Carla Sagástegui

Del Pato al Superhéroe

"Quienes escucharon el discurso de Donald Trump deben haber notado que se utilizó al superhéroe como recurso retórico: el será el Superpresidente que llevará a Estados Unidos a su Edad de Oro."

Desde los tiempos de Para leer al Pato Donald (1972), de Ariel Dorfman y Armand Mattelart, el estudio de las historietas nos ha acercado al diverso manejo de la heroicidad y del sentido del humor en las sociedad actuales. Pensemos en las historietas europeas más populares: Mortadelo y Filemón, Tin Tin, Obelix y Asterix, las obras de Moebius o de Milo Manara, en ellas sus héroes resaltan por cierto ingenio singular, considerado característico de su cultura o incluso, productor de su cultura. Esta riqueza del cómic para la comprensión de una sociedad es probable que lo deba a su origen costumbrista, rasgo que parece haber condicionado su devenir. Pensemos ahora en las historietas estadounidenses, esas plenas de superhéroes (diurnos y nocturnos) que también salen en el cine y que nos acompañan en tal ola de merchandising (que inunda no solo la casa sino también el colegio con los útiles escolares): son tan súper sus héroes que hasta libran voluptuosas batallas en galaxias cruzadas por naves espaciales. Donde esté el villano, no se detendrán hasta conseguir la gloria de su país.

Quienes escucharon el discurso de Donald Trump deben haber notado que se utilizó al superhéroe como recurso retórico: el será el Superpresidente que llevará a Estados Unidos a su Edad de Oro. A poco de comenzar su discurso, Trump se presenta como el hombre al que Dios salvó, desviando la bala a su oreja y otorgándole así la vida para salvar a Estados Unidos. El público (de notoria mayoría blanco, por cierto) se pone de pie y lo aplaude. Desde ese momento, su heroicidad quedó establecida a la manera del héroe salvador de una nación, elegido previamente por Dios. Como las profecías de Nayib Bukele que lo proclamaron presidente o Nicolás Maduro que recibió el mensaje de Hugo Chávez a través de un pajarillo, Trump ha sido escogido y ahora lo verán. 

En su discurso, estructura la Edad de Oro a partir de un irónico anhelo: se apropia del sueño (1963) de Martin Luther King Jr., el principal héroe político norteamericano que lideró la lucha contra el racismo; un racismo que hasta el día de hoy practican tanto Trump como sus votantes, sobre todo en las zonas de mayor pobreza en su país. Trump toma el deseo de justicia, libertad e igualdad como los objetivos que reitera una y otra vez en su discurso, enumerándolos cada vez que anunciaba medidas que planteaban lo contrario: retirar la diversidad de género del ámbito público de Estados Unidos o alzar el muro en la frontera con México. 

Así comienza su Edad de oro, viejo recurso mitológico digno de un salvador ungido por Dios, dado que remite a una visión cíclica del tiempo. Esta sostiene que tras un periodo de declive y decadencia (palabras que usó Trump para describir el estado actual de su país) se retorna a los tiempos del paraíso. Por eso la resumió como aquella (y repite) en la que habrá justicia, libertad, igualdad porque podrán apropiarse de los territorios petrolíferos del mundo que les provoque, porque podrán continuar contaminando con la producción de carros a gasolina, porque libres de competencia de mano de obra barata podrán ejercer la discriminación y apelar a Dios cuando tengan alguna duda. Tan heroico será el logro de Donald Trump, que conseguirá territorios en otras partes de nuestra galaxia, y la prueba será que antes de morir, habrá dejado la bandera de su país en el planeta Marte. Ya verá China.  

Y el público se pone una y otra vez de pie, para aplaudir el discurso que los lectores de Marvel o DC quizá no se habían dado cuenta, pero ahora que lo leen, por algo les había parecido tan familiar…  

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