Roberto Lerner

La desintermediación

"Esa actividad que nos hizo humanos, hablar con algunos sobre algunos acerca de algo, ahora es hablar a todos sobre cualquier cosa todo el tiempo."

¿Para qué sirve el lenguaje? Muchos responderán que para comunicar. Definitivamente transmitir información es una de sus funciones. Pero todos los estudiantes de psicología saben que las abejas tienen poderosos sistemas de comunicación que no tienen nada que ver con el verbo que, como sabemos, fue el principio de todo.

Tú y yo podemos decir “caballo” para referirnos a ese cuadrúpedo que tenemos al frente, o que uno ve y el otro no, o que ninguno está viendo. Incluso podemos decir unicornio que, a menos que no hayamos consumido algún alucinógeno, ninguno está viendo en carne y hueso, ni jamás verá. Además de sonidos como esos pronombres que abren el párrafo —tú y yo—, que son más locos que cualquier quimera en la medida que cambian de referente en cuestión de segundos. 

Por ahí, creo que fue Robin Dunbar —psicólogo, antropólogo y biólogo— afirmó que el lenguaje, básicamente es un instrumento para… chismear. Y la verdad es que un porcentaje mayoritario de nuestras interacciones verbales tienen que ver con qué hace quién, con quién, si nos gusta y nos conviene. 

No deja de tener sentido si pensamos que nuestra especie se desarrolló en grupos de alrededor de 120 individuos que necesitaban llevar una suerte de contabilidad social, de balance permanente del estado de las relaciones de las que dependía todo. Pero era una chismografía que tenía sentido para las redes sociales que iban de la intimidad a la comunidad, y tenía relevancia ceñida a reglas de reciprocidad, lealtad, alianza y competencia. No había manera de engañar a todos todo el tiempo sin correr el riesgo de ser marginado o poner en peligro al grupo. 

Se acabó con Internet y sus redes. En ellas estamos hablando con todos, todo el tiempo, quedando registro de todas las chácharas, que se amplifican hasta el infinito fuera de contexto. Y contrariamente a lo que ocurría hasta hace poco, sin que haya un control por parte de editores consagrados, medios formales, gobiernos, partidos políticos, congregaciones religiosas o grandes corporaciones. 

En esas condiciones, en las que cualquiera puede llegar a uno como si fuera, al mismo tiempo, un líder consagrado y un amigo íntimo, produciendo impactos afectivos intensos y profundos, muchas vidas pueden verse arruinadas. En las actuales redes sociales virtuales —más cuando la pandemia ha reducido los contactos directos y disminuido las señales que acompañan la interacción humana y le dan sentido, la vida se ha convertido en una mezcla de fragilidad y crueldad inmediatas.

Sí, se ha perdido intermediación. 

¿Alguien puede sorprenderse que los partidos políticos, por ejemplo, para mencionar solo una de las estructuras señaladas párrafos arriba, hayan caído en descrédito y no sean más capaces de canalizar la participación de los ciudadanos en la vida colectiva y que los líderes que la conducen lleguen sin ellos o a pesar de ellos al poder?

Entonces, como muchos lo soñaron, ¿son los individuos que ahora, por fin, se encuentran en relación directa, empoderados y libres? En mi opinión la respuesta es decididamente negativa. Esa actividad que nos hizo humanos, hablar con algunos sobre algunos acerca de algo, ahora es hablar a todos sobre cualquier cosa todo el tiempo. Nos incitan a hacerlo, pero solamente porque genera pistas que son rastreadas permanentemente y categorizadas sin pausa para, luego, vender nuestra atención, nuestra mirada, a quienquiera ofrezca algo que calce con nuestros perfiles. 

Antes que ver el triunfo de la libertad, el éxito de la comunicación, la victoria del debate, estamos viendo la miserable devaluación y el terrible fracaso de esos ideales.  

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Comunicación, habla, Lenguaje

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