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Patrick Modiano: el detective de la memoria | Sudaca - Periodismo libre y en profundidad
Jorge Yui - Sudaca.Pe

Patrick Modiano: el detective de la memoria

Ha cumplido 75 años, pero cuando responde a las preguntas lo hace agitadamente, de manera dubitativa. Sus respuestas son inseguras, nerviosas, en busca siempre de una expresión más exacta que resta elusiva. Acostumbrado a corregir sus textos hasta la extenuación, Patrick Modiano sufre para concluir las frases, tal como el adolescente que escribía sus primeras cuartillas a los 18 años, y que extravió en algún resquicio de esa vida trashumante, entre la provincia francesa y el París de la década de los sesenta.

 

En varias entrevistas, realizadas en la biblioteca de su apartamento, en rue Bonaparte, en uno de los barrios más tradicionales de París, en el vecindario del mítico Jardín de Luxemburgo, explica el escritor que su dificultad con la expresión oral se debe por haber pertenecido a una generación de niños que no tenía derecho a participar en la conversación de los adultos, y que cuando se le permitía hablar debía hacerlo rápidamente antes de ser interrumpido.

 

A pesar de todo, es generoso y paciente cuando se le interroga una y otra vez por los orígenes de su vocación, sobre su primera novela, La plaza de la estrella, publicada en 1968, en la prestigiosa editorial Gallimard ─la misma que publica las traducciones de Vargas Llosa y otros escritores latinoamericanos─, y que le permitió simbólicamente poner fin a una infancia y juventud de necesidades materiales y aislamiento social. La escritura le otorga la posibilidad de compensar sus dolorosas perdidas familiares: la relación disfuncional de sus padres, la muerte de su hermano Rudy. Y alejarse de ciertas conductas extremas. Durante un periodo, después de haber vendido sus trajes, ─y para asegurar la subsistencia de él y su madre─ se dedicará a robar libros raros de bibliotecas públicas y privadas: una primera edición de En busca del tiempo perdido, ejemplares autografiados por autores famosos, muchos volúmenes de la lujosa colección de La Pléiade. Por esa misma época, su madre también roba bolsos de lujo en los almacenes de Paris.

 

Así, para Patrick Modiano la literatura es más que un refugio, es un verdadero acto de salvación. “A partir del momento en que comencé a escribir no volví a cometer latrocinios” cuenta el narrador en “Un pedigrí” (2005), texto impúdicamente autobiográfico en la que relata con implacable detalle el origen y la vida azarosa de sus padres previos a su nacimiento literario. La madre, nace en Amberes en 1918, hija de obreros, y aspirante a actriz, es lapidariamente retratada como una “chica bella y de corazón seco”, “un novio le había regalado un perro ─raza chow-chow─, pero nunca se ocupó de él, y lo confiaba a otras personas, como ella lo hará conmigo más tarde. Le chow-chow se suicidó lanzándose por una ventana. Lo he visto en algunas fotos y debo confesar que lo siento muy cercano”. Alberto, el padre ─de descendencia judía e italiana─, nacido en las afueras de París, en 1912, huérfano desde los cuatro años, transcurre su infancia en internados, y librado a si mismo desde los dieciséis, es un hombre de negocios, que conduce una inquietante existencia en la zona gris de dudosos negocios con extranjeros, a medio camino entre la especulación, el contrabando y el timo empresarial. Esas vidas grises, signadas por las necesidades de la guerra

 

Interrogado por su método de trabajo, Modiano habla de la dificultad de la escritura misma: no utiliza un ordenador o máquina de escribir. Necesita sentir el esfuerzo, la resistencia física de la escritura. No siempre trabaja en su biblioteca de paredes cubiertas de libros sin orden aparente, no usa papel o plumas especiales ─prefiero no tener rituales de escritura, se corrige─, por el riesgo que éstos se conviertan en un pretexto para no escribir. Trabaja por las mañanas, una o dos horas, luego la tensión y energía decaen. El escritor debe acometer la escritura con tensión, con urgencia, como el cirujano consciente de no tener mucho tiempo para completar la operación. Sus manuscritos están llenos de supresiones, tachaduras, correcciones. A diferencia del proceso creador de Marcel Proust, quien va añadiendo frases, párrafos y páginas a sus textos, las cuartillas de Modiano demuestran una penosa labor de supresión, de reducción, de búsqueda permanente no de la “palabra justa”, más bien de la idea, de la imagen inefable.

Apiladas en un rincón, varios tomos de las míticas guías telefónicas de París, es una edición de los años cincuenta. Son una herramienta fetiche del autor, y como en el caso del detective de “Calle de las tiendas oscuras” se le antojan irremplazables para poder avanzar en las investigaciones. “Sus páginas son recopilaciones de seres, cosas y mundos desaparecidos”. Así, los personajes de Modiano aparecen siempre con una dirección y número de teléfono. En sus novelas, las referencias a las calles, jirones y plazas de los diferentes barrios aparecen escrupulosamente documentados. En “Un Pedigrí”, el narrador explica esa obsesión por los datos registrales: “… Soy un perro que pretende tener un pedigrí. Mi madre y mi padre no estaban ligados a ningún medio bien definido. Dispersos, inciertos, debo esforzarme en encontrar alguna huella y algún punto de referencia en esas arenas movedizas, como cuando se trata de adivinar las letras medio borrosas en alguna partida de estado civil o en algún formulario administrativo.”

 

La larga lista de novelas ─una cuarentena de títulos, incluidas algunas piezas de teatro y libretos de cine─ han sido traducidas a treinta seis idiomas, y en 2014 le valieron el Premio Nobel de Literatura. Pero si se trata de una obra prolífica, los textos que la componen son breves, novelas de 200 páginas, en su mayoría se trata de historias de corte investigativo. En las cuales un gesto anodino, un saludo, una noticia en un periódico, una fotografía desvaída, un encuentro fortuito, en un café, se convierten en el punto de partida de una indagación que conduce al lector a un pasado oscuro e inquietante: tratar de desentrañar la identidad o el paradero de alguna persona teniendo como telón de fondo episodios de París ocupada por los Nazis durante la Segunda Guerra mundial.

 

Sin embargo, el resultado de esas investigaciones no es trascendental, las informaciones recabadas no resuelven misterio alguno, en la Calle de las tiendas oscuras, la agencia de detectives se dedica a obtener ─” información mundana” ─ para clientes de circunstancias, oscuros hombres de negocios. El detective, Guy Roland es un hombre que sufre de amnesia y que no conoce nada de su pasado real, durante una década ha habitado una nueva identidad, y por algún motivo se lanza a la reconstrucción de un pasado incierto e inquietante que no se sabe a quién pertenece. Un personaje más de la novela es la ciudad, los diferentes barrios parisinos, los cafés, las plazas y parques de una ciudad que aparece como testigo espectral de las miserias humanas a lo largo de los años.

 

En la mención oficial del Premio Nobel, se señalaba a Patrick Modiano como el Marcel Proust de la modernidad, el maestro de la memoria. Modiano afirmaba que ya no puede existir un Proust porque hemos perdido la certeza del pasado. Ante esa ausencia, los personajes de Modiano arrojan luces sobre nuestra propia capacidad de reflexionar, pensar y reinventar nuestra propia identidad.

 

Patrick Modiano, Calle de las tiendas oscuras, Anagrama, España, 2013, 240 páginas

Patrick Modiano, Un pedigrí, Anagrama, España, 2007, 144 páginas

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