Han pasado 135 años, y Bel-Ami continúa su carrera desbocada hacia el poder. Garboso, bien plantado, de una belleza andrógina: cabello castaño, ondulado, tez clara, con los proverbiales ojos azules, de los anti héroes de la novela decimonónica. De cintura estrecha, sus piernas torneadas y su trasero respingado, pero sobre todo el bigote ─ese fetiche sexual de los hombres del siglo XIX─, su apariencia física es la perdición de las mujeres de todas las edades y condición social, sin dejar indiferente a los hombres que lo rodean y envidian.
Hijo de campesinos venidos a menos, es pobre de origen, miserable por elección ─en París, se opta por el hambre antes que el trabajo. Su condición física también es el producto de las fatigas castrenses en los confines más pobres de esa República Francesa, que ha descubierto un apetito tardío pero insaciable y voraz por la expansión colonial, avocada al saqueo y masacre colonial de los árabes sub saharianos. Las magras pillerías del suboficial Georges Duroy, durante su campaña en el desierto: robo de animales domésticos y estupro, son testimonio más bien de la miseria de su misión y del fracaso de esa política colonial francesa que de la torpeza criminal del personaje y sus cómplices de fechorías. Sin embargo, y como resabio de ese pasado militar le queda la prepotencia con que se desplaza a la deriva por las calles de París, como si las aceras le pertenecieran y los otros transeúntes le estorbaran.
Georges Duroy, es un anti héroe moderno, sus hazañas no son las de los caballeros medievales que alcanzan fama y renombre gracias a proezas de armas y amores castellanos, o la del fracasado héroe romántico, que aspira a la gloria intelectual y al ascenso social a través de la poesía o el teatro (véanse los héroes de Balzac). Gracias a sus características animales ─piense el lector en el modo reptiliano como acicala su bigote─, el anti héroe de Maupassant se eleva al rango más alto en la cadena alimenticia de ese nuevo orden natural que Darwin está describiendo. Georges Duroy entra en una alianza simbiótica con las mujeres de su entorno, gracias a ellas inicia su educación sentimental: con las obreras que lo codician con la mirada, con las prostitutas con quienes gusta codearse para aprender sus modos y adivinar sus fantasías eróticas, con las amantes despechadas o con las esposas o viudas burguesas que se convierten simultáneamente en víctimas y perpetradoras de infamias en esa sociedad exclusiva de hombres.
La historia de Bel-Ami es la historia de esa transformación. Pero no se trata de una lección naturalista o social sobre la pobreza como en las novelas de Emile Zola, ─quien significativamente publica Germinal en ese mismo año. Georges Duroy es una nueva especie animal y a Guy de Maupassant le interesa menos catalogarla que observarla, alimentarla, maravillarse con su capacidad de adaptación y sobrevivencia.
La primera fase de esa metamorfosis es la toma de consciencia ─ingrediente principal de la novela moderna. Charles Forestier ─el excompañero de armas quien reconoce a Georges en las calles de París─ le hace notar “tienes éxito con las mujeres, tienes que cuidar eso”. Forestier le muestra el camino, le abre las puertas a ese nuevo mundo, que requiere un cambio de piel: le presta el dinero para conseguir un traje alquilado, hacerse de una camisa limpia, pagarse una prostituta que le remonte la moral. Pero es la llegada de Bel-Ami al apartamento de su amigo donde simbólicamente se inicia la transformación interior del personaje. Frente al espejo ─en una escena que habría hecho el deleite de Freud, apenas seis años menor que Guy de Maupassant─, Georges Duroy se espanta de su propia imagen, intimidado por el reflejo de su propia transformación física. Ese espejo de cuerpo entero decora la escalera del edificio al que ha sido invitado a cenar. Esas escaleras que el personaje trepa se convertirán metafóricamente en el primer peldaño de su ascenso social.
Pero si es gracias a un hombre que se inicia su transformación exterior, son las mujeres la fuerza catalizadora que impulsa la evolución interior del personaje. Hay allí también un capital inicial, una base sobre la cual se desarrolla esa compatibilidad: se trata de una cierta sensualidad que Georges Duroy comparte con las mujeres, su atención por el perfume delicado y sutil que parece brotar de ellas y que contrasta con los olores nauseabundos de chamusquina y fogones viciados que infectan su existencia ─las fondas obreras donde se alimenta, los efluvios ofensivos que inundan la escalera que conduce a su buhardilla. Georges sufre también una fascinación por los pendientes, los collares, los prendedores con que se adornan las damas que frecuenta y que contrastan con su propia indigencia ─motivo recurrente en otras narraciones y cuentos de Maupassant.
En este permanente juego de contrastes, también el lector es seducido y capturado no tanto por la trama previsible de la novela ─el ascenso social de un arribista─, como por el comportamiento de Georges: el lector se sorprende una y otra vez tratando de adivinar si Bel-Ami lograra conquistar a la viuda de Charles o la hija del Banquero millonario, cómo hará para poder compaginar sus amoríos yuxtapuestos con tres mujeres a la vez o cómo podrá salir victorioso de un duelo a muerte con otro periodista. No hay ironía o condescendencia por parte del narrador con las vivencias del héroe. A cada paso de la aventura de Georges le acecha la posibilidad del fracaso y la debacle: por escasez de fondos, por inseguridad o dificultad creativa cuando enfrenta la página en blanco sea para escribir artículos periodísticos o esquelas amorosas.
¿Por qué le interesa tanto al lector la suerte de Georges Duroy? A lo largo de la narración, el lector descubre que Bel-Ami es un vividor de gustos abiertamente crapulosos, un amante infiel, un traidor, pero también entiende que se tratan de características para poder sobrevivir en ese medio hostil que es París, donde nadie es lo que parece. Una realidad donde los matrimonios alternan con sus amantes y los invitan a cenar en casa una vez por semana, donde las mujeres reciclan a sus amantes recomendándolos a otras, donde los sillones de la Academia se reparten en la sobremesa del café. Es un mundo dónde los reporteros inventan las noticias sin haber estado jamás en el lugar de los hechos, donde la duplicidad de los políticos y banqueros va a la par de su rapacidad y la bajeza de sus instintos sexuales.
El matrimonio religioso con la hija de un banquero millonario, podría parecer la coronación de la cúspide del prestigio social parisino, sin embargo, el lector sabe muy bien que Georges Duroy ─o, mejor, el ennoblecido Georges Du Roy─, no se detendrá allí y a cualquier precio apunta ya a su próxima presa, la política.
Publicada como novela por entregas, Bel-Ami apareció por primera vez como folletín del cotidiano parisino Gil Blas, entre los meses de abril y mayo de 1885. Su autor, Guy de Maupassant, de apenas treinta y cinco años, es en ese momento el protagonista de una carrera literaria que será tan fulgurante como efímera. Extenuado por la sífilis que lo conducirá a un intento de suicidio en 1891 y finalmente a una muerte prematura en 1893.
Buen-Amigo (Bel-Ami), Guy de Maupassant, Alba Editorial, Barcelona, 528 páginas
Ginebra, 20 de febrero de 2021