El centro, la derecha y las élites empresariales, ya deberían empezar a incorporar en sus escenarios de probabilidades que Pedro Castillo quizás gobierne hasta el 2026.
Por el lado del Congreso, no hay nada bueno que esperar. Los “niños” y los “topos” lo blindan al presidente ante cualquier intento de vacancia y la conveniencia menuda de la oposición torna inviable que se reforme la Constitución y se adelanten las elecciones. Todos quieren quedarse.
Desde el ámbito del Ministerio Público, es saludable el empeño y dedicación que la nueva Fiscal de la Nación le está imprimiendo a las investigaciones contra el presidente, pero estamos hablando de una pesquisa de organización criminal y ello va a tomar por lo menos dos o tres años. Probablemente, recién el 2025 la Fiscalía presente una denuncia constitucional contra Castillo y cuando ello ocurra, el único que puede aprobarla es el Congreso, es decir, lo más probable es que muera en la orilla.
Las calles, que son la otra vía de presión ciudadana tanto al Ejecutivo como al Legislativo para que eventualmente se produzca una renuncia, la vacancia o el adelanto de elecciones, anda desmovilizada y sin visos de encenderse en el corto plazo. Probablemente, cuando lo haga ya será demasiado tarde.
El centro y la derecha deben prepararse, en consecuencia, para construir una narrativa que pase, necesariamente, por propuestas de reconstrucción del Estado colapsado que va a dejar Castillo, en ámbitos tan cruciales como los servicios básicos (salud y educación), infraestructura primaria (agua, desague y luz), inseguridad ciudadana, etc.
Ese será el discurso pertinente. La derecha y el centro van a tener que salir de su zona de confort ideológica y poner en segundo plano la defensa del modelo promercado o proinversión, necesarios sin duda, pero sin capacidad de tener eco en las expectativas populares de acá a cuatro años.
Se va a necesitar un centro y una derecha disruptivos, que puedan competir contra los discursos antiestablishment que la izquierda, en cualquiera de sus variantes, va a desplegar, y cuyo impacto va a hacer que se soslaye el claro desprestigio de las ideas izquierdistas que un régimen como el de Castillo debería, normalmente, haber provocado. Es un mito político muy dañino creer que el pueblo se va a volcar masivamente hacia el centro o la derecha en las próximas elecciones. Si ambos sectores no lo entienden, el chasco puede terminar siendo terrible, para ellos y para el país.