En alguna ocasión la escritora u cronista argentina Leila Guerriero dijo, para asombro de muchos, que la realidad le parecía más interesante que la ficción. ¿A qué se refería exactamente? Al hecho de que acaso el mundo de lo fáctico ofrecía la posibilidad de encontrar historias capaces de sacudirle la caspa al más pintado. Y es que a las personas les ocurren cosas dignas de ficción y acaso la imaginación no las alcanza con la atención que merecen. La realidad, la vida cotidiana, son un espectáculo y algunos géneros como el perfil o la crónica tienen el don de revelarlo en toda su complejidad, que es real y no ficticia.
A Julio Villanueva Chang le debemos varias cosas, pero de momento señalaré dos: que tuvo un protagonismo en la renovación de la crónica peruana, gracias a un estilo elegante, cuidado, culto pero sin afectación y fino sin excesos, que ha sabido preservar en su escritura; lo segundo es que con la fundación de Etiqueta Negra, creó un auténtico lugar de encuentro y diálogo creativo entre la creación de no ficción y una actividad no menos importante: la edición, ejercida con rigor y según algunos con un grado de obsesión que podría resultar irritante. La causa era justa: resucitar y fortalecer una tradición muy noble en las letras latinoamericanas: el periodismo literario.
Periodismo literario entendido no como un asunto temático (es decir no se trata de periodismo sobre literatura) sino como una inflexión del lenguaje, como un paciente y pulido trabajo con las palabras, como la forja de un estilo, cosas que Villanueva Chang conoce bastante bien. La crónica y el perfil, aunque se trabajen en relación de cercanía con lo coyuntural o lo noticioso, no arriesgan allí su esencia, que es revelar, descubrir, mirar donde antes no había mirado nadie.
La reedición de Mariposas y murciélagos es una oportunidad para inmiscuirnos en la cocina de Villanueva Chang, en el cuidado de cada frase, algo en lo que el autor pone un celo extremo. Recuerdo hasta hoy verlo salir de su cubículo de vidrio en la redacción de El Comercio y recorrer los pasillos musitando las frases iniciales de sus textos, una y otra vez, en claro ademán flaubertiano, en esa búsqueda nunca conclusa de efectos y sensaciones verbales.
Los personajes elegidos por Villanueva Chang son muchas veces seres cuya existencia no tiene un lugar fluido en el mundo social y, en caso que lo tuvieran, en ese lugar los personajes no logran manifestar su dimensión humana más profunda. De ahí que el perfil sea una de las formas preferidas por el autor para abordar con sobriedad el universo íntimo de sus criaturas.
El libro se articula a partir de una división tripartita (“Gente”, “Viajes” y “Gente”) y por allí desfila una enorme variedad de personas y situaciones que se dan cita, sobre todo, para despertar el asombro de los lectores. El texto inicial, por ejemplo, es una suerte de molde de la caja de sorpresas que se esconde en los demás protagonistas. Se trata de Rodolfo Muñoz del Río, mítico modelo de los estudiantes de la Escuela de Bellas Artes, retratado con un elocuente comienzo: “Rodolfo Muñoz del Río ha pasado la mayor parte de su vida calato. Desnudo. Desde hace medio siglo, los alumnos de la Escuela Nacional de Bellas Artes lo miran no como a un ser humano, sino como a una combinación de proporciones y claroscuros, un dibujo condenado a no moverse entre siete y doce horas diarias” (p.17).
O el inicio del texto dedicado a Christian Vallejo, un hombre marcado por la desmesura, un periodista que hizo de la excentricidad su sello personal: “El otro Vallejo es feo y asusta: parece el primer vampiro Nosferatu del cine, tiene la risa de ultratumba, el rostro bajo la cortina de humo de un cigarrillo, los dientes amarillos como un pergamino” (p.27) y ocupa un cuarto en algún lugar del edificio del periódico limeño para el que escribe, “donde guarda los originales de las veintisiete novelas que ha escrito y que usted jamás leerá” (p.27). Me pregunto si hace falta más para desear seguir leyendo.
Los textos que reúne “Viajes” dejan sentir la madurez de una escritura. Pero también su habilidad para desplazarse, describir y hacer ver al lector lo que el cronista ve. Los personajes, a cual más asombroso, son retratados con pericia, aunque me queda la sensación de que el mejor texto de esta sección sigue siendo “La vuelta al mundo en un hotel”, donde se logra, creo, un convencimiento que parte de la experiencia propia: el haber sido un gonzo gozoso pasando una temporada en el Hotel España, donde conoce a personas como Miriam Greiner, “una alemana que parece brasileña pero cuyos pies huelen a sangre gitana, solo sabe que puede morir si deja de viajar. Está enferma de nomadismo, ese virus que cargan en su equipaje los viajeros, y, como los machiguengas de la selva del Perú, cree que si dejara de caminar el sol se podría caer” (p.71).
Dejo al lector, pues, en manos de este puñado de crónicas y perfiles que, tarde o temprano, terminarán por invocar en ellos el asombro. Corríjanme si no fuera así.
Julio Villanueva Chang. Mariposas y Murciélagos. Lima: Tusquets, 2022.