centroderecha

Carlos Añaños, el correcto empresario ayacuchano, enormemente exitoso en su ámbito de acción, poseedor de una épica personal digna de encomio, es voceado, desde un tiempo a esta parte, como el candidato presidencial idóneo de la centroderecha.

Rafael López Aliaga, alcalde de Lima, acaba de lanzarlo, inclusive, como candidato único de consenso, para evitar la fragmentación partidaria de este segmento mayoritario de la opinión pública (por cierto, el líder de Renovación Popular muestra muchas veces una lucidez política que ya quisieran exhibir otros pares con más trayectoria).

De hecho, si se hiciera una encuesta entre los CEO de las empresas o los propios empresarios, Añaños barrería en primera vuelta. Goza de todas las simpatías. Ello, a pesar de no ser del todo liberal (firma, sin rubor, comunicados de la conservadora Coordinadora Republicana).

El problema político que, sin embargo, carga a cuestas el integrante del clan familiar propietario de AJE Group, la trasnacional peruana, es la interrogante de si cuenta con el carisma y la empatía suficientes para seducir al electorado popular.

Enrique Chirinos Soto, el brillante exparlamentario y periodista arequipeño, acuñó el término “orgasmo por el poder”, para distinguir entre los que él consideraba candidatos capaces de encandilar a las masas y aquellos que no. Y utilizaba este criterio para distinguir, por ejemplo, entre Luis Bedoya Reyes y Fernando Belaunde Terry, los dos candidatos más importantes de la derecha desde mediados de los 60 hasta finales de los 80.

Decía Chirinos Soto que Bedoya carecía de esa virtud y que por esa razón, a pesar de iniciar sus campañas con muchos bríos, bastaba que apareciese el líder histórico de Acción Popular en las mismas, para que inmediatamente el mandamás pepecista pasara a segundo plano en cuanto a los entusiasmos populares.

Por lo que se ve hasta el momento, Carlos Añaños no tiene esa adrenalina, ese deseo turbulento e imbatible por alcanzar el poder, necesarios para convencer y emocionar a los electores. Carece de biorritmo político. ¿Lo puede adquirir? Sí, para empezar, despejando las dudas hamletianas que parece albergar respecto de la encomienda, pero si no lo obtiene, tendrá una mala performance electoral arrastrando a toda la derecha a un descalabro. Sería bueno que lo evalúen seriamente sus promotores.

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La última encuesta de Ipsos publicada en Perú21, a propósito de las posibilidades electorales de Keiko Fujimori, trae dos malas noticias: Keiko puede pasar a la segunda vuelta, y en ella perdería irremediablemente contra el probable candidato de izquierda antisistema que el país está incubando.

Un 11% señala que definitivamente votaría por ella. Es el núcleo duro del fujimorismo. Y un 13% que podría votar por ella. Con una buena campaña tiene un techo de 24% que la colocaría definitivamente en la justa definitoria, como ha sucedido en los últimos tres procesos electorales.

Pero, a la par, hay un 61% que señala que definitivamente no votaría por ella. Casi dos tercios del país. Al respecto, ya es hora de deshojar el análisis político. No parece que estemos ante un antifujimorismo histórico, que crece o se mantiene en el tiempo, a pesar de los 23 años transcurridos desde los finales del gobierno de su padre, sino ante el rechazo a una lideresa política de segundo orden que carece de empaque doctrinario, liderazgo y, sobre todo, reacciones e iniciativas audaces que partan las aguas cuando el país requeriría su voz de guía.

Hay, sin duda, el mentado antifujimorismo, pero en verdad corresponde a un sector minoritario de la izquierda y la derecha liberales. Lo que predomina es el antikeikismo, cuya raigambre no es esencial ni acrítica, sino que obedece a la desastrosa actuación política de la mandamás de Fuerza Popular en los últimos lustros, desde el gobierno de PPK hasta los entripados corruptos, mediocres y autoritarios que su bancada vigente exhibe sin vergüenza.

Y el problema político de fondo es que ese sector poblacional es el que va a volver a impedir que Keiko Fujimori gane la elección. Y ella, con su sola presencia electoral, le resta votos a otra opción de centroderecha o derecha monda y lironda, que definitivamente tendría una mejor performance en una segunda vuelta electoral y alzarse con el triunfo, asegurándole al país el retorno ideológico que reencamine la nación hacia mejores rumbos que los actuales.

Keiko Fujimori debe retirarse de la política. Su presencia es tóxica y tapona el surgimiento de una derecha liberal, moderna y republicana, además de darle combustible a una izquierda que sin el fujimorismo al frente probablemente deje de existir o se evapore hasta la insignificancia.

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La jugosa última encuesta del IEP trae consigo una pregunta sobre la Constitución y, aunque de manera indirecta, la mentada Asamblea Constituyente. Preguntada la ciudadanía respecto de qué corresponde hacer frente a la actual Constitución del 93, un mayoritario 47% estima que corresponde hacerle algunos cambios; 34% cambiar a una nueva Constitución (estos serían los que encajarían con la solicitud de una Asamblea); y 14% señala que no se debería cambiar nada.

Pese al inmenso desprestigio del Ejecutivo y del Congreso, percibidos como un pacto derechista, no crece el ánimo antisistema de patear el tablero y tirar la actual Constitución por los suelos, para ingresar a una espiral de refundación social, política y económica.

Datos colaterales interesantes: en el sur, la región más levantisca e izquierdista del país, empatan en 43% quienes quieren algunos cambios y quienes optan por un cambio total. Entre quienes se definen de centro -el conglomerado ideológico mayoritario del país- un significativo 54% opta por hacer algunos cambios y un reducido 29% por cambiar toda la Constitución (entre los izquierdistas, claro está, el 48% pide cambio total y el 39% algunos cambios). Otro dato importante: entre los que desaprueban a Boluarte, la mayoría (46%) opta por solo hacerle algunos cambios y 39% por cambios totales, es decir no se está produciendo un trasvase entre el rechazo al statu quo actual y el espíritu de reforma radical.

Es una buena noticia que la narrativa izquierdista referida a la Asamblea Constituyente, que probablemente llevaría al país, de hacerse efectiva, al despeñadero, no logre predominancia. No son los resultados de esta encuesta, suficiente predictores para considerar que el tema está zanjado y que no retomará bríos definitorios en las elecciones presidenciales venideras, pero de por sí es saludable apreciar que la mayoría del país no se lanza a apoyar propuestas radicales.

Es de esperar que esa masa crítica proestablishment se mantenga y permita que el 2026 (o antes, si se adelantan las elecciones), triunfe una opción de centroderecha, sea liberal o conservadora, que emprenda los cambios que hay que hacer, pero en el sentido correcto que nuestra sociedad requiere y que la historia demanda.

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Las críticas de Keiko Fujimori al gobierno de Dina Boluarte merecieron de la primera mandataria una respuesta modosa, tangencial, que bien valdría la pena, sin embargo, volver a retomar: la de adelantar elecciones, que el fujimorismo congresal se encargó de abortar.

No parece haber otra salida a la crisis. Algunos pensaban que lo mejor era esperar hasta el 2026, para fijar cierta estabilidad en el movedizo tablero político peruano o para que las fuerzas políticas nuevas tengan chance de inscribirse y expresar mejor el sentir ciudadano, que las actuales agrupaciones partidarias, pero la crisis política ha escalado y no solo no genera claridad respecto de su salida sino que sigue afectando enormemente a la actividad económica privada, que no suelta un dólar de inversión mientras subsista la precariedad política.

Un Ejecutivo inerte y un Congreso desmedido, son la fórmula perfecta para el desastre que hoy apreciamos, con ambos poderes del Estado desaprobados por la ciudadanía de manera abrumadora.

Con un adelanto de elecciones se produciría un “reseteo” político que, es verdad, podría llevarnos nuevamente al abismo castillista, pero también a la resurrección de una opción republicana liberal, de centroderecha, que corrija los entuertos que el Perú viene sufriendo desde el 2016, en materia política, y desde el 2000 en materia de reformas estructurales.

Cuando Martín Vizcarra, mucho antes de ser vacado, le ofreció al Congreso aprofujimorista de entonces que se vayan todos y se adelantasen las elecciones, era, claramente, la mejor opción y nos hubiera evitado todos los problemas posteriores (disolución del Congreso, vacancia de Vizcarra, etc.), pero el Legislativo se emperrechinó en sus curules y hoy vemos las consecuencias de ello.

Para ser sincera, la presidenta Boluarte debería no solo soltar una indirecta sino emprender una campaña política y mediática a favor del adelanto de elecciones generales, poner contra las cuerdas al Congreso (aún con los riesgos que eso implica) y que, con el aval mayoritario de la opinión pública -que en algún momento despertará de su letargo y la va a acompañar en ese propósito- logre obligar al poder de la plaza Bolívar a retomar el tema.

No se ve otra salida. El país no aguanta tres años más en esta zozobra sistémica. Es un error mayúsculo pensar que no hay crisis porque no hay convulsión social. El tejido social se está degradando hasta extremos que, mientras más dure el proceso, mayor será su explosión electoral.

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En entrevista publicada hoy en El Trome, Keiko Fujimori no descarta la posibilidad de volver a postular, contra toda crítica hecha al respecto por sus adversarios y analistas políticos independientes, pero lo más relevante, a juicio de este columnista, es su señalamiento de que anda buscando un candidato de consenso.

Acierta en ello Keiko Fujimori. Se necesita que los principales partidos de centro y derecha aglutinen esfuerzos y lancen un candidato potable, capaz de derrotar al autócrata que va a surgir de las canteras de la izquierda antisistema (felizmente, hoy la izquierda se ha fraccionado y lanzará al menos siete candidatos).

Y en este esfuerzo no puede haber principismos infantiles (“nada con el fujimorismo” o “nada con el aprismo”) que ya se empiezan a escuchar en algunos pasillos políticos de las nuevas agrupaciones derechistas surgidas. Se debe buscar un consenso básico entre la derecha liberal, el fujimorismo, el aprismo, Alianza para el Progreso, Renovación Popular y Avanza País (si mantiene el talante liberal que le imprimió Hernando de Soto). Por allí va la cosa o debería ir.

No solo se trata de una acción política pensada en pasar a la segunda vuelta y allí triunfar, sino en la urgencia de asegurar una cuota parlamentaria importante en el próximo Congreso, que lo blinde al futuro gobierno respecto de la inestabilidad política que ha caracterizado los últimos lustros al país.

Va a tener que haber renuncias no solo electorales sino eventualmente doctrinarias menores, pero así ocurre siempre que se establecen pactos como el sugerido por la principal candidata de la centroderecha y lideresa indiscutida de un sector importante del país (no por gusto ha pasado a tres segundas vueltas en las últimas elecciones).

Se va a necesitar un candidato de consenso que luego pueda gobernar con relativa calma y superar los dos más graves problemas que nos aquejan: la zozobra política y la parálisis económica. Con ello resuelto, será posible atender otros problemas estructurales: salud y educación públicas, inseguridad ciudadana, regionalización, reforma político-electoral, etc. Es importante que Keiko Fujimori haya dado un paso político en esa perspectiva.

-La del estribo: gran puesta en escena de Patricia Villalobos y Javier Valdés, en la obra Pequeñas infidelidades, confirmando satisfactoriamente las expectativas anunciadas en este espacio hace un par de semanas. Va en el Teatro de Lucía y puede adquirir sus entradas en Joinnus.

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Por último, puede debilitar la capacidad del sistema político para resolver problemas de manera efectiva. Si hay demasiados candidatos, cada uno con su propia agenda, puede resultar difícil para los partidos y los legisladores llegar a acuerdos y trabajar juntos para encontrar soluciones. El resultado es que el progreso se estanca y los problemas persisten, lo que erosiona la confianza de los ciudadanos en la democracia misma.

En resumen, la proliferación de candidatos en una democracia puede ser altamente perjudicial. Si los votantes no pueden discernir entre las opciones y la elección se convierte en una lotería, si los legisladores no pueden trabajar juntos y el progreso se estanca, la democracia corre el riesgo de erosionarse y debilitarse. Como tal, es importante que los partidos políticos y los candidatos trabajen juntos para reducir la fragmentación y ofrecer un mensaje político claro y conciso que ayude a los ciudadanos a tomar decisiones informadas en las urnas. Es hora de pactos, no de aventuras individuales surgidas de los egos particulares.

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Se necesita un shock capitalista, similar al emprendido por el segundo gobierno de Alan García, pero nunca más exento de las reformas urgentes que se requieren en ámbitos ciudadanos básicos como la salud y educación públicas, la acelerada construcción de infraestructura, las reformas políticas y electorales que hacen tanta falta, la conversión del fallido proceso de regionalización en uno que efectivamente destierre el nocivo centralismo, pero no lo reemplace por un corrompido sistema como el que actualmente tenemos, etc.

Se juega mucho el 2024. Lo imperativo es mantener el orden constitucional vigente desde 1993, sobre todo el capítulo económico, y sobre ese lecho rocoso transformar las políticas públicas y el Estado para convertirlo en un agente de inclusión social y no en uno de marginación de gruesos sectores de la ciudadanía.

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Lo normal sería que en el Perú la segunda vuelta la definan un candidato de derecha versus uno de centro, o sea entre dos candidatos de derecha, con porcentajes de votación altos en primera vuelta, y que la izquierda (dividida, probablemente entre Antauro Humala, Verónika Mendoza, Guido Bellido y Richard Arce –el único moderno del tándem-), quede en cuarto o quinto lugar. Pero la irresponsable fragmentación del centro y la derecha, sumada a su honda inacción política, seguramente harán que el 2026 se vuelva a repetir lo ocurrido el 2021. Y no habrá razones entonces para la sorpresa o la lamentación.

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Antauro Humala, centroderecha, humala

Si Keiko Fujimori se vuelve a presentar le va a arrebatar un 10% al resto de candidatos de la centroderecha y va a lograr, por efecto indirecto, facilitarle a un candidato radical antisistema como Antauro Humala terciar por entrar a la segunda vuelta con un porcentaje menor, tal como sucedió con Castillo el 2021.

Si Keiko Fujimori tuviese alguna opción de ganar en una futura segunda vuelta no hay quién le pueda negar el derecho a intentarlo por cuarta vez (no sería la primera ni la última candidata en hacerlo en el mundo), pero dadas sus enormes falencias personales en asuntos políticos, lo más probable es que pierda contra quien sea si pasase a la segunda vuelta electoral. Y el Perú ya no puede correrse el riesgo de tomar un nuevo rumbo equivocado, esta vez más antisestablishment que de Castillo. Perderíamos el país, la democracia, el crecimiento económico y el orden social.

De acá a diez años, con mayor madurez a cuestas, con un país más enrumbado, sin riesgos antisistema a la vista, podría volver a intentarlo, pero ni ahora ni el 2026, es su momento.

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