Debe ser bienvenida la solicitud de reconsideración de Fuerza Popular para lograr que las elecciones adelantadas ya no sean en abril del 2024 sino en diciembre de este año. No es una concesión a los violentistas, como algunos han señalado, sino un cálculo pragmático que parte de la constatación de que va a ser imposible emprender reformas electorales y políticas, por el sabotaje de la izquierda, y que, en esa medida, mejor que se adelante el proceso electoral.
De hecho, la decisión, si es finalmente aprobada (aunque ya se desmarcó la derecha representada por Renovación Popular y Avanza País, se ha sumado la izquierda, lo que, en el balance podría permitirle conseguir los 87 votos que permitan la reconsideración), va a desinflamar gran parte de la protesta social, que precisamente contiene entre sus puntos el cierre del Congreso, que con perspicacia, se trastocaría por el susodicho adelanto de elecciones, una fórmula política perfectamente constitucional y que no patea el tablero institucional como pretende el pliego maximalista de la izquierda radical.
Hace eco, además, de un reciente pedido de la Asamblea Nacional de Gobernadores Regionales, que más allá del pedido en sí, tiene un inmenso valor político porque aparece por fin un interlocutor potente y legítimo, con el que el gobierno debe sentarse a dialogar y encontrar fórmulas de solución (si a ello se le suma un diálogo directo con sectores como el minero informal, que ha estado financiando las protestas, y se llega a una tregua con aquel, se habrá avanzado mucho en el desescalamiento del conflicto).
Con gestos políticos –sea del Ejecutivo o del Congreso-, como éste del adelanto de elecciones, represión severa contra los vándalos, pero inteligente y no a la bruta, y la insistencia en fórmulas de diálogo que no tardarán en florecer, el gobierno de Dina Boluarte podría lograr salir airoso del tremendo desafío social al que se ha visto enfrentado por la algarada organizada por la izquierda radical y un sector de la población con años de irritación acumulada y que encontró en la crisis desatada una forma de manifestarse.
Si se conquista la paz social, el Perú habrá logrado superar un trance golpista digitado por los castillistas radicales, dolidos por la legítima expectoración de su líder, y los remanentes senderistas que querían hacer de esta protesta, el reinado del caos y el descalabro. Sería un triunfo de la democracia y de un gobierno que, a pesar de múltiples errores cometidos, demostró templanza y carácter en momentos muy complicados.