Cuenta la Biblia que antes de ser crucificado, Jesús convocó a sus discípulos a lo que conocemos como “La Última Cena“, momento trascendental en la historia del cristianismo donde Jesús, sabiendo que partiría pronto del mundo terrenal, sienta las bases de su legado y delega en sus discípulos el camino de la evangelización y la construcción de su Iglesia.
En el Perú actual, la llegada circunstancial de Perú Libre y Castillo al gobierno inició un rápido retroceso de la poca institucionalidad que había en el país, que se fue ahondando con acciones de corrupción desde los primeros días de la asunción al poder del profesor chotano, incluso dentro del círculo familiar y amical del presidente. Los sucesivos nombramientos de ministros con serios cuestionamientos personales como exguerrilleros, filo-terroristas, abusadores de mujeres e infractores constantes de la ley, coadyuvaron a incrementar el caos en el Estado cuyos servicios públicos, ya mediocres, cayeron simplemente en la deficiencia absoluta.
Estamos pues en la tormenta perfecta donde confluyen desgobierno, caos, corrupción, desidia y desdén por los ciudadanos, y más aún, por los más pobres que son los que sufren más las consecuencias de malos gobernantes como los que actualmente tenemos.
El Congreso incluso más desprestigiado que el Ejecutivo, gracias a sus propios exabruptos pero también, al bullying orquestado por cierta prensa e incluso congresistas que buscan cerrarlo inconstitucionalmente. El Parlamento no ha tenido la sabiduría ni el desprendimiento de pensar en la mayoría de los peruanos para optar por una salida democrática a este desgobierno, ya sea por la vía de la vacancia, la inhabilitación constitucional por violaciones a la constitución o incluso, un adelanto de elecciones generales.
En este contexto, se presenta una nueva oportunidad para que el Congreso asuma el rol de representación ciudadana, haga suyo el sentimiento de frustración e impotencia de la población, y busque una salida constitucional de consenso a la gravísima crisis política, económica y social que el país enfrenta.
Esa oportunidad empieza con la elección de la mesa directiva del congreso para el periodo 2022-2023, la cual enfrenta ya importantes retos, como la propuesta de un nuevo reglamento que impediría que congresistas que no pertenezcan a los partidos con los cuales entraron al congreso, puedan integrar la mesa directiva, algo que el Tribunal Constitucional ya zanjó en 2018, pero que por ignorancia o adrede, muestra que aún no se logran los acuerdos necesarios para una mesa de consenso.
No olvidemos tampoco los audios chuponeados a Lady Camones, voceada como candidata a presidir la mesa directiva, cuyas expresiones contra “Los Niños” de Acción Popular prácticamente la han desacreditado, zancadilla de su propia bancada, además. Todos los días escuchamos a un congresista optimista que quizá para tantear a la tribuna, se autoproclama candidato, pero de inmediato la furia opositora contraataca no solamente proponiendo otro candidato, sino despotricando del entusiasmado optimista. Así, solo le estamos dando más oxígeno a Castillo y colaborando al desprestigio del parlamento.
La conformación de una mesa directiva de consenso y sin extremos no solamente es vital para enrumbar las prioridades de la función parlamentaria y devolverle algo del prestigio que este poder del estado tenía en el pasado, sino que también podría ser la última mesa antes de la destitución de Castillo y Boluarte, por lo que él o la presidente del congreso asumiría las riendas del país durante la transición a nuevas elecciones.
De allí que la figura de la o el presidente del congreso debe ser consensuada no solamente por temas de acercamiento político, sino también, por las cualidades que se necesita de una persona que podría tomar las riendas del país en uno de los momentos más complicados de nuestra historia.
Su tarea como presidente de transición no solamente sería la de asegurar elecciones limpias y transparentes, sino también contar con una agenda clara para retomar el camino de la meritocracia en la función pública, reactivar la economía y la creación de empleo, brindar una mejor seguridad ciudadana, asistir a las poblaciones vulnerables de manera efectiva y a tiempo, y ser inflexible con la corrupción.
Es probablemente nuestra última oportunidad de defender la democracia porque el paso del tiempo juega en contra de las libertades. Así como “ La Ultima Cena “ marcó el camino del cristianismo, la última mesa directiva es nuestra esperanza de un nuevo amanecer, donde no puede caber, ningún Judas.