Fue, una vez más, la presentación de ayer ante el Congreso, una ocasión desperdiciada por el presidente Castillo, para tratar de remediar el desastre institucional que ha generado en los casi ocho meses de gestión que lleva en Palacio.
Lo suyo fue una lista de buenos propósitos, enmiendas ambiguas e insuficientes, llamados fútiles a la concordia de poderes del estado, y, sobre todo, ninguna señal de cambios efectivos en el que es el principal problema de su gestión, como es la designación de funcionarios incompetentes a todo nivel del aparato administrativo público y que está provocando el riesgo de un colapso del Estado. De eso ni una sola palabra.
Lastimosamente, se arrepintió a último momento y no se animó a plantearle al Congreso un adelanto de elecciones generales, que bien hubiera servido para resolver dos crisis simultáneas: la mediocridad del gobierno y la torpeza inconmensurable de uno de los peores Congresos de los que se tenga memoria.
Castillo no parece ser plenamente consciente de la crisis política en la que se halla inmerso y la absoluta precariedad institucional que su gestión ha generado, la destrucción de instituciones y políticas públicas, la pauperización del Estado, más de lo que ya lo estaba.
Si tuviera un atisbo de conciencia del desastre que ha causado, otro hubiera sido el talante con el que se dirigió al Parlamento. Por lo pronto, consciente de sus insuperables limitaciones, no se habría disuadido de la propuesta de irse él y el Legislativo, todos juntos, y empezar de cero, con el marcador en blanco, en una situación electoral que difícilmente podría haber generado algo peor de lo que vivimos el 2021 (más bien, el riesgo es que si esta crisis dura cinco años, allí sí podamos ser testigos, el 2026, de algo aún peor que la encrucijada funesta del año pasado, entre los dos peores candidatos en liza).
El pesimismo nos embarga. No hay visos de solución a la vista. No se aprecia ni en el Ejecutivo ni en el Legislativo la lucidez suficiente para salir del atolladero sino, más bien, intereses subalternos para mantener el statu quo y seguir medrando de él. El 28 de marzo no se va a lograr la vacancia. Es puro fuego artificial el que la oposición está levantando, porque en los hechos no hace nada para concertar y lograr los 87 votos necesarios para alcanzar dicho objetivo. En el fondo, solo parece querer jugar con el tema durante todo el periodo del mandato de Castillo, pero sin atreverse a dar los pasos necesarios para hacerlo realidad. Y el Ejecutivo, por su parte, a sabiendas de ello, se burla de la representación nacional con mensajes como el de ayer. Así estamos. Eso es lo que hay en la vidriera.