[PIE DERECHO] La Semana Santa es un tiempo de reflexión y meditación en el que buena parte de la humanidad se detiene a pensar en las grandes cuestiones de la vida, la muerte y el sentido de nuestra existencia. En este contexto, es importante analizar la situación política actual del Perú y buscar las claves que nos permitan comprender su complejidad.
La política peruana ha estado marcada en los últimos años por la corrupción, la polarización y la falta de liderazgo. La crisis que se vive en el país ha generado un clima de incertidumbre y desconfianza en las instituciones, lo que ha llevado a una profunda crisis de representatividad y legitimidad.
En este contexto, es necesario preguntarnos cómo ha sido posible que la corrupción -ese pecado moral- haya llegado a niveles tan alarmantes en el Perú. Según la Contraloría, el país dilapida 24 mil millones de soles anuales por este motivo (por encima del 5% del PBI). La respuesta a esta pregunta es compleja y tiene que ver con múltiples factores, como la falta de transparencia en la gestión pública, la debilidad de las instituciones encargadas de combatir la corrupción y la impunidad que ha prevalecido en muchos casos.
La corrupción es una enfermedad que afecta a las sociedades democráticas y que debe ser combatida con todas las herramientas legales y éticas a nuestra disposición. Es un obstáculo para el desarrollo económico y social de un país, ya que genera desigualdades y limita las oportunidades de progreso para los más necesitados.
En este sentido, es fundamental que el Perú avance en la lucha contra la corrupción y la impunidad. Debería ser una reflexión primordial para el pueblo católico en estos días. Esto implica fortalecer las instituciones encargadas de combatir estos flagelos, garantizar la independencia judicial y la transparencia en la gestión pública, y promover una cultura ética y de integridad en todos los ámbitos de la sociedad.
En definitiva, la reflexión de Semana Santa que debemos hacer en el Perú es sobre el valor de la honestidad y la integridad en la vida pública. Hay claramente una contradicción esencial entre ser un país tan católico confeso y a la vez tan corrupto. Los sepulcros blanqueados abundan y demuestran que el mensaje ético católico simplemente es letra muerta. Es imperativo recordar que la corrupción es un mal que afecta a todos y que solo podemos combatirlo juntos, con el compromiso y la participación de todos los ciudadanos. Solo así podremos construir un país más justo, equitativo y próspero para todos.
Corrección: me hacen notar, con razón, que he pecado de exageración al cuestionar la miopía moral del arzobispo Carlos Castillo respecto de la gestión de Pedro Castillo, y me traen a colación que fue uno de los primeros en pedir la renuncia del exmandatario. Mea culpa. Rectifico la dureza de mi columna de ayer.