DANIEL PARODI

La Constitución Providencial

"Desde siempre en el Perú ha existido el imaginario de “la Constitución Providencial”, una que nos permitirá renacer convertidos en un país distinto, moderno y paradisiaco, republicano y con instituciones de una solidez nórdica, sostenidas en una sociedad armónica, solidaria y carente de conflictividad."

Considero a Víctor Raúl Haya de la Torre un personaje entrañable. Por esta razón la Constitución de 1979, que representa su testamento político, me resulta especialmente afín, tanto como ejemplificadora la calidad de los representantes que la redactaron, la docencia de sus debates, las lecciones de política, ideología e historia vertidas en cada discurso pronunciado. La Constitución del 93, en cambio,  proviene de una dictadura y por eso, al margen de sus contenidos, o en virtud de algunos de ellos, genera fuertes resistencias.

Más allá de eso, desde siempre en el Perú ha existido el imaginario de “la Constitución Providencial”. En otras palabras, cada cierto tiempo se elevan voces clamando por una nueva Carta Magna. Una a través de la cual el Perú renacerá siendo otro distinto: moderno, republicano, con instituciones de una solidez nórdica, con una sociedad armónica y solidaria, amante del bien común, que repentinamente dejó de ver al Estado como la ocasión del propio enriquecimiento en desmedro de la colectividad. Pero soñamos, desvariamos, alucinamos: en las actuales circunstancias ninguna nueva Constitución variará absolutamente nada.  

El otro imaginario que acompaña a “La constitución providencial” es “el momento constituyente”. ¿Dónde se inventaron esa? Sé que la expresión se utiliza en varias latitudes y que ha motivado alguna producción teórica y unos cuantos foros, pero la única conclusión seria es que tal “momento constituyente” sólo puede desprenderse del sentido común, a lo más del análisis de cierta coyuntura. Pero no es posible establecer sobre bases empíricas que existe un “momento constituyente”. Este no es más que una intuición, se desenvuelve en el terreno de la especulación, no existe una realidad que podamos denominar “momento constituyente” 

¿Qué pasa en el Perú?

En la última década hemos pasado de la fragmentación social y la crisis institucional a la desintegración más absoluta debido al vertiginoso avance de incontenibles virus, encabezados por el más nocivo del todos: la corrupción. Este es el átomo que se desagrega en múltiples moléculas: copamiento institucional, pésimos servicios del Estado, imparable drenaje de recursos públicos a manos privadas, diversas modalidades del crimen organizado y un largo etc. 

¿En una sociedad con estas características creemos ver un “momento constituyente”? Entiendo la lógica:  “estamos tan mal que necesitamos una nueva Constitución”. Pero el razonamiento me resulta absolutamente errado: una Constitución concebida en el fango solo podrá hundirse en él, fundirse con él, convertirse en su simbiosis, en su más funcional sinergia. 

En el Perú no hay clase política, no una de verdad, y la gestión del Estado hiede en el moho impuro que la reviste. Por ello, el punto de partida, si es que existe uno, es la creación de una clase política con mínimos requisitos morales y formales para iniciar la reconstrucción de la institucionalidad el país. Esa misma clase política establecerá las pautas para avanzar algunos pasos indispensables en dirección hacia la mejor gestión del Estado y de sus recursos. 

Solo entonces podremos ver al país, podremos observarlo, podremos comprenderlo a cabalidad pues lograremos algún mínimo control sobre él -control entendido como gobierno- y podremos implementar las reformas constitucionales indispensables -para lo cual la Carta Magna actual presenta los mecanismos- para consolidar dicho sistema político -clase política- y dicha gestión del Estado, en sus niveles nacional, regional y provincial. Y solo entonces podremos alcanzar un diagnóstico más certero respecto de la necesidad de una nueva Carta Magna en el Perú u optar por la constante reforma de la actual -esto quiere decir gradualismo- más allá de la ojeriza que pudiese generarnos la Constitución de 1993. 

Habría más que decir, colocar sobre el tapate la discusión del Contrato Social, traer a colación a Jean Jacques Rousseau y otros tantos teóricos de la política y del Estado. Pero en estas líneas he querido establecer una base: un edificio se construye después de los cimientos, no al contrario. Una Constitución, salvo si se trata de la fundacional, de la primera -ojalá en nuestro país la primera hubiese sido la única con adendas, como en USA- necesita una base sobre la cual poder enraizarse en la realidad. Esa base no existe en el Perú, la sustituye el imperio del lumpen y el patrimonialismo, los que han creado un fétido pantano en cuyas profundidades yacen ya once constituciones republicanas. ¿Cuántas más queremos echar al cementerio de la historia? 

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