Jorge-Luis-Tineo

Nito Mestre: Nuestro (des)conocido de siempre

"El carismático cantante y compositor argentino regresó a Lima la semana pasada, para abrir su primera gira post-pandemia, llamada convenientemente Mi vida en canciones, en la que celebra una trayectoria de cinco décadas"

Hay nombres que, con solo mencionarlos, ofrecen garantía de calidad interpretativa y buen espectáculo. Carlos Alberto “Nito” Mestre (Buenos Aires, 1952) es uno de ellos. Su fama no es resultado de intensivas y engañosas campañas de marketing y ni siquiera de esas tendencias «retro» que, muchas veces, hacen pasar como “clásicos” a una variopinta gama de artistas por el único hecho de haber alcanzado la vejez, a pesar de que en su momento sus producciones no hayan trascendido lo suficiente como para ser consideradas en dicha categoría, tan mal utilizada en estos tiempos.

El carismático cantante y compositor argentino regresó a Lima la semana pasada, para abrir su primera gira post-pandemia, llamada convenientemente Mi vida en canciones, en la que celebra una trayectoria de cinco décadas que le sirvió para meterse en el corazón de la gente, gracias a esa cálida forma de cantar que le dio forma a aquellas pueriles canciones que escribió Charly García entre 1970 y 1975 -cuando ambos tenían entre 19 y 24 años- cargadas de frases sensibles, metáforas en las que se combinaban la inocencia juvenil con el desenfado rebelde y la efervescente locura de esos años. Sui Generis marcó a fuego a toda una generación de eternos jóvenes identificados con la buena música, la poesía, la rebeldía con sentido en tiempos en que todo estaba aun por descubrirse, en medio de dictaduras y represiones de toda clase.

La nostalgia activa sensibilidades que, en el cotidiano andar, están dormidas y no nos permiten recostarnos bajo las plácidas sombras de un recuerdo adolescente: un sueño idealista, un amor afiebrado, una emoción generada por arpegios, guitarras eléctricas y violines, palabras que cruzan la barrera del tiempo para reconectarnos con el ser humano que alguna vez fuimos y que ya no podemos ser gracias a las desgracias de la vida moderna y la adultez: el tráfico, las cuentas por pagar, la inseguridad ciudadana, Philip Butters defendiendo a Keiko Fujimori, la programación de Frecuencia Latina, el calamitoso gobierno de Pedro Castillo, el cinismo y la vulgaridad convertidos en herramientas de ascenso social.

Por eso, sin estar libres de la cuota habitual de poseros o acompañantes ocasionales del conocedor, un alto porcentaje del público que asiste a los recitales actuales de don Nito -como los que ofreció en Lima y Arequipa la semana pasada- pertenece a la generación que escuchó con delectación, en sus años adolescentes y universitarios, esas pequeñas canciones de Sui Generis, PorSuiGieco y Los Desconocidos de Siempre, de sonido psicodélico y letras rebeldes, poseedoras de un lirismo candoroso que no llegaba a ser cursi y que, más bien, tenía la suficiente sinceridad y desfachatez como para lanzar agudas críticas a la reblandecida oficialidad, la doble moral de los mayores, la corrupción política y las mentes estrechas de quien pone prejuicios al pelo largo, al cuerpo esmirriado y no atlético, a los andrajos y la actitud irreverente.

Luego del significativo éxito que tuvo Sui Generis en Argentina, coronado por aquellos dos recitales a casa llena en el Luna Park, los días 5 y 6 de septiembre de 1975, los amigos de colegio siguieron caminos distintos, musicalmente hablando, aunque íntimamente ligados el uno al otro. Mientras que Charly armó La Máquina de Hacer Pájaros para seguir adelante con la línea progresiva del último LP de Sui, Pequeñas anécdotas de las instituciones (1974), Nito fundó Los Desconocidos de Siempre, banda en la que participaron María Rosa Yorio (cantante y esposa de García), Rodolfo Gorosito (guitarra), Oswaldo Caló (teclados), Francisco Pratti (batería) y Alfredo Toth, ex integrante de Los Gatos y futuro cantante y bajista de G.I.T

El sexteto se especializó en ese bucólico folk-rock de prístinas guitarras electroacústicas, flautas y armonías vocales, más relacionadas al sonido de su banda anterior. Pero antes de eso, Charly y Nito, junto a León Gieco, Raúl Porchetto y la Yorio formaron PorSuiGieco, proyecto en esa onda hippie y latinoamericana que produjo un sobrio álbum epónimo, en 1976.

En esta época, Nito Mestre incorporó a su repertorio, de manera definitiva, dos canciones del último periodo de Sui Generis: El fantasma de Canterville y Fabricante de mentiras. Ambas habían sido tocadas por Sui en sus conciertos de despedida pero no llegaron a ver la luz en discos oficiales del grupo. La primera fue grabada, precisamente, para el disco PorSuiGieco -que contiene, además, otros clásicos que Nito aun canta en vivo como Quiero ser, quiero ver, quiero entrar (otra composición de Charly), La colina de la vida (de Gieco) y Fusia; mientras que la segunda se incluyó en el debut de Nito Mestre y Los Desconocidos de Siempre, lanzado en 1977. En este LP figuran alucinantes composiciones como Tema de Goro (del guitarrista Gorosito), Y las aves vuelan (otra de de León Gieco) y Mientras no tenga miedo de hablar, de su propia autoría.

Ese grupo lanzó dos álbumes más: Nito Mestre y Los Desconocidos de Siempre II (1978) -aquí videos promocionales de las canciones Algo me aleja, algo me acerca y Esto sí que es pensar– y Saltaba sobre las nubes (1979)- ya con Ciro Fogliatta y Juan Carlos Fontana, en teclados y batería, respectivamente. Fogliatta venía también de Los Gatos y Fontana, de tocar con Madre Atómica. El popular “Mono” se quedaría al lado de Mestre en sus siguientes lanzamientos, empezando por el extraordinario 20/10 (1981), el debut como solista de Nito, en el que está acompañado por una constelación de sus amigos, todos ellos padres fundadores del rock argentino, con quienes registra clásicos de su repertorio personal como Distinto tiempo, Hoy tiré viejas hojas, Afuera de la ciudad -otra vez, Charly en composición y teclados, con un aire al clásico Running on empty de Jackson Browne- o El mar de esta locura, con una alucinante línea de bajo fretless, cortesía de Pedro Aznar.

Desde entonces, el cantante, guitarrista y flautista desarrolló una discografía que, al día de hoy, supera la docena de álbumes, siempre con la colaboración de la crema y nata de la escena local argentina, aunque con fuertes altibajos. Por ejemplo, hay una gran diferencia entre discos como Escondo mis ojos al sol (1983) -que incluye una versión de otro clásico de Sui Generis, Alto en la torre, y un dúo con Mercedes Sosa en La colina de la vida- o el concierto Porque cantamos (1984), un álbum doble compartido con sus colegas Celeste Carballo y Juan Carlos Baglietto; y los decepcionantes Nito (1986) o Tocando el cielo (1991), en que el compositor intentó adaptarse al sonido del rock en español de esos años. 

Esta irregularidad también se debió, en parte, al grave problema de alcoholismo que lo aquejó durante buena parte de los ochenta y noventa. “Casi me muero -contó el artista en entrevista del año 2017-… Los médicos me dijeron: ‘te despertaste de casualidad’. Cuando me dieron el alta, pedí quedarme un mes más para recuperarme porque había perdido 16 kilos y tenía problemas físicos. Cuando salí, pedí ayuda”. En aquella ocasión, el colapso lo tuvo seis días en coma. Nito Mestre dejó definitivamente el alcohol el año 1997, a los 44 años.

Después de esa etapa vino una notable recuperación, que trajo consigo también de regreso su brillo musical. A finales del siglo XX, llegó la buena noticia en forma de disco. Colores puros (Polygram, 1999), su séptima placa en estudio, exhibe el soft-rock de Nito en su mejor forma, estrenando temas como Último verano o Te adoro desesperación, compuestos por dos notables colegas, León Gieco y Fito Páez, respectivamente. De hecho, fue el famoso rosarino quien le sugirió el título, ya que es una producción que arropa con sus sonidos acústicos, sin disfraces. Canciones nuevas de Nito como La verdad, Vienes con el sol o Sin mirar atrás, se mezclan con nuevas versiones de clásicos de su primera época como Algo me aleja, algo me acerca, del segundo LP de Los Desconocidos…- o Esperando crecer, de su segundo disco en estudio Escondo mis ojos al sol (1983), uno de los temas que ha regrabado en más de una ocasión y es uno de los favoritos de su público. El álbum incluye además un cover de Silvio Rodríguez, En busca de un sueño, que el cubano lanzó originalmente en su disco Descartes (1998).

En sus recitales, como aquel que dio hace algunos años, en el 2018 para ser más exactos, en el mismo Gran Teatro Nacional donde tocó hace dos noches, en el cual estuvo acompañado por la orquesta juvenil Sinfonía por el Perú, el maestro Nito Mestre combina las inolvidables canciones de Sui Generis con las de su propia discografía, generando un repertorio fino y elegante, capaz de convocar a las emociones más tiernas y puras. En esta última visita a nuestro país, Nito estuvo acompañado por sus compatriotas Julia Horton (voz), Ernesto Salgueiro (guitarra, voces y dirección musical), Fernando Pugliese (piano y voz) y dos músicos peruanos, el experimentado bajista Eduardo Freire (de la banda ochentera de Miki Gonzáles) y el baterista Guillermo Vallejos (batería).

Su último álbum en estudio lo lanzó hace ya siete años -Trip de agosto (Acqua Records, 2014)- y en el 2019, apareció en un concierto conjunto con Lito Nebbia (Los Gatos), Ricardo Soulé (Vox Dei) y Silvina Garré (Juan Carlos Baglietto), realizado en Rosario. Ya con la pandemia encima, Mestre inició un programa por YouTube, llamado Rock and Road, en el que combina sus anécdotas musicales con su otra pasión, manejar. A punto de cumplir 70, el legendario rockero dice sentirse “como un pibe” y le saca lustre a su renovada rebeldía, que ahora le hace arremeter contra el reggaetón y los antivacunas. “Soy rebelde, pero no soy boludo” sentenció.

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