En casi todas las civilizaciones existen eventos semilegendarios donde alrededor de un acontecimiento histórico surgen aspectos místicos y se envuelven en creencias. Por ejemplo, las historias de Ragnar Lothbrok en los vikingos, o, sin ir muy lejos, la historia de Jesús. En Japón existe la leyenda nacional de los 47 Ronin, samuráis que se quedaron sin señor feudal. Esta historia ejemplifica a la perfección el código de honor de los samuráis, el Bushido. Desde niño, cuando jugaba a ser un guerrero samurái, el concepto de honor me cautivó, no lo entendía del todo, pero me parecía una cualidad admirable. Es una mezcla de características morales y virtudes respecto al comportamiento firme sobre códigos únicos del individuo y su propia dignidad. En la historia japonesa esto fue y es de gran importancia para el desarrollo de la sociedad. Esta historia está relatada en el libro Hagakure, que recopila comentarios de un funcionario japones llamado Yamamoto Tsunemoto.
A inicios del siglo XVIII, durante una reunión en el antiguo castillo Edo, el señor feudal Asano Naganori blandió su katana y atacó a un alto funcionario del gobierno llamado Kira Yoshihisa. Al deshonrar lo que era la mansión del Shogun Tokugawa, emperador, fue obligado a cometer seppuku, rito de suicidio, pero más que obligación, es un acto voluntario dentro de la visión samurái. Los vasallos de este señor, ahora siendo ronin, idearon un plan de venganza teniendo total conocimiento de lo que implicaba. Al terminar su acto de honor, todos iban a someterse al rito de suicidio ya comentado. Solo 47 de ellos fueron los que cometieron la venganza, decapitaron al funcionario Kira y llevaron su cabeza al templo Sengaku.
Luego de un par de días de mi llegada a Tokio, caminé aproximadamente 1 hora hasta el templo Sengaku, el mismo donde dejaron la cabeza del funcionario. Es un templo budista zen no muy ostentoso, tiene una arquitectura hermosa pero simple. El templo original fue destruido por un incendio y en 1641 fue reconstruido por orden del emperador. Mi visita fue casi poética, al entrar me dirigí por un sendero mientras los pétalos de sakura caían sobre mi cabeza, no podía creer lo que estaba viviendo ya que desde que tengo memoria ir a ese lugar había sido solo un sueño. Estaba vacío, pero es costumbre que todos los años, el 14 de diciembre, se realice un festival en honor a los 47 guerreros. Al llegar al andén donde se encuentran las tumbas podía sentir cómo mi espíritu se llenaba de coraje para vivir una vida plena. El momento fue tan inmersivo que hice una reverencia en cada una de las tumbas y en cada una de ellas me hice una promesa distinta que no tengo por qué contar acá. Al salir no miré atrás, ya que luego de ese momento casi de epifanía decidí mirar sólo hacia adelante. Afuera del templo había una tienda de katanas y pedí prestada una. Me agarró por sorpresa que me permitieran sostenerla y desenvainarla, en tan solo unas horas cumplí dos de mis sueños.
Una tarde, luego de visitar el museo de Tokio, donde vi la legendaria espada de Masamune, creada por uno de los mejores herreros del mismo nombre, y de ver los rollos ancestrales de las enseñanzas budistas, tomé el metro hacia el templo Tennoji. Antes de partir pasé un buen rato en el parque Ueno que se encuentra al frente del museo. Había una feria. Disfruté de carne wagyu, gyozas y de ver las costumbres japonesas de entretenimiento. Este es uno de los templos más antiguos de la gran ciudad fundado en 1274. Es el último refugio de la secta budista Tendai, una rama de esa religión. En el centro del distrito Yanaka, se encuentra este recinto espiritual que alberga un buda enorme de cobre. También, es conocido por ser la casa de uno de los siete dioses de la fortuna, Bishamonten.
Mostré mis respetos al templo y caminé por un enorme cementerio que rodea el recinto budista. Este pertenecía inicialmente a Tennoji, pero actualmente es de propiedad pública. Caminar entre las tumbas en silencio, sobre todo en la temporada de los árboles de cerezo, es surreal. Los gatos locales pasean por ahí y ves a familias visitando las tumbas, probablemente de sus ancestros. Por respeto, cada vez que me cruzaba a alguna hacia una reverencia. La muerte no es una burla ni trae consigo alegría alguna, el único comportamiento aceptable en estos lugares es el respeto y el silencio espiritual que amerita. Nunca falta uno que otro turista que se ríe en voz alta y conversa como si se tratara de una broma. Este lugar fúnebre alberga las tumbas de guerreros y figuras famosas de la era Meiji. Este periodo, también conocido como Bakumatsu se dio cuando Japón le abrió las puertas a la influencia occidental. El periodo Edo o Meiji terminó en el año 1912 y se le considera el fin de la época de los samuráis. Igual, actualmente los descendientes de familias samuráis de renombre siguen con sus prácticas rindiéndole honor a su linaje. Durante esta era, el país entró en un proceso de modernización acelerado.
En mis últimos días, antes de partir a Hiroshima, pensé que ya me había quedado sin cosas por ver. Claramente estaba equivocado, siendo la ciudad más grande del mundo podrías estar un año entero y seguir sorprendiéndote con actividades nuevas. Sin darme cuenta, me iba a perder el que es proclamado como el santuario más bello de Tokio y una de las escenas más espectaculares de la primavera, el santuario Nezu. Efectivamente, apenas entras te conmociona la belleza del lugar, me quedé literalmente dos horas rotándome entre bancas con distintas vistas. El pasado parece desaparecer y el futuro deja de importar. Una sensación pacifica invade cada célula de tu cuerpo y entras en un trance poético. Escribí un Haiku en cada banca, intentando describir la hermosura y sensación, pero es una práctica que aún no domino.
El santuario de 1701, con un estilo arquitectónico se llama Honden consiste en que el salón de ofrendas, de plegarias y demás están interconectadas bajo el mismo techo. Encuentras dos estatuas Zuishin que representan a dioses guerreros que cuidan del recinto sagrado. Todo está rodeado por 200 metros de paredes sukubei, que significa pared con ventanas. Es una locura. Lo que más me impactó fue el sinfín de puertas torii, puedes caminar debajo de ellas y forman un camino digno de cualquier anime. Por mi tamaño casi me chocó la cabeza unas cuantas veces así que pasé agachado. Acá las personas no son muy altas, pero tienen espíritu monumental. Las puertas torii que se encuentran desperdigadas por todo Japón son puertas tradicionales que suelen hallarse en la entrada de los templos sintoístas, pero también se encuentran dentro. Simbólicamente representan una marca de transición entre lo mundano y terrenal hacia lo sagrado y divino. Son tan bonitas que pasé por debajo de ellas como 20 veces y en todas me emocioné. En los caracteres o kanjis se puede traducir la palabra como: percha de pájaro.
No puedo dejar de lado el Palacio Imperial, el actual recinto del emperador. No se puede entrar, obviamente, pero sus jardines y alrededores valen la pena sin lugar a dudas. Como casi todos los castillos, al tener una historia de incontables guerras y sangre, está rodeado por murallas y canales de agua que te dejan hipnotizado. Los jardines tienen una extensión de alrededor de 150 hectáreas. Caminas entre las ruinas del antiguo castillo Edo que fue destruido por terremotos e incendios, la mayoría de las estructuras eran de madera así que los desastres naturales las derrumbaban con facilidad. En la actual serie en emisión: Shogun, comentan que las estructuras en Japón son construidas para ser reconstruidas fácilmente, claramente esto es del antiguo Japón. Los terremotos son muy comunes en el país así que todos están preparados para ellos. Yo ruego que no me toque uno en mi estadía de un mes y medio. El actual castillo imperial tiene como acceso principal el puente Nijubashi, que al tener arcos y encontrarse sobre el agua crea una imagen de película debido al reflejo en el canal. No se puede cruzar, pero puedes verlo de cerca y admirarlo.
La penúltima noche, fui al Golden Gai, un laberinto de callejones repleto de pequeños bares en pleno Shinjuku, uno de los distritos más conocidos de la ciudad. Hay aproximadamente 200 bares y cada uno tiene su propia particularidad, en cada uno entran entre 6 y 8 personas. Lo curioso es que fueron los Yakuza, mafia japonesa, que revalorizaron esta zona en 1980 y la salvaron de su destrucción. Me tomé una botella entera de sake y varias cervezas Sapporo en diferentes bares. Me quedé hasta las 4 de la madrugada y el metro había cerrado. Tuve que regresar en taxi, que son realmente caros. Aun así, no me arrepiento por lo divertida que fue esa noche. Al día siguiente, casi no podía moverme, ya he perdido la costumbre de tomar en exceso. Así me despedí de esta ciudad sacada de otro mundo y continué mi aventura yéndome en tren bala, mientras veía el impactante Monte Fuji. Espero regresar pronto y quedarme más tiempo. Definitivamente la megaciudad que más me ha gustado. Arigato Gozaimazu.