Cuando el presidente Castillo era un niño, en los colegios del país el plage era un creativo instrumento que consistía en un pequeñísimo trozo de papel en el que se escribían los datos importantes que de seguro preguntarían en el examen. La cosa era tener la información a la mano, pues era imposible poder memorizarse todo lo que se exigía. Para quienes amaban el peligro, el plage era un reto, insisto con que muy creativo, porque debía escribirse en miniatura para esconderlo, por ejemplo, en la basta de la falda. Y claro, siempre quedaba el recurso del brazo cuando se carecía de imaginación. El plage estaba terminantemente prohibido y mientras se pudo castigar físicamente en el colegio, las profesoras y profesores se esmeraban con el sufrimiento de sus estudiantes que debían aprender que copiarse y no memorizar era algo muy malo.
Cuando el presidente Castillo era un niño, hubo una crisis muy grande en el país por falta de profesores. El general Velasco apenas dio el golpe de estado en 1968 realizó un diagnóstico nacional del sistema educativo y encontró dos problemas que provocaron tal falta: que los campesinos carecían de escuelas y que la mayoría de institutos pedagógicos del país ofrecían tan mala formación que debían ser cerrados. Y eso hizo. Detuvo la formación de malos profesores, pero en un contexto en el que la población campesina se organizaba en pueblos y comunidades para construir sus escuelas y por primera vez tener una generación de jóvenes alfabetizados. Cuando Francisco Morales Bermúdez derrocó a Velasco detuvo la implementación de la reforma educativa que lideró Augusto Salazar Bondy y olvidó que se debían reformar los pedagógicos. Él sólo continuó aprobando la creación de escuelas. Cuando llegó Fernando Belaúnde al poder, sobrepasado por la demanda docente tomó dos tristes decisiones al respecto. La primera fue que ante la falta de profesores, también podían enseñar en las escuelas recién construidas jóvenes con tan solo secundaria completa. La segunda que, para formar nuevos profesores, se reabrieran de inmediato y sin reforma, los institutos pedagógicos que se habían cerrado en casi todas las regiones del Perú, porque cómo no iba él a “devolver al pueblo, lo que era del pueblo”.
Cuando el presidente Castillo era un niño, sus profesores le enseñaron lo que pudieron para que formara parte de la primera generación en su familia que supiera leer y escribir. También le enseñaron a memorizar y sin duda lo castigaron si lo encontraron plagiando o soplando durante alguna prueba que tuviera que rendir. Concluida la secundaria, el presidente Castillo entró a uno de los institutos pedagógicos reabiertos para seguir la carrera de educación. Existen estudios muy buenos sobre la mala formación que recibían en aquel entonces los jóvenes que se convertirían en los nuevos profesores del país. Después obtuvo su bachillerato en una sede de la Universidad César Vallejo, que en aquel entonces era una institución libremente improvisada, y luego, obligado por la reforma magisterial que comenzó el año 2007 para conseguir docentes realmente bien formados, siguió una maestría que requiere una tesis para la titulación.
Hacer una tesis no es una tarea sencilla. Hasta ahora no queda claro por qué se pide para obtener el título de todas las carreras universitarias, cuando se trata de una investigación sustentada académicamente y en la mayoría de ellas esa labor no forma parte del perfil profesional. Sin embargo, una maestría en psicología educativa, ¿cómo no la va a solicitar? Pero revisando la formación del presidente, ¿una persona con esa formación podría aprender a hacerla en el breve plazo de una maestría?
Sea cual sea la forma en la que el presidente Castillo y su esposa consiguieron la tesis (les fue obsequiada, la mandaron a hacer o la plagiaron ellos mismos), era imprescindible para mantenerse en la carrera magisterial. El tema está en que no sólo han sido ellos. Sino que gracias a universidades como César Vallejo a las que no les importó si sus egresados sabían o no investigar, miles de docentes que se han encargado de la educación de cerca de la mitad del país se mantienen hasta hoy en su carrera magisterial gracias al plage más grande que hubiesen podido utilizar, sin el peligroso reto de tenerlo que esconder.