Juan Carlos Tafur

La terrible herencia del quinquenio

“Es políticamente casi imposible que, como están dadas las cosas, se genere un cambio virtuoso respecto de la mejora de alguno de los aspectos institucionales básicos de una sociedad democrática que se respete”

El buen funcionamiento del Estado es lo que permite la integración ciudadana a la sociedad, a la Nación. Cuando se generan marginalidades -como sucede en algunos países desarrollados con las comunidades migrantes- u ocurre en nuestro país con la inmensa mayoría de peruanos, se genera, en automático, disidencia, malestar, fastidio con el statu quo.

Los sectores medios y altos son ciegos a esta realidad porque ellos gozan de salud y educación privadas, y sus barrios son seguros, y resulta, además, difícil que sufran abusos policiales o judiciales porque disponen de recursos para contratar abogados.

Los pobres carecen de todo ello. Los colegios a los que mandan a sus hijos son un desastre en infraestructura y en calidad socializadora, los hospitales de Salud o de EsSalud son una fábrica de indolencia e indiferencia criminal, los asaltos o extorsiones ocurren a diario en las puertas de sus casas o de sus pequeños puestos comerciales, los policías, fiscales y jueces abusan de ellos sin ningún empacho porque no tienen las herramientas mínimas para defenderse (por eso, las cárceles están llenas de pobres).

Debería ser urgente, por ello, que se recoloque en la agenda la reforma del Estado, proyecto que en el segundo gobierno de Fujimori (en el periodo 1995-2000), éste se animó a iniciar, contrató a técnicos en la materia, conformó comisiones ad hoc, y al final, meramente por cálculo electoral (porque, obviamente, dicha reforma iba a suponer un zamacón político), tiró todo por la borda, canceló la reforma y dejó vigente el Estado adefesiero que sufrimos los peruanos desde hace décadas.

Las cosas, sin embargo, no pintan bien. Castillo, sin duda, no va a hacer dicha reforma. No debe ni entender de qué se trata. ¿El Congreso tan mediocre que tenemos, podrá hacerlo? ¿Puede ser realista pensar que al menos podría ponerse de acuerdo en reformar un aspecto, uno solo, de la administración pública, y que ello sirva luego de referente a imitar para concluir el proceso?

¿En dónde puede tener injerencia el Legislativo? ¿Salud o seguridad interna podrían ser los terrenos propicios para que actúe sobre ellos? Después de ver el penoso papel de la oposición en la interpelación del impresentable ministro Condori, queda claro que la salud pública seguirá siendo un desastre. ¿En educación, transporte o reforma política? Allí, nuestro Congreso va, más bien, a contramarcha.

Es, pues, políticamente casi imposible que, como están dadas las cosas, se genere un cambio virtuoso respecto de la mejora de alguno de los aspectos institucionales básicos del Estado en una sociedad democrática que se respete, y transforme el sainete que en el Perú llamamos tal. Vamos cuesta abajo.

 

 

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Congreso, Pedro Castillo

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