Lerner, Roberto

Adolescencia en emergencia

"15% sufren desórdenes mentales. Depresión, ansiedad generalizada y problemas de conducta están entre las principales explicaciones de discapacidades y pérdida de potencial. 15% pensaron seriamente en el suicidio. Casi todos esos indicadores se han duplicado y aceleran su crecimiento en los últimos meses."

La adolescencia es una fase del desarrollo que combina avidez por vivencias novedosas, toma de riesgos, defensa radical de una identidad permanentemente cuestionada, autoestima puesta a prueba todo el tiempo, capacidad de pensar alternativas a lo convencional y construir conceptos. Pero con instrumentos de regulación insuficientes. Mezcla explosiva. Más o menos la torre de control del Jorge Chávez para el JFK. 

El inicio de la tormenta hormonal está comenzando antes que hace 30 años, a los 10. Los inacabables horizontes que caracterizan esa etapa, ahora se encuentran en la pantalla de un celular, mezclados con una sobredosis de información fragmentada y polarizada. La individualidad está totalmente expuesta — ya no hay closets cerrados— en la arena social, y la privacidad, sobre todo sus aspectos más controvertidos, rebota magnificada, como un eco que no cesa. La vergüenza reemplaza a la culpa como emoción reguladora de la conducta social y el acoso al debate para dirimir conflictos. A eso se añade procesos de atención y concentración asediados, menos horas de sueño nocturno y disminución de ejercicio físico.

Desde los últimos años de la primera década de este siglo las señales de alarma comenzaron a aparecer y, hacia 2019, todas las encuestas sobre estados de ánimo y nivel de expectativas acerca del futuro mostraban altos niveles de desazón; y los observatorios de salud registraban una curva ascendente de sufrimiento mental y conductas disfuncionales.

¿Marihuana, sexualidad promiscua, alcohol, cigarrillo, embarazos precoces? Pues no, los adolescentes del último decenio pintan más conservadores en eso. Lo que aumentó de manera sostenida: tristeza, desolación, miedo, deseos de no estar, en otras palabras,  dolor existencial. Y la sensación de que la generación que van a procrear vivirá en un mundo más desgraciado que el que les toca a ellos. 

Los servicios de salud en el mundo están en modo alerta. ¿Una nueva variante del Ómicron?, ¿la gripe del mono? No, es una emergencia de la salud mental adolescente. Viene de atrás, pero como en otros aspectos —política, guerras culturales y de las otras, el mundo laboral— la pandemia ha sellado varios ataúdes y abierto otras tantas cajas de Pandora.

En el lapso durante el cual el ser humano desarrolla habilidades ejecutivas para administrar situaciones complejas, resolver problemas interpersonales dentro de grupos y colectividades y armonizar emociones contradictorias, se disparan síntomas inequívocos de patología.

15% sufren desórdenes mentales. Depresión, ansiedad generalizada y problemas de conducta están entre las principales explicaciones de discapacidades y pérdida de potencial. 15% pensaron seriamente en el suicidio. Casi todos esos indicadores se han duplicado y aceleran su crecimiento en los últimos meses. Aquí también se revelan disparidades puestas en evidencia por el Covid: los cuadros que desbordan los servicios de salud son mucho más frecuentes y complicados en mujeres. 

No es solamente el tiempo frente a la pantalla —la tecnología de la virtualidad ha tenido ventajas y permitido nuevas experiencias que serán parte indesligable de la vida cotidiana futura—, sino un cambio brutal y brusco de rutinas en el momento en que comenzaban a consolidarse: socialización grupal independiente de la escuela, distancia frente a los adultos, ceremonias de iniciación y despedida. Justo cuando sentían que no tenían que ser cuidados y aún no debían cuidar, fueron encerrados —en nuestro país de manera cruel y estúpida— para, entre otras cosas, proteger a los veteranos.

En esas circunstancias y sin el optimismo sobregirado de los 90 —todo es posible, actitud y aptitud concretan cualquier sueño, el pasado no se repetirá y el futuro solo depara crecimiento—, consolidar identidad y pertenencia sin someterse, manteniendo capacidad de cuestionamiento al orden (ahora desorden) establecido, es harto difícil. Nadie sabe bien cómo responder a ese reto.

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adolescencia, Salud Mental

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