El 6 de septiembre de este año falleció en Saint-Briac-sur-Mer (Bretaña, Francia), a la edad de 82 años, el fotógrafo, cineasta y escultor Just Jaeckin (1940-2022). Su muerte ha pasado desapercibida para la mayoría de los grandes medios internacionales y su nombre puede sonar desconocido en el Perú, considerando que ninguno de sus siete largometrajes se estrenó en salas de cine peruanas, debido en parte a la feroz censura vigente durante la dictadura militar de la Revolución Peruana, que incluso mutilaba las películas exhibidas en salas de cine, sobre todo cuando incluían escenas de sexo. Aún así, medios como las revistas Caretas, Gente y 7 Días informaban sobre algunas películas prohibidas en el Perú —como “El último tango en París” (1973) de Bernardo Bertolucci o “Cuentos inmorales” (1974) de Walerian Borowczwyk, y algunas de Just Jaeckin—, e incluso publicaron una que otra fotografía de las protagonistas, que hicieron las delicias de muchos de quienes vivimos en los 70 nuestra adolescencia y estábamos asomándonos al despertar sexual propio de la paulatina introducción a la vida adulta. Pues Just Jaeckin es recordado principalmente por tres películas clásicas del cine erótico: “Emmanuelle” (1974), “Historia de O” (1975) y “El amante de Lady Chatterley” (1981).
Todavía recuerdo la imagen de Sylvia Kristel como Emmanuelle, sentada en una silla curvilínea de mimbre trenzado y de rebosante respaldar, mostrando sus pechos rotundos y lanzando su mirada seductora desde las páginas de una revista semanal. Era como para encender las hormonas masculinas de cualquiera.
En una época en que la pornografía se estaba legalizando en los Estados Unidos y adquiría carta de ciudadanía a través de películas como “Garganta profunda” (Gerard Damiano, 1972), “Tras la puerta verde” (Artie & Jim Mitchell) y “El diablo en Miss Jones” (Gerard Damiano, 1973), con un relativo éxito de público y aclamadas por los críticos cinematográficos, y tras el éxito de “El último tango en París “(1973), algunos productores se dieron cuenta de que cierto sector importante de la audiencia cinéfila estaba deseando ver películas de contenido adulto. De este modo, el productor francés Yves Rousset-Rouard obtuvo los derechos de la novela “Emmanuelle”, publicada anónimamente en 1959, y le ofreció dirigir la película a Just Jaeckin, quien hasta ese momento había oficiado como fotógrafo para revistas de moda y glamour como Vogue, Elle y Marie Claire.
Tras leer la novela, Jaeckin se sintió amilanado por el contenido sexual explícito de la misma y acordó con el productor hacer algo más bien suave y hermoso con una bonita historia. Y es así como surgió el relato que se ve en pantalla, que cuenta las aventuras sexuales de la esposa de un diplomático francés en Bangkok (Tailandia), la cual mantiene con éste un “matrimonio abierto”, es decir, donde cada uno de los cónyuges puede tener encuentros sexuales con terceras personas a la vez que mantienen un pacto de amor y fidelidad, cimentado en la sinceridad para compartir y relatarse mutuamente sus experiencias eróticas. De hecho, a Jaeckin le importaba un pito la moralidad o inmoralidad del relato, sino que se mostró más interesado en la belleza visual de las imágenes, que nunca traspasan los límites del buen gusto, con una estética más propia de la revista Playboy y que se desarrollan en lujosos ambientes y escenarios donde se mueven sus personajes de la high class.
Los sectores más conservadores tacharon la película de pornográfica, aunque para diferenciarla del porno duro (hardcore), señalaron que se trataba de porno blando (softcore), diferenciación muy discutible pues muchas obras de arte (pintura y escultura) de artistas clásicos podrían ser también calificadas como pornográficas en su versión suave. En verdad lo que mostraba la película era solamente erotismo, cuya legitimidad como expresión artística seguía vetada en países como la España de Francisco Franco. No extraña, pues, que numerosos españoles cruzaran la frontera con Francia sólo para poder ver “Emmanuelle” en el cine —como había ocurrido anteriormente con “El último tango en París”—. En la misma Tailandia, donde se rodaron los exteriores, se prohibió la exhibición del film. Y si bien al principio se había denegado el permiso para rodar en este país debido al contenido sexual de la obra, los productores obtuvieron finalmente este permiso presentando un guion descafeinado que, evidentemente, no tenían la intención de seguir.
“Emmanuelle” fue la primera película con calificación “X” distribuida en Estados Unidos por uno de los grandes estudios, Columbia Pictures, con un afiche donde se decía «X was never like this» («X nunca fue como esto»), insinuando que la calificación “X” asignada por lo general a películas pornográficas no era del todo adecuada para este film. Pues uno de los criterios que parece haber convencido a los mandamases del estudio de cine para distribuir la película en el país del norte era que ésta había sido muy popular entre el público femenino en Francia, y si a las mujeres les gustaba el film, éste difícilmente podía ser considerado propiamente pornográfico.
Este punto marca la diferencia, pues la historia es contada desde la perspectiva de la protagonista, mientras que los varones juegan roles secundarios y es poco lo que se transmite de su mundo interior en el marco de las experiencias eróticas, mientras que llegamos a saber mucho de las sentimientos íntimos de Emmanuelle en su búsqueda de amor y placer a través del sexo. Y si bien en Francia algunas organizaciones feministas protestaron porque en el film Emmanuelle aparecería como el objeto ideal de las fantasías masculinas, en Japón fue otra la historia, pues las feministas japonesas veían a Emmanuelle como una mujer dominante, liberada, sobre todo en la escena en que tiene sexo con su marido, y en un momento dado se pone encima de él y no debajo, lo cual ocasionó que en algunos cines japoneses las mujeres se pusieran de pie y aplaudieran, como lo ha señalado la misma Sylvia Kristel en una entrevista de 2007 al diario The Telegraph.
“Emmanuelle” fue exhibida durante 13 años continuos en un cinema de los Campos Elíseos en París. Su éxito a nivel mundial generó hasta seis secuelas, participando Sylvia Kristel en su rol original en la segunda y la tercera parte, y teniendo roles no eróticos en la cuarta y séptima parte, aunque ya sin la dirección de Just Jaeckin, que no quiso ver asociado su nombre a esta franquicia cinematográfica. El nombre de Emmanuelle quedaría asociado a la imagen de una mujer liberada que vive experiencias sexuales por decisión propia y con autodeterminación. Habría también otras series apócrifas de películas basadas vagamente en el personaje, que buscarían explotar su popularidad, pero que carecen del refinamiento y la estética artística de la película original, entre las cuales cabe destacar la serie de películas de “Emanuelle negra” (con una m), protagonizadas por Laura Gemser, algunas de la cuales incluyen alguna que otra escena pornográfica realizadas con dobles de cuerpo, pues Gemser sólo aceptó realizar escenas eróticas con sexo simulado y se resistió siempre a los incómodos requerimientos del director Joe D’Amato para rodar sexo explícito.
El refinamiento visual y la estética glamourosa de Just Jaeckin se manifestarían también en su siguiente película, “Historia de O” (1975), mucho más polémica que “Emmanuelle” y considerada en la actualidad como un clásico del sadomasoquismo. Adaptada de una novela publicada en Francia en 1954 bajo el seudónimo de Pauline Réage, la historia es como sigue. Por requerimiento de su amante, interpretado por Udo Kier, O (Corinne Cléry) acepta incondicionalmente ser llevada al castillo de Roissy para ser objeto de humillaciones, latigazos y castigos mientras es sometida sexualmente. En su búsqueda de amor y placer, O aceptará convertirse voluntariamente en una esclava sexual, pasando a ser de propiedad de Sir Stephen, de quien termina enamorándose.
Como en su película anterior, Just Jaeckin se muestra más preocupado por la estética de las imágenes que por el contenido moral del relato. Y son precisamente los paladines de la moral quienes se opusieron a una obra que, tal como está contada, no pretende transmitir un mensaje ni ser modelo de comportamiento, sino simplemente narrar una historia cargada de erotismo dentro de los cánones de la belleza y el arte. Allí reside su legitimidad, y la obra final puede estar sujeta a múltiples interpretaciones.
No obstante que en el film la presentación de los actos sexuales no es detallada ni mucho menos obscena, se consideró la película —debido a su temática, estética y suntuosa puesta en escena— como parte de la corriente del porno chic de los años 70. Es de notar que la escena final, donde O es presentada en sociedad vestida sólo con una máscara de pájaro, será adaptada por el renombrado cineasta Stanley Kubrick en su último film “Ojos bien cerrados” (“Eyes Wide Shut”, 1999).
En Alemania se consideró que “Historia de O” justificaba la existencia del género femenino sólo en cuanto objeto de placer de los varones. En consecuencia, hubo en 1975 protestas de mujeres porque supuestamente el film denigraba al sexo femenino. En Berlín las mujeres llegaron incluso a arrojar bombas apestosas en las salas de cine y a orinar en las butacas. En Bonn una mujer se encadenó simbólicamente a un falo gigante de cartón piedra. Y finalmente, en 1982 la película fue incluida en el índex de medios peligrosos para la juventud, con la consecuencia de que la versión completa del film no podía ser publicitada ni comercializada abiertamente, aunque sí versiones con los cortes indicados por la censura. La película fue sacada del índex recién en el año 2008.
Tras apuntarse otro éxito de público con “El amante de Lady Chatterley” (1981), película considerada por Sylvia Kristel como la mejor en la que ella ha actuado, Just Jaeckin se retiró de la dirección cinematográfica tras rodar “Gwendoline” (1984), una adaptación de un cómic para adultos con una historia que buscaba emular en tono de comedia las aventuras de Indiana Jones, pero con muchas escenas de lúdico erotismo, interpretadas desenfadadamente por la actriz estadounidense Tawny Kitaen y la actriz francesa Zabou. Otra vez el estilo prima sobre la sustancia, y la valoración del film dependerá del gusto y criterio de cada uno.
Lo cierto es que Just Jaeckin —quien durante lo que le quedó de vida se dedicó a lo que más le gustaba hacer: la fotografía y la escultura— creó con sus exitosas películas eróticas un precedente, estableciendo definitivamente que la presentación del sexo en la pantalla grande no tiene por qué ir reñida con el buen gusto y la belleza artística. Lo cual no han aprendido hasta ahora los cristianos conservadores fundamentalistas, que siguen creyendo que cualquier representación de la sexualidad en el cine sigue siendo una cosa obscena, un pecado que conduce a la perdición.