Juan Carlos Tafur

Receta izquierdista para el fracaso

Cuando Verónika Mendoza y junto con ella connotados líderes e intelectuales de la izquierda arremeten contra el Banco Central de  Reserva y su presidente Julio Velarde, en particular, no solo cometen un acto de injusticia sino que ponen de relieve cuáles con sus reales intenciones de política monetaria y fiscal en caso de hacerse del poder.

“La inflación más baja de América Latina en los últimos 20 años, desdolarización gradual exitosa, respuestas oportunas a las crisis, meritocracia que ya quisieran tener otras entidades y un presidente como Julio Velarde que prestigia al Perú”, les ha respondido con propiedad el economista Luis Alberto Arias, a quien no se le puede acusar de ser parte de un colectivo de derecha ni mucho menos. Pero los logros señalados parece que a la izquierda nativa le parecen irrelevantes.

Ella no parece haber entendido que el equilibrio macroeconómico no es de izquierda ni de derecha sino que es un lecho rocoso del cual el país no debería apartarse nunca, si quiere mantener la curva de crecimiento y de reducción de la pobreza y las desigualdades, como ha sucedido en líneas generales las últimas tres décadas.

La heterodoxia monetaria es el camino seguro a la inflación y a la recesión, y, por ende, al perjuicio para los más pobres del país. A la izquierda no se le teme porque le vaya a quitar privilegios a los ricos o porque, por fin, vaya a hacer justicia para los sectores populares. Habrá quizás algunos acomodados que se asusten por ello, pero son irrelevantes, social y políticamente hablando.

El mayor temor que provoca la izquierda peruana se debe a que sus propuestas económicas son garantía de un desastre como el que asola a países ricos como Venezuela o Argentina, ejemplos cercanos.

Claro está que la derecha económica no necesariamente es garantía de equidad. Al ser predominantemente mercantilista y no liberal, produce crecimiento, pero lo concentra en una minoría. Y en el caso peruano a ello le ha sumado un descuido histórico del sector público, sobre todo en materia de salud y educación, factura que hoy estamos pagando con creces.

Pero la izquierda tradicional es peor que la derecha mercantilista, porque igual resulta inequitativa, pero además empobrece aún más a los sectores populares.

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