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Que haya cerca de 60 partidos habilitados para postular en las próximas elecciones del 2026 es un suicidio democrático. Conducirá a una elección disfuncional con un resultado díscolo e impredecible que, sin duda, colocará al país el próximo quinquenio en un derrotero institucional peor que el que tenemos ahora.

Es menester que el Congreso haga algo al respecto. Se facilitó la inscripción de partidos en la reforma electoral llevada a cabo, pero con la condición de la realización de las primarias, que filtraban en gran cuantía el número final de partidos en disputa. Al haberse suprimido las PASO se ha abierto una caja de Pandora que no conllevará a ningún beneficio democrático.

Ya restablecer las PASO es inviable. Ni siquiera presupuestalmente es atendible una solicitud de ese tipo. Lamentablemente. Pero sí es posible establecer algún tipo de filtro que disminuya el número de agrupaciones hábiles para postular.

Un mecanismo válido y que solo requiere mayoría absoluta en una sola votación es la modificación de la ley orgánica de elecciones y que se exija que en el proceso interno que de todas maneras se tendrá que llevar cabo (seguramente la mayoría de partidos optará por el mecanismo de los delegados), al menos participe el 20% del número mínimo de afiliados (25,000), es decir que participen 5,000 militantes. Si eso no se logra, inmediatamente el partido queda fuera de la contienda.

Está en manos del Congreso lograr ello antes de que sea demasiado tarde. Permitir que haya 60 agrupaciones en la liza, no solo es un despropósito logístico sino que difuminará el voto fragmentando la votación y permitiendo que sea gobernante del Perú alguien que al final obtenga un 10% o poco más en las urnas.

Ya hemos visto con Castillo a qué conduce ello, a la perversión de la representación parlamentaria (Niños y demás), la ruptura de los partidos que entren, al desorden institucional producto de semejante degradación y, finalmente, a la persistencia de un modelo mercantilista de manejo del Congreso como el que hoy horada los márgenes mínimos de sindéresis institucional de un poder del Estado fundamental para el funcionamiento de una democracia operativa.

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elecciones 2026, votacion peru

No sé qué es peor en términos socioculturales, si la autocensura de la Pontificia Universidad Católica del Perú respecto de una obra de teatro que trataba con irreverencia la figura de la virgen María, o si la vuelta de la estatua de Pizarro a un lugar prominente en la ciudad, a despecho de la orgía de violencia y saqueo que tuvo para la población indígena de estos territorios la llegada de los conquistadores españoles.

La PUCP ha cometido un grosero error, llevada por el temor a la reacción furibunda de la derecha conservadora y les ha dado un mensaje terrible a sus propios alumnos, al hacerles saber que el arte tiene parámetros religiosos que debe cumplir si quiere estar en caja. El festival “Saliendo de la caja” ya nunca más será el mismo luego de este acto de pusilanimidad mostrado.

Y Pizarro, el iniciador de la tragedia apocalíptica que supuso para las masas indígenas la llegada de los españoles, ha vuelto por sus fueros gracias al hispanismo iletrado del alcalde de Lima, que hace suyas tesis hispanistas que por estos días la ultraderecha ha insistido también en subrayar. El mestizaje que tanto se pondera no nació de armoniosas relaciones consentidas entre blancos e indios sino que fue producto de la violación y esclavitud sexual de las indias a sus conquistadores. Ello no merece ponderación ni rescate sino superación. Es inevitable nuestra condición de país mestizo, pero deberá asumirse bajo la contrición de un pecado original que nunca debió ser reivindicado como hecho cultural positivo.

¿Es cierto que después, con la República, el indio mereció peor suerte? Sí, he allí, pues, la herencia colonial, que aun hasta nuestros días cargamos encima y que es menester superar. Y ello no se logrará con gestos simbólicos retrógrados, como devolver la estatua del iniciador del proceso de conquista a un sitial que no merece.

Felizmente, en algo compensa estos trastes, la decisión del Vaticano de disolver el Sodalicio de Vida Cristiana, una orden religiosa preñada de denuncias de abuso sexual y psicológico por parte de la mayoría de sus fundadores. Tarde ha llegado la reacción del Vaticano, pero ha llegado y solo queda confirmar que la información se haga oficial. Un duro golpe a las huestes reaccionarias del país que la justicia demandaba. Una buena noticia en medio de una semana cargada de avances culturales de la derecha ultramontana.

La del estribo: muy placenteras y recomendables dos obras de la premio Nobel coreana, Han Kang: La vegetariana y La clase de griego. Literatura fácil en términos narrativos, pero honda en su densidad psicológica. Y sigue llegando buen teatro. A ver La Cena, obra dirigida por María Dalidou, basada en la obra de Herman Koch. Va en el entrañable teatro Ricardo Blume del 24 de enero al 2 de marzo. Entradas en Teleticket.

Estamos ante una segunda ola de criminalidad en el país. El número de ataques, extorsiones, sicariato, asaltos, etc., ha aumentado exponencialmente con el inicio del año. La diferencia respecto de la primera ola es que esta vez el gobierno ya no atina a hacer nada al respecto, rindiéndose frente al problema y dejando a los ciudadanos de a pie a merced del crimen.

Con anterioridad se decretaron inútiles estados de emergencia, se cayó en el populismo penal, se mostraron grandilocuentes gestos de inversión en el sector Interior, se plantearon reorganizaciones fallidas. Esta vez, ni eso, simplemente no hay respuesta alguna.

Mientras ello ocurre, la presidenta y el titular del Interior pierden su tiempo en frivolidades o en defenderse de las acusaciones en su contra, sin que les importe ya un pepino resolver un problema gravísimo, el mayor ataque a la seguridad nacional después del conflicto armado interno que nos enfrentó a Sendero Luminoso y el MRTA.

De por sí, ello debería bastar para que se declare la vacancia presidencial y el Congreso, aun desprestigiado como está, designe a alguien cuya única misión, además de convocar elecciones, sea afrontar con genuina preocupación el problema de la inseguridad, que nos está corroyendo la entraña ciudadana y que amenaza con distorsionar las elecciones del 2026.

El efecto de la inseguridad será como el de la pandemia. Afectará los ánimos del votante, harto de la situación y conducido a votar por opciones radicales autoritarias, así como la pandemia y el desnudamiento de la inoperancia del Estado llevó a votar por un candidato antisistema como Pedro Castillo.

Allí radica la principal responsabilidad de la mediocridad de este gobierno, seducido por los oropeles del poder, sin afán alguno por utilizarlo para mejorar la vida de los ciudadanos, y que va a dejarnos como herencia un país incendiado, desesperado, con la psicología electoral alterada, distorsionada al punto de que la moderación política será desbordada por esa situación psicosocial.

No es tarde para hacer algo. Este gobierno no lo va ni a intentar. El Congreso tiene en sus manos la posibilidad de romper esa inercia y buscar una solución, así sea solo a este problema.

Muchos candidatos pretenden iniciar sus campañas electorales a fines de año, creyentes fieles en el axioma de que no hay que asomar la cabeza temprano a riesgo de que se la corten. Haciendo ello, sin embargo, le entregan en bandeja el país a las fuerzas radicales autoritarias que ya asoman en el horizonte, ya hacen campaña y partirán con la ventaja de tener un país polarizado a su merced.

Las fuerzas que van del centro a la derecha tienen que empezar a hacer política puertas hacia afuera y no solo embarcarse en planes de organización interna, mesas de discusión o armado de equipos técnicos. Eso está bueno, pero la coyuntura exige que se manifiesten desde ya sobre aspectos cruciales de la agenda nacional.

Hay que romper el nudo gordiano de ver la agenda adscrita exclusivamente a las desventuras de un gobierno mediocre y sin quehacer político, como el de Dina Boluarte, y los avatares judiciales, presentes y pasados, que dominan las primeras planas periodísticas. Entre Nicanor, las cirugías, los jueces Lavajato, las inconductas graves de la fiscal Marita Barreto y las tropelías del Congreso, se establece la pauta informativa, sin dejársele abrir paso a la política monda y lironda.

Ello no va a ser posible si los partidos o candidatos se guardan hasta tiempos más cercanos a la elección y los medios no asumen su rol responsable de ampliar el margen de discusión hacia temas políticos propiamente dichos.

Por ejemplo, en el tema de la inseguridad ciudadana, que es el que más preocupa a la ciudadanía, sería bueno escuchar ya las propuestas técnicas de Libertad Popular, el PPC, el Apra, Renovación Popular, Acción Popular, Partido del Buen Gobierno, etc., en lugar de ver el cansino desfile de fugaces exministros del Interior o exdirectores de la Policía Nacional, que cuando ejercieron el cargo no hicieron nada de lo que ahora proponen y cuya estancia temporal en el cargo les otorga, según los medios que les dan cobijo, autoridad para pontificar sobre la materia.

Es menester hacer política desde ya, y que los medios puedan, en consecuencia, abrir la cancha para debates de ese nivel entre las diferentes opciones gubernativas para el 2026. Ya estamos en año electoral y merecemos romper la inercia de la agenda mediocre que hoy nos rige.

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Campaña electoral, elecciones 2026, elecciones perú

Dado que es inviable que se establezcan pactos entre agrupaciones políticas de centroderecha y que se evite la fragmentación de partidos de esa laya ideológica, propongo una suerte de primarias entre todas las colectividades y de esa manera llegar al 2026 con uno o dos partidos de ese perfil.

Bastaría un acuerdo simple: que se contrate, de consenso, una encuestadora (si no les gusta o les da confianza ninguna local, que se contrate una extranjera) y que en setiembre de este año, se determine quién tiene más posibilidades y a éste lo apoyan todos, renunciando a sus propias ambiciones presidenciales.

De esta manera se empezaría desde ya con la campaña preelectoral, no se esperaría a diciembre para comenzarla, de persistir lo cual van a llegar todos a abril del 2026 con 1 o 2% de intención de voto y nadie renunciará pensando que la lotería electoral les podrá sonreír en la jornada final, cuando lo que va a suceder en ese caso, es que van pasar dos partidos de izquierda radical o, en el mejor de los casos, uno de ese perfil contra el fujimorismo.

La centroderecha no parece ser consciente de que si no establecen pactos van a llegar con porcentajes mínimos y se van a canibalizar el bolsón electoral que las encuestas le otorgan. Al final, van a perder todos.

Todo está dado para que sean dos candidatos de izquierda radical los que disputen la segunda vuelta el 2026. Si la centroderecha lo quiere evitar, tiene que realizar actos extraordinarios de desprendimiento político. Una idea es la propuesta referida, que tiene, además, una ventaja, que obligaría a los candidatos del sector a empezar ya su campaña, que el principal problema que tienen los candidatos de centroderecha actualmente es que no los conoce nadie y no tienen cerros (el único que tiene llegada a ese sector a la fecha es Rafael López Aliaga).

Serían una suerte de primarias entre los candidatos de centroderecha, que descartaría a varios de ellos y les brindaría la posibilidad de aportar cuadros parlamentarios. Consolidaría una candidatura con posibilidades reales, con respaldo de las encuestas, y permitiría construir una opción plural, potente, con cuadros políticos afiatados, para así ofrecer al electorado una opción atractiva.

El tribunal a cargo del juicio del caso Cocteles, decidió anular todo lo avanzado y dispuso retrotraer lo actuado a la etapa anterior; el control de acusación.

El Juzgado determinó que hubo irregularidades y consideró que el Ministerio Público y el juez de investigación preparatoria han viciado el juicio y “vulneraron el principio de congruencia procesal, el derecho a la defensa, el derecho a la imputación concreta y el debido proceso”.

Ya con anterioridad el juez Víctor Zúñiga advirtió al fiscal Pérez de serias inconsistencias que debía corregir y éste no lo hizo, a pesar de lo cual el juez, con poca solvencia profesional, las pasó por alto y ayer el colegiado les jaló las orejas a ambos.

El caso, en principio, no tiene ni pies ni cabeza. El núcleo de la acusación, más allá del ropaje de organización criminal con el que se ha revestido para darle mayor gravedad, es el de lavado de activos. Y salta a la vista que es imposible acusar de origen ilícito a los aportes de campaña de empresas diversas, entre ellas, Odebrecht, a la candidatura de Keiko Fujimori.

El caso se cae a pedazos, pero entre tanto, es menester que el fiscal Pérez y el juez Zúñiga sean removidos de sus puestos porque han demostrado venalidad y subordinación a sus particulares ojerizas ideológicas, antes que al debido proceso y las cautelas judiciales mínimas.

La Fiscalía ha funcionado como una máquina trituradora de honras y ha causado serios perjuicios a centenares de imputados. Véase el caso del Eficcop y, por ejemplo, la imputación en mi contra: se me incluye en una investigación por organización criminal por haber publicado tres informes, dos de ellos en contra de Marita Barreto, y ella se venga incluyéndome en un proceso que ha tenido consecuencias personales graves al perder trabajos, ver suspendidos proyectos y gastar enorme cantidad de tiempo y dinero en mi defensa, a sabiendas de que el caso se va a caer pronto porque no tiene ni pies ni cabeza (es más, el fiscal a  cargo ahora del proceso debería revisar el expediente y proceder a rectificar la imputación).

Delia Espinoza se está quedando corta con la reorganización del Ministerio Público y en algunos casos está dando pasos equivocados. Tiene que cortar de raíz el proceso de degradación institucional en el que ha caído la institución que hoy preside y que ha vuelto a saltar a la vista de la ciudadanía con lo ocurrido en el caso Cocteles.

Si la presidenta Boluarte no se percata de la urgencia de efectuar cambios ministeriales -varios-, su nivel de aprobación efectivamente, más allá de su bravata contra las encuestas, va a llegar a cero por ciento, a pesar del evidente repunte económico que se aprecia.

Hay varios ministros que deben salir. Arista del MEF, Demartini del Midis, Santiváñez del Interior, Quero de Educación, son, para empezar, ministros que no han demostrado estar a la talla del encargo recibido y por un mínimo de decencia administrativa deberían dejarle su puesto a otros con mayor capacidad.

En el esquema habitual del poder político, tal como funciona en el Perú desde hace décadas, un gabinete ministerial es la primera barrera de contención de un gobierno y contiene un número suficiente de fusibles para impedir que cualquier avatar crítico afecte la imagen presidencial. Cuando esa barrera se resquebraja, el daño llega inevitablemente a Palacio de Gobierno.
Así sea solo por esa razón -porque Boluarte no puede gobernar efectivamente con tan bajo respaldo ciudadano-, la presidenta debería evaluar seria y rápidamente realizar un cambio ministerial urgente, que refresque el ambiente y le restituya la protección política que necesita.

Con mayor razón aún si la otra pata del poder presidencial, el Congreso de la República, adolece de su propia e inmensa cuota de descrédito y sobre eso ella nada puede hacer. La sociedad Ejecutivo-Legislativo drena la popularidad presidencial por sí sola, pero es claro que sin ella, la primera mandataria ya hace rato no estaría sentada en el solar de Pizarro, así que sobre el tema hay poco que decir. Boluarte depende del Congreso por más devaluado que esté.

Boluarte no puede seguir gobernando con relativo éxito mientras no despliegue políticas públicas dinámicas y vigentes, en particular, las vinculadas a la inseguridad ciudadana y la reactivación económica. Esos dos factores, sumados al tema de la lucha anticorrupción, son el trípode de preocupaciones esenciales de la ciudadanía y no solo el actual sino el gobierno futuro que entre el 2026 tiene que tenerlas en la primera hoja de la agenda gubernativa.

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Demartiniz, Dina Boluarte, santivañez

De nada va a servir que se haya autorizado el financiamiento de empresas y personas naturales a las campañas electorales, si el Estado, a través de la ONPE, no fiscaliza los gastos en que se incurren y los coteja con los ingresos declarados.

Es la única manera de evitar que las mafias ilegales que pululan en el país no terminen por superar el financiamiento formal y se mantenga así la situación actual de un Parlamento dominado por las economías delictivas (como bien señala Alfredo Torres, este Congreso “ha favorecido a la minería ilegal, a los profesores cesados por incompetentes, a las universidades bamba, a los transportistas informales, a los préstamos ‘gota a gota’, al crimen organizado (dificultando los allanamientos), y ha aprobado presupuestos públicos desfinanciados por incrementos desmedidos en gasto corriente”).
La gran desgracia política del último lustro es, precisamente, la entronización de los vínculos entre las economías delictivas y el poder político. Estos vínculos han ido escalando. De colocar regidores o alcaldes distritales en sus zonas de influencia treparon hasta gobernadores regionales y alcaldes provinciales, luego congresistas y finalmente presidentes (Castillo fue financiado fundamentalmente por este sector informal de la economía; por eso, el apoyo a las protestas luego de su salida del poder).

Lo perverso del status es que estos financistas no buscan, como eventualmente podrían hacer los formales, apoyar a candidatos que propongan un cierto modelo económico o garanticen la supervivencia de la democracia, hoy amenazada por los extremismos, sino que abiertamente es un toma y daca. Dinero por apoyo y protección a las actividades ilegales. Mineros ilegales, traficantes de terrenos, explotadores de madera, contrabandistas, narcotraficantes, buscan así que se mantenga un sistema que les permita seguir actuando y lo garantizan financiando abundantemente a los candidatos que, sedientos de fondos de campaña, se prestan al juego.

La proliferación de partidos el 2026 hará más fácil el ingreso de dineros sucios. La ONPE tiene que ser dotada de dientes que le permitan eventualmente sacar de carrera a aquellos partidos que tenga fundadas sospechas de financiamiento ilegal. La democracia está en juego por esta amenaza y deben ponerse todos los ojos en impedir que se dinamite por dentro el sistema.

-La del estribo: empieza el año con buen teatro. Se pone Actos consentidos en el teatro La Plaza, con la dirección de Adrián Galarcep, cuenta en el elenco, entre otros, con Erika Villalobos y Oscar López Arias. Va hasta el 16 de marzo. Entradas en Joinnus.

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Congreso, ONPE

Hay algunos ilusos que soslayan el peligro de que el Perú siga la ruta de Venezuela si asciende al poder un izquierdista radical. Creen que aún si triunfara un candidato de esas canteras el caudaloso río capitalista -formal e informal- que el país tiene, contendrá arrestos de ese tipo.

Nada más fácil que tumbarse a la democracia y al modelo económico. En una sociedad tan corrupta como la peruana, ya se ha visto lo sencillo que es cooptar a parlamentarios de cualquier bancada para fines cercanos a los del Ejecutivo. Quien estrenó el modelo de compra de votos por obras públicas fue Kuczynski y desde allí lo han seguido hasta imberbes como Pedro Castillo, quien, tonto como parecía, constituyó a los “Niños” y se fue haciendo de a pocos de una mayoría congresal.

Con ello, se podría llegar a tener los votos suficientes para aprobar una reforma constitucional que permita convocar a una Asamblea Constituyente y allí sí, chau al modelo económico, el viejo sueño de las izquierdas peruanas, miopes a los beneficios de una economía de mercado y la posibilidad de mantenerla incólume y a la par desplegar un programa izquierdista.

En términos políticos no es complicado conseguir la anuencia de los poderes públicos y las instituciones tutelares. Con un Ministerio Público y un Poder Judicial tan preñados de corrupción -salvo honrosas excepciones-, cualquier gobierno que se lo proponga las puede controlar (siempre será bueno resaltar la valentía de Patricia Benavides en la caída de Pedro Castillo luego de su intentona golpista).

Y lo mismo sucede con las fuerzas armadas y policiales. Lamentablemente, el honor no se divisa en ambas, y si bien fue decisivo el pronunciamiento del Comando Conjunto para sellar la suerte del golpista Castillo, no está demás recordar que se demoraron horas en pronunciarse, cuando lo correcto hubiera sido una manifestación instantánea que no dejara al país en vilo respecto de la eventualidad de que prosperase el golpe castillista. Dudas hubo y vaya uno a saber por qué.

Con prebendas, manejo del VRAEM, compras militares y otras granujerías, es relativamente fácil hacerse del apoyo institucional de las fuerzas uniformadas y si ello se logra, cualquier arresto autoritario se podrá desplegar sin cortapisas.

El riesgo autoritario y estatista es alto y sería bueno que así lo vea la clase política que aspira a reconstituir una democracia liberal.

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Crisis de venezuela, Venezuela
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