Es un disparate de aquellos el anuncio presidencial de que va a presentar un proyecto ante el Congreso para que se pueda realizar un referéndum, en la fecha de las próximas elecciones regionales y municipales, donde se le pregunte al pueblo si quiere o no una Asamblea Constituyente.
Primero, porque no es el camino constitucional. Tendría el Congreso que aprobar, primero, una reforma constitucional para permitir que ese sea un camino de reforma, valga la redundancia, y recién luego ir a un referéndum, si se consiguen solo 66 votos en una legislatura. Y entraríamos luego en una discusión interminable de cómo llevar a cabo ese proceso si es que se diese el caso de que el referéndum fuese favorable al intento de formar dicha Asamblea.
El presidente sabe que su iniciativa no va ser aprobada ni siquiera por la comisión de Constitución, a menos que confíe que ya logró cooptar el número suficiente de parlamentarios para que semejante propósito sea finalmente aprobado (sería, por cierto, un espanto político que algo así ocurriese).
Lo que, más bien, parece estar detrás de un proyecto que sabe que nace muerto, es el afán de confrontar con el Congreso, con un poder del Estado más desprestigiado que el Ejecutivo (mientras Castillo tiene 19% de aprobación, según la última encuesta de Ipsos, Maricarmen Alva tiene apenas 15%).
Es consistente con la narrativa oficial, que ha elegido tres instancias a las que zaherir (medios de comunicación, Congreso y empresarios), culpándolos de la crisis política y, claro está, de sus propias falencias y torpezas. Eso es lo que, en verdad, estaría detrás del disparate soltado ayer en Cusco por el primer mandatario.
Lo que pone en evidencia también este dislate es que lo único que ya le interesa al régimen es sobrevivir y que para ello es necesario mejorar sus niveles de aprobación, porque el malestar ciudadano -que va a crecer con la inflación- podría terminar provocando una convulsión social que, ella sí, se traería abajo al régimen (solo así el Congreso se calzaría los pantalones para vacarlo o adelantar las elecciones).
Se va a utilizar el poderoso parlante que posee naturalmente el poder ejecutivo, para trazar y desplegar una estrategia comunicacional que confronte al gobierno con los tres actores mencionados (prensa, Parlamento y empresarios) y nos la vamos a pasar el tiempo que le reste del mandato a Castillo en ese plan, haciendo daño a tres sectores cruciales de la vida nacional, solo con el propósito de salvar su propio pellejo. Es, en esencia, una inmoralidad política, maquiavélica, pero lamentablemente eficaz, y el régimen no mostrará ningún escrúpulo en abusar de ella.