El Congreso dio la semana pasada una muestra más de desvergüenza. La oposición no fue capaz de censurar a un ministro tan cuestionado como el del Interior, Willy Huerta. Votaron a favor de la censura solo 55, 38 en contra, 10 se abstuvieron y, lo más patético, se ausentaron 26 parlamentarios, de los cuales al menos 10 hubieran votado a favor de la censura. Solo hubiese faltado uno de la traicionera bancada de Podemos, 5 de cuyos integrantes se abstuvieron, y hoy el ministro ya no estaría sentado en su oficina de Córpac.
Queda ya más que claro que hay un pacto tácito, no dicho, entre gobierno y oposición para quedarse, ambos, hasta el 2026, sin importar un pepino que la calidad del Estado peruano, que nunca fue buena, pero que en los últimos años iba mejorando en algunas entidades alcanzando niveles de excelencia, se vaya al diablo por obra y gracia de un régimen mediocre y corrupto como el de Pedro Castillo.
Bajo esa circunstancia -ni vacancia ni adelanto de elecciones-, se esperaba, al menos, que la oposición coordinase entre sí, acordase líneas de acción, estrechase políticas comunes y afiatase tácticas de contención de los desmanes palaciegos. Si algo mínimamente parecido a ello, hubiera ocurrido, no se habrían producido las 26 ausencias del día viernes, que le permitieron salvar su vida ministerial al señor Willy Huerta, que hoy sigue haciendo de las suyas en un portafolio crucial, dado el incremento exponencial de la delincuencia desde que este gobierno asumió el poder.
Es tal la obsecuencia de la oposición que hasta podríamos pensar que esas ausencias fueron premeditadas, pensadas para salvar de la censura al ministro del Interior y aparentar que se tuvo la intención de sacarlo del cargo, pero que simplemente no alcanzaron los votos, a pesar de los esfuerzos que se hicieron. No es solo Podemos, el partido de Luna Gálvez, el responsable del fracaso, sino toda la oposición y cabe por ello especular respecto de una acción maquiavélica, concertada y calculada.
Así, este seguirá haciendo de las suyas, allanando el camino para que Antauro Humala sea el sucesor en el 2026 y la oposición torpe que tenemos a la vista, no hará nada, ni en el Congreso ni fuera de él, para impedirlo. No es una fatalidad inevitable del destino la que nos está colocando en el disparadero. Es responsabilidad directa de personas de carne y hueso, a quienes parece importarles muy poco el destino de la democracia peruana.