Lerner, Roberto

Expertos

"Durante casi toda nuestra historia los que conducían y tomaban decisiones, encarnando la tradición o rompiéndola, no tenían que dar muchas explicaciones, o las que valían eran solo las suyas."

Época de discusiones intensas, apasionadas, desbordantes y desbordadas. Las divergencias de opinión son un asunto eminentemente humano. Los leones no forman bandos según sus teorías sobre cuál es la mejor manera de cazar gacelas, ni estas de acuerdo con sus concepciones de cómo evitar terminar en el estómago de los grandes felinos. Unos y otras actúan según una combinación de protocolos naturales y experiencia. Algunos son más exitosos que otros. 

El Homo Sapiens, sin embargo, comercia con la realidad a través de ideas, juicios, prejuicios, creencias y convicciones. Es lo que mueve a individuos y grupos. Es lo que da sentido al devenir de las colectividades —desde tribus hasta naciones— y sus integrantes. 

Durante casi toda nuestra historia los que conducían y tomaban decisiones, encarnando la tradición o rompiéndola, no tenían que dar muchas explicaciones, o las que valían eran solo las suyas. Es hace relativamente poco que existe una opinión pública y un electorado que impacta en quienes cortan el jamón. Hay que argumentar, discutir, convencer. 

En ese proceso los líderes se apoyan en expertos, especialistas, científicos. Solíamos pensar que esas personas ofrecen perspectivas objetivas, opiniones imparciales, soluciones sustentadas en datos y validadas por la investigación. 

No los necesitamos para definir cuál es el resultado de sumar dos más dos o si es buena idea bajar del octavo al primer piso saltando por la ventana. No sirven para decidir si es más rico el ceviche mixto o el arroz con pato, tampoco para determinar si rezo o no o a quién lo hago. Los tomábamos en cuenta alrededor de asuntos en los que no hay unanimidad pero sí posibilidad de convergencia en soluciones mejores que otras: tratamientos médicos o administración de recursos financieros y humanos, por ejemplo.      

En esos casos, los expertos ofrecen respuestas sobre la base de la ciencia que han estudiado y aplicado. Pero hoy, el público quiere respuestas y, además, no tiene paciencia para matices, ambigüedad e incertidumbre. Mezcla el dos más dos, con gustos y creencias, con la mejor manera de prevenir el Covid. 

Expertos y científicos se equivocan. Claro, una cosa es que ello ocurra con un individuo —digamos un mal diagnóstico, una terapia que no funciona—, otra que el saber, supuestamente infalible, sirva de sustento a políticas públicas.

 

En psicología, 50% de los reportes científicos publicados en 2015 en 3 periódicos científicos reputados, no pudieron ser replicados, vale decir, sus resultados no fueron corroborados por otros estudios. Es lo mismo en el caso de investigaciones sobre el cáncer. 

Y cuando se trata de temas sociales y políticos, pensamos —los expertos y nosotros—que al ser mejores que el resto en algunas cosas, lo son en todo. Tienen terror a decir «no sé» o a advertir que sus opiniones no se basan en la ciencia sino que son posiciones. Chomsky es un extraordinario lingüista, pero cuando habla y escribe de política, su credibilidad no es mayor que la de cualquier otro individuo. 

Tener en mente lo anterior, entender que una predicción que no se cumple no descalifica a un experto, que no es lo mismo una decisión experta mal hecha que un fraude, que un especialista no garantiza una convicción, puede ayudar a hacer menos denso el clima de nuestros debates.

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Decisiones, expertos

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