Es una muestra de estupidez política el acto perpetrado por el municipio de Miraflores -cuyo alcalde, Carlos Canales, pertenece a las filas de la ultraconservadora, Renovación Popular-, la clausura del Lugar de la Memoria, LUM.
Ha acatado, sin duda, una instrucción dada por el alcalde metropolitano, Rafael López Aliaga, quien ya se había pronunciado al respecto, y es la expresión consumada de una visión bruta y achorada, primero de lo ocurrido en los 20 años de conflicto armado interno, y, segundo, del papel que debe jugar la memoria respecto de los latrocinios que en ese periodo se cometieron tanto por parte de los grupos subversivos como de las fuerzas del orden.
En particular, soy crítico de cierta narrativa predominante en el LUM. No es un museo que genere reacciones sentidas, perplejas, aleccionadoras de lo sucedido. Uno no sale del LUM con la misma sensación que deja visitar espacios similares en Chile o en Argentina, por ejemplo. Hay cierto edulcoramiento que rebaja su misión.
Además, cuestiono un sesgo antifujimorista en el museo, que no pondera correctamente que las mayores barbaridades violatorias de los derechos humanos se cometieron en plena democracia, durante los gobiernos de Belaunde y Alan García. Y ello se aprecia tanto en la muestra permanente como en las exposiciones temporales.
No obstante ello, me parece relevante, crucial, fundamental para la democracia peruana reconstituida desde inicios del siglo, hacer recuerdo de lo sucedido, aprender de que somos capaces de cometer barbaridades y que, al recordarlo, propendamos a que la ciudadanía tome consciencia de los elementos que lo permitieron y que, en consecuencia, ello no se vuelva a repetir. Lo que no se recuerda reaparece. En la psique individual como en las sociedades.
El LUM es una pieza en movimiento que irá corrigiendo errores. Es una muestra viva, no un cementerio de recuerdos, y, en esa medida, su rol social es tremendamente valioso y es, por ello, cada vez más visitado por los ciudadanos.
Eso no lo entiende cierta derecha que cree que no hay nada que recordar, que lo que aconteció entre 1980 y el 2000 fue simplemente terrorismo (es claro el porqué del fetichismo político detrás de este subrayado), y que la sociedad y el Estado reaccionaron como correspondía, sin mácula ni actos cuestionables.
Hay que defender el LUM y exigir su inmediata reapertura. Un alcalde reaccionario no puede borrar de un plumazo el esfuerzo de todo un país por hacer de la memoria un factor relevante en la construcción de la democracia que queremos para las siguientes generaciones.