Alonso Rabí do Carmo

Amores (y desamores) limeños

“Los personajes conforman una suerte de teatro de lo cotidiano. Habitan preferentemente espacios urbanos, están marcados por un profundo sentido de lo mundano y en ellos abundan obsesiones, miedos, disyuntivas y pulsiones. Humanos al fin, se parecen a nosotros, sus lectores, enredados en la misma maraña de dudas y tormentos”

Cuando alabamos la sencillez de un texto no estamos diciendo ninguna banalidad. Al contrario, aludimos a un arduo proceso con las palabras: su elección, su sonoridad, su ritmo, elementos que se dan cita para crear un relato transparente, cuya diafanidad no cae en el candor, pero tampoco es llano sinónimo de simpleza. 

Quienes conocemos los relatos de Fernando Ampuero sabemos que en esencia hay dos elementos rápidamente identificables en su práctica narrativa: uno es la economía expresiva, esa capacidad de decir mucho con poco; otro la virtud del buen contador de historias que no se entrampa en su propio lenguaje. 

Este asunto queda claramente planteado por el propio narrador de uno de los relatos, titulado “Los amores canallas”, cuando al referirse a las historias contadas por uno de los personajes observa: “Hubo otros aspectos menores de su solution mix, pero creo que volverían farragoso este relato, de modo que prescindo de señalarlos o dar alguna explicación” (91). Es el propio narrador quien elige la economía expresiva como unas de las claves de su arte narrativo.

Los relatos de Ampuero, incluidos los de este libro, siguen ese derrotero, y esperan que el lector reconozca esos códigos y se embarque en esa placentera aventura de ir descubriendo las tensiones del relato para llegar, finalmente, a un desenlace que puede ser sorpresivo como un puñetazo o, en cambio, sutil y reflexivo, que puede atenuar la caída del telón, pero hace perdurables sus efectos. 

El melodrama exige casualidades necesarias y que no sean percibidas por los lectores como cebo o carnada. Ampuero maneja este recurso con maestría, y eso explica la eficiencia de sus relatos. Mientras más se oculta el artificio, mejor para el relato. Cuentos como “Pecados de familia” o “El despertar de Lena” –dos relatos desde ya antologables dentro y fuera de nuestra lengua– este mecanismo funciona a la perfección, y se manifiesta en la última línea que es la llamada a resolver el conflicto que da vida al cuento.

El universo narrativo de Ampuero se mantiene fiel a su naturaleza. Los personajes conforman una suerte de teatro de lo cotidiano. Habitan preferentemente espacios urbanos, están marcados por un profundo sentido de lo mundano y en ellos abundan obsesiones, miedos, disyuntivas y pulsiones. Humanos al fin, se parecen a nosotros, sus lectores, enredados en la misma maraña de dudas y tormentos. Melodrama y humor se funden de manera natural y armoniosa en este nuevo conjunto, que alude desde el título al mundo amoroso, encarnado en al fragmento de un bolero canónico. 

Amores que brillan por su ausencia, o por la dificultad de su realización. No es un asunto que se vea desde el patetismo, se ve, más bien desde el humor, desde un acabado manejo de la ironía y, en ocasiones, el sarcasmo. Al planteamiento de cada conflicto le sigue un desarrollo armonioso y coherente y las mas de las veces el final nos toma de zopetón, con un final inesperado, una vuelta de tuerca violenta y sorpresiva. No está de más recordar ciertos parentescos: Los amores difíciles, de Ítalo Calvino o Los amores ridículos de Milán Kundera, manes mayores en lides de carácter sentimental.

Habría que remarcar también el trabajo con la expectativa frustrada. Muchas veces los personajes no logran lo que anhelan, algo que sin duda mantiene vivo el recuerdo de Julio Ramón Ribeyro en el destino de los personajes de Ampuero. La necesidad de construir el escenario para la frustración no solo es un mandato melodramático, es también un ingrediente ideal para que el lector viva estas historias o bien con una sonrisa o bien con una mirada conmovida. Lo sfracasos de los personajes son, de algún modo, nuestros también.

El libro se cierra con una crónica que se me antoja leer como un manifiesto de nostalgia por un periodismo que compartía la noche y la bohemia como prácticas educativas, formadoras, tesoro de historias y personajes. Hay allí todo un mundo de referencias que se van perdiendo paulatinamente y que la memoria, voraz exhumadora, rescata para nosotros. 

Imbuido en parte del talante de un flanneur, Ampuero evoca y recrea aquí la historia de varios cafés y centros nocturnos de la capital, sus habitúes, las grandes lecciones que encierran la calle y la noche para quienes se inician o viven de sus descubrimientos y revelaciones. Con este texto Ampuero revela su linaje, el de aquellos periodistas que ven en la literatura no un antagonista sino un hermano. Mas aun, este bello texto final encierra una forma de ver las de relaciones entre el periodismo y la literatura que quizá haya desparecido o esté por desparecer. Y por supuesto, es un homenaje a Lima, en clave de melancólicos recuerdos de juventud que hacían que la ciudad, a contrapelo de lo que pensaba Sebastián Salazar Bondy, a lo mejor no era tan horrible. Cinco cuentos y un ensayo testimonial aquí reunidos, como muestra de una prosa como la de Ampuero, que solo sabe decantarse con el tiempo.

Tanta vida yo te di. Fernando Ampuero. Lima: Tusquets, 2024.

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