Va a ser difícil que el aprismo resucite, peor aún luego del zafarrancho interno que lo atraviesa ya desde antes, inclusive, de la muerte de Alan García. En esa batalla cruenta se van todas las energías que difícilmente harán que de tales canteras pueda surgir una opción política potable, capaz de encaramarse sobre los evidentes éxitos obtenidos en su segunda gestión gubernativa.
Algunos apristas amigos me señalan que ellos confían en que armar una buena plancha o constituir parte de una buena alianza los puede volver a hacer tener el protagonismo político de antaño. Veo difícil que ése sea el camino.
Primero van a tener que efectuar una purga ideológica capaz de hacer entrar en vereda a quienes quieren todavía ver en el APRA a un partido de izquierda populista, a la usanza del periodo 85-90.
Alan García cambió eso de un plumazo y quienes denostan ese periodo como el causante de la implosión del aprismo se equivocan garrafalmente. García no hizo en su segundo gobierno que la inmensa ola de inversión privada, crecimiento económico y reducción de la pobreza que se produjo, fuera acompañada de reformas institucionales en sectores claves como salud y educación públicas, regionalización, seguridad ciudadana, etc.
Si lo hubiera hecho habría sido el mejor gobierno de la historia del Perú, sin lugar a dudas, pero se conformó con la inercia del capitalismo liberado y de allí el rechazo popular a su gestión (con las justas pasó la valla en la siguiente elección a la que se presentó, el 2016).
El APRA debe reinstalarse ideológicamente en las orillas de una centroizquierda liberal, que complemente la agenda alanista. Tiene pueblo, tiene organización partidaria, tiene generaciones nuevas activas e inteligentes, muy preparadas. Debe basar en esa generación, y ya no en los achicharrados sesentones o setentones, las vías de su refundación. Se necesita un partido como el APRA en el Perú.
Pero si su resurrección pasa por las rutas equivocadas le sucederá lo mismo que a Acción Popular, partido que pareció reverdecer laureles y hoy es un antro político donde predominan los corruptos y sinvergüenzas, ya sin descaro. La historia del APRA lo conmina a algo mejor.