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Puentes desplomados | Sudaca - Periodismo libre y en profundidad

Puentes desplomados

"No habrá centro político en el país, mientras, quienes pretendan serlo, no hagan otra cosa más que camuflarse, con algún maquillaje, bajo las viejas narrativas de la derecha y de la izquierda, de aquellos que marchan, con los ojos vendados, sobre un viejo puente apolillado, desplomándose una y otra vez a través de la historia, hasta el infinito."

La tarde del 17 de marzo de 2017, el puente Talavera cayó estrepitosamente sobre las aguas del Río Rímac. El inusitado derrumbe llamó la atención, no sólo por su espectacularidad, sino porque brindaba servicios a los vecinos de Lima hacía muy poco tiempo. Consultado sobre el particular, el gerente de infraestructura vial de Emape, José Luis Justiniano declaró a la prensa “Esto es parte de todo lo que está ocurriendo en el país. El puente no se ha caído, solamente se ha desplomado”

Seis años después de la respuesta de Justiniano, sus palabras, que en su hora fueron motivo de burlas y diversos memes, han adoptado un cariz profético: los puentes cumplen la finalidad de unir, de conectar, de ayudarnos a cruzar de un confín a otros para abrazarnos, para conocernos. Pero resulta que el Perú, en guerra entre poderes políticos desde que Keiko Fujimori se la declarase al Presidente Pedro Pablo Kuczynski, se ha quedado sin puentes. 

La generación novecentista, esa de José de la Riva Agüero y Víctor Andrés Belaúnde, esa que tuvo en José Agustín de la Puente Candamo a un representante brillante nos habló de la síntesis. Su tesis fue la del mestizaje: las raigambres españolas y andinas, a las que se sumaron otras paulatinamente, comenzando por la africana, forjaron la nación peruana que preexistía a la independencia del Perú. 

Esta postura fue luego desafiada, primero por los indigenistas como Luis E. Valcárcel, ya desde la década de 1920, por José María Arguedas desde la literatura, y luego por corrientes que partieron del marxismo, el estructuralismo y la antropología desde los años setenta a ochenta, con trabajos tan destacados como los de Julio Cotler o José Matos Mar. Estos esfuerzos, los primeros de ellos, dejaban en claro que el Perú, lejos de ser una síntesis, se encontraba divido en mundos, en sociedades, unas subordinantes y otras subordinadas, de manera bastante similar a lo que sucedió en el periodo colonial. Ya con Matos Mar, comenzó a hablarse de una sociedad en transición, el Perú informal comenzaba a hacerse presente. 

Las redes y las narrativas contemporáneas

2023, lo que noto es que desde las ciencias sociales y humanas no han surgido más discursos que expliquen a un Perú que, todos coincidimos, se ha complejizado mucho más tras la mentada informalidad, la reforma agraria de Velasco, la migración masiva, el proyecto populista de Fujimori, y la regionalización/feudalización de las últimas dos décadas: no hay narrativas que describan adecuadamente a este Perú. Lo que existen son relecturas recicladas por los extremismos políticos de las antiguas miradas al Perú que provenían, o de la generación novecentista, o del indigenismo, o del marxismo-estructuralismo del siglo pasado.

El resultado es una guerra de diatribas que terminó por desplomar  todos los puentes que hasta ayer nos mantenían, al menos, en la ilusión de la unidad, aún si se tratase de antiguos y románticos puentes colgantes prehispánicos. La derecha política, la más conservadora, imagina a Lima como la ciudad amurallada de antes del gobierno de José Balta, que debe cerrar sus puertas para protegerse, ya no del ingreso de piratas o bandas de esclavos cimarrones, sino de indios insumisos venidos de las alturas con la intención de incendiar la Ciudad de los Reyes. En términos no iguales, pero sí parecidos, se han expresado algunos burgomaestres de distritos residenciales que tranquilizan a sus pobladores diciéndoles que estarán bien protegidos frente a la turba tupamarista que viene a atacarlos como sucedió, un aciago día de finales del siglo XVIII, en el pueblo de Sangarará. 

La izquierda política, y no solo la más radical, se sigue manejando con reciclajes de discursos setenteros: los blancos no son auténticamente peruanos, miraflorinos y sanisidrinos merecen la purga social por representar en el imaginario nacional a Francisco Pizarro y compañía; en suma, otra vez la guerra de castas de 1780, ¡se busca al corregidor Antonio de Arriaga! ¿es que no hay una manera más original y propositiva de plantear las cosas?

2023, otra vez. Estamos buscando un país ¿para qué? Para construirlo, y para construirlo necesitamos narrativas nuevas para este país nuevo. Solemos decir que no hay un centro político, que necesitamos un centro político, pero ese centro para existir necesita crear sus propias narrativas, esas que el país está esperando para unirse y encontrar un nuevo punto de partida. No habrá centro político en el país, mientras, quienes pretendan serlo, no hagan otra cosa más que camuflarse, con algún maquillaje, bajo las viejas narrativas de la derecha y de la izquierda, de aquellos que marchan, con los ojos vendados, sobre un viejo puente apolillado, desplomándose una y otra vez, a través de la historia, hasta el infinito.

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