Queda claro que en el ánimo y deseo de la presidenta Boluarte está el quedarse a gobernar hasta el 2026. La crisis social, que amenazó con recortar ese mandato, ya amainó y no parece que vaya a recrudecer de modo tal de poner en entredicho el lapso de gobierno que constitucionalmente le corresponde al régimen.
Y lo que resta, en tiempos políticos, es un montón de tiempo. Tres años es casi un periodo de gobierno. Lo suficiente como para emprender acciones de Estado que vayan más allá de la simple flotación superviviente en la que parecen haberse adocenado la mandataria y sus allegados.
La gran desgracia política de las últimas décadas es la inopia reformista de los llamados gobiernos de la transición. Entre Toledo, García, Humala, Kuczynski, Vizcarra y Sagasti podremos contar tres o cuatro reformas estructurales y no más. La regionalización (encima mal parida y desplegada), la eliminación de la 20530, la reforma universitaria y la creación de la Sunedu, y muy tímidamente la reforma magisterial. No hay más.
Y el contraste histórico es enorme, ya que se procedía de un gobierno como el de Fujimori que fue radicalmente reformista. Desmontó la herencia velasquista y populista de los 80 y más allá de su deriva autoritaria y corrupta, cambió el país para bien en materia económica, aunque, valga recordarlo, en su segundo mandato él mismo paralizó las reformas de segunda generación que hubieran logrado un cambio permanente del país. Su angurria electoral arruinó su gestión gubernativa.
Dina Boluarte no se está apartando un ápice de la inercia reformista que llevó a la muerte de la transición democrática y dio paso, justamente por esa inercia, al colapso institucional que dio pie a la crisis política permanente en la que vivimos desde el 2016. El país ya no aguantó más vivir de solo crecimiento económico, se hartó de la falta de reformas y finalmente terminó pateando el tablero el 2021, eligiendo a un ciudadano políticamente inimputable como Pedro Castillo.
Enmendar la regionalización, salud y educación pública, inseguridad ciudadana, reforma político-electoral e impulso a la inversión privada, debería ser la agenda mínima de cualquier gobierno de acá al 2026. Boluarte no parece tener ni idea de su mandato histórico. Es imperativo, por ello, recordárselo y exigírselo.
–La del estribo: muy recomendable el último libro de Alonso Cueto, Francisca, princesa del Perú, publicado por Penguin Random House, que recae sobre un personaje cuya historia académica ha sido tratada con brillo por María Rostworowski (Doña Francisco Pizarro, una ilustre mestiza), y que Cueto recrea en clave de ficción histórica.