Desde los tiempos de Para leer al Pato Donald (1972), de Ariel Dorfman y Armand Mattelart, el estudio de las historietas nos ha acercado al diverso manejo de la heroicidad y del sentido del humor en las sociedad actuales. Pensemos en las historietas europeas más populares: Mortadelo y Filemón, Tin Tin, Obelix y Asterix, las obras de Moebius o de Milo Manara, en ellas sus héroes resaltan por cierto ingenio singular, considerado característico de su cultura o incluso, productor de su cultura. Esta riqueza del cómic para la comprensión de una sociedad es probable que lo deba a su origen costumbrista, rasgo que parece haber condicionado su devenir. Pensemos ahora en las historietas estadounidenses, esas plenas de superhéroes (diurnos y nocturnos) que también salen en el cine y que nos acompañan en tal ola de merchandising (que inunda no solo la casa sino también el colegio con los útiles escolares): son tan súper sus héroes que hasta libran voluptuosas batallas en galaxias cruzadas por naves espaciales. Donde esté el villano, no se detendrán hasta conseguir la gloria de su país.

Quienes escucharon el discurso de Donald Trump deben haber notado que se utilizó al superhéroe como recurso retórico: el será el Superpresidente que llevará a Estados Unidos a su Edad de Oro. A poco de comenzar su discurso, Trump se presenta como el hombre al que Dios salvó, desviando la bala a su oreja y otorgándole así la vida para salvar a Estados Unidos. El público (de notoria mayoría blanco, por cierto) se pone de pie y lo aplaude. Desde ese momento, su heroicidad quedó establecida a la manera del héroe salvador de una nación, elegido previamente por Dios. Como las profecías de Nayib Bukele que lo proclamaron presidente o Nicolás Maduro que recibió el mensaje de Hugo Chávez a través de un pajarillo, Trump ha sido escogido y ahora lo verán. 

En su discurso, estructura la Edad de Oro a partir de un irónico anhelo: se apropia del sueño (1963) de Martin Luther King Jr., el principal héroe político norteamericano que lideró la lucha contra el racismo; un racismo que hasta el día de hoy practican tanto Trump como sus votantes, sobre todo en las zonas de mayor pobreza en su país. Trump toma el deseo de justicia, libertad e igualdad como los objetivos que reitera una y otra vez en su discurso, enumerándolos cada vez que anunciaba medidas que planteaban lo contrario: retirar la diversidad de género del ámbito público de Estados Unidos o alzar el muro en la frontera con México. 

Así comienza su Edad de oro, viejo recurso mitológico digno de un salvador ungido por Dios, dado que remite a una visión cíclica del tiempo. Esta sostiene que tras un periodo de declive y decadencia (palabras que usó Trump para describir el estado actual de su país) se retorna a los tiempos del paraíso. Por eso la resumió como aquella (y repite) en la que habrá justicia, libertad, igualdad porque podrán apropiarse de los territorios petrolíferos del mundo que les provoque, porque podrán continuar contaminando con la producción de carros a gasolina, porque libres de competencia de mano de obra barata podrán ejercer la discriminación y apelar a Dios cuando tengan alguna duda. Tan heroico será el logro de Donald Trump, que conseguirá territorios en otras partes de nuestra galaxia, y la prueba será que antes de morir, habrá dejado la bandera de su país en el planeta Marte. Ya verá China.  

Y el público se pone una y otra vez de pie, para aplaudir el discurso que los lectores de Marvel o DC quizá no se habían dado cuenta, pero ahora que lo leen, por algo les había parecido tan familiar…  

[La columna deca(n)dente] En el país, la expresión coloquial «hablando huevadas» se utiliza para describir la práctica de decir tonterías, mentiras o cosas sin sentido. En el contexto político, esta expresión adquiere una connotación crítica, refiriéndose a discursos o declaraciones de políticos y autoridades que son percibidos como vacíos, engañosos o carente de fundamento. Es una forma de señalar la falta de sinceridad o la manipulación de la información por parte de figuras públicas, sugiriendo que lo que se dice no es creíble ni tiene valor real.

Los discursos políticos en Perú, al igual que en muchos otros países, están a menudo plagados de expresiones sin sentido, promesas vacías y frases hechas que buscan tranquilizar a la ciudadanía sin comprometer realmente a nadie. ¿Cuántas veces hemos escuchado a un funcionario asegurar que «se están tomando las medidas necesarias» o que «el pueblo es su prioridad», mientras los problemas persisten o incluso empeoran? Este tipo de retórica es, lamentablemente, el pan de cada día en nuestro país.

Por ejemplo, en medio del auge de la extorsión, el sicariato y los asaltos, el Ministro del Ambiente, Juan Carlos Castro, afirmó que «los que viven en mi condominio perciben que salen más tranquilos a la calle». Por su parte, la presidenta Dina Boluarte declaró que “el Tren de Aragua está prácticamente desbaratado”. Estas declaraciones, que parecen desconectadas de la realidad que viven muchos ciudadanos y ciudadanas, son un claro ejemplo de «hablando huevadas» en la política. Hablar sin decir nada es una estrategia que permite a los políticos mantenerse en el poder sin rendir cuentas.

El «hablando huevadas» político puede manifestarse de varias maneras. Está el discurso salamero o sobón, como el del Ministro de Cultura, Fabricio Valencia, quien sostuvo que “en 14 mil años de presencia de la especie humana en esta parte del mundo, es la primera vez que una dama dirige el destino de los peruanos», o cuando la presidenta Boluarte afirmó que tenemos “un excelente Ministro del Interior” refiriéndose a Juan José Santivañez. También encontramos la retórica cínica, como la afirmación del Congresista de Renovación Popular, Alejandro Muñante, quien justificó su voto a favor de la eliminación de la detención preliminar diciendo que “mi error fue no leer las letras pequeñas”.

Además, está la retórica emocional, donde se apela a la unidad sin ofrecer soluciones concretas. “Nos corresponde a todos promover el diálogo y la unidad para consolidar el crecimiento económico del Perú”, declaró la presidenta al inicio del año. ¿Cuántas veces hemos escuchado «el Perú primero» o «vamos a salir adelante» mientras la corrupción sigue campante?

En tiempos de crisis, esta forma de comunicación se multiplica. Los políticos no hablan para resolver problemas, sino para evitar que la población exija soluciones. Un ejemplo claro es la declaración del Alcalde de Lima, Rafael López Aliaga, quien afirmó: “estoy buscando la verdad de cómo se le ha robado al pueblo peruano los fondos que eran para ayuda social. Por ejemplo, Manuela Ramos, un caso concreto, le roba al pueblo más de 1 millón de dólares de los 1.4 millones que recibió”.

El problema no es solo de los políticos. Los ciudadanos también nos hemos acostumbrado a aceptar estas frases sin exigir contenido. Nos conformamos con discursos huecos y seguimos votando por quienes dominan este idioma de la evasión. ¿Cuántas veces hemos escuchado «esta vez será diferente» o «el cambio ya empezó» solo para encontrarnos con más de lo mismo?

A fin de cuentas, si la política sigue siendo un espacio donde se premia el «hablando huevadas», la democracia seguirá siendo un espectáculo vacío. Los ciudadanos, cansados de esta retórica, exigen más transparencia y responsabilidad de sus líderes, políticos y autoridades. Es hora de que los discursos políticos sean más que simples «huevadas» y reflejen un compromiso genuino con la solución de los problemas reales del país. Es hora de dejar de premiar a quienes solo saben decir “huevadas”.

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autoridades, Dina Boluarte, Hablando huevadas, políticos, Rafael Lopez Aliaga

La vida política en el país no vive uno de sus mejores momentos. La mediocridad y simplonería del gobierno y la deleznable conducta del Congreso, reducen los márgenes de discusión de políticas públicas o de iniciar debates intensos sobre el quehacer cotidiano.

Pero hay temas sobre los cuales cabe pronunciarse y la centroderecha liberal guarda silencio sepulcral sobre los mismos, salvo muy escasas excepciones. La corrupción en Qali Warma, la presunta red de prostitución en el Congreso, la impunidad de la que gozan los congresistas, el distractor tema de la pena de muerte lanzado por el gobierno, los recientes cambios ministeriales, la permanencia del cuestionado ministro del Interior, la ola delincuencial, las denuncias de pederastia que comprometen a quien fuera la máxima autoridad de la iglesia peruana, la disolución del Sodalicio, las políticas migratorias y comerciales de Trump, las relaciones con China bajo esa perspectiva, etc., son, por ejemplo, temas sobre los que cabría esperar un pronunciamiento político de un sector que debiera ser decisorio en la próxima contienda electoral.

Pero el silencio es sepulcral. No se pronuncian sobre ninguno de esos temas y le dejan la cancha libre a alguien como Rafael López Aliaga, el político más ducho hasta el momento para pronunciarse sobre todo y a toda hora. Por eso crece en las encuestas. Ha pasado de un 33 a un 46% de aprobación, según la última encuesta de Datum y su desaprobación ha caído de 62 a 50%. Es el único líder que hace política y se prodiga en hacerlo aprovechando su tribuna edil.

Se sabe que hay un trabajo interno de la centroderecha por armar planes de gobierno, equipos técnicos, listas congresales y posibles alianzas, pero ninguno de esos factores justifica el silencio político en el que andan sumidos.

Si van a esperar a diciembre para recién empezar a hacer política van muertos, reducidos a varias minicandidaturas sin ninguna posibilidad de alcanzar el protagonismo que ya tienen asegurados el fujimorismo, la izquierda radical y la derecha ultra. La centroderecha liberal arranca de cero y debe construir su camino con antelación si quiere aparecer con expectativas reales de protagonizar la lid definitoria, es decir, pasar a la segunda vuelta. El silencio y el vacío en política son fatales, porque ese espacio lo llena otro y después es casi imposible arrebatarle el terreno conquistado.

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opinión de Juan Carlos Tafur, pie derecho

Nueva crisis en el Ministerio de la Producción. En los últimos meses se ha producido la llegada de funcionarios con un historial que despierta dudas sobre los criterios empleados en el proceso de selección.

El Ministerio de la Producción sería la nueva víctima del gobierno de Dina Boluarte y sus deficientes criterios para designar funcionarios. Bajo la gestión del ministro Sergio González Guerrero, el sector a su cargo le abrió las puertas a más de un personaje que no cuenta con el mejor historial.

Sudaca pudo revisar las designaciones realizadas en el ministerio y se encontraron nombramientos que llaman la atención. Desde un exgerente  municipal cuestionado por su deficiente trabajo hasta un antiguo integrante del despacho presidencial de Dina Boluarte han obtenido puestos importantes en un hecho que, una vez más, genera desconfianza hacia un gobierno que no parece tener interés en rodearse de los funcionarios más capacitados.

¿PREMIO A LA INEFICIENCIA?

El viernes 27 de diciembre del año pasado, mientras la mayoría de peruanos se distraía disfrutando las fiestas de fin de año, el Ministerio de la Producción emitió la resolución ministerial n° 000503. Con este documento daban a conocer que, desde el 2 de enero del presente año, el cargo de asesor de la secretaría general del Ministerio de la Producción sería el señor Luis Alberto Andrade Olazo.

Cristian Rebosio

En su trayectoria laboral, Andrade Olazo contaba con un paso por la Municipalidad Provincial San Román, en donde se había desempeñado en el cargo de gerente municipal desde julio del 2023 hasta agosto del 2024. No obstante, su paso por esta municipalidad no habría estado plagado de elogios ni buenos recuerdos.

Cristian Rebosio

Sudaca pudo conocer la información, o más precisamente cuestionamientos, que presentaron medios regionales durante el paso de Luis Alberto Andrade Olazo por la gerencia municipal de San Román. La principal crítica con respecto el trabajo del recientemente designado asesor del Ministerio de la Producción  se centra en el mal uso del presupuesto que tenía disponible.

Para enero del año pasado, cuando Andrade Olazo llevaba varios meses en la gerencia municipal, la ejecución presupuestal en San Román apenas alcanzaba el 50.8% y, acorde a lo informado por el portal El Objetivo, el municipio había quedado en los últimos lugares en lo que respecta a ejecución del presupuesto disponible en comparación de las trece provincias de la región.

Estos resultados mediocres llevaron a que se ponga mayor atención en el trabajo de Andrade Olazo y su idoneidad para el puesto que ostentaba. Entre estas críticas se señalaba que el gerente municipal desconocía los problemas de la zona debido a que era un funcionario que había sido traído desde Cusco. “El alcalde trajo a gerentes de otros lugares que no conocen la realidad de la provincia”, fue una de las críticas de Orlando Fernández, expresidente de la Central de Barrios de la ciudad de Juliaca, al gerente municipal en declaraciones que brindó a Pachamama Radio.

Pero, además, este descontento incrementó cuando se conoció el cuantioso salario que recibía Andrade Olazo y que superaba los diecinueve mil soles mensuales y que, para cuando se produjeron las críticas, ya había acumulado un total de S/ 115,872.00. Claro que esto no impidió que sea premiado con un cargo en el Ministerio de la Producción.

LA CUOTA BOLUARTE

Tal como lo ha puesto en evidencia Sudaca y diversos medios de comunicación, el gobierno de Dina Boluarte se ha caracterizado por entregar ministerios y otros cargos importantes a personajes ligados a diversas agrupaciones políticas que, casualmente, tienen una importante presencia en el Congreso y son el soporte para que la presidenta pueda continuar en el poder.

Sin embargo, no sólo estos movimientos políticos y sus allegados han sido los beneficiados por lo que parece ser una política de gobierno. Sudaca ha encontrado que uno de los extrabajadores del despacho presidencial logró un puesto en el Ministerio de la Producción luego de aprobar una cuantiosa cantidad para la defensa de Dina Boluarte.

Esta persona es Rafael Enrique Velásquez Soriano, quien tuvo la oportunidad de desempeñarse en el cargo de director general de administración del despacho presidencial entre enero del 2023 y agosto del 2024.

Cristian Rebosio

En abril del año pasado, Velásquez Soriano avaló la contratación de un abogado defensor para Dina Boluarte por la cifra de 180 mil soles. El letrado iba a tener como responsabilidad la representación de la presidenta en las investigaciones con respecto a su participación en las protestas que tuvieron lugar entre diciembre del 2022 y enero del 2023 en las que varios peruanos perdieron la vida producto de la represión.

Sorprendentemente, pese a que el último día de funciones de Rafael Velásquez Soriano en el despacho presidencial era el 4 de agosto del 2024, tal como pueden observar en la imagen anterior, para el 2 de agosto ya estaba firmada la resolución ministerial que lo designaba como secretario general en el Ministerio de la Producción.

Cristian Rebosio

 

¿FUNCIONARIOS TODO TERRENO?

Pero el Ministerio de la Producción también parece abrirle la puerta  a aquellos funcionarios que provienen de puestos que tienen poco o nada que ver con las nuevas funciones que se les encargará. Este sería el caso de Haydeé Victoria Rosas Chávez, quien en el mes de julio llegó a este ministerio para ser la nueva directora general de la dirección general de políticas y análisis regulatorio en pesca y acuicultura.

Cristian Rebosio

Lo extraño con respecto a esta designación es la procedencia de Rosas Chávez es que, hasta unos meses antes de llegar al Ministerio de la Producción, su trabajo no tenía mayor relación con la pesca y la acuicultura. Entre 2023 y 2024, Haydee Rosas Chávez estuvo trabajando en el Ministerio de Cultura durante la gestión de la cuestionada ministra Leslie Urteaga.

Cristian Rebosio

Durante su paso por el Ministerio de Cultura, Haydee Rosas ocupó el cargo de viceministra de patrimonio cultural e industrias culturales así como el de viceministra de interculturalidad. Su salida de este ministerio se produjo en junio, un mes antes de su llegada al Ministerio de la Producción.

Este paso por el Ministerio de Cultura no estuvo libre de críticas. En su momento, el Colegio de Arqueólogos exigió la renuncia de Rosas debido a una modificación en la Ley General de Patrimonio Cultural de la Nación que permitiría alterar bienes culturales y para lo cual el ministerio en cuestión no solicitó la opinión de especialistas para conocer el impacto que tendrá el cambio que se pretendía realizar.

Cristian Rebosio

En las últimas semanas del pasado mes de enero, el Ministerio de la Producción fue noticia debido a que se conocieron pruebas sobre las influencias del congresista Darwin Espinoza en este ministerio y el presunto cobro de sobornos. Sin embargo, como se ha podido ver en las pruebas presentadas en este informe, el Ministerio de la Producción parece ser otro ministerio a la deriva desde mucho antes.

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Dina Boluarte, Ministerio de la Producción

[Música Maestro] Por varios motivos, la 67ma. edición de los Premios Grammy han sido la demostración de que la música popular, tal y como alguna vez la conocimos, está atravesando una crisis terminal. No es novedad, desde luego, puesto que el famoso gramófono dorado no es necesariamente y desde hace años, sinónimo de calidad. A veces aún se produce esa cada vez más extraña coincidencia, aunque también ocurre con cada vez menos frecuencia. Y cuando se da, oh casualidad, es en aquellas categorías que no despiertan el interés de prácticamente nadie, sepultadas por la popularidad de las megaestrellas del escándalo y las ventas millonarias. 

La muestra más clara y contundente de esa degradación es un hecho extra musical y bochornoso, del cual todos -a nivel planetario, no me refiero a la algarabía local por lo de la familia Succar, de lo que me ocuparé más adelante- hablaron al día siguiente, el lunes pasado (la ceremonia se desarrolló el domingo 2 de febrero, en el teatro Crypto.com de Los Angeles, California). Una mujer absolutamente desconocida se paseó por la alfombra roja sin ropa, provocando revuelo en redes sociales y convirtiendo los Grammy en la improvisada versión spin-off de una premiación pornográfica. Resulta que la susodicha es pareja de un mal hablado rapero, Kanye West, uno de los protagonistas desde hace tiempo de estos Grammy modernos, convertidos en predios del hip-hop y otras vertientes de «lo urbano”.

Los más distraídos y fanatizados defensores del Grammy actual podrán decir que, en otros tiempos, también hubo excentricidades en las pasarelas previas que suelen armarse antes de cada ceremonia y que son, desde que se consolidó el imperio amarillista y chismográfico de la prensa de espectáculos gringos creado por el canal de cable E! Entertainment, una tradición en todos estos eventos. De hecho, mucho público disfruta más de las alfombras rojas que de las premiaciones en sí mismas. Pienso, por ejemplo, en los trajes/lentes de Elton John en los setenta o en el vestido blanco con forma de cisne de Björk en los noventa. Al decir eso estoy asumiendo, como quizás se hayan dado cuenta, de que esos distraídos saben quiénes son Elton John o Björk. O, si acaso los reconocen después de googlear sus nombres, que están en capacidad de entender su música y su trascendencia en lo que antes pasaba como cultural popular y hoy es placer de minorías y conocedores. 

De cualquier manera, una cosa es la excentricidad que responde a una inquietud artística -una opinión, una reacción frente al establishment, una ocurrencia nacida de la mentalidad impredecible de una persona creativa- y otra, muy diferente, es la oda al exhibicionismo hueco de una comadre cuyo mayor talento es parecerse a Kim Kardashian, una de las parejas anteriores del tal Kanye West quien, junto con Kendrick Lamar, representan la continuidad de lo iniciado por ese criminal llamado Sean “Puff Daddy” Combs, aunque intenten darle a sus rimas callejeras un toque más político o de conciencia social para diferenciarse de su gurú, promotor de oscuras, clandestinas y exclusivas “fiestas” en las que había derroche de drogas y abusos sexuales. Tampoco es casualidad que Lamar y West sean conspicuos nominados y ganadores de todos estos premios en los últimos tiempos.

Como decíamos al principio, las señales de degradación del Grammy se notan más en las principales nominaciones. Cómo no concluir eso cuando vemos que, en la categoría Mejor Álbum de Rock, la estatuilla haya ido a parar a las manos de los octogenarios The Rolling Stones y su vigésima cuarta producción discográfica en estudio, Hackney diamonds; o que la Mejor Actuación de Rock sea la de The Beatles con Now and then, ciertamente un prodigio de la modernidad, una joya para nostálgicos y un homenaje a la buena música que hicieron entre 1963 y 1970. En esta columna celebré sin tapujos la aparición del single que hizo revivir a John Lennon y George Harrison para reunirlos a los aun vivos Ringo Starr y Paul McCartney, ambos también por encima de los ochenta años. 

O sea, los Beatles y los Rolling Stones forman parte del Olimpo rockero, dos de mis bandas favoritas de todos los tiempos. Pero estamos hablando, por un lado, de una grabación cargada de artilugios de estudio para disimular las comprensibles limitaciones vocales de Mick Jagger, ocasionadas por la edad. Y, por el otro, de un rompecabezas que une grabaciones de tres periodos distintos y restaura cintas analógicas con herramientas digitales e inteligencia artificial. ¿Dos titanes del pasado, casi de los albores del rock, superan a los cientos de bandas que en el mundo entero siguen cultivando el género, aun cuando ya no sea el más popular? ¿En serio? 

Las otras tres grandes categorías dedicadas al rock -Mejor Canción, Mejor Álbum Alternativo y Mejor Actuación Alternativa las ganó una sola persona, la guitarrista y compositora norteamericana Annie Clarke, más conocida por su nombre artístico, St. Vincent, por su séptimo álbum, All born screaming. Por muy interesante que sea la trayectoria de St. Vincent, dudo muchísimo que sea lo único que se produjo en el rock alternativo en el último año. Aun cuando siga sin ser cierto aquello de que “el rock ha muerto”, parece que definitivamente ha desaparecido de los radares de la Academia Nacional de Artes y Ciencias de la Grabación, NARAS por sus siglas en inglés, entidad de productores, críticos, músicos e ingenieros que organiza la premiación desde el año 1959.

En cuanto al hard-rock y heavy metal, es una verdadera burla que coloquen como Mejor Actuación de Metal la participación de Gojira en la inauguración de los Juegos Olímpicos de París 2024, ocasión única en que el quinteto francés liderado por los hermanos Duplantier interpretó un arreglo especial de la composición tradicional Mea culpa (Ah! Ça ira!), que se cantó mucho en tiempos de la Revolución Francesa, durante el siglo XVIII. El tema no pertenece a la discografía oficial de la banda que, dicho sea de paso, no se renueva oficialmente desde el año 2021. 

Como si entre septiembre del 2023 y agosto del 2024 -periodo que juzga “la academia”- no se hubiera producido ningún disco ni concierto memorable del género y sus derivados. Si eres conocedor del metal y crees que el momento más estrafalario de los Grammy para este estilo fue cuando la banda progresiva Jethro Tull le ganó a los dioses del thrash, Metallica, pues esta premiación a una canción tocada en un espectáculo deportivo ocasional lo supera largamente. 

Con relación al rubro Mejor Artista Nuevo, el trofeo se lo llevó una joven cantante pop de 26 años que responde al nombre de Chappell Roan. Escuchando su primer disco, titulado The rise and fall of a midwest princess, es difícil creer que está realmente aportando algo nuevo, más allá de presentar una imagen andrógina -algunos dicen que inspirada en la estética drag-queen- con un sonido plano y homogéneo, que podríamos confundir, salvo matices específicos, con cualquiera de las otras cantantes femeninas surgidas en los últimos diez años, desde Lana del Rey y Lady Gaga hasta Billie Eilish y Olivia Rodrigo. Dentro de poco, cada una de ellas va a tener que repetir su nombre cada dos estrofas, como hacen los cumbiamberos o los reggaetoneros de aquí y de allá, para saber a quién estamos escuchando. 

Pero si de despropósitos se trata, la elección de Cowboy Carter, octavo disco en solitario de la cantante Beyoncé, reina de las pasarelas y máxima representante del pop y R&B afroamericano más superficial y exitoso, se presta para más de una interpretación. 

Puede ser desde una cruzada personal de la diva de 43 años por redescubrir su pasado familiar en Texas, integrando en un solo producto todas esas cosas que la harían especial, diferente; hasta un soterrado intento por fastidiar al flamante presidente de los Estados Unidos -una mujer negra llevándose el máximo premio a la música tradicional del hombre blanco, el vaquero trumpista por naturaleza, debería ser base de las peores pesadillas de Mr. Trumpy y su clon sudafricano, Elon. 

De hecho, la primera teoría es el argumento que han esgrimido hasta ahora los que consideran una genialidad a este collage efectista: como la ex lideresa de Destiny’s Child nació en la capital de Houston e iba a rodeos desde niña, ahora le muestra al mundo que puede cantar country sin mayores problemas. Artistas destacados han elogiado Cowboy Carter de manera desproporcionada, calificándolo de “obra maestra” (Stevie Wonder), “revolucionario” (June Carter Cash, viuda de Johnny Cash), en lo que parecen excesos de cortesía. Y hasta personajes de la política norteamericana como Michelle Obama o Kamala Harris, quien llegó a decir, durante la campaña, que la música de Beyoncé “es inspiradora”. Marketing político, le llaman.

El concepto puede pasar, forzándolo, como un experimento sonoro desarrollado por una artista establecida del universo pop, pero eso no alcanza para otorgarle el título de mejor disco country, un género en el que se siguen produciendo álbumes de calidad como, por ejemplo, Higher, quinta placa del cantautor y guitarrista Chris Stapleton, natural de Kentucky, que se quedó como nominado. En todo caso, bastaba con regalarle al disco de Beyoncé, cuyo título usa el apellido real de su esposo, otro rapero mañoso perteneciente a la generación “Puffy”, Jay-Z, el Grammy a Mejor Álbum del Año, cosa que también ocurrió en este afán acaparador de la interprete esos himnos generacionales femeninos, tan profundos y reivindicadores, Crazy in love (Dangerously in love, 2003) o Single ladies (I am… Sasha Fierce, 2008). 

Bromas aparte, corresponde aclarar que no tengo nada particular en contra de Beyoncé Knowles pues, dentro de lo suyo, la superficialidad de contenidos y la predictibilidad de todo lo que hace, es extremadamente popular y eficiente frente a sus masivos públicos. Su objetivo es vender millones y ser tendencia todo el tiempo. Y lo logra. De hecho, a pesar de no acercarse a las alturas de Whitney Houston ni de la primera Mariah Carey, Beyoncé es en términos objetivos una muy buena cantante. El problema no es su voz, sino las tonterías que canta y la vocación exhibicionista que es gran parte de la base de su megaéxito. Cuando canta en serio, lo hace bien, como cuando se reunió con sus ex compañeras de Destiny’s Child para grabar una versión de Emotion, clasicazo de 1978 escrito por Robin y Barry Gibb para una one-hit wonder australiana, Samantha Sang, y que los Bee Gees grabaron recién en 1994.  

El disco Cowboy Carter contiene 27 tracks, de los cuales 4 son interludios de voces habladas, no canciones; 3 son covers -Blackbird de los Beatles, Jolene de Dolly Parton y Oh Louisiana de Chuck Berry- y 9 son canciones pop de las que podrías encontrar en cualquier otro de sus álbumes. Los 11 temas restantes -menos del 50% de un disco que dura casi 80 minutos- son composiciones que sí podríamos ligar al género, pero en su versión más aguada, varios escalones más abajo del country-pop que inauguraron en los noventa artistas como Shania Twain.

En general, esas canciones country-pop con elementos de rap, electrónica y un par de intentos por sonar “seria” -temas corales a lo Oh happy day, el dúo con su colega Miley Cyrus- más cercano a los bailes coreográficos de meseras exóticas que a los vuelos instrumentales y líricos de connotadas exponentes de lo que la crítica anglosajona encuadra en el membrete “Americana”, como Lucinda Williams, Alison Krauss y su grupo The Union Station o las Dixie Chicks, con quienes se juntó para una versión en vivo de Daddy lessons, canción de su sexto disco Lemonade (2016) que ubican como la génesis de las exploraciones que la llevaron a armar este Cowboy Carter. Las participaciones de leyendas como Dolly Parton y Willie Nelson, al mezclarse con las de Miley Cyrus, Post Malone y otros nombres menos ubicables de la nueva generación de country-pop solo consiguen confundir más.    

Sin embargo, con todos esos gazapos y patinadas, la 67ma. edición de los Premios Grammy tuvo una resonancia diferente en nuestro país, debido al éxito del álbum en vivo Alma, corazón y salsa, registro del concierto que ofreciera el timbalero y productor Tony Succar. El recital, realizado durante el 2024 en el Gran Teatro Nacional, sirvió para relanzar la carrera musical de su madre, Mimy Succar (64) y contó con la participación especial de artistas como Bartola y la cantante Nora Suzuki, recordada entre nosotros por ser la voz principal de la Orquesta de la Luz, un conjunto que desde el lejano Japón sorprendió por su dominio de la salsa y otros géneros afrocaribeños, de enorme éxito en Latinoamérica entre 1990 y 1995 con canciones como Salsa caliente del Japón, La salsa es mi energía, entre otras.

El triunfo de Tony Succar y su talentosa madre, quien muestra gran vitalidad, carisma y dominio de escena, lanzado al mercado en forma de documental –Mimy & Tony: La creación de un sueño (2024)- y todos los soportes imaginables de audio, desde archivos descargables hasta LP para coleccionistas, es el de una familia que tuvo que huir de este país para hacer realidad sus sueños. Al recibir el premio, el percusionista nacido en el Perú pero que vive desde los dos años en los Estados Unidos -actualmente tiene doble nacionalidad-, contó que su mamá tuvo que abandonar su propia carrera musical para apoyar a sus hijos, una historia de tenacidad y esfuerzo, de amor y desprendimiento. 

Y el gesto del joven músico, quien ya había mostrado de lo que era capaz en una producción llamada Unity: The Latin Tribute to Michael Jackson (2015), en que hace arreglos en clave salsera de varios clásicos del “Rey del Pop”, con algunos de los principales músicos de sesión y cantantes de Miami (Jon Secada, Tito Nieves, La India, Jennifer Peña), de retribuir aquel sacrificio devolviéndole a su mamá la oportunidad de brindar su potente voz al público, es también parte de esta épica familiar que, como tantas otras, encuentra afuera lo que el Perú no le puede ofrecer.

A pesar de eso, tuvimos que padecer a todos los canales de televisión y redes sociales que de inmediato se treparon al logro artístico y familiar de los Succar quienes, generosos, dedicaron al Perú los dos Grammy recibidos, a Mejor Álbum Latino Tropical y Mejor Actuación de Música Global -superando a pesos pesados de la música latina como Juan Luis Guerra, Sheila E. y Marc Anthony-, por la versión de Bemba colorá, composición original de uno de los trompetistas de La Sonora Matancera, José Claro Fumero (1906-1977) que fuera estrenada por la cubana Celia Cruz (1925-2003) hace seis décadas -otra muestra de la crisis- en uno de los primeros vinilos que grabó tras su salida de la famosa orquesta de Matanzas, Son con guaguancó (Tico Records, 1966). Emocionada, la familia Succar en pleno subió al proscenio californiano y recibieron el aplauso del público… en la versión no televisada de la ceremonia.

Como dijimos previamente, aquellos casos en que calidad y premio coinciden se dan, desde hace mucho tiempo, en las categorías que no le interesan a casi nadie. Además del caso de los Succar, ganaron un Grammy 2025 artistas de primer nivel como Peter Gabriel, por su última producción i/o (Mejor Ingeniería de Sonido para Álbum No Clásico); los directores de orquesta sinfónica Esa-Pekka Salonen (Finlandia) y Gustavo Dudamel (Venezuela) en Mejor Grabación de Ópera y Mejor Presentación Orquestal, respectivamente; el dúo conformado por Chick Corea y Béla Fleck ganaron a Mejor Álbum de Jazz Instrumental por el extraordinario disco Remembrance, grabado entre 2019 y 2020 durante la pandemia y lanzado recién en marzo del 2024, convirtiéndose en premio póstumo para el extraordinario pianista fallecido en el 2021. Y Samara Joy, por su parte, repitió el plato en la categoría Mejor Álbum de Jazz Vocal, por su disco navideño A joyful holiday. 

Pero ¿a quién le puede importar Samara Joy, quien fuera Mejor Artista Nuevo en el 2023 -uno de esos intentos aislados del Grammy por lavarse la cara- si la gente delira por ver en redes, una y mil veces, a la novia de Kanye West, a Beyoncé disfrazada de “la hija del granjero” o a Shakira -otra de las ganadoras de esta edición-, aplaudida por ese mamotreto titulado Las mujeres ya no lloran, planificado para enfermar mentalmente a las millones de niñas y adolescentes -y, muchas veces, a sus hermanas mayores, madres y maestras- con sus contenidos y ritmos idiotizantes?

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Según la última encuesta de Datum, un 74% considera que la delincuencia durante la gestión de Juan José Santiváñez como ministro del Interior ha aumentado y 23% que sigue igual, es decir, un 97% considera que no ha mejorado. En esa medida, el 87% considera que el ministro debe renunciar o ser retirado del cargo.

Un ministro del Interior, una figura clave del gobierno, debería renunciar si su aprobación es mínima, si ha perdido la confianza popular y la moral de la ciudadanía se ha visto mermada bajo su gestión. La política, como la vida misma, es una cuestión de legitimidad. Si un ministro no goza del respaldo de los ciudadanos, su autoridad se ve erosionada, no solo por las críticas, sino por la evidencia de que ya no cumple su función esencial: mantener el orden y la seguridad en la sociedad. En una democracia, la legitimidad se encuentra en la conexión directa entre el poder y la voluntad popular, un vínculo que debe renovarse constantemente.

La tarea de quien ocupa el Ministerio del Interior es proteger el orden, promover la paz social, salvaguardar el bienestar colectivo. Pero si las urnas y las encuestas reflejan que la opinión pública lo rechaza, entonces ha fallado en la misión primordial de un servidor público: ser el puente entre el gobierno y el pueblo. La baja aprobación no es solo un número frío; es un termómetro de la desconfianza y el malestar generalizado.

Un líder incapaz de mantener la cohesión social es, en última instancia, un líder vacío, que vive en la ilusión de la eficacia mientras el país se desmorona. Y un ministro cuya labor no es reconocida por la sociedad está destinado a ser solo un espectro de poder, desprovisto de la esencia misma de su rol. En ese sentido, la renuncia es un acto de responsabilidad política, una aceptación de que, cuando el pueblo pierde la fe, el poder pierde su sentido.

[La Tana Zurda] Esta semana se llevará a cabo el primer Festival Yana Runa, un evento cultural único en su tipo que fusiona la riqueza musical afro-peruana con los sonidos ancestrales andinos. Esta propuesta, organizada por el Centro Cultural Amador Ballumbrosio bajo la dirección de Miguel Ballumbrosio, busca celebrar el talento nacional y destacar la diversidad cultural del Perú. Este encuentro no es solo una muestra artística, sino también un homenaje al mestizaje y a las raíces compartidas de nuestra identidad como país.

Del viernes 24 al domingo 26 de enero, el festival ofrecerá una programación variada que incluye presentaciones musicales, talleres, clases y convivios culturales. Estas actividades no solo invitan a disfrutar de la música, sino también a reflexionar y dialogar sobre su importancia como vehículo de memoria histórica y construcción comunitaria. Cada día contará con un programa diseñado para que los participantes puedan interactuar con los artistas y aprender directamente de ellos, fortaleciendo así el vínculo entre público, profesores invitados y creadores.

Además de disfrutar de espectáculos de alta calidad, los asistentes tendrán la oportunidad de participar en sesiones de danza, cajón, violín y zapateo, lideradas por miembros de la emblemática familia Ballumbrosio, guardianes y difusores de la tradición afroperuana. Lucy Ballumbrosio, miembro clave del equipo organizador, comenta: “Estamos emocionados de construir juntos este festival que hará brillar a El Carmen. ¡Creemos que superará todas nuestras expectativas! ¡Únete a nosotros en el primer festival hecho por carmelitanos, para los carmelitanos!”

Entre los artistas invitados destacan “La Picante”, Renata Flores Rivera, “Herencia Criolla”, “Kayfex”, “Cosa Nuestra”, “Del Pueblo y del Barrio” y, por supuesto, la “Familia Ballumbrosio”. Esta selección de talentos promete una experiencia inolvidable que resalta la riqueza musical tanto de la herencia afroperuana como de la tradición andina, mostrando además el potencial de sus fusiones. La interacción de estos estilos no solo es una apuesta artística, sino una afirmación del mestizaje como una de las vías de exploración de la cultura peruana.

Este proyecto, liderado por Miguel Ballumbrosio y respaldado por su gran equipo, representa un esfuerzo significativo por revalorar y proyectar el patrimonio cultural hacia nuevos horizontes. En un mundo donde la globalización amenaza con homogeneizar las expresiones artísticas, iniciativas como el Festival Yana Runa demuestran que es posible abrazar nuestras raíces mientras se crean nuevas formas de diálogo cultural.

Es fundamental reconocer el impacto social y cultural de eventos como este, que no solo celebran la música, sino que también fortalecen la identidad y la memoria colectiva de comunidades como El Carmen, un lugar profundamente ligado a la historia afroperuana. Proyectos de esta índole merecen apoyo y patrocinio para garantizar su continuidad y expansión.

Así que este fin de semana, todas las miradas están puestas en Chincha. No solo por la música, sino por la reivindicación de un legado que sigue vivo en cada zapateo, cada cajón y cada nota que resuena desde el corazón del Perú. ¡Vamo’ pa’ Chincha, familia! Este es un llamado a celebrar lo que somos, a reconocer nuestra diversidad y a encontrar en ella una razón para seguir creando juntos.

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Esta casita de Cartón abre sus puertas dejando atrás el año más doloroso de su vida, con la despedida de su amigo y mentor, un padre que la vida le dio, Víctor Patiño Marca, más conocido en el medio periodístico como el Búho. Un luto que siempre llevaré en el silencio de los días, y sobre todo de las noches, que es donde los recuerdos renacen para jugar con el tiempo y las vivencias que se fueron, quedando una lágrima irreparable dentro de mí. Es que si de lecciones me ha dado la vida el año que acaba de irse, es entender su valor por sí mismo, lo frágil y volátil que tiende a ser, a pesar de que el sol de este enero brilla luminosamente, indiferente, donde parece andar todo con total normalidad. Pero es un verano ya sin él en vida. Y ya no hay más largas conversaciones sobre arte, cultura y política, no hay ceviches hechos al instante después de regresar del mercado de Ciudad de Dios con el pescado fresco, no hay más risas ni bromas de ese ingenio mordaz, ni esa voz rocosa que delataba tantas fecundas vivencias, ya no hay esa canción de su Charly querido, que nos dedicaba a sus amigos y familia: «Cuando estés mal/ cuando estés solo/ cuando ya estés cansado de llorar/ No te olvides de mí/ Porque sé que te puedo estimular”. O cuando decía, «Sobrino, esta es tu canción”. Y esa era ‘Rezo por vos’. O cuando rememoraba a su amor de antaño, el amor de su vida, Anita, y traía a la conversación las letras de ‘Estación’. Y escribo esto, después de días que entre sueños lo encuentro, y inevitablemente brotan estas letras: «Te siento respirar/ lejos de tu lugar. / Hoy tuve un sueño con vos. / Qué locos éramos los dos / en los buenos tiempos. Obra maestra que yace en el apoteósico álbum de ‘Peperina’.

Nuestro trato era como la alguna vez tuvo el genio de las letras niponas, Yukio Mishima (quien irónicamente su país no quiere que se le recuerde, y del que se cumpliera hace pocos días 100 años de su inmortalidad) con su mentor, el primer Premio Nobel japonés, Yasunari Kawabata. Con esa muestra de respeto y admiración incólume hacía el querido ‘Pico’. A ambos nos agradaba mucho esas dos mentes brillantes. Recuerdo una vez que nos pusimos hablar de sus polémicas en cierta medida e íntimas cartas. Donde en una ocasión Kawabata, acaso a sabiendas que en algún momento terminaría suicidándose, le pediría que Mishima Mande una carta dirigida a la academia sueca, pidiendo que sea reconocido con tal estatuilla eterna. A lo que el aprendiz no pensaría dos veces y lo haría. De alguna manera eso influenciaría y en 1968 se le concedería. La cuestión es la honorabilidad de Kimitake Hiraoka (nombre de nacimiento de Mishima), ya que sabía que, al entregarle el Nobel a su maestro, no se lo entregarían a él, exactamente por el tiempo y como suele manejarse la academia de las letras del Nobel, diversificando por diferentes latitudes su preciado galardón. En la premiación diría curiosamente su maestro: «No entiendo cómo me han dado el premio Nobel a mí en vez de a Mishima. Un talento como el suyo sólo aparece una vez cada dos o tres siglos. Tiene un don casi milagroso para las palabras”. Lo cierto que el aprecio y admiración de estos sabios era el calco más cercano para el sentimiento mutuo que nos teníamos.

Esta Casita de Cartón cierra sus puertas releyendo las columnas de aquel querido maestro, que ahora yace seguramente en una cajita de cristal en el cielo. Vivencias y experiencias que la vida misma nos deparó y que al escribir estas líneas lo recuerdo con profunda emoción en su ausencia… Aunque no se encuentre físicamente, aún la pluma del periodista más enigmático que tuvo nuestro país sigue alumbrando para los millones que crecimos leyéndolo, que nos alentó e inspiró a seguir en el sendo camino de la lectura y en mi caso, como probablemente de muchos otros, de la literatura también. Sé que alguna vez nos volveremos a ver. Espérame con unas copas de vino y unos discos de Charly, que yo sigo recordándote con ‘Rezo por vos’, y así será hasta que nos encontremos una vez más.

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Charly García, el buho, Premio nobel de literatura, Yasunari Kawabata, Yukio Mishima

Regresaba manejando a las 11 p.m., un viernes cualquiera, y me crucé con un grupo de amigos. Un par en bicicleta y otro en skate. Lo primero que pensé fue: cómo me gustaría tener esa edad de nuevo. Me reí de lo viejo que soné al pensarlo. Estaban felices, caminando sin preocupaciones. Yo también estaba contento, pero regresaba temprano a dormir porque tenía que trabajar al día siguiente.

Y eso que tengo la suerte de haber encontrado un trabajo que me entretiene. No puedo imaginar lo que debe ser estar atrapado, por circunstancias ajenas, en algo que odias. Al final, lo que se tiene que hacer, se hace, pero entre eso y sentirse realmente satisfecho hay una brecha. Yo tuve suerte. Estar agradecido es lo mínimo que puedo hacer.

En fin, me sentí viejo. Hasta ahora suelto sonrisas al pensarlo. Bueno, en todo caso, soy un joven viejo que aún se ríe de cosas tontas. Cuando mi abuela lea esto, seguramente dirá que qué me he creído, si apenas soy un niño. Niño o no, ahora tengo responsabilidades que por un lado me abruman y por otro me motivan. Siendo honesto, pocas veces me he sentido realmente motivado en mi vida. No lo digo con tristeza, simplemente es parte de mi personalidad. Eso no significa que no haya disfrutado casi todos los momentos; de los que no, probablemente algo aprendí.

Más de una vez, conversando con mis tíos, tías y amigas de mi abuela, los he escuchado hablar de esa muchachita o la chiquilla. Siempre resulta ser alguien de cuarenta y tantos, o más. Ya me acostumbré, pero al comienzo pensaba que hablaban de alguien de mi edad. Si me pongo a pensar que recién voy por un tercio de mi vida, no está tan mal. El otro día mi madre me dijo que me estaban saliendo canas. Felizmente, todo parece indicar que me quedaré calvo antes de ser canoso. Igual, la idea no me agrada del todo. Me duele la espalda baja. ¿Cómo será tener 50? Seguro te duele hasta el dedo meñique.

Mi tío siempre dice que envejecer es una mierda, que le pasa de todo. Mi otro tío dice que se siente viejo desde cuando era más joven que yo. Creo que me estoy inclinando más hacia el segundo. Y pensar que ellos, al igual que mis padres, son unos niños para mi abuela. Casi un siglo de vida y ella sigue tan calmada, con la mente aguda. Se ha visto todas las series de Netflix, ve noticias en su iPhone, usa WhatsApp y le gana a todos jugando cartas. Eso me hace pensar que, cuando llegue a la vejez, tal vez no sea tan malo. Mis problemas de hoy son pequeñeces en comparación con lo que se puede vivir en tanto tiempo.

Francisco Tafur

Ahora, no creo que todo viejo sea un sabio. Me pregunto si esa nostalgia por la infancia se mantiene el resto de la vida. Es algo que no me gustaría olvidar. Sin embargo, constantemente olvido cosas: nombres de personas de mi promoción del colegio que ya no tienen cara, profesores, uno que otro amigo no tan cercano. Tal vez es porque veo pésimo. Yo creo que le pasa a todos. En todas las ciudades que he estado últimamente me han dicho «señor». Creo que estoy asumiendo la adultez un poco tarde.

Cuando tenía doce años, pasaba varios fines de semana jugando fútbol en un parque detrás de República de Panamá. Era un lugar que sentía mío. Un gran amigo vivía cerca, así que muchas veces la pasábamos ahí, donde el tiempo se sentía infinito. Un día apareció un policía con una metralleta. Nunca había visto una de cerca. Nos acercamos con curiosidad. Se veía grande, pesada, llena de detalles que no entendía. Me pregunté cómo se sentiría sostener algo así. Le pregunté si podía tocarla. Me dijo que no. Igual lo hice. Apenas rocé el metal frío con mi mano. Mis amigos se rieron y el policía solo me miró serio.

Después seguimos jugando, pero no podía dejar de pensar en la metralleta. ¿Por qué la traía? ¿Alguna vez la había disparado? ¿Sería más fuerte que una pistola? En mi cabeza, la ciudad estaba llena de historias que no conocía. Años después, volví a ese mismo parque, pero la historia fue distinta. Me asaltaron con una pistola. Todo pasó rápido. No hubo tiempo para preguntas ni curiosidad, solo miedo.

Cuando todo terminó, me quedé un rato en el mismo parque, tratando de entender lo que había pasado. Miré alrededor y ya no se sentía igual. Me di cuenta de que la ciudad que exploraba de niño seguía ahí, pero yo ya no la veía de la misma forma.

Efectivamente, todos esos lugares que de niño parecían otro mundo han perdido un poco de su factor sorpresa. Pero también hay nuevas cosas y lugares por descubrir. Es imposible experimentarlo todo en una sola vida. Ya llegará el día en que llame chiquillo a alguien de 50, o eso espero. Lo único que puedo hacer es entrenar y cuidarme para llegar bien. Envejecer es todo un conflicto, sobre todo si quieres mantener el núcleo de lo que eres. Por muchos años más y por esos recuerdos que parecen de otras vidas.

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