Según UNICEF, el Perú está entre los 4 países donde menor porcentaje de estudiantes han regresado a las escuelas en Latinoamérica. Los números son realmente desoladores: mientras en Chile, Argentina, Bolivia, Colombia, Paraguay y México, más del 50% de estudiantes ya volvieron a algún tipo de presencialidad, en el Perú solo el 4,4% de los estudiantes tiene ese privilegio.
¿Los daños? No tienen nombre. De no realizar un giro de timón inmediato, este será el mayor desastre educativo que ha sufrido el país en décadas, cuya educación pública de por sí no estaba en condiciones óptimas. Según el Banco Mundial, la pobreza de aprendizajes -el % de niños de 10 años que no pueden leer y entender un texto simple- puede llegar a 70% por la pandemia. El impacto del cierre de escuelas además acentúa las brechas de desigualdad entre niños con más y menos recursos, y niños y niñas.
La situación peruana es desesperanzadora. La última conferencia de prensa del actual Ministro de Educación nos dejó en claro que las prioridades de este ministerio son los intereses de un sindicato minoritario. No hay planes concretos para regresar a clases; solo planes para tumbarse la meritocracia en la carrera magisterial.
Los colegios de elite limeña ya regresaron de manera semipresencial en su mayoría, y pronto seguirán los privados de todo el país. Si antes la brecha entre la educación pública y privada ya existía, ahora la diferencia será entre ir o no al colegio. E irónicamente será un gobierno de izquierda, liderado por un maestro, el responsable de esta diferencia abismal. De qué servirá que la educación sea un derecho en la Constitución, como nos han repetido hasta el cansancio, ¿si los niños NO asisten a clases?
Muchas personas que tienen la suerte de tener a sus hijos en colegios que ya abrieron, o quienes no tenemos hijos, podríamos creer que esto finalmente no nos afecta. Pero no señores: nos afecta a todos. Si no lo vemos hoy, lo veremos mañana. Tendremos toda una generación con problemas emocionales y de aprendizaje que hará muy difícil que seamos un país viable, por más crecimiento económico que haya. Si algo amerita que todos levantemos la voz, salgamos a marchar o hagamos un plantón, más que una reforma tributaria, es esto. Deberíamos estar indignados y no dejar de reclamar hasta que tengamos respuestas concretas. Un país sin educación simplemente no tiene futuro.
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