios alfiles (como el ministro Álex Contreras) y asumir que lo pueda reemplazar alguien con juego propio, como ha sido tradición con los mejores ministros de Economía que el Perú ha tenido en las últimas décadas, quienes tuvieron a presidentes del consejo de ministros que los supieron respaldar aún a sabiendas de que ello suponía un relativo compartimiento de poderes.

La segunda transita por la altísima incertidumbre que generan las elecciones del 2026, en las cuales la propia situación económica -con el consecuente aumento de la pobreza- alienta la creación de condiciones propicias para que discursos radicales prendan.

Y del lado de las fuerzas políticas pro inversión privada se aprecia una lamentable irresponsabilidad al no estar dispuestos a lanzar una suerte de Concertación chilena, pero de centroderecha, capaz de aplanar los riesgos de que uno o hasta dos candidatos disruptivos radicales pasen a la segunda vuelta definitoria, lo cual sería una tragedia de proporciones bíblicas para el futuro de la economía y la política peruanas. Mientras esa amenaza siga latente, no habrá inversionista privado que se la juegue.

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[MIGRANTE DE PASO]  Siempre viví a tres casas de un malecón escondido. Con el tiempo se fue volviendo un spot para fumar marihuana o conversar entre los transeúntes. De más chico casi no era transcurrido. La vista de la bahía completa y el mar es inigualable. Ese paisaje me acompañó mientras jugaba fútbol (no sabría decir cuántas pelotas fueron víctimas del acantilado). Fue mi cobertura en las escondidas. Lugar de paseo para todos los perros que he tenido. Compañero de innumerables sunsets entre amigos y una vez que unos policías nos hicieron escándalo por tener una cerveza la mano.

Toda mi vida la Costa Verde me parecía alucinante, podía estar horas viendo el mar y la Isla San Lorenzo detrás. ¿Qué habrá ahí? Siempre me pregunté. En invierno, imaginaba que una ola monumental se acercaba a la ciudad por las nubes grisáceas que nublan el horizonte. Nunca entendí por qué Chorrillos siempre tiene sol y ver los carros diminutos por toda la vía me sorprendía, eran demasiados carros. Tener ese lugar como cotidiano le daba un escenario especial a mi forma de pensar ya que no es común que un barranco sostenga a una ciudad completa. Se llama Mirador Bresciani pero en mí es un malecón sin nombre.

Desde que regresé a Lima han ampliado la pista para que la Costa Verde continúe hasta La Punta. Pero abrieron también una puerta para darse cuenta de la diferencia que existe en la sociedad de la ciudad. Solo haciendo el recorrido te das cuenta que la igualdad es aún una meta lejana. Antes de que me mudara por dos años la vía de la Costa Verde solo llegaba hasta la subida de Pueblo Libre, ahora puedes llegar directamente a La Punta. Cuando pasas el nuevo recorrido se ven los barracones del Callao y de un momento a otro la playa desaparece y se vuelve un descampado. Ahora las abismales diferencias entre residencias y nivel urbano son abismales. Ahora que está a un paso de ser palpable este muro invisible debería impulsar reformas de concientización y espero que esta nueva vía genere crecimiento económico y de seguridad en la zona.

De chico solía visitar las playas de la Costa Verde cuando corría tabla, un deporte que lamentablemente abandoné, salvo una o dos excepciones en verano. Luego, fue mi refresco por chapuzones aislados. Cuando estudiaba en la PUCP todos los días esa era mi ruta para llegar a la universidad. Unas cuantas veces jugué en las canchitas de futbol que están bajo el sol en uno de los terrenos frente a la autopista, pateabas y la pelota se iba cientos de metros. Y durante la pandemia fue un lugar que me ayudaba a despejar el encierro de cuarentena.

Como no había mucho que hacer durante la pandemia, junto con mi amigo y compañero de turismo urbano, arrancábamos un recorrido dando vueltas por la Costa Verde, comenzando y apreciando el paisaje. Iniciábamos por Chorrillos donde siempre imaginaba cómo se habrán visto las pequeñas cascadas que caían del acantilado, de ahí nace el nombre del distrito. Si el recorrido era de noche, todo estaba cubierto de carros deportivos y motos que se aglomeraban para hacer carreras callejeras. Era divertido verlo por más del peligro que arraigaba. Seguíamos por Barranco, de donde se veía el malecón escondido desde abajo. Esa parte es uno de los puntos más altos del acantilado. Cruzábamos Makaha y Punta Roquitas y nos deteníamos para ver a los tablistas disfrutar del oleaje, es un paraíso para los aprendices del deporte y a un paso de los trabajos y estudios.

Continuábamos y veíamos cómo las obras públicas iban disminuyendo y las playas desapareciendo. Dábamos la vuelta en San Miguel y regresábamos hasta La Herradura donde veíamos a tablistas más experimentados. Dentro del mundo de los deportistas se considera una de las olas más temibles por su enorme tamaño y cercanía a las peñas. Cuentan que anteriormente este era un balneario de lujo, pero ahora se ha vuelto un antro de malvivir. La entrada serpenteante es de ensueño y la salida por un largo túnel oscuro es genial, hasta el día de hoy sigo aguantando la respiración mientras lo cruzo, y no soy supersticioso.

Mientras manejas por esta vía de casi 15 kilómetros es inevitable pensar en las historias que mi abuela y padres me han contado. Imaginas cómo seria antes que por una obra de ingeniería se le ganase terreno al mar, las olas chocando directamente con el acantilado. La leyenda de un funicular que llevaba a la gente a los escasos balnearios y la famosa bajada de baños que sigue en pie y solía recorrer de niño.  Debo admitir que me gustaba más, en lo estético, cuando no había geomallas. La armonía entre el mar y la pared de canto rodado me parecía bellísima. Ahora también me gusta el color verde que está tomando, sin embargo, parece que no está funcionando en todas las zonas que dejan ver una malla oscura que irrumpe con el paisaje. Pero es más importante la seguridad y esa medida evita el desprendimiento de rocas que ya ha ocasionado múltiples accidentes para los carros y personas que manejan. En gran parte esto es culpa de la irresponsabilidad de algunos arquitectos para construir interviniendo en el acantilado y generando anomalías.

Hice dos últimos recorridos durante la semana pasada, una de noche y otra de día. En la noche sólo noté que de un momento a otro el camino se oscurecía y no se podía ver más allá de la autopista. Llegué hasta el final y me di la vuelta, me habían advertido sobre robos pasados. Al día siguiente me llevé una gran sorpresa. Al llegar a la parte ampliada el acantilado había desaparecido y todo pasó a estar nivelado. Por un lado, no se veía el mar por la lejanía, es terreno de nadie y podría ser utilizado de diversas maneras. Por el otro, se ven zonas pobres del Callao, miles de casas aglomeradas y en mal estado. Nadie debería vivir en esas condiciones, pensaba utópicamente. Y todo esto a un paso de zonas recurridas. Ahora que es visible espero que impacte en el pensamiento colectivo de los ciudadanos. Ahora se ve la Isla San Lorenzo de frente y se ve cercana. Al final de la vía llegas a La Punta y se puede ver la bahía desde el otro extremo, fenomenal. A raíz de todo lo dicho espero que la ciudad al borde del acantilado se limite a ser una descripción geográfica.

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[INFORMES] Meses atrás, cuando la migración del lumpen venezolano había logrado quitarle a los delincuentes nacionales el tráfico minorista de las drogas fuertes y la trata de blancas en las regiones norteñas de nuestro territorio, el sociólogo Fernando Rospigliosi, ex ministro del interior y ex jefe del Sistema de Inteligencia Nacional, vaticinó que las mafias venezolanas vendrían por más, sobre todo por el tráfico de drogas al extranjero o por el control de la acumulación y de la exportación del oro obtenido de manera ilegal, sea por robo o por explotación en forma contaminante. Leamos qué nos dice sobre el futuro inmediato de esos flagelos.

Congresista Rospigliosi, la situación política peruana se deteriora a pasos agigantados y las principales autoridades del país no pueden ocultar ni superar sus rencillas internas. Lo increíble es que la Presidenta de la República no puede romper la coalición política que blinda al Presidente del Consejo de Ministros, mientras este no quiere ni puede aconsejar a la primera mandataria, ¿usted cree que debería haber cambios ministeriales?

  • Sin duda, siempre en una situación de crisis como la que vive el país, es importante dado que es evidente que el actual gabinete no ha sido capaz de resolver varios… sin embargo, al parecer la señora Boluarte no tiene la decisión o no tiene el valor de hacer los cambios y sigue en una situación de pasividad ante los acontecimientos que es muy peligrosa para el país y para ella misma.

¿Por qué cree que la Presidenta no percibe la peligrosidad de la actual situación política?

  • Está en una burbuja, vive en una burbuja; usualmente a algunos políticos les gusta rodearse de gente adulona, servil y sobona, y ese parece ser el caso de la señora Boluarte, además de ser clarísimo que ella no estaba ni está capacitada para ocupar el cargo ejecutivo más alto del país, ella en lugar de reaccionar y conseguir gente adecuada para renovar su gabinete, se mantiene en una situación como si estuviera flotando en un mar tranquilo, pero esa es sólo una ilusión porque en cualquier momento puede desatarse una tormenta y con una tripulación sin capacidad ni reflejos, la nave puede zozobrar.

¿Si en algún momento la Presidenta decidiera cambiar al PCM Otárola, qué cualidades debería tener la persona que asumiera el segundo cargo más importante del país?

  • Básicamente debería tener habilidad política, que es muy importante para un Gobierno que no tiene bancada partidaria, no tiene partido, no tiene popularidad ni liderazgo, naturalmente y mucha honestidad, esa son las cualidades que debería tener un jefe de gabinete

¿Cree que la presidenta Boluarte llegue a terminar su mandato?

  • Creo que sus posibilidades se van reduciendo cada día que pasa porque su situación política es muy precaria, y ella no está reaccionando con la celeridad y con la urgencia que el país y el gobierno necesitan.

Todos los días escuchamos noticias sobre robos, secuestros, extorsiones y cobros de cupos, y esta semana hemos asistido al hecho inédito de ver el acto casi farsesco del robo de las armas de un capitán y de un suboficial de la custodia de altos funcionarios adscritos a la familia de la señora Boluarte, ¿hemos normalizado la criminalidad?

  • Sí, esa es una cosa que casi sin darnos cuenta se va normalizando día tras día, mes tras mes, año tras año; vemos cómo crece la delincuencia, pero sobre todo la violencia, que es uno de los componentes básicos de los delincuentes que han llegado al Perú en los últimos años, los cuales son más violentos de lo que ya eran los delincuentes nativos. Además del incremento de la violencia introducida por los delincuentes extranjeros, asistimos a un proceso de normalización de la violencia importada, olvidándonos poco a poco de cómo era el país hace diez o quince años. Al olvidarnos cómo éramos, percibimos como normales las conductas aprendidas.

¿Qué intereses oscuros protegen a los mineros ilegales que se esconden tras la careta de la informalidad? ¿Y quiénes son los que cuidan a los narcotraficantes para que ese mega grupo criminal se constituya en una fuente inagotable de recursos para los ilegales?

  • Mira, esos dos negocios mencionados líneas arriba producen miles de millones de dólares de utilidades al año, y gran parte de ese dinero es destinado por los delincuentes para sobornar a las autoridades, sobre todo a las policiales y judiciales. Y, también, por cierto, en armar campañas para introducir cada vez más antisociales a la política. Si ellos, me refiero a los criminales, actúan más rápido que nosotros, entonces, tarde o temprano, estaremos en camino a convertirnos en estados fallidos, como Honduras, Nicaragua y, en estos momentos, el Ecuador.

Meses atrás, usted advirtió el peligro que corría nuestro país de convertirse en un nuevo Ecuador, con más músculo, es decir, con una infraestructura vial y portuaria para la exportación de opio y de cocaína a los mercados centroamericanos, asiáticos y de Europa del Este. ¿Debemos mirarnos en el espejo ecuatoriano?

  • Sin duda, debemos mirarnos en el espejo de Ecuador. Ecuador es un país de tránsito de la droga y eso es lo que ha convertido la violencia y la delincuencia en Ecuador en lo que hoy día es, bueno después han ido creciendo otros negocios ilegales, pero es el narcotráfico el origen de todo eso y el Perú es el segundo productor de cocaína del mundo, ya no solamente somos un país de tránsito sino un país de producción y eso está trayendo a mafias y delincuentes de otros países como las terribles mafias brasileras que ya están en la frontera con nuestro país con Ecuador con Colombia y los venezolanos que ya están acá y es peligrosísimo, y hay que mirarnos en el espejo de Ecuador que hace unos pocos años era un país muy tranquilo.

¿Se debió haber cerrado la frontera con Ecuador para evitar que ingresen o neutralizar a los integrantes de estas bandas criminales?

  • Ha habido un declaratoria de emergencia, pero lo importante ahí es cerrar las vías de tránsito ilegal que son muchísimas en la frontera norte porque hay una larga tradición de contrabando de un lado hacía otro, entonces eso es lo que es más importante cerrar porque la frontera legal digamos puede ser controlada pero el real problema es los pasos ilegales, y yo espero qué el Gobierno haya estado priorizando el cierre de esos pasos ilegales porque de lo contrario si es que hay mucha presión sobre los delincuentes ecuatorianos en su país sin duda se van a trasladar al Perú donde la situación para ellos sería mucho más cómoda porque acá uno de los grandes problemas que tenemos es el sistema judicial peruano que garantiza y protege a los delincuentes y persigue y penaliza a policías y militares, entonces esa situación hace que Perú sea un país ideal para todo tipo de delincuentes.

 El Perú debería dar amnistía a la Policía

  • Sin duda, ya hemos visto que Ecuador está planteando eso una amnistía para policías y militares y yo creo que acá en el Perú debería ver exactamente lo mismo y no solamente eso sino una protección que ya está en la ley, el problema no es la ley porque la ley protege a policías y militares el problema es la aplicación de la ley y es el sistema policial el que persigue a policías y militares y favorece a delincuentes ahí está el problema, entonces por eso cuando se habla de reforma del sistema judicial estamos hablando a un problema que atañe a todos los peruanos y, que es indispensable solucionar o de lo contrario la delincuencia va a tomar el control del país.

Se ha hablado sobre que el armamento de los criminales ecuatorianos habría pasado de contrabando desde Perú y que pertenecería a las Fuerzas Armadas.

  • Sí, hay algo de eso o sea se hablado de granadas, de municiones, explosivos, sí desgraciadamente esa frontera es completamente porosa y por ahí pasa contrabando de Perú hacía Ecuador y viceversa, y en el caso de las cosas que van a Ecuador esta lo que usted ha mencionado. Eso se sabe desde hace tiempo y ya hemos tenido problemas internacionales con ese asunto desde por lo menos el año pasado se sabía que eso era un tema muy grave. El problema es cómo salen municiones, grandas de los almacenes de las Fuerzas Armadas hay tenemos un problema que es una falta de control sin duda.

¿Qué acciones debería tomar el Gobierno peruano?

  • Inmediatamente debería tomar las acciones que no ha tomado antes como tener un control estricto sobre pasos ilegales en la frontera y también, tener un control estricto de armas y municiones de las Fuerzas Armadas y Policía Nacional

Hace poco el abogado de la fiscal suprema suspendida Patricia Benavides ha presentado un peritaje de los chats del asesor conocido como El Filósofo, donde se demostraría que esos chats habrían sido adulterados. Si eso es así, ¿le parece a usted que la suspensión y el proceso judicial a la doctora Benavides es legal?

  • No, para nada. Ha sido un proceso totalmente politizado de parte de la Junta Nacional de Justicia, lo que ha dicho el abogado Jorge Del Castillo me parece que es algo evidente y que cualquiera podía percibir, desde el comienzo se exhibieron chats que eran lo que tenían ellos o las supuestas pruebas que exhibían pero que solamente tenían una parte o sea el funcionario de la fiscalía, pero no se le conoce cuál era la respuesta o cuál era el dialogo con la otra parte, ni se conoce quién era la otra parte, entonces todo se basaba y se sigue basando en suposiciones que han sido creadas por los esbirros del poder que son los que crean esta falsa acusación en mi opinión contra la fiscal Benavides.

¿Se podría comparar con lo ocurrido al fiscal Pedro Chávarri?

  • Sin ninguna duda es el mismo esquema, la misma plantilla y casi todos son los mismos operadores, es muy parecido a lo que ocurrió con Chávarry.

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[PIE DERECHO]  Uno de los pilares de la reforma política emprendida a medias en años anteriores, consistía en el financiamiento público a los partidos que hayan conseguido mantener la inscripción electoral, con el objeto de tornarlos menos dependientes del financiamiento privado, por lo general irregular y dado a pactos no santos entre intereses mercantilistas y poder político.

Lamentablemente, según lo acaba de demostrar la asociación civil Vigilancia Ciudadana, los partidos que reciben esos fondos malversan los mismos en usos irregulares y cuestionables.

La supervisión del uso de tales fondos corresponde a la ONPE, pero este organismo electoral no está cumpliendo con su labor, la misma que dado el caso debería escalar, inclusive, a instancias penales. Es más grave que se malempleen fondos públicos, de todos los peruanos, a que se maquille el ingreso de recursos privados. Lo segundo es perseguido de modo tan implacable como desmedido por el Ministerio Público. Lo primero, ni siquiera es tocado con el pétalo de una rosa.

Una de las razones por las que el Perú transita por una severa crisis política corresponde a la precariedad de los partidos. La democracia se debe sostener en la existencia de partidos sólidos, cada vez más flexibles de acuerdo a los tiempos desideologizados que vivimos, pero transparentes y dinámicos. Si hoy los organismos responsables pasan por alto las trapacerías que se cometen en los inicios de la reforma política, lo más probable es que la terminen por desacreditar y pervertir.

Esos dineros deberían derivar en capacitaciones, instalación de locales descentralizados, conferencias ideológicas, instancias de participación ciudadana, no en pago de sueldos a las autoridades partidarias o contrataciones irregulares (en un caso, se ha disfrazado el pago por aparecer en televisión como contratación del productor del espacio televisivo, en otro, un prófugo de la justicia, como Vladimir Cerrón, sigue cobrando).

Si con la misma laxitud se controla el ingreso de dineros de las economías delictivas a la política partidaria (narcotráfico, minería ilegal, tráfico de tierras, etc.), se entenderá por qué la degradación sostenida de la vida política peruana, la misma que, a contrapelo del crecimiento económico de las últimas décadas, ha ido cuesta abajo. La institucionalidad política no ha marchado a la par del desarrollo socioeconómico del país y allí anida una de las fracturas institucionales más graves por resolver.

La del estribo: ya viene La doctora en el Teatro La Plaza, para arrancar la temporada teatral del año. Entre tanto, continuamos la maratón cinematográfica. Recomendadas: Los delincuentes (Argentina), Trenque Lauquen (Argentina), The holdlovers (EEUU), Rustin (EEUU), Amerikatsi (Armenia), Blanquita (Chile), El sueño de la sultana (España), Saben aquell (España), Monster (Japón) y Bastarden (Dinamarca).

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[MÚSICA MAESTRO]  El encuentro del pequeño James Patrick con la guitarra fue una cosa fortuita, accidental. Lo cuenta con naturalidad, sin poses, durante la entrevista que concedió en el 2020 a Classic Rock Magazine, centrada en el lanzamiento, durante ese año pandémico, de Jimmy Page: The Anthology (Genesis Publications), autobiografía de 400 páginas que incluye registros fotográficos de cada etapa de su intensa y espectacular vida, desde su primera actuación en público, como corista en una iglesia, a los 8 años. Page, un verdadero referente mundial del rock como género musical, expresión artística y fenómeno de masas, cumplió 80 el pasado martes 9 de enero.

“En realidad, fue la guitarra la que me encontró a mí -dice Page-. Y lo alucinante en la ecuación es que en mi familia no había nadie que la tocara… Y cuando nos mudamos de Feltham a Miles Road en Epsom -Surrey, a 15 millas del sur de Londres- había una guitarra acústica vieja, desafinada pues nadie la tocaba quién sabe desde cuándo, que los dueños anteriores de la casa habían dejado abandonada ahí. Ese fue un acontecimiento revelador y extraño…” Desde ese momento, el instrumento de seis cuerdas se volvería parte de su organismo de forma casi literal.

No había lugar a donde Jimmy no caminara sin aquella vieja guitarra -la tienda, la iglesia, la escuela- y aprendió a tocarla solo, escuchando radio y buscando reproducir cada sonido, de oído. Su padre entendió rápidamente la vocación y talento del niño y le compró, como regalo doble por Navidad y su cumpleaños, una linda guitarra acústica Hofner Senator -la misma que usaban legendarios violeros del jazz como Charlie Christian (1916-1942) o Wes Montgomery (1923-1968)-, dándole sentido a su vida para siempre.

La trayectoria artística de Jimmy Page es brillante y excesiva, todo lo que se puede esperar de una superestrella de las etapas doradas del hard-rock de estadios. Su nombre es sinónimo de Led Zeppelin, el cuarteto que, en un periodo de doce años, realizó un trabajo discográfico cuya calidad, contundencia, inventiva e influencia resuenan hasta ahora. Desde Kiss hasta Greta Van Fleet, todos reconocen a Led Zeppelin como su principal inspiración y escuela sobre cómo debe verse y sonar una banda de rock pura y dura.

Led Zeppelin fue un monstruo de cuatro cabezas: la potencia inagotable de John Bonham (batería), el cerebral virtuosismo de John Paul Jones (bajos, teclados, mandolinas), la arrolladora sensualidad de Robert Plant (voz) y la magia endemoniada de Jimmy Page (guitarras), la suma perfecta de cuatro talentosas y carismáticas individualidades. Al mismo tiempo, todo en el cuarteto tuvo que ver con la impronta creativa de Page. Desde sus orígenes en 1968 hasta su abrupto final, el 25 de septiembre de 1980, día de la prematura muerte de “Bonzo” a los 32 años, tragedia que sucedió en la casa del guitarrista, principal compositor, productor e ideólogo de Led Zeppelin.

Pero la carrera musical de Jimmy Page no comenzó allí. En 1963, el futuro chamán de apariencia fantasmal inició un fructífero trabajo como guitarrista de sesión. Antes de llegar a los 20, ya lo contrataban para grabar en estudios para distintos artistas, muchas veces sin recibir crédito por ello, aunque sí muy buenas pagas para un joven de su edad. Page recuerda esas épocas como “muy didácticas” pues le permitieron entender cómo funcionaban la dinámica de hacer un disco, qué hacer y qué no en un estudio de grabación, cómo ir mejorando su técnica para ser más eficiente y aprovechar al máximo los recursos que tuviera a su disposición.

En esos años (1963-1966), Jimmy Page colaboró en grabaciones de los singles I can´t explain de The Who (1964), I’m not saying de Nico (1965), la vocalista alemana que se uniría después al combo psicodélico neoyorquino The Velvet Underground y en tres canciones del álbum debut de The Kinks (1964). Asimismo, tuvo ocasión de trabajar con los Beatles, haciendo música incidental para el film A hard day’s night (Richard Lester, 1964) y con el guitarrista original de los Rolling Stones, Brian Jones, en la banda sonora de la película alemana A degree of murder (Mort und totschlag, Volker Schlöndorff, 1966). Ya comprometido al 100% con Led Zeppelin, Page colocó su guitarra en la grabación más famosa de Joe Cocker (1944-2014), el cover de With a little help from my friends, incluido en su álbum debut de 1969.

A mediados de 1966, Page se unió a The Yardbirds, donde estaba su colega Jeff Beck quien, a su vez, había ingresado un año antes para reemplazar a otro amigo en común, Eric Clapton. Jimmy, de 22 años, llegó para cubrir la plaza de bajista abandonada por Paul Samwell-Smith. Poco después, intercambió instrumentos con Chris Dreja, segunda guitarra de The Yardbirds, e hizo dúo con Jeff Beck, como quedó inmortalizado en esta escena de Blow-Up (Michelangelo Antonioni, 1966). Con The Yardbirds, Jimmy Page solo grabó un puñado de singles como Happenings ten years time ago, Psycho daisies o Ten little Indians, además del larga duración Little games (1967), que incluye White summer, una composición instrumental suya que le sirvió, años después, de base para Over the hills and far away, uno de los temas del quinto disco de Led Zeppelin, Houses of the holy (1973).

Los otros integrantes de The Yardbirds, Chris Dreja, Jim McCarty y Keith Relf, un poco saturados después de años de imparables giras y abrumados por el filo experimental que Page iba imprimiendo al sonido del grupo, decidieron renunciar. En el 2017 se publicó un disco en vivo titulado Yardbirds ’68, donde podemos escucharlos con Jimmy Page al frente, tocando clásicos como Heart full of soul o Shapes of things pero también una alucinada versión pre-Zeppelin de Dazed and confused. En esta última etapa de The Yardbirds, Jimmy Page comenzó a tocar su guitarra eléctrica usando un arco de cello, extravagancia que le sugirió un miembro de la prestigiosa Royal Philharmonic Orchestra de Londres y que se convirtió en una de sus marcas registradas durante los setenta.

Jimmy Page decidió rearmar el grupo como The New Yardbirds. Para ello, convocó a Terry Reid, como reemplazo de Keith Relf (voz). Reid desistió y le recomendó a un colega, Robert Plant quien, a su vez, trajo consigo a su amigo de la infancia, el baterista John Bonham, para el lugar de Jim McCarty. Por su parte, John Paul Jones, bajista y arreglista que se había cruzado con Page en numerosas sesiones de grabación, ofreció personalmente su participación. Para la segunda mitad de 1968, lo que el mundo conocería como Led Zeppelin ya rondaba por el circuito londinense de conciertos.

La discografía oficial de Led Zeppelin consta de nueve discos en estudio y uno en vivo, el portentoso The song remains the same (1976), basado en la película del mismo nombre que documenta los conciertos que ofrecieran en el Madison Square Garden de New York, del 27 al 29 de julio de 1973. Como hablar de la fascinante historia de Led Zeppelin merece un artículo aparte, nos limitaremos a decir que se trata de uno de los cuerpos de trabajo más sólidos y con menos altibajos de la historia del rock. La química existente entre Robert Plant, Jimmy Page, John Paul Jones y John Bonham era imbatible. Cada una de sus grabaciones estimula y sacude los sentidos de quien decide entregarse a la catarsis del sonido pesado, voluptuoso y abrasivo de esta increíble banda.

Jimmy Page fue el responsable directo de ese ataque redondo y en constante evolución. Desde los primeros acordes de Good times, bad times, que abre su debut (Led Zeppelin I, 1969), hasta el lacerante solo y los envolventes teclados de John Paul Jones en I’m gonna crawl, que cierra el octavo y último LP (In through the out door, 1979), sus magistrales riffs, electrizantes solos e innovadoras técnicas de producción dominan esta avalancha de himnos rockeros que tienen de blues, proto-heavy metal, folk acústico, fusiones con texturas sinfónicas, progresivas y medio orientales.

Para los oyentes más convencionales tenemos clásicos como Rock and roll, Black dog (Led Zeppelin IV, 1971), D’yer mak’er (Houses of the holy, 1973) y All my love (In through the out door, 1979), de rotación regular en las programaciones radiales. O la poesía electroacústica de Stairway to heaven (Led Zeppelin IV, 1971) que uno no se cansa de escuchar por más que la repitan, sobre todo si recibe tratamientos como este (click aquí). Y para los más especializados, tenemos el vertiginoso minuto y medio inicial de The song remains the same (Houses of the holy, 1973), la fuerza telúrica de Immigrant song (Led Zeppelin II, 1969) o Out on the tiles (Led Zeppelin III, 1970), el intenso jam de What is and what should never be (Led Zeppelin II, 1969) o los misteriosos cambios de In my time of dying (Physical graffiti, 1975).

En total son 81 canciones de puro músculo, destreza interpretativa, autenticidad y emociones desenfrenadas, con momentos luminosos –Tangerine (Led Zeppelin III, 1970)-, oscuros –Nobody’s fault but mine (Presence, 1976)-, sublimes –The rain song (Houses of the holy, 1973), enigmáticos –Kashmir (Physical graffiti, 1975) o lujuriosos –Whole lotta love (Led Zeppelin II, 1969). Led Zeppelin lo tenía todo, gracias a la superdotada guitarra de Jimmy Page. Además de eso, su imaginación y búsqueda de elementos innovadores fueron redondeando un carácter inquieto, independiente y libre de prejuicios musicales, por lo que incorporó otras sonoridades como del Medio Oriente y el África Norte. O de la India, una pasión que compartió con otros contemporáneos como Brian Jones (The Rolling Stones) o George Harrison (The Beatles). De hecho, Jimmy Page fue uno de los primeros músicos británicos en tener un sitar, que le consiguió su padre a través de unos compañeros de la fábrica en la que trabajaba, migrantes de India.

Jimmy Page cautivaba al público con su imagen, sus vestuarios y hábitos sobre el escenario, con esa aura de ingravidez espectral que lo hacía amenazante y atractivo a la vez. Además de su carisma, Page desarrolló un interés muy serio por el ocultismo, especialmente por los trabajos de Aleister Crowley (1857-1947), el famoso filósofo y artista británico experto en magia negra y satanismo, lo cual aportó más misterio a su personaje público. En 1972 recibió el encargo de componer música incidental para un corto basado en Crowley, Lucifer rising. Page escribió media hora de espeluznantes sonidos generados con guitarras y sintetizadores pero jamás se usó en el film, presentado finalmente en 1980. En el año 2012, Page lanzó esas composiciones bajo el título Lucifer rising and other sound tracks, en formatos físico (vinilo) y digital (para descarga web).

La muerte de John Bonham produjo la separación definitiva de Led Zeppelin. Pero la conexión de Jimmy Page con el rock continuó a través de diversos proyectos de corta duración. El primero de ellos fue en 1981, un intento fallido de supergrupo llamado XYZ, un power trío junto a la base rítmica de Yes, Chris Squire (voz, bajo) y Alan White (batería). Aunque llegaron a grabar algunos demos –que circulan en YouTube-, XYZ se disolvió al poco tiempo. Luego, el guitarrista escribió la banda sonora de Death wish II (Michael Winner, 1982), película de acción policial protagonizada por Charles Bronson que en nuestro medio se anunció como El Vengador Anónimo. Y en 1984, participó en dos temas –I get a thrill y Sea of love– del proyecto de Robert Plant The Honeydrippers, un homenaje a la música de los cincuenta y sesenta. Ese mismo año colaboró con su viejo amigo Roy Harper, en su décimo tercer álbum Whatever happened to Jugula? Posteriormente, entre 1985 y 1987, integró The Firm, con Paul Rodgers (ex vocalista de Free y Bad Company), y dos reconocidos músicos de sesión, el baterista Chis Slade (posteriormente en Ac/Dc) y el bajista Tony Franklin. Aunque los dos discos que editaron -The Firm (1985) y Mean business (1986)- no tuvieron mucha resonancia, dejaron temas estimables como Satisfaction guaranteed, Closer o Fortune hunter.

En esos años se produjo la primera reunión formal de Led Zeppelin, en el concierto benéfico Live Aid, ante casi 90 mil personas en el Estadio John F. Kennedy de Philadelphia. En la silla de John Bonham se sentó nada menos que Phil Collins. Sin embargo, las cosas no salieron muy bien aquel 13 de julio de 1985, con pésimos comentarios por parte de los mismos músicos debido al reducido tiempo que tuvieron para ensayar. Jimmy Page cerró los ochenta con su único álbum en solitario, Outrider (Geffen Records, 1988), que contiene tres notables piezas instrumentales, así como contribuciones vocales de Chris Farlowe, John Miles y Robert Plant.

La década siguiente, se concentró en realizar colaboraciones que mantuvieron su estatus de ícono del rock en tiempos de cambio para la industria musical y los gustos del público. Primero, con el ex vocalista de Deep Purple y Whitesnake, David Coverdale, grabó en 1993 un poderoso album que, en su momento, no generó mucho entusiasmo. Un año después, se juntó con Robert Plant para un sintonizado episodio de la serie MTV Unplugged que fue lanzado bajo el título No quarter: Jimmy Page and Robert Plant Unledded, un fantástico viaje por el catálogo acústico/místico/étnico de Led Zeppelin, embellecido por la participación de una orquesta de 30 músicos, banda de rock y un ensamble de músicos de Marruecos y Egipto. En 1998, ambos volvieron a reunirse en Walking into Clarksdale (Atlantic Records), disco que ha envejecido muy bien con el paso del tiempo, algo que también ocurrió con sus producciones anteriores. Para cerrar el siglo XX, Page salió de gira con la banda norteamericana de blues-rock The Black Crowes, que generó un doble en vivo, Live at The Greek (2000).

Las últimas dos décadas han visto a un Jimmy Page más reposado, concentrado en la remasterización del legado discográfico de Led Zeppelin, con esporádicas y relampagueantes apariciones como aquella noche del 10 de diciembre del 2007, junto a sus compañeros de siempre, Robert Plant, John Paul Jones y Jason Bonham, en lugar de su padre, en el retorno definitivo de Led Zeppelin, un conciertazo ante 20 mil personas en el homenaje al legendario productor turco-norteamericano Ahmet Ertegun (1923-2006). O su participación en el documental It might get loud (David Guggenheim, 2008), recorriendo las viejas instalaciones de la cabaña Headley Grange donde se grabó Stairway to heaven y otros clásicos zeppelinescos y compartiendo experiencias con guitarristas de dos generaciones diferentes, The Edge (U2) y Jack White (The White Stripes).

En su autobiografía, Jimmy Page se define como una persona “que nunca puede estar sin hacer nada y que siempre está dándole vueltas a ideas para sorprender a la gente”, algo notable considerando su edad. Padre de cinco hijos y orgulloso abuelo de dos, ha superado toda clase de adicciones y de críticas, entre ellas múltiples acusaciones de plagio e incluso de copiarle el estilo a Bert Jansch (1943-2011), guitarrista escocés de folk acústico, un artista de culto a quien Page consideró siempre como una de sus principales influencias. Sin embargo, nada ha impedido que sus contribuciones sigan vigentes y reconocidas por varias generaciones, convirtiéndolo en un personaje fundamental para entender la cultura juvenil y el ambiente artístico y masivo del siglo XX.

 

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[EL DEDO EN LA LLAGA]  Meses antes de la publicación del libro, Patricia le envió el manuscrito a su hija. Cuando volvió a verla, ésta le dijo con tono de voz decidido: “Mamá, hay dos cosas que tengo que decirte. Primero, tienes que dejar todo hasta que termines tu libro. Y segundo, debes aceptar el hecho de que te criaste en una secta”. Patricia, quien había estado trabajando en el libro durante ocho años, escuchó impactada lo que le decía su hija, una estudiante de tercer año de universidad, quien ya conocía la historia de su infancia en el St. Benedict Center. ¿Una secta? ¿Lo que había sido su hogar de la infancia era una secta?

Al escuchar las palabras de su hija, le vinieron a la mente las sectas que habían aparecido en las noticias: el asesino Charles Manson y su harén de mujeres enamoradas; Jim Jones, quien guió a sus 900 seguidores a una “tierra prometida” en Guyana sólo para forzarlos a participar de un suicidio masivo; David Koresh y la rama de los Davidianos, que se atrincheraron contra el resto del país en una fortín cercado en las cercanías de Waco (Texas) en la década de los 90. Cuando la fiscal general de los Estados Unidos, Janet Reno, ordenó el uso de la fuerza militar contra Koresh y los ocupantes del rancho, confiesa Patricia que sintió una afinidad instantánea con los hombres, mujeres y niños asediados detrás de la cerca de madera. Por un momento se sintió regresando a un tiempo y un lugar cuando, siendo niña en el St. Benedict Center, le decían que todo el mundo estaba en contra de ellos. Sin embargo, aun así no veía rasgos comunes entre la forma en que fui criada y las sectas que habían ocupado los titulares a lo largo de su vida.

Al año siguiente de la publicación de su libro, Patricia relató sus impresiones en un artículo aparecido el 6 de mayo de 2020 en “America: The Jesuit Review”, con el título de “I grew up in a Catholic cult. I had to tell my story before I could accept that” [“Crecí en una secta católica. Tuve que contar mi historia antes de poder aceptarlo”].

El St. Benedict Center fue fundado por Catherine Clarke en 1940 como un lugar de encuentro para estudiantes universitarios católicos en el área de Boston. En pocos años, su popularidad llevó a la designación del renombrado sacerdote jesuita Leonard Feeney como su capellán a tiempo completo. Hacia 1948, sin embargo, el centro se redujo a alrededor de 60 seguidores del Padre Feeney, todos los cuales se adherían a una interpretación rigurosa de la doctrina católica “extra ecclesiam nulla salus” (“fuera de la Iglesia no hay salvación”).

De niña la vida de Patricia se centró en las actividades de los hombres y mujeres que eligieron seguir al Padre Feeney, incluidos sus progenitores, varios matrimonios. y hombres y mujeres solteros, todos los cuales se convirtieron en miembros de la orden religiosa no oficial que establecieron y a la que llamaron los Esclavos del Inmaculado Corazón de María. En pocos años, el número de miembros se había incrementado a casi 100, gracias a los 39 niños nacidos de los matrimonios.

Los primeros recuerdos de Patricia están llenos del sonido de risas, de estar en constante compañía de hombres y mujeres enérgicos e intelectuales de la comunidad. No sabía que se habían unido en este enclave jubiloso debido a desacuerdos con las autoridades locales de la Iglesia Católica y Roma. El Padre Feeney fue expulsado de los jesuitas y excomulgado en 1953 después de negarse a responder a una citación al Vaticano. Tampoco sabía que su padre, profesor en el Boston College dirigido por los jesuitas, había sido despedido junto con otros dos profesores a principios de 1949 debido a sus rígidas opiniones teológicas, cuando ella tenía solo siete meses de edad.

Recuerda bien que cuando solo tenía unos tres años de edad, los miembros de la comunidad abandonaron sus atuendos “mundanos” y comenzaron a usar ropa idéntica: trajes negros para los hombres y faldas largas y plisadas negras, con blusa blanca y chaqueta negra, para las mujeres.

Cuando tenía cuatro años, el Padre Feeney ordenó que todos cambiaran sus nombres “mundanos” y adoptaran nuevos nombres “religiosos”. A Patricia no le importaba que le prohibieran llamar “mamá” y “papá” a sus padres y que tuviera que dirigirse a ellos como Hermana Elizabeth Ann y Hermano James Aloysius. Ella sabía que la amaban, y ella los amaba a ellos. Pero se enojó cuando teniendo cinco años, el Padre Feeney cambió su nombre de Mary Patricia a Anastasia. Aun siendo tan pequeña, ya sabía entonces que el Padre —como lo llamaban— y la Hermana Catherine tenían todo el poder en el centro.

No le importó cuando los “hermanos mayores” —como se les llamaba a todos los hombres— construyeron una cerca alrededor de las siete casas que servían como sus hogares y los aislaron del mundo exterior, siempre y cuando todavía viviera junto con sus padres, tres hermanas menores y un hermano menor. Pero quedó desolada cuando, a la edad de seis años, junto con su hermana de cuatro años y su hermano de tres años, fueron separados de sus padres y de los dos hermanos menores. Ya no eran parte de una familia amorosa; de repente, estaban siendo criados por una de las hermanas mayores, una mujer de voz potente que administraba castigos corporales de manera regular. Patricia observó con agonía cómo su hermana pequeña, Mary Catherine, se volvía una niña frágil y asustadiza, propensa a pasar días sin comer. Su único recurso fue asumir, lo mejor que pudo, el papel de protectora, lo que a menudo significaba comerse en secreto las comidas de su hermana para que ésta no fuera castigada.

Hubo ciertamente esperanza cuando la Hermana Catherine anunció que dejarían su hogar en Cambridge y se mudarían al pueblo de Still River en el centro de Massachusetts, donde, según prometió, podrían correr por los campos y tener perros y gatos de mascotas, y caballos para montar. Pero lo que no dijo fue que una vez que se mudaran, a los niños ya no se les permitiría ni siquiera hablar con sus padres, quienes habían sido obligados a hacer votos de celibato y ya no podían vivir juntos. Empezaron a llevar una vida monástica; el silencio y la oración llenaban gran parte del día. A los miembros de la comunidad se les obligaba a cortar todos los lazos con sus familias, y los niños recibían educación escolar en los mismos locales de la comunidad.

En este entorno, el Padre Feeney y la Hermana Catherine les repetían una y otra vez que eran “los niños más afortunados del mundo, porque ustedes han sido consagrados a Dios desde el día en que nacieron”. Tenían la suerte de haber sido salvados del mal del mundo exterior, de los peligros para sus almas que provenían de leer periódicos y ver televisión y películas, de escuchar la música pecaminosa de los Beatles y de vestir la ropa pecaminosa que llevaba la gente “afuera en el mundo exterior”.

A pesar de sus esfuerzos, Patricia fracasó en ver lo afortunados que eran. El castigo corporal severo era parte de su vida diaria, y la Hermana Catherine les recordaba con frecuencia que debían abrazar el martirio porque era la forma más segura de llegar al cielo.

No obstante las interminables advertencias sobre el mal acechando en el mundo exterior, la curiosidad de Patricia hacia todo lo que se encontraba más allá de los límites de su aislada comunidad era insaciable. Ya adolescente, comenzó a darse cuenta de que el rumbo de su vida estaba fuera de sus manos. Estaba siendo entrenada para convertirse en una hermana mayor, como su madre, y una novia célibe de Cristo. Nada podría haber estado más lejos de sus sueños: como esposo un príncipe y una hermosa casa rodeada de un jardín de flores y muchos hijos. Cuando, a la edad de dieciséis años, la obligaron a convertirse en postulante, se sintió atrapada.

Al mismo tiempo, desarrolló una serie de enamoramientos hacia hombres adultos dentro de la comunidad. No se les enseñaba biología, y mucho menos educación sexual, y no sabía qué significaban estos sentimientos ni qué hacer al respecto.

Durante su último año de educación secundaria, la Hermana Catherine le informó que “no todos tienen un llamado para ser monja”. En una reunión que fue tanto extraña como aterradora, le hizo saber que abandonaría su hogar cuando se graduara en seis meses. Era una especie de sentencia de muerte: ser desterrada del único lugar en el mundo que era seguro.

En junio de 1966, no más de una hora después de su graduación y a dos meses de cumplir los dieciocho años de edad, Patricia fue expulsada del centro sin siquiera poder despedirse del resto de la comunidad, a la que consideraba su familia. Cuando, en los próximos días y semanas, algunos miembros de la comunidad le preguntaron a la Hermana Catherine sobre su partida, ella respondió, como pudo averiguar Patricia posteriormente, que ella “estaba destruyendo las vocaciones religiosas de los hermanos”.

La Hermana Catherine murió dos años después. Después de su muerte, varios niños en el centro informaron a sus padres sobre las palizas secretas y violentas que habían recibido, lo que llevó a una éxodo masivo de familias. A principios de la década de 1970, el Padre Feeney se reconcilió con la Iglesia Católica, aunque nunca se retractó de sus opiniones sobre “extra ecclesiam nulla salus”, motivo de su anterior excomunión. La comunidad de hombres se convirtió en una abadía benedictina, mientras que las mujeres quedaron bajo los auspicios de la Diócesis de Worcester. Aunque algunos miembros formaron una nueva comunidad cismática en New Hampshire, la comunidad de Still River está en plena comunión con la Iglesia Católica.

Después de la publicación de su libro, Patricia comenzó a compartir su historia en bibliotecas, clubes y programas de radio en todo el país. Se dio cuenta entonces de que su audiencia estaba de acuerdo con su hija: se había criado en una secta. Las señales que había pasado por alto ahora saltaban a la vista: obediencia ciega a una autoridad absoluta, control centralizado de los asuntos económicos, paranoia hacia el mundo exterior, separación de las familias, desprecio hacia aquellos que abandonaban la secta. ¿Por qué no había notado lo que ahora parecía tan evidente?

El centro había su hogar, y lo amaba, así como a las personas que formaban parte de él. Todas ellas habían sido su familia. Por lo tanto, a Patricia no le era indiferente cómo recibirían el libro aquellos que actualmente consideraban el centro como su hogar. Compartió el manuscrito de su libro con las cabezas de las comunidades masculina y femenina antes de su publicación y se ofreció a colaborar con los líderes actuales, pero ese ofrecimiento fue rechazado.

Su madre, en cambio, le dio todo su apoyo. Sus padres habían abandonado la comunidad con dos de sus hermanos en 1969, tres años después de la expulsión de Patricia, y sus otras dos hermanas se fueron en 1971. Su madre tenía más de 80 años y leyó cada capítulo del libro mientras Patricia lo escribía, animándola a seguir adelante. A medida que se acercaba al final, le decía: “Algunas partes me entristecen, pero todo es verdad y necesitas publicarlo”. Murió seis meses antes de la fecha oficial de lanzamiento.

Patricia concluye su artículo testimonio con las siguientes palabras:

«Me han preguntado cómo pude perdonar a mis padres por lo que a muchos les parece un abandono. Entiendo ese punto de vista, pero lo vi y todavía lo veo de manera diferente. Incluso de niña era consciente del control creciente que el Padre Feeney y la Hermana Catherine tenían sobre todos en el centro. Sentía que mis padres y yo estábamos sufriendo juntos, y cuando nos volvimos a reunir como familia, varios años después de ser desterrada, nunca sentí enojo hacia ellos ni la necesidad de perdonarlos.

También me preguntan cómo puedo seguir siendo católica. Nuevamente, la respuesta es sencilla, al menos para mí. Los pecados de algunas personas dentro de la Iglesia, o, por el mismo motivo, en otras iglesias, gobiernos o corporaciones, no invalidan el bien que se ofrece. No hay religión que no se halle ante un desafío de vez en cuando debido al comportamiento de sus líderes. Abandonar el catolicismo no haría nada para inspirarme a llevar una vida mejor. Ésta puede ser una respuesta simplista, pero creo en ella sinceramente.

Quizás la pregunta más profunda que me han hecho mientras estaba de gira con mi libro provino de un caballero: “¿Qué cambiarías en tu vida si pudieras hacerlo todo de nuevo?” Sopesé su pregunta: a los dieciocho años me encontré expulsada de mi hogar, sin padres que me aconsejaran, sin dinero ni posibilidades de acceder a una educación superior. Armada solo con fe y la determinación de no fracasar, enfrenté un mundo del que me habían enseñado que estaba lleno de pecado y peligro. El viaje fue largo y arduo, pero también en muchos aspectos emocionante, y con coraje, suerte y una serie de mentores, logré sobrevivir y eventualmente prosperar”. […]

Respondí: “No cambiaría nada”, y lo dije en serio».

Al igual que Patricia Chadwick, yo tampoco cambiaría nada. Soy quien soy gracias a que pasé por el Sodalicio, un pasado que no puedo cambiar pero al cual pude sobrevivir para acometer un viaje largo y arduo que aún no termina y que será el legado que le dejaré a mis hijos y a todos aquellos que siguen buscando justicia y reparación ante los abusos perpetrados en esa secta católica.

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[LUZ ROJA] ¡ATENCIÓN a toda nuestra comunidad! Estamos emocionados de anunciar nuestro nuevo programa: “Luz Roja», conducido por el destacado periodista Juan Carlos Tafur.

Este proyecto está diseñado para analizar en profundidad la coyuntura y ofrecer un análisis claro y objetivo de la situación. No se pierdan el primer episodio donde exploraremos los acontecimientos más relevantes y daremos una perspectiva única sobre los temas que impactan a nuestra sociedad.

¡Compartan este mensaje para que más personas se unan a esta experiencia informativa!.

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[PIE DERECHO] Parece que la tesis de la guerra ideológica, que un sector de la derecha radical considera fundamental en sus propósitos de enfrentar a la izquierda, lo tiene confundido a Javier Milei, quien le ha declarado la batalla al sector cultural de su país, Argentina, que durante décadas se ha distinguido por ser uno de los lugares que más apoyo ha brindado al mundo de las artes, con logros de excelencia en casi todas ellas.

Uno entendería que la prédica libertaria contra los beneficios sectoriales al mundo de la cultura sean parte de un andamiaje ideológico opuesto, en general, a toda intervención estatal en el circuito económico. Uno puede discrepar de ello, pero se podría entender. Lo que no cabe, dentro de su propia perspectiva lógica, es que se mantengan beneficios a ciertos sectores productivos y a la vez se arremeta, denunciando su privilegio sectorial, contra el mundo de la cultura.

Más parece resultado de una histórica fobia de ciertas élites por el pensamiento crítico y la contestación artística. Y particularmente, en la coyuntura actual, apunta a una ojeriza inexplicable de ciertas derechas hacia la cultura en general.

Se puede ser liberal y alentar el apoyo estatal a la cultura. El mundo de las artes debe ser entendido como el de una atmósfera de quehacer cívico. Alentarlo sería equivalente, en esa perspectiva, a la construcción de espacios públicos. Tiene el mismo resultado: la cohesión social y la activación de núcleos de integración.

Se puede y se debe abrir espacios para la participación de capitales privados en el quehacer cultural. Mientras más, mejor. Pero no puede soslayarse la necesidad de una política cultural de carácter público. Es indispensable, tanto como la existencia de una educación y salud públicas de calidad. Están casi en el mismo rango de importancia social.

Es una lástima que el pensamiento libertario, reivindicado por su propio fundador, Murray Rothbard, como una filosofía de izquierda, haya devenido en la costra ideológica de sectores conservadores, que aprecian casi todo pensamiento abstracto como “neomarxismo” o “marxismo cultural” y que consideran, por ende, que convertir al mundo de la cultura en un páramo es parte de la batalla ideológica que deben librar.

Ojalá fracase Milei en este propósito. Los buenos deseos que los sectores liberales le desean respecto del enderezamiento del desastre populista del peronismo, no se extienden a su afán destructivo de uno de los activos más valioso que puede exhibir la Argentina: su rica y variada vida cultural.

 

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