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El futuro del fútbol no se inscribe en la Superliga

No tuvo que pasar mucho tiempo para que la Superliga se desmoronase. Ni bien pasaron algunos minutos desde su anuncio el domingo pasado, en las redes sociales se evidenció claramente un sentir mayoritario de rechazo frontal y contundente. Con un apoyo que rebasó ampliamente el campo de personalidades del ámbito futbolístico, con entrenadores y jugadores haciendo explícito su desacuerdo y, sobre todo, con la protestas articuladas afuera de los estadios de aficionados tanto del Chelsea como del Liverpool en Inglaterra, el proyecto de la Superliga desistió en cuarenta y ocho horas. De los doce poderosos equipos que formaban parte del torneo elitista de manera fundacional y vitalicia, la salida de los seis ingleses fue decisiva.

Sí, se sabe desde hace un buen tiempo que el fútbol en su conjunto atraviesa por una grave crisis estructural. Ampliamente documentados son los escándalos de corrupción en la FIFA y sus organismos. Nada más hace unas semanas se llamó la atención sobre las protestas por el Mundial de Qatar 2022. Con una serie de clubes comprometidos económicamente por el insostenible modelo de gestión  implementado por quienes ahora se presentan como sus “salvadores”,  se requieren modificaciones sustanciales. Pero lo que representa un torneo excluyente ideado bajo la codicia extrema de un grupo reducido y arbitrario de propietarios, que implica la profundización radical de las desigualdades y la concentración de la riqueza ya existentes en el fútbol europeo, y, especialmente, fundada sobre el no-reconocimiento de cuestiones elementales de este deporte, a saber, el valor del mérito y el esfuerzo en la competencia, está lejos de ser la solución.

Aún así, en sintonía con las  posturas dominantes en el espectáculo político actual, donde la prepotencia, la arrogancia y la militante incomprensión son características de los proclamados líderes, Florentino Pérez —gran abanderado de la Superliga— sostuvo que el rechazo generalizado era algo “orquestado” desde la UEFA y los directivos de las respectivas ligas nacionales. Revelando una profunda desconexión con respecto a la reacción del público, apeló a una “explicación” bastante conocida, típica de políticos que intentan desacreditar a los que se manifiestan críticamente y pretenden desconocer o simplemente negar que existen voces que se establecen en el campo del disenso.

Aunque brindó una cantidad inusual de entrevistas en escenarios favorables durante la semana, Pérez, no logró convencer ni mucho menos obtuvo la adhesión masiva del entorno futbolístico. Interpretando sus intervenciones, el periodista Ezequiel Fernández Moore apunta que “la derrota más dura lleva la cara de Florentino Pérez, presidente eternizado de Real Madrid, sin necesidad de elecciones, porque no hay rivales para su billetera, y que ofició de vocero y padre del proyecto […] Decían que la pandemia nos haría mejores. Pero, manejando un Rolls Royce por Wall Street, nunca será fácil saber cómo anda realmente el mundo. Y mucho menos esa jungla primitiva llamada fútbol.”

Y justamente, en este particular ambiente, lo irónico, encajando a la perfección, también apareció súbitamente. El mismo día que se anunciaba el lanzamiento de la SuperLiga, Real Madrid empató sin goles frente al Getafe. Un Getafe que nunca podría ser participe del torneo elitista, pero que, ilusionando a sus aficionados, dio batalla en la presente edición Europa League clasificando hasta los Octavos de Final. Asimismo, Manchester United, otro de los “clubes vitalicios” de la competición, en la misma jornada, no pudo doblegar al Leeds United y, en Italia, Atalanta derrotó por la mínima diferencia a Juventus —el otro gran impulsador— que, dicho sea de paso, esta última jornada no pasó del empate frente a la Fiorentina. De esto no pretendo extraer alguna “verdad trascendental” ni mucho menos, tan solo resaltar lo simbólico de que los mismos juegos pongan en cuestión los débiles cimientos sobre los que se establece la Superliga.

Una Superliga que, además, al atentar de manera tan profunda con las ligas locales, desconoce que “la razón por la que el fútbol resulta tan importante para tantos de nosotros apunta precisamente a la experiencia asociativa que constituye su núcleo, y al vívido sentido de comunidad que proporciona«, como afirmó el filósofo e hincha del Liverpool Simon Critchley.

Además, desconoce que otro atractivo central de este deporte reside en la posibilidad del acontecimiento. La aparición, en el juego, en el curso de la temporada, de lo radicalmente inesperado, del evento novedoso. Si se pretende despertar mayor interés por el fútbol, ¿en qué medida la repetición rutinaria de partidos por los mismos, sin riesgo alguno, como plantea este torneo, donde los “partidos excepcionales” perderán su sentido de acontecimientos por la repetición a la que se verán sometidos, puede constituir un avance? ¿en qué medida los partidos de los distintos conjuntos en ligas locales, que ya no tendrán ese interés particular debido a la clausura de posibilidades de acceso a instancias superiores, pueden representar algo atractivo?

En realidad, este intento, que por ahora ha fallado, de “salvación del fútbol” mediante un proyecto “secesionista”, se adecua a la postura que han adoptado las “élites oscurantistas” con respecto al cambio climático identificadas por Bruno Latour: “Las élites han estado tan persuadidas de que no habría vida futura para todo el mundo que decidieron desembarazarse, lo más rápido posible, de todos los lastres de la solidaridad: he ahí la desregulación. Que había que construir una especie de fortaleza dorada para el pequeño porcentaje que lograría estar a salvo: he ahí la explosión de las desigualdades. Y que, para disimular el egoísmo craso de esa fuga del mundo común, había que rechazar de plano su motivación original: he ahí la negación del cambio climático”.

Como hemos señalado, lo que sí ha logrado este fallida aventura es llamar la atención sobre la imperiosa necesidad de cambios en la organización del fútbol. Pero no hay un único camino. No existe, como han insistido los voceros de la Superliga, una sola alternativa. En principio, como señala el periodista David Jiménez en The New York Times, “clubes y organismos internacionales deberán ahora sentarse a negociar la futura competición europea y un nuevo modelo de reparto de beneficios. Esas conversaciones deberían ir encaminadas hacia una revolución ordenada del fútbol. La imposición de topes salariales en los clubes, una mayor regulación del mercado de fichajes y un regreso a parámetros económicos razonables son asuntos urgentes.” Reconocer la existencia de otras opciones que se abren  para otro futuro, sin perder de vista lo que constituye la esencia de este deporte y su dimensión social.  Sin cancelar la posibilidad de la emergencia de lo impredecible y, en definitiva, lo que mantiene vivo el vínculo emotivo de los aficionados con sus equipos.

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Fifa, Fútbol, liga, Superliga

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