Francisco Tafur

Bogotá: Entre cultura y hedonismo

"Puedes quedarte horas sólo viendo el paisaje. Puedes ver casi toda la ciudad y cómo se pierde entre las montañas que la rodean. A diferencia de nuestra sierra que suele ser de montañas rocosas, acá hay arboles por todos lados. Por momentos me confundía y sentía que estaba en una zona de selva en lugar de sierra."

Durante el vuelo de tres horas hacia Colombia pensaba en García Márquez, Botero, Shakira y en los futbolistas de enorme calidad que tiene y ha tenido a lo largo de su historia. Dejé de lado, inocentemente, los estereotipos típicos que ahora rondan alrededor de este país. Siempre he tenido una mirada particular respecto a los estereotipos. Si bien llevan a conclusiones aceleradas y alimentan prejuicios, es verdad que a veces pueden servir de atajos. Pero es peligroso pensar que detrás de ellos se encuentra una verdad o conocimiento fáctico. En fin, me llevé varias sorpresas en mi visita a Bogotá y no todas buenas por más linda que es esa ciudad. 

Viajé con un amigo y después de cruzar migraciones, donde creyeron que mi DNI era falso, comenzaron los hechos de naturaleza extraña y turbia. Lo que hayan tenido dudas de mi DNI lo entiendo, aún tengo el antiguo, azul, que parece una lámina hecha en Polvos Azules y que falsificarlo no debe ser muy difícil. Salimos rápidamente y afuera un taxista nos llamó. Nos acercamos y decidimos ir con él a nuestro hospedaje. 

—Conmigo pueden conseguir de todo —nos dijo mientras nos acercábamos al estacionamiento.

—¿Todo? —le pregunté pensando que estaba bromeando.

—Cocaína, marihuana, mujeres, lo que quieran —siguió.

—La coca peruana es mejor —le digo riéndome, siguiéndole lo que pensé que era un juego.

Llegamos al estacionamiento, dentro del aeropuerto, y ahí mismo nos enseñó la marihuana que nos quería vender. Parecía mentira. No podía creer que ni siquiera habíamos salido del aeropuerto y ya pasaban ese tipo de cosas, en el momento me causó entre gracia y confusión. Dijimos que no y nos subimos a una van maltrecha donde nos esperaba un taxista de pelo largo. El otro sólo dirigía a los turistas a los carros. Subimos porque estábamos apurados por conocer la ciudad. Durante el camino el taxista se prendió un troncho gigante que duró todo el viaje. No era muy lejos, pero es la ciudad con más tráfico que he conocido, después de Lima, así que tomó un tiempo. No tengo nada en contra de fumar marihuana ni que la gente consuma lo que quiera, pero sí me sorprendió la facilidad para acceder a eso. Repito, no habíamos ni llegado al hospedaje. 

Después de llegar y dejando atrás ese momento extraño de bienvenida fuimos al centro de la ciudad. Bogotá es hermosa, está rodeada de montañas boscosas a la vista, calles en relieve, restaurantes y cafés agradables y la gente bastante buena onda con los turistas. Lo primero que hicimos fue ir al Museo Botero, que para mí es el mejor museo de arte que he ido en Latinoamérica. Fernando Botero fue uno de los más reconocidos pintores del continente, murió el año pasado en setiembre, dejando como legado su inmensa obra y también su colección privada. Caminamos entre sus famosos cuadros de retratos y objetos con la particularidad de que todos son regordetes. También varias de sus esculturas de cobre se encontraban ahí. En el segundo piso de esta casona, que se encuentra en el barrio de La Candelaria, había obras de artistas reconocidos de todo el mundo. Encuentras a Picasso, Klimt, Kokoshka, Matisse, Degas, Miró, Chagall, Dalí, Francis Bacon, Lucien Freud y otros nombres que desconocía. 

Francisco Tafur

Luego de almorzar una bandeja paisa, plato típico de Colombia, que personalmente no me gustó, fuimos al museo de oro. Como siempre digo, nosotros los peruanos tenemos una maldición gastronómica porque estamos acostumbrados a comer rico en casa y en la calle, entonces cuando viajamos es difícil sorprendernos con sabor. Otra muestra impresionante. Artesanías prehispánicas y preincas, todas de oro. Y la museografía es excelente. Ya quisiéramos tener en Lima ese nivel de museos, sin contar el museo Larco que cuenta con una puesta de alta calidad. 

Regresamos y nos quedamos tranquilos porque al día siguiente teníamos una excursión a las 8 de la mañana. En la esquina había una tienda Oxxo y fuimos a comprar coca colas y chocolates para ver algo antes de dormir. En solo esa cuadra había como 5 sex shops y en los pocos pasos que dimos nos persiguieron cuatro tipos desagradables que ofrecían prostitutas. Tuvimos que ahuyentarlos prácticamente a gritos porque su nivel de insistencia era incomoda. Felizmente, ya no soy el joven explosivo que era, sino quién sabe cómo hubiera acabado. Un hombre gigante y gordo en terno abrió una puerta invitándonos a entrar a lo que asumo era un prostíbulo clandestino. No hicimos caso y seguimos de largo. Es una ciudad preciosa que en las noches se embarra de un hedonismo turbio. Mi opinión sobre la prostitución no es positiva, nunca he participado de esa actividad y me parece que cuando la gente lo hace aporta, indirectamente, a un mundo oculto a la vista. Donde mafias, trata de personas y maltrato a la mujer son algo cotidiano. Por eso recomiendo pensar un poco antes de vincularse a este tipo de prácticas. Somos humanos justamente porque podemos ir en contra de tentaciones naturales que arruinarían lo que conocemos como sociedad. 

Francisco Tafur

Al día siguiente partimos, en un camino de poco más de una hora, hacia Zipaquirá donde se encuentra la Catedral de la Sal ubicada en lo que una vez fue una mina. Una vez detenida la actividad minera se organizó un concurso de arquitectura para ejecutar una obra en el lugar. El proyecto del arquitecto bogotano Roswell Garavito salió escogido y ahora es considerada como uno de los mayores logros arquitectónicos de la historia colombiana. El recorrido simula el viacrucis, el camino de Cristo cargando la cruz hasta ser crucificado. 

Yo no soy religioso, pero la imponente arquitectura del lugar te llena de energía inmersiva. Parece que estás adentrándote a un terreno divino. Al no ser cristiano, las cruces para mí son un símbolo más del montón así que lo vi como una aventura similar a la de un videojuego. A cada paso vas descendiendo cada vez más por la mina, hay altares con cruces de piedra, sal y mármol, que representan los momentos más icónicos del acontecimiento bíblico. Yo sentía que estaba en una mazmorra superando etapas hasta llegar al escenario final. Me imaginaba en una épica digna del Señor de los Anillos. La iluminación del lugar es precisa y cada parada parece sacada de un cuento. Al finalizar te encuentras con una rampa que se dirige a la catedral. Una enorme cruz de 16 metros de alto se encuentra en el altar, va cambiando de color por la iluminación. Las iglesias tienen un poder especial para hacerte sentir diminuto, pero en ésta si eres reducido a nada. Veas por donde veas, entiendes que no eres más que un pequeño ser vivo rodeado de estructuras inmensas y que si tuvieras la necesidad de escapar de ellas no habría nada que hacer. 

De regreso, paramos en el icónico restaurante Andrés Carne de Res. El restaurante es una locura, hay bicicletas, objetos antiguos, carteles, de todo, colgado del techo. Comimos unas carnes a la pimienta rodeados de meseras que hacían shows para entretener a los clientes. Música, comida y diversión combinado en dosis perfectas. El taxista que nos llevó nos comentó que lo que ahora es un gran emporio gastronómico comenzó siendo un ranchito alquilado que vendía ternera a unos pocos clientes esporádicos. Otro dato que me pareció que habla bastante de la calidad de Andrés Jaramillo, dueño del lugar, es que para trabajar en ese lugar tienes que ser estudiante universitario y es así por la intención de ayudar a los jóvenes que necesitan trabajos para mantener sus estudios. Me causó simpatía y ganas de entrevistar al señor Andrés. Llegamos nuevamente a la ciudad de Bogotá como a las cinco de la tarde agotados, pero increíblemente satisfechos por la excursión. 

Francisco Tafur

El ultimo día, fuimos en la mañana, antes de nuestro vuelo a Cartagena de Indias, al cerro Monserrate. Aplazamos nuestra visita hasta el lunes porque nos comentaron que el fin de semana era un tumulto de personas y que la experiencia no se llega a disfrutar del todo. También tuvimos la suerte que justo ese día no estaba nublado. Se sube por un funicular hasta la cima de la montaña y arriba hay un mirador, al costado de una iglesia, en el que puedes quedarte horas sólo viendo el paisaje. Puedes ver casi toda la ciudad y cómo se pierde entre las montañas que la rodean. A diferencia de nuestra sierra que suele ser de montañas rocosas, acá hay árboles por todos lados. Por momentos me confundía y sentía que estaba en una zona de selva en lugar de sierra. Paseamos por un mercado que también se encuentra en la cima y finalizamos nuestras actividades en esta ciudad. 

Francisco Tafur

Siempre había querido conocer Bogotá y me queda en deuda sólo un lugar que es la laguna de Guatavita. El tiempo no me permitió conocer este lugar donde la leyenda cuenta que un antiguo Cacique tiró un montón de oro para protegerlo de los españoles. Según la leyenda todo aquel que intente sacarlo es víctima de una maldición. Definitivamente, ya volveré algún día para terminar de conocer la ciudad y otros lugares de Colombia que no conocí, como Medellín. Nos tuvimos que despedir de la ciudad para ir a nuestro siguiente destino colombiano que fue Cartagena de Indias.  

Tags:

Bogotá, Medellin

Mas artículos del autor:

"La isla sagrada y el castillo de Hiroshima"
"Hiroshima: de la devastación a la prosperidad"
"Tokio: Santuarios, templos y los 47 ronin"
x