Giancarla Di Laura

En el mes de las letras: una mirada a Trilce (1922) desde la cárcel peruana

Abril es reconocido como el mes de las letras, de la literatura y es así cómo se celebra, mediante la lectura, la discusión de las obras y la difusión de los textos más importantes. En abril nació y murió el Inca Garcilaso. En abril murieron Vallejo y Mariátegui. Hoy quiero comentar uno de los grandes poemarios que cumple cien años de su publicación, precisamente Trilce, de César Vallejo.

Esta obra suscitó varias interpretaciones en cuanto al término “Trilce”.   Algunos comentaron que podría ser la unión de los vocablos iniciales de las palabras triste y dulce, o que podría ser el valor que tuvo cuando salió la obra (tres soles). Lo cierto es que la voz poética en Trilce es totalmente ingeniosa y creativa, muy a la vanguardia andina.  Muchos términos se adjetivizan y otros ocupan diversas funciones semánticas y sintácticas, pero lo que hace a Trilce una obra absolutamente renovadora es el temple del yo lírico, un sujeto poético convencido de su autonomía y autenticidad, dislocado frente a una modernidad a la que no encuentra sentido. Esa búsqueda de un yo que afirma y no sugiere, que se convence de su entorno al convertir los distintos parámetros convencionales en figuras que escapan de la lógica es un acto subversivo en sí mismo, sobre todo en un ambiente cultural dominado por el modernismo y su parafernalia verbal perfectamente coherente. 

La obra irrumpe con el siguiente poema:

 I 

Quién hace tanta bulla y ni deja

Testar las islas que van quedando.

Un poco más de consideración

en cuanto será tarde, temprano,

y se aquilatará mejor

el guano, la simple calabrina tesórea

que brinda sin querer,

en el insular corazón,

salobre alcatraz, a cada hialóidea

                    grupada.

Un poco más de consideración,

y el mantillo líquido, seis de la tarde

DE LOS MÁS SOBERBIOS BEMOLES.

Y la península párase

por la espalda, abozaleada, impertérrita

en la línea mortal del equilibrio. 

Mediante estos dieciséis versos podemos notar un cuestionamiento a la realidad circundante e inmediata.  La voz poética reclama “Quién hace tánta bulla, y ni deja testar las islas que van quedando”, recriminando una actitud de ese sujeto anónimo que interrumpe al prójimo y a la larga afecta el destino de este.  A la vez, el poema en su conjunto parece aludir al acto de la defecación, como ya han señalado diversos críticos, desde André Coyné hasta Espejo Asturrizaga.

Esto me hace pensar en el día a día de mi nación. Obviamente, tenemos un gobierno ausente, pero debemos admitir que es el resultado de tanta corrupción que ha habido y que todavía hay en todas las fuerzas políticas. Esa manera de lidiar con el presente es la gestión de tantos gobiernos que se sumaron a la informalidad y al clientelismo.

Pero sigamos con el poema.  Vallejo vuelve a mencionar: “Un poco más de consideración”, es decir, exige la presencia de una empatía, aunque sigue sin entender su entorno ni el comportamiento de los que no lo dejan en paz ni siquiera para realizar una de las más elementales funciones orgánicas. Supuestamente se encuentra una esperanza en un futuro con la mención del guano, pero, como siempre, este solo beneficia a una parte de la población. Y el progreso en el futuro aparece pequeñísimo, como la silueta de una “península” y con un mañana nuevamente corrupto si no cambia la estructura transversal de los cimientos de nuestra sociedad.

Parecería que Vallejo pudo vislumbrar en Trilce I el destino de toda una nación, encarcelada en un sistema injusto y acosada hasta en la más elemental de las circunstancias. Solo un peruano como Vallejo pudo haber escrito Trilce. Para eso, tuvo que pasar 112 días encerrado en la cárcel de Trujillo. A nosotros, los peruanos, nos corresponde buscarle su lugar en la constelación de las letras universales.

Celebremos el centenario de Trilce sin mezquindad ni remilgos. Pocos libros como este desentrañan el Perú con la misma finura, desencanto y esperanza.

 

 

 

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