Viejos monstruos y nuevos fantasmas: La era del capitalismo de la vigilancia

La autora del libro es profesora emérita de la prestigiosa Escuela de Negocios de la Universidad de Harvard. Sin embargo, su conferencia no tiene los visos de una conferencia universitaria, y pasados los primeros minutos, Shoshana Zuboff ha transformado el auditorio en una suerte de manifestación religiosa en la que un público entusiasta grita y corea adjetivos y nociones que caracterizan la nueva realidad digital que nos rodea: “distopia, control social, manipulación, Orwell, inteligencia artificial, concentración digital”, etc. La doctora Zuboff, aprueba satisfecha a sus nuevos catecúmenos, y presenta y lee listas similares recogidas en sendos eventos llevados a cabo en auditorios de universidades e institutos académicos en Europa y Estados Unidos, ─desde el lanzamiento en inglés de su libro La era del capitalismo de la vigilancia. No obstante irse acercando a los 70 años, parece que lleva un año de ciudad en ciudad en una especie de campaña política.

Intuyendo quizás que en algunos idiomas la expresión Capitalismo de la vigilancia podría resultar enigmática o incluso obscura, la autora se apresura a presentar el concepto ─en la primera de las más de 900 páginas del libro─ en ocho acercamientos circulares que lo intentan describir, resumir y acotar, aunque no siempre con éxito. Así tenemos: un nuevo orden económico que se apropia de la experiencia humana y la utiliza como materia prima con fines comerciales ocultos de extracción, predicción y comercialización. Una lógica económica parasita en la cual la producción de bienes y servicios se haya subordinada a una nueva arquitectura global de modificación comportamental. Una mutación criminal del capitalismo marcada por una concentración de riqueza, conocimiento y poder sin precedentes en la historia de la humanidad. La cuarta definición a ojos del lector aparece tautológica: el marco fundacional de la economía de la vigilancia. La quinta y sexta definición es vaga y algo paranoica: una amenaza contra la naturaleza humana en el siglo XXI como lo fue el Capitalismo Industrial en los siglos XIX y XX. El origen de un nuevo poder instrumental que pretende dominio sobre la sociedad y comporta alarmantes retos a la democracia de mercado. La séptima y octava tampoco aportan al lector mayores luces a la comprensión del concepto. Un movimiento que tiene como objetivo imponer un nuevo orden colectivo basado en la certidumbre total. La expropiación de derechos humanos fundamentales que se puede entender mejor como una usurpación desde arriba: un derrocamiento de la soberanía popular.

Hacia mediados de la Introducción, el lector entiende que la bestia negra de la doctora Zuboff es Google y otras empresas similares ─Microsoft, Amazon, Uber, Twitter, y sobre todo Facebook. Ese grupo de empresas, en palabras de la Doctora Zuboff, tienen como objetivo enajenar a la humanidad de su capacidad de elección. Los servicios digitales tales como correo, mapas, música, mensajería instantánea y otros contenidos, y a los que buena parte de la humanidad accede ─ gratuitamente─ son las artimañas que nos mantienen prisioneros en una suerte de isla Homérica de Calipso y que nos impiden darnos cuenta que paulatinamente vamos perdiendo la esencia de nuestra humanidad. El ser humano terminará convirtiéndose en un amasijo de valores numéricos conocidos con el nombre genérico de Usuario.

El libro es rico en anécdotas corporativas: la Doctora Zuboff trabajó algunos años como consultora y analista para esas empresas que denuncia y buena parte de su investigación está basada en materiales recopilados de primera mano y de entrevistas a profesionales y especialistas de la industria digital. Pero el libro no es un libelo con intención de escándalo, se trata más bien de un trabajo sistemático y meticuloso de acopio de materiales en torno a un marco teórico que algunos de sus lectores aun recuerdan: el mecanismo marxista de la Plusvalía.

De la misma manera que el capitalista ─en la construcción teórica de Marx─ explotaba al obrero de la Inglaterra industrial ─a ese proletariado que solo era dueño de su prole─ al enajenarlo de los medios de producción y del producto directo de su trabajo para apropiarse de la Plusvalía del capital, la alianza de mega corporaciones digitales modernas recupera una suerte de plusvalía digital que pertenecería a los usuarios. Se trata de la información residual ─o, meta información─ que genera cada interacción nuestra con el mundo digital: cada detalle imaginable de nuestras transacciones con la red, y que una vez digitalizados se convierten a su vez en la materia prima para que la inteligencia artificial de los super ordenadores de Google, Facebook y Amazon entre otros nos puedan explotar, manipular, conducir como ganado y usurparse a nuestra propia voluntad individual.

La Doctora Zuboff es prolija en ejemplos: de la industria domótica que colecta millones de datos sobre nuestras costumbres y hábitos domésticos, a los millones de cámaras y sistemas de vigilancia digital en las calles que capturan los rostros y expresiones de los humanos para transformarlos en información analítica y poder predecir las emociones y sentimientos de los usuarios ante nuevos servicios y productos.

Cabe señalar que el libro mezcla avances tecnológicos en producción ─el comercio electrónico, y los servicios digitales como Uber y Facebook─ con otros que apenas se están desarrollando ─el reconocimiento facial y la capacidad de predicción de las emociones humanas─, se soslaya también las medidas legislativas y regulatorias que la Unión Europea, Estados Unidos e incluso ciertos países de Asia están implementando con la finalidad de proteger la integridad y privacidad de los usuarios de servicios digitales.

No obstante, la necesidad argumentativa de acumular datos e historias, definitivamente, el libro intenta una y otra vez construir un marco teórico y desarrolla conceptos ─incluso con esquemas gráficos─ para ir más allá de la anécdota. Sin embargo, muchos de esos conceptos resultan gaseosos y poco convincentes.

Usuarios del mundo uníos

Lo que destaca el nuevo capitalismo de vigilancia es la magnitud de los datos personales capturados gratuitamente y las inferencias lucrativas de comportamiento que permiten, predicciones, para su comercio en general a otros empresarios o viceversa. Lo que destaca el nuevo capitalismo de vigilancia es la magnitud de los datos personales capturados gratuitamente y las inferencias lucrativas de comportamiento que permiten, predicciones, para su comercio en general a otros empresarios o viceversa.

Jorge Yui

Según Zuboff, lo que caracteriza al nuevo capitalismo de vigilancia es la magnitud de los datos personales capturados gratuitamente y las derivaciones lucrativas de comportamiento que permiten, predicciones, para su comercio en general a otros empresarios o viceversa.

Se trata de una reflexión valida e interesante que relanza la discusión sobre el modelo de negocio digital y sobre la aparente gratuidad de los servicios digitales masivos en internet. Pero ¿se puede afirmar que la industria de los teléfonos móviles ─y el desarrollo de Android, como sistema operativo gratuito─ tuvo lugar con el solo propósito de hacer más fácil la recolección de datos sobre los usuarios fuera de sus hogares?

Hay ─a lo largo de La era del capitalismo de la vigilancia─ un espíritu de manifiesto político, un reclamo a los lectores a reflexionar y unirse contra una serie de monstruos corporativos que parecen estar complotando para despojarnos de nuestra voluntad, de nuestros gustos, de nuestras ideas y deseos. Hay varias páginas dedicadas a la campaña política y al gobierno de Obama y se analiza cómo funcionó el mecanismo de puerta giratoria entre Google, Microsoft y los tecnócratas reclutados como especialistas para operar los ingentes recursos dedicados al análisis de datos para comunicar y convencer a esa nueva generación digital. No queda claro si, para Zuboff, toda comunicación digital a cierta escala implica manipulación del usuario.

La era del Capitalismo de la vigilancia tiene fecha de nacimiento a inicios del siglo XXI, luego de los ataques terroristas del 11 de septiembre. Hay según la autora, un momento de convergencia en el cual las enormes inversiones de capital en tecnología informática ─en búsqueda de un modelo de negocio de rendimientos sostenibles─ se suman a un contexto político e ideológico ─en situación de excepción y crisis de seguridad nacional─ para justificar la utilización de esa formidable capacidad informática y ponerla al servicio de una verdadera industria de la vigilancia del individuo. Los enormes presupuestos de seguridad de los Estados Unidos contribuyeron al desarrollo de una tecnología cada vez más especializada en la vigilancia del individuo, y en los investigación y creación de algoritmos especializados en establecer relaciones entre contextos sociales y comportamientos individuales.

Evitar el Síndrome de China

Los usuarios chinos viven ya en una sociedad regida por el “totalitarismo digital”, del más puro tipo Orwelliano: no sólo viven confinados en una suerte de gran muralla digital que filtra o impide ─el libre acceso a las redes sociales internacionales. A través de un esquema de premios y castigos ─con efectos que van más allá de la vida digital─ el comportamiento de los usuarios chinos está siendo condicionado en un enorme experimento de ingeniería social. La omnipresencia urbana de sistemas de captura de imagen y reconocimiento facial, el predominio de tecnologías de captura y análisis biométricos ─huellas digitales, registro de voz, análisis de la retina ocular─ sumado a la cantidad de meta datos que los mismos usuarios generan en sus interacciones en los salones de chat y en canales comerciales, permite a los poderes políticos y económicos establecer y acceder a un sistema de valoración de “comportamiento correcto o normal” que puede conllevar a que un usuario sea declarado no apto para convertirse en sujeto de crédito, porque un sistema de puntos virtual controla si el usuario ha cruzado la calle utilizando el crucero peatonal, o si arrojó un papel en la calle, o si fumó en el metro.

Así el acceso al crédito ─o, llevado a su caso extremo─ a cualquier servicio digital que el usuario chino desee o necesite, potencialmente puede ser utilizado para condicionar un “comportamiento social” conforme con las expectativas del gobierno central. Las redes y circuitos de interacción social, al adoptar ese mismo sistema como base de aceptabilidad y confianza, irónicamente fomentan la desconfianza y ansiedad de tratar con personas sin “pasado” o “identidad digital”. Así, la metáfora del “Gran Hermano” se convierte en un “Gran otro” ─igualmente omnipresente y anónimo─: la “comunidad” de usuarios, ─abstracta, sin identidad─, que insensiblemente se encarga de controlar y asegurar el cumplimiento y conformidad con las políticas de comportamiento establecidas por un estado central en estrecha articulación con los poderes económicos que operan la infraestructura digital del país.

Epilogo

La era del Capitalismo de la vigilancia, a pesar de un discurso a ratos farragoso y a veces oscuro, se lee con interés y la misma facilidad que una buena novela de ciencia ficción. No hay duda que trata de un asunto de extrema actualidad y que nos compete a todos. La información y referencias que maneja el libro son recientes y en la mayoría de casos están correctamente utilizadas. Sus conclusiones, sin embargo, a veces pueden llegar a ser tendenciosas.

La crisis de la pandemia ha demostrado la formidable capacidad del mundo digital y de sus usuarios. El lado positivo ─el comercio digital que remplazó el imposible contacto físico, la comunicación necesaria para coordinar esfuerzos de países para prevenir un impacto mayor en muchos países, la cantidad de contenidos creativos de calidad que el mundo compartió para combatir el aislamiento forzado; pero también el innegable aspecto negativo ─las cadenas de noticias falsas, las campañas de desinformación, los virus digitales y el temor creciente del robo de identidad.

En las últimas décadas del siglo pasado, pensadores como Marshal Maccluhan se lanzaron en sesudos análisis que explicaban como el control de la prensa escrita, la industria del cinema y la producción de contenidos para la televisión iban a determinar la evolución misma de las sociedades modernas. Inversiones astronómicas, fusiones y adquisiciones inverosímiles a nivel mundial dieron nacimiento a grandes grupos de grandes medios con decenas de periódicos y revistas, los cuales ─medio siglo más tarde─ penan por subsistir. Incluso en la industria digital pocos recuerdan a Netscape, American Online, Blackberry, Nokia mientras que Yahoo es un fantasma de lo que fue en los años noventa.

En las últimas semanas se han lanzado sendas iniciativas en Europa y Estados Unidos contra el predominio monopolístico de Google y Facebook, igualmente Amazon está bajo escrutinio. Sanciones financieras impuestas por gobiernos que alcanzan los cientos de millones no son raras en esta industria. Muchos estados europeos han lanzado programas para legislar sobre el mundo de los datos digitales y proteger mejor la soberanía de la identidad numérica de sus ciudadanos. Se puede también distinguir una tendencia creciente en tecnologías que prescinden totalmente de la obligatoriedad de compartir los datos personales del usuario.

No hay duda, que es urgente una reflexión sobre nuestra propia dependencia material y emocional con esa infraestructura que ha adquirido en pocas décadas la misma importancia que la electricidad, la seguridad o el transporte. El libro de la doctora Zuboff es sin duda una valiosa contribución.

Proyectar o asumir conclusiones sobre una realidad dependiente del desarrollo y evolución de tecnologías tan cambiantes y sus modelos económicos, sin embargo, me parece apresurado y peligroso.

La era del capitalismo de la vigilancia. de Shoshana Zuboff, Paidos Iberica; 912 páginas

Ginebra, 26 de diciembre de 2020

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