[MIGRANTE DE PASO] Nunca pensé que me iba a mudar a otro país por más de dos años. Tras un impulso desesperado por encontrar mi camino, decidí alejarme de mis comodidades y hacerle caso al llamado de mi intuición. Había pasado por múltiples carreras que dejaban vacía mi motivación. Me retiré de la universidad Católica sin tener rumbo fijo. Por un año trabajé redactando notas de prensa y, así, retomé la escritura que me consolaba en momentos críticos. Nada como una página en blanco para hacer florecer un tormento. Renuncié terminando el año y decidí viajar a Buenos Aires para estudiar filosofía en la UBA. De esta manera comenzó una aventura llena de luz y oscuridad que templó mi espíritu. Fue un parto de motivación y ganas empedernidas de vivir.
Viajé a la ciudad de la furia por dos semanas para inscribirme. Una cola de tres horas para entregar los documentos solicitados. La burocracia no es un punto fuerte de esa universidad. En teoría iba a regresar a Lima sólo para recoger mis cosas, pero la pandemia comenzó. De hecho, tuve la suerte de estar en el último vuelo antes del cierre de fronteras. La incertidumbre inundó cualquier perspectiva sobre mi futuro. Felizmente estudié dos años de manera virtual, pero estaba privado de la experiencia de migrar. El último ciclo pandémico tuvo finales presenciales. Las fronteras apenas abiertas. Viajé y me quedé en un pequeño departamento en Recoleta. Un barrio cheto, pituco para nosotros. Me di cuenta que en este lugar se tiene que caminar con la cabeza en alto. De lo contrario te comen vivo. Actitud maradoniana, me gusta llamarla. A pesar de lo que había escuchado, la gente me trató bastante bien, con amabilidad y gentileza. En ese momento, diciembre, el calor llegaba a 30 grados. Era insufrible. Igual pasaba las tardes caminando por los enormes parques de la ciudad, es admirable la cantidad de áreas verdes y bien cuidadas. En las mañanas, desayunaba tostados con Coca Cola en La Biela, histórico café porteño. Borges y Bioy Casares solían juntarse allí a discutir e intercambiar genialidades.
En febrero del 2021 me mudé a Palermo, en la calle Fitz Roy, en nombre del capitán del barco de exploración de Charles Darwin. Acá se aprenden cosas hasta del nombre de las calles. La vida nocturna en este barrio siempre está prendida y de vez en cuando iba a tomarme unos fernets a algún bar. Por cierto, el primer vaso siempre es feo, luego le agarras el gusto. Es una zona agradable para caminar y en cada esquina das un respiro de marihuana que fuman los transeúntes. Estaba lejos de mi facultad, en Caballito, pero los bondis y el subte son baratos, ordenados y bien planteados. Recuerdo que llegué tarde a mi primera clase y como ya no había sillas tuve que sentarme en el piso. Me pasó un par de veces. Los profesores son excelentes y las lecturas son rebuscadas, de un valor incalculable. Mi única queja sobre la universidad es que en los últimos meses del presente año falló en cuanto a la naturaleza de universo. Toda universidad debe ser plural y todo tipo de ideología debe ser aceptado. Todo estaba lleno de carteles a favor de Massa y a los que votaban a Milei los sancionaban socialmente. Eran vistos como parias. Por lo tanto, fracasó como institución.
Admiré muchos aspectos de este país. La educación, salud y transporte son de primer nivel y casi gratuitas, todos pueden acceder a ellas. En comparación con mi país, que sin dinero las oportunidades se reducen drásticamente. Veía marchas reivindicadoras todas las semanas, obstruían el tráfico, pero me gustaba ver el nivel de organización y cultura de calle que existe. El movimiento feminista está en la vanguardia mundial, hay logros como la ley de aborto que ya quisiéramos que exista en nuestro país. Las mujeres caminan empoderadas por las calles y, para mí, eso las hace más atractivas. Los taxis parecen guías, conocen la historia como la palma de su mano. Puedes hablar con ellos de fútbol, política y hasta ópera. Cada vez que me subo a un taxi es un placer conversar. Esto se debe a que como sociedad están politizados y, de cierta manera, psicoanalizados. Me he ganado con argumentos de primera categoría de parte de taxistas y mozos.
Sin embargo, se encuentran en una crisis que está bordeando la hiperinflación. Viajar al exterior es casi platónico para los ciudadanos argentinos. Cuando llegue el cambio por dólar era de 250 pesos, que ya me parecía una barbaridad, ahora está a más de mil. Es una locura. Ves a muchas personas durmiendo en las calles y en invierno se meten a los tachos de basura. La pobreza está en aumento y el sufrimiento es palpable. Tocan los timbres de los departamentos para pedir ropa o comida. Nunca había visto algo así. Te parte el alma saber que no es culpa suya, sino de un sistema que evidentemente no funciona.
De alguna manera, la vida cultural es de alta calidad y los teatros o exposiciones están siempre llenos. Las obras de teatro son impresionantes y los actores brillantes. Descubrí Timbre 4, un teatro independiente donde pasé muchas noches, a veces veía dos obras en un día. Me atrevo a decir que ninguna tiene pierde. Y es lo mismo con los demás. Sería una lástima que les corten el apoyo estatal.
Los restaurantes también están siempre llenos. Tuve la oportunidad de entrevistar al dueño del Don Julio, el mejor restaurante de carnes del mundo, y me invitó a comer ahí. Se te cae la baba de lo sabrosos que son los asados ahí. Hay colas desde las 10 am o tienes que hacer reserva con meses de anticipación. Como peruano siempre extrañé la comida, pero acá también se come bien. Tenía la costumbre de ir a Caminito, en el barrio de la Boca, para comer choripán con salsa criolla y chimichurri mientras veía tango. Una combinación de ensueño.
Después de Palermo me mudé a Barrio Norte, en un segundo piso. En realidad, es el tercero, pero acá al primer piso le dicen planta baja y comienzan a contar desde el siguiente. Cometí un grave error. Me aislé en estudios y no socialicé casi nada. Los ataques de pánico me acechaban diariamente. Entendí la verdadera soledad. Se genera una especie de ilusión en la que todo lo que está en tu país, amigos, familia, perros y más dejan de existir. Fueron uno meses bastante duros. Lloraba sin saber por qué. Estaba asustado. Gracias a terapia y el apoyo de mis seres queridos pude salir adelante y llenarme de valentía para afrontar lo que viniese. Mi personalidad aguerrida no me iba a dejar rendirme. La soledad no se debe subestimar, de lo contrario te atrapa y en el aislamiento los pensamientos rebotan. Tomar perspectiva se vuelve cada vez más difícil. Después de estos eventos me fortalecí en muchos sentidos, me conozco más, desarrollé una mayor empatía y me di cuenta de que una pequeña ayuda puede cambiarlo todo. Cuando estás lejos, el menor atisbo de tu patria puede hacerte llorar de añoranza. Recuerdo un barco en Ushuaia con la bandera peruana o escuchar El cóndor pasa en un concierto.
Vi a Argentina salir campeón del mundo con unos amigos fanáticos. Celebré junto con millones en el obelisco. Aprendí a hacer snowboard en Bariloche. Estuve en el kilómetro cero de la Panamericana luego de un tramo en canoa. Conocí El Calafate, donde tuve una conexión particular con las paradisíacas montañas y glaciares. Estuve en Córdoba, Jujuy y Salta. Prácticamente viaje de sur a norte. Me hice amigo de bodegueros y guardianes. Escuché al majestuoso Teatro Colón cantar y allí lo vi a Fito Páez. Me enamoré de las medialunas. Hice de todo. Y no puedo poner en palabras las lecciones que recibí. Sólo debo agregar que al ver el clásico en el Monumental y sentir el fervor de la popular en La Bombonera me hicieron comprender a este país.
Le doy gracias a este hermoso país que tanto me ayudó. Solo puedo desearle lo mejor y que todo vaya cuesta arriba. Que puedan salir de la crisis económica. Y transformen el potencial infinito que tienen. Gracias por todo, ya nos volveremos a ver.