Más aún luego de la defección izquierdista de Castillo, que no está haciendo ningún cambio importante, solo está gobernando por la supervivencia y permitiendo redes de corrupción en cuanta entidad pública pueda, disfrazando ello con este proyecto de Asamblea Constituyente que por unas semanas distraerá el país del problema de fondo, como es su mediocre y pueril ejercicio de la administración pública.

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Congreso, Pedro Castillo, Vladimir Cerrón

Martina Portocarrero nació en Ica, pero dedicó su vida al canto andino y específicamente ayacuchano, no solo interpretándolo sino también investigando sus raíces, significados y relevancias para la sensibilidad de las poblaciones apartadas del teje y maneje político. Como suele ocurrir con esta clase de artistas nacionales, no contamos con un registro formal y detallado de sus producciones musicales. Sus inicios se produjeron en la legendaria agrupación de música latinoamericana Tiempo Nuevo, en una de sus tantas e indeterminadas alineaciones, para luego comenzar su camino en solitario. 

Dicen que en total grabó cinco álbumes: Canto a la vida (1982), Martina en vivo (1987), Maíz (1993), El canto de las palomas (2001) y Carita de manzana (2012), todos con su propio emprendimiento discográfico, Discos Retama. En mis tiempos de vendedor de discos compactos, circulaban dos o tres CD en ediciones muy magras de sus recitales en el Teatro Municipal de Lima o recopilaciones salpicadas de aquellas canciones con las que se hizo conocida en el submundo del folklore: Maíz, Llanto por llanto, El hombre (del poeta ayacuchano Ranulfo Fuentes), Mamacha de las Mercedes (composición suya dedicada a José Valdivia Domínguez “Jovaldo”, el poeta presuntamente afiliado a Sendero Luminoso que falleció a los 31 años en la masacre de El Frontón, de 1986) y, por supuesto, Flor de retama, títulos por los cuales fue siempre asociada al pensamiento radical y violentista de aquel maldito movimiento terrorista, lo cual no le restó popularidad entre los conocedores y amantes del folklore andino peruano.

Portocarrero grabó por primera vez Flor de retama para un LP llamado Huaynos bien pegaditos (Discos Cosmos, 1971), como integrante del grupo Los Heraldos del Perú, dirigido por el músico e investigador huaracino Luis Espinoza Mejía, muchos años antes de que las asesinas huestes de Abimael Guzmán trataran de adueñarse de la dolorida canción. Algún agente desinformador repitió lo que Leyva dijo en su programa y, desde entonces, los ignorantes que pugnaban por hacer llegar a Keiko Fujimori al poder se lo creyeron y amplificaron la cantaleta cada vez que pudieron. Así, cantante y canción se convirtieron en “emblemas senderistas” y su sola mención volvió a encender las alarmas, las sospechas, las acusaciones, los memes.

Martina Portocarrero, como cantante, representa la continuidad del huayno tradicional cantado por mujeres, siguiendo el camino de sus antecesoras Pastorita Huaracina, Princesita de Yungay, Flor Pucarina, Bertha Barbarán, entre otras; y como parte de la siguiente generación de cultoras de la música popular andina como sus coetáneas Amanda Portales, Nelly Munguía, Doly Príncipe; pero siempre desde un punto de vista más político y social: “Los temas de la música andina se reducen al amor: que si me fui o te fuiste, que te amo, que se me fue la palomita. Esos textos son más de una balada que de un huayno…” solía decir. Así, la cantautora se apartó de las nuevas tendencias del huayno “moderno” representado por fenómenos masivos como Dina Páucar o Sonia Morales y, por ende, desapareció completamente del radar de las modas para unirse a esa larga lista de intérpretes que el poder prefiere mantener en silencio para que nada cambie, para que nada se cuestione, para que la fiesta no pare.

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Cultura, Martina Portocarrero, Música

La Comisión Independiente para Prestaciones de Reconocimiento (Unabhängige Kommission für Anerkennungsleistungen – UKA) examina la plausibilidad de los testimonios. En el caso de Markus M., Ansgar Schreiner, ex director del juzgado de primera instancia de Germersheim y hasta septiembre del año pasado encargado independiente de abusos de la diócesis de Espira, elevó una solicitud de reconocimiento del sufrimiento padecido a la Comisión para la Atención de Abusos Sexuales (Komission zur Aufarbeitung des sexuellen Missbrauchs), con sede en Bonn. La Iglesia no habla de indemnización, aclara Markus, pues judicialmente los hechos han prescrito.

Markus recibió la suma de 3,000 euros. Ansgar Schreiner logra, tras una conversación con Andreas Sturm, vicario general de la diócesis de Espira, la suma adicional de 2,000 euros, pero nada más. Tienen las manos atadas, asegura la víctima de abusos que dicen las autoridades eclesiásticas. Una solicitud posterior y más detallada a la UKA resultó en el reconocimiento de una prestación de 5,000 euros que, sin embargo, no le fueron transferidos a Markus debido a que ya había recibido dinero anteriormente.

Markus M. es muy crítico respecto a la labor realizada por la Comisión. «La UKA es una organización de coartada de la Conferencia Episcopal», asevera. No es transparente y trabaja muy lentamente. No está claro cuáles son los criterios para determinar los montos a pagar, y las prestaciones inferiores a los 10,000 euros ni siquiera son registradas en el listado público.

Markus es consciente de que cuando una persona es violentada sexualmente, las consecuencias se arrastran durante toda la vida. «Yo me he enterado de cosas inauditas», dice el septuagenario refiriéndose a acontecimientos ocurridos en el hogar infantil de la Engelsgasse en Espira. Hay casos de quienes no pueden ducharse sin antes desatornillar el cabezal de la ducha, porque con este artefacto fueron abusados analmente. A un niño de 8 años le fue arrancado el prepucio de un mordisco. Markus sabe de niños con sangre corriéndoles por las piernas.

Mientras tanto, ha presentado una tercera solicitud para reconocimiento del sufrimiento padecido, ante lo cual el obispo de Espira, Karl-Heinz Wiesemann, lo invitó en febrero a él junto con su mujer al palacio episcopal. De nuevo relató detalladamente lo que le había sucedido. «Eso fue muy doloroso para mí, hasta el punto de derramar lágrimas». Sin embargo, el obispo no tiene la potestad de elevar la suma de la prestación concedida, dice Markus que fue el resultado de la conversación.

A pesar de todo, está convencido de que puede motivar a otros a hablar de sus experiencias de abuso y a confrontar a la Iglesia católica con los reprochables actos de sus dignatarios eclesiásticos. Por eso mismo, ha aceptado a ser uno de los nueve miembros honoríficos del Consejo Consultivo (de Sobrevivientes de Abuso Sexual) de la diócesis de Espira, fundado en abril de 2021 por Bernd Held, entonces de 55 años, quien también fue víctima de abusos a los 13 años por parte de dos religiosos en un liceo de Homburg. El objetivo de este consejo es ayudar a que se vea el abuso desde la perspectiva de los afectados, lo cual no siempre se logra. Como actual presidente del consejo, Held es de la opinión de que el tema del abuso eclesiástico ha obtenido una amplia difusión en los doce años transcurridos desde que en 2010 salieran a la luz los casos del Colegio Canisio de Berlín. Sin embargo, «la Iglesia católica hace como que estuviera procesando el asunto, pero nada resulta de eso».

La experiencia de Markus M. en su búsqueda de una justa compensación económica por los daños sufridos resulta más dolorosa ante uno de los más recientes escándalos en la Iglesia católica alemana, a saber, que el arzobispado de Colonia, según informa la Süddeutsche Zeitung, pagó entre los años 2015 y 2016 las deudas de juego de un presbítero de la arquidiócesis. ¿El monto total, que incluía amortización, intereses e impuestos? Aproximadamente 1’150,000 euros. Y el dinero salió de un fondo especial que sirve, entre otras cosas, para pagar las reparaciones a las víctimas de abusos. Una raya más al tigre para el impresentable cardenal Rainer Maria Woelki, arzobispo de Colonia, que se encuentra ya desde hace tiempo en la cuerda floja. «Cuando se trata de sus clérigos, no hay sacrificio demasiado grande para la Iglesia, su protección y la protección de la imagen de la institución vale casi cualquier precio», comenta, en una entrevista con t-online del 18 de abril de este año, Matthias Katsch, sobreviviente de abusos del Colegio Canisio de Berlín y fundador de Eckiger Tisch, una asociación defensora de los derechos de las víctimas de abuso eclesiástico.

Las cifras sobre abusos son sólo referenciales y no reflejan la verdadera magnitud del abuso sexual en la Iglesia católica, considerando que una inmensa multitud de afectados nunca llegan a verbalizar su experiencia de abusos, manteniendo el silencio al respecto durante toda su vida. Son vidas dañadas cuyo sufrimiento no se puede expresar en cifras, pero cuyas historias merecen ser conocidas sin que sus protagonistas deban temer consecuencias de parte de los abusadores y de la institución que los protege. Por eso mismo, un relato biográfico más, con perfil personal aun cuando el testigo decida proteger su identidad bajo un seudónimo, es un grano más de arena para lograr que las cosas cambien. Una historia más sí importa.

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Iglesia, sociedad

Castillo no puede quedarse hasta el 2026. Eso es claro. Dada la inacción del Congreso, son las fuerzas sociales y cívicas las llamadas a activarse y movilizarse para generar paulatinamente un estado social que sirva de empujón final para que el presidente renuncie o el Congreso se anime a sacarlo. No podemos ser testigos pusilánimes de la destrucción del país y en esa perspectiva hay que saludar el despercudimiento empresarial.

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Empresas, Gobierno, Pedro Castillo
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