Es impresionante la degradación moral de Acción Popular en la actual coyuntura política. Hace dos días, durante el proceso de censura al renunciado exministro de Transportes, Juan Silva, simple y llanamente optó por protegerlo a toda costa, buscando subterfugios legales para impedir el procedimiento y luego, cuando no pudo impedirlo, anunciando que se abstendría de votar por la censura.
Es claro que la explicación pasa por la implicación de varios miembros del partido en las mafias delatadas por la aspirante a colaboradora eficaz, Karelim López, pero se esperaba que la bancada tomara distancia de ellos y procediera como la ética política ordenaba, pero, lejos de suceder así, se plegaron al unísono a la estrategia de la impunidad.
Acción Popular se ha vendido al gobierno por un plato de lentejas. Y por aspiraciones políticas de algunos de sus integrantes (cabe mencionar que Castillo tenía pensando nombrar Jonhy Lescano como Premier, en reemplazo de Guido Bellido, y reculó a última hora).
AP nunca fue un partido propiamente ideológico. Siempre ocupó el centro, más por defección que por convicción. No se le puede atribuir una línea promercado ni mucho menos, pero al menos se le identificaba con un partido comprometido con la democracia y la moral pública, más aún luego de los referentes de Fernando Belaunde y Valentín Paniagua (a pesar de que en los dos gobiernos del primero campeó la corrupción).
Hoy, esa heredad se ha ido al tacho, por culpa de algunos advenedizos que han capturado el partido, convirtiéndolo a una organización presta al enjuague y la componenda interesada. Las pesquisas fiscales, que ya empezaron a rodar y no se detendrán, pronto nos harán saber el grado de responsabilidad delictiva que pueda alcanzarle al partido de la lampa y a sus principales dirigentes.
Es una desgracia que el centro político peruano se haya degradado políticamente al extremo mostrado por Acción Popular. Alianza para el Progreso, el otro partido de centro, ha salvado al honor al pronunciarse claramente a favor de la censura de Silva, de no darle la confianza al gabinete y eventualmente de discutir la posibilidad de la vacancia. No es el caso de Acción Popular, cuya labor en el Congreso es moral y políticamente deleznable.
Solo queda hacer votos para que el pueblo tome consciencia de ello y nunca más se deje sorprender por nostalgias o logos atractivos y lo piense tres veces antes de volver a darle un endose electoral a algún candidato de Acción Popular, partido que había logrado reverdecer, pero que rápidamente ha demostrado grados de putrefacción que deberían hacerlo merecedor de una nueva etapa de ostracismo.