Durante años, las personas informadas, y mucho más las poco ilustradas, han sostenido que la tendencia de los adolescentes a no escuchar los consejos de los padres sobre los cuidados que deben tener cuando se alejan de la cápsula de seguridad que constituye el hogar familiar, es un hábito de naturaleza casi genética, tan viejo como el tiempo.
Sin embargo, en “El parricidio: del pasado al presente de un delito”, el historiador Manuel Torres Aguilar señala que hasta bien entrada la era cristiana el padre de familia tenía un poder inmenso en el seno familiar, llegando incluso a poder disponer indistintamente de la libertad y de la vida de los hijos. Por lo tanto, la creciente rebeldía de los pre adolescentes y de los adolescentes contra las órdenes y los consejos de los padres es de naturaleza reciente, vale decir, de la era industrial.
Si a esa rebeldía incontrolable le sumamos las características accesorias de la modernidad, como los tatuajes que cada vez ganan más área epidémica, los piercings tanto o más escandalosos que los peinados y la ropa varías tallas más grandes que los cuerpos que cubren, nos encontramos ante jóvenes que nos quieren decir: ‘no soy como tú, papá, habla con mi mano!
En ese mundo casi paralelo al que habitamos los que no solo proporcionamos los alimentos, las viviendas y los abrigos de nuestros hijos, sino también el dinero para asegurar sus vidas hasta que se independicen, es imprescindible saber qué los lleva a introducirse en la clandestinidad de la noche y exponerse al peligro, y, a veces, a la muerte.
Hace unos días Vanessa Gutiérrez denunció a través de sus redes sociales que su hijo de 18 años y sus amigos fueron golpeados por un grupo de chicos luego de salir de una ‘fiesta QR’ en el distrito limeño de La Molina.
El sábado mi hijo de 18 salió a una fiesta en La Molina c/sus amigos, a la 1.30am salieron para tomar un taxi y un grupo de malditos los atacaron cobardemente.¡No había ni un serenazgo! Fiestas clandestinas donde entran menores de edad y nadie hace nada @PoliciaPeru @MuniLaMolina pic.twitter.com/MEU7U8NIv9
— vanessa gutierrez (@vapaloma) June 19, 2023
“A la 1:20 de la mañana, mi hijo y sus amigos se retiraron de la fiesta. Caminaron para tomar el taxi y llegan al grifo Repsol en la avenida La Molina. Ahí un grupo de seis hombres les comienzan a pegar de la nada, mi hijo ha terminado inconsciente por lo menos cinco minutos”, refirió. Y remarcó: “Y al otro muchacho, el amigo, que es menor de edad, le han roto el tabique”.
Eli Castelo, padre de Franco, el joven atacado a la salida de la fiesta QR precisó que no han tenido contacto con los organizadores de la fiesta, y que supieron que uno de ellos había comunicado que no tenía responsabilidad en la golpiza dada a Franco y a su amigo “porque ese hecho ocurrió fuera de la casa donde se realizó la fiesta”. Además, indicó que su hijo se está recuperando, que le hicieron sacar unas placas radiográficas y, felizmente, no tenía fracturas en ningún hueso.
“Yo no sé quiénes serán los familiares de los agresores, si serán violentos o no serán violentos, si tienen antecedentes policiales o no, lo que sí sé es que las cosas van a seguir su curso legal; nosotros estamos lejos de pedirles que se nos acerquen y, también, lejos de pedirle a la gente que ha venido apoyando a mi hijo que tome alguna represalia contra los agresores.
Lo que han hecho los agresores es realizar una acción violenta por el simple hecho de realizarla; es un acto gratuito, es decir un beneficio sin contraprestación. Obviamente los agresores son unos individuos acostumbrados a realizar esos actos delictivos, porque sabemos de un chico de otro grupo al que le rompieron la cabeza con una botella por puro gusto, o como decía uno de mis abuelos: ‘de puro mal natural’”.
¿Sabían ustedes que su hijo iba a asistir a esa fiesta QR?
“No, para nada. Nosotros le habíamos dado permiso para que salga, pero no sabíamos que en las redes sociales circulaba una ‘invitación’ a una fiesta a la que iban a acudir chicos y chicas de todos lados. Como Franco acaba de cumplir 18 años en mayo, esta era su primera fiesta.
Cuando me preguntaron si Franco había tomado, yo les dije que él no era de tomar alcohol y menos de estar borracho. Yo no sé si los otros chicos del incidente estaban drogados, pero si nos han dicho que estaban borrachos.
Yo me enteré que mi hijo había sido agredido en las inmediaciones de una fiesta QR y me pregunté qué hacía ahí Franco. Comprenderás el sacudón emocional que se produce cuando recibes una noticia como esa, y el alivio que tienes cuando te enteras que esa agresión no ha sido gravísima. Pero también debes comprender que inmediatamente de saber que no hay daños físicos que lamentar, haces un inventario de las afectaciones psicológicas derivadas de la agresión gratuita de unos antisociales a un joven sin envidias ni vicios ni complejos. Mi esposa y yo sabemos que nosotros y Franco superaremos esos momentos amargos, pero yo me pregunto por qué hay gente que sale a pegarle a otra, por qué se drogan con el pretexto de que deben estar más seguros o algo por el estilo en una fiesta repleta de personas desconocidas. Me pregunto si así han sido criados por sus padres o en algún momento de sus jóvenes vidas han tomado un camino equivocado. Me pregunto si a algún padre le gusta ver a sus hijos en actitudes tan reprobables. Finalmente, luego de responderme esas y otras preguntas, concluyo en que esos padres viven en medio de una vergüenza son igual”.
Para el Psicólogo clínico y psicoterapeuta Manuel Saravia, el consumo de alcohol agregado a otras sustancias pone en peligro a los jóvenes que asisten a estas fiestas, y recomendó a los padres de familia saber a qué lugares acuden sus hijos y si estos cuentan con medidas de seguridad.
“Ante la ausencia de las autoridades competentes, uno de los mayores riesgos de estas fiestas clandestinas es el consumo exagerado de alcohol y el uso de varias sustancias ilegales, el cual pone en serio peligro a los jóvenes que asisten de manera inocente a estos eventos masivos.
Como un efecto directo de la era pandémica, durante la cual mayoritariamente vivimos largos meses en aislamiento y en soledad, muchas personas han incorporado dos respuestas psicopatológicas preocupantes, a saber, la ansiedad y la depresión. Como consecuencia directa de la presencia de estos síntomas, los niños y los adolescentes se muestran más agresivos y tienen mucha dificultad para controlar esos impulsos. En el caso de los adolescentes -una suerte de adultos menores-, la baja tolerancia a la frustración y el poco control de los impulsos agresivos sumados al consumo de alcohol y sustancias psicoactivas podrían incrementar el número de esas escenas lamentables de violencia, donde los jóvenes no miden las consecuencias de sus actos, en los cuales las lesiones físicas representan el colofón de esos dramas cuando terminan en tragedias. Tragedias que, muchas veces, terminan enlutando a los hogares de los jóvenes agredidos.
Lo primero que yo recomendaría a los padres es que se aseguren que sus hijos estén acudiendo a lugares que cuenten con las medidas básicas de seguridad, no a fiestas clandestinas. Es decir, hay que evitar que nuestros hijos persigan ese gusto perverso por la clandestinidad, que los organizadores venden -mediante estrategias de marketing- como un tema de exclusividad, de una experiencia que vale la pena vivir, cuando, en realidad, lo que están haciendo es exponiendo a los jóvenes a riesgos innecesarios, a esos cócteles letales de sexo desenfrenado, de drogas y de alcohol.
Generalmente, el adolescente se siente atraído por lo diferente, en su búsqueda incesante por la reafirmación de su propia identidad, pero, lamentablemente, en esas circunstancias lo clandestino lejos de ser atractivo es altamente peligroso, poniendo en riesgo la vida, el cuerpo y la salud, como vemos en el hecho ultra conocido de los jóvenes golpeados de manera brutal en las inmediaciones de la fiesta QR de La Molina.
Cuando notamos que nuestro hijo tiene dificultades para controlar sus impulsos, y no podemos hacer nada por reducir estos actos de violencia de manera verbal ni física, tenemos que optar por estrategias psicológicas o psiquiátricas, mediante el uso de medicamentos para frenar esos impulsos agresivos; pero, por supuesto, en algunos casos hay que tener un control estricto sobre las bebidas alcohólicas, y, en esa línea, tienen que trabajar los padres de familia para poder detener a las personas violentas para que no se conviertan en peligros potenciales”.
Clausura y multa del local
La municipalidad de La Molina clausuró la casa donde se realizó la fiesta en la calle Punta Arenas 247. Asimismo, impuso una multa «bastante fuerte” por concepto de la “realización actividades que afectan la tranquilidad de los vecinos del lugar”.
El alcalde de La Molina, Diego Uceda se pronunció sobre lo ocurrido en la fiesta QR; «Lo que vamos a hacer nosotros como estrategia es infiltrarnos a partir de la fecha en estas fiestas para poder informar. Es la única manera, ya que a última hora informan de las fiestas».
Luego trascendió que la fiesta fue organizada por la organizadora de eventos ‘Raia’, que promociona a través de Instagram a ‘Soirees’, una fiesta donde prometen hacerlos disfrutar de la mejor experiencia, lo que no dicen es cómo, ya que al no existir ningún tipo de control, estas fiestas a cambio de unos momentos de placer te pueden arrebatar la vida. Y no solamente por las peleas que se desencadenan afuera, sino por el consumo desmedido de alcohol -en la llamada barra libre- y el consumo de sustancias prohibidas.
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Años atrás, cuando estaba terminando mis estudios, un profesor nos pidió que escucháramos unos programas radiales de entrevistas. En uno de ellos, el recordado Saravá nos reveló la existencia de las fiestas de presentación en sociedad de las hijas de los socios del Club Nacional, de sus acompañantes elegidos por los padres de las chicas y de los resentidos que no lograban una invitación a esas fiestas. Con evidente desprecio por un individuo en particular, el más grande divulgador de la música tropical en el país nos contó que ese resentido le puso un cartucho de dinamita al tablero eléctrico del club, ocasionando un apagón, una estampida de jóvenes y, posteriormente, una pelea donde el dinamitero -quien llegó a ser presidente del Congreso y primer ministro del régimen de Toledo- llevó la peor parte. Al día siguiente del programa, el profesor nos preguntó cuáles fueron nuestras impresiones sobre este, y, acto seguido, nos relató las peleas en los años sesenta en las inmediaciones de la Alameda Pardo en Miraflores entre los llamados ‘gato pardos’ y distintas bandas de pleitistas venidos de Surquillo, de Barranco y de barrios todavía más lejanos. Cuando nos preguntábamos adónde quería llegar el profesor, este nos habló de las peleas a palazos y pedradas entre los alumnos del Colegio Guadalupe y sus vecinos del Mariano Melgar durante los años ochenta, y de otros alumnos de colegios nacionales situados al borde del zanjón. En fin, lo que quería probar era que hay edades en las cuales la violencia toma el control en los grupos de varones repletos de testosteronas. Es inevitable nos dijo, más por la existencia de abundante casuística que por un análisis psicosocial o antropológico del asunto tan bien descrito.
Por esa razón, estoy convencida que siempre habrá agresores y agredidos. Y, también, que siempre los agresores serán quienes estén peor equipados mental y moralmente para ponerle frenos a tan aberrantes impulsos.