Tomás-Cortez

Machaguay

"La peluquería no tenía cartel, no lo necesitaba, todos en el barrio lo conocían. El que atendía era un tipo enorme con rostro cobrizo, ciertas arrugas, ojos negrísimos y unos pliegues que se le formaban en el rostro."

UNO

El mes pasado necesitaba urgente ir al peluquero, tenía cita con un cliente y no podía presentarte con mi desastroso pelo largo. Estaba por el centro y hallé una peluquería, que me salvó de la situación. No me cobró tan caro (estaba misio, bueno siempre lo estoy). La pelu tenía nombre de una ciudad española. Al entrar, me di cuenta que parecía un lugar congelado en el tiempo. El que atendía era un viejito caucásico, edad indescifrable, pelo blanco y boina gallega. Me miró de reojo y al oído me contestó, cuando le pregunte por el precio. 

“Para vos baratito nomas”.

Me senté en una de las dos sillas de peluquería de los años cincuenta. Su mobiliario estaba repleto de cachivaches y revistas. El piso tenia restos de aserrín y pelos en menor medida. El abuelito me preguntó, con ojos traviesos, que tipo de corte quería.

Rebájame las puntas nada más, le contesté. 

Me miró sin comprender y procedió con una maquinita de antaño a trasquilarme el pelo. Le importó tres carajos mi pedido y me lo dejó cortito, como cuando tenía 8 años.

 

DOS

A finales de marzo del 74, mi viejo nos llevó -mis 2 hermanos y yo- a la peluquería de Machaguay que quedaba en frente de nuestra casa. Aquellos años, estaba de moda los hippies. Así que lo que más queríamos nosotros, era seguir con el pelo larguísimo. Pero empezaban las clases, por lo que teníamos que cortárnoslo. Entonces, fuimos mansamente a la vereda de enfrente.

La peluquería no tenía cartel, no lo necesitaba, todos en el barrio lo conocían. El que atendía era un tipo enorme con rostro cobrizo, ciertas arrugas, ojos negrísimos y unos pliegues que se le formaban en el rostro. De edad, entre cuarenta y cincuenta, adusto y pelo engominado. Tenía una gran bata blanca y unos mocasines negros que brillaban. Conocía a mi viejo de tiempo, luego del saludo amical, nos señaló a nosotros.

“Te los traigo para que les cortes el pelo”

Él nos miró sin ver, mientras le cortaba el pelo a un joven, dirigiéndose a mi viejo.

“En un rato les atiendo”

Entretanto, lo esperamos sentados y calladitos, desde su radio portátil emanaban los versos inconfundibles.

“Si tú me odias quedaré yo convencido, 

de que me amaste mujer con insistencia, 

pero ten presente de acuerdo a la experiencia, 

que tan solo se odia lo querido” 

Nos miramos los tres y por un instante pensamos lo mismo

“La misma huevada que escucha nuestro viejo”

Primero paso Thedy, el mayor. En tanto, Jhonny y yo esperábamos –aburridos- nuestro turno de ser rapados. Mi viejo feliz y despreocupado leía el diario. En esos tiempos no se estilaba tener tele en los negocios; aparte a esa hora, solo daban telenovelas mexicanas. Todo en blanco y negro. 

Mientras, mis 2 hermanos veían, en el espejo, su cruda realidad. Me llamó. Avancé y me senté en la silla enorme, en donde mi trasero se perdía. Machaguay, sin pérdida de tiempo, comenzó a cortarme el pelo, usando la maquinita. En el ínterin, mi pelo caía inmisericorde. 

Años atrás, cuando a Machaguay no lo llamaban así, vino de Chincha a probar suerte. Allá había trabajado en un camal (destripando cuadrúpedos). Luego se enlistó en el ejército (en esos tiempos, cuando no tenías nada, ir al ejercito era una tabla de salvación) y aprendió el oficio de peluquero. Al regresar a sus pagos, ninguno de sus conocidos quería que le cortara el pelo.

“Tas cojudo, que va a saber éste de cortar pelos, si trabajó en un camal”

Hizo tripas corazón y enrumbó, de nuevo, hacia Lima. Ahí encontró su lugar en el mundo. Vivía en la Urbanización Palomino. A raíz de su apego a la canción “El mambo del Machaguay”, o a que era un eximio bailarín, es que adoptó el célebre mote. 

“Ni respires carajo, que te corto”

Mientras ahogaba la respiración, Machaguay me pasaba la navaja con mucho cuidado. Más tarde, todo finalizaba cuando me sacaba el mandil y lo sacudía. Con la mirada me decía.

“Baja huevón”

Salíamos de la peluquería, trasquilados y con el cuello irritado.

 

TRES

Recuerdo claramente que, en marzo del 78, me armé de valor, y antes de empezar dije bajito.

“Rebájeme un poco nomas”

Me miró incrédulo, y por toda respuesta obtuve un pedo. 

Siempre nos cortaba como se la daba la gana: el típico corte alemán, el cual, insólitamente, ha vuelto la moda.

Todo eso vino a mi memoria cuando el gallego con boina me trasquilaba, feliz de la vida, y yo volvía, por un instante, a los años setenta.

 

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