A diferencia del 92, cuando no solo la población sino las Fuerzas Armadas y policiales apoyaron el autogolpe de Alberto Fujimori, esta vez, el golpe dado por el presidente Castillo no contó con respaldo alguno sino con un rechazo generalizado y terminó, por su propia torpeza de análisis (no se iban a lograr los 87 votos para la vacancia), fuera de Palacio y seguramente al borde de purgar una pena carcelaria (por el golpe intentado y por las trapacerías corruptas en las que está involucrado).
Esta vez la democracia funcionó, los institutos castrenses desoyeron las órdenes palaciegas de acordonar el Congreso, como alguien le habría asegurado que iba a ocurrir luego de sacar al comandante general del Ejército, Andrés Fernández de la Torre, Castillo se vio abandonado e intentó fugar a un asilo, pero la rapidísima reacción del Ministerio Público ordenando su detención, apenas producida la vacancia, lo impidió.
Al final del día, debemos saludar lo ocurrido, sin lugar a menoscabo. Castillo debía salir de Palacio y de no haber cometido la barbaridad política que cometió, probablemente hoy seguiría sentado en el solar de Pizarro, despachando a escondidas con sus allegados y familiares corruptos, tranquilamente hasta el 2026.
Hoy se abre una luz de esperanza que ojalá no se vea frustrada. Va a depender mucho de la inteligencia política de la presidenta Dina Boluarte, que empiece por desterrar los núcleos de corrupción y arrasar con los nombramientos mediocres y absurdos de un sector importante de la tecnocracia estatal que ya había sido cooptada por el castillismo.
Y dependerá mucho también de la clase política, que deberá entender que lo que corresponde en estas horas es un gobierno de consensos, donde mucho de lo que cada sector quisiera ver plasmado en el Ejecutivo, no se podrá llevar cabo justamente para lograr los consensos mínimos para salir de esta crisis desatada por un sujeto improvisado y corrupto que infelizmente llegó a estar en Palacio de Gobierno más de un año.
Creemos que lo que corresponde es un gabinete de ancha base y un compromiso de adelanto de elecciones. Sería lo ideal, pero si Boluarte logra enderezar el rumbo de la nave estatal, quizás sea factible evaluar su permanencia. Ello se verá con los días. Por ahora hay que celebrar el triunfo de la democracia y la derrota de la mediocre corrupción que se había arraigado, con uñas y dientes, en las entrañas del poder.