Recuerdo una vez, un tribuno en el Congreso, se trataba del ex Primer Ministro Salvador del Solar, desafiando triunfalmente la apabullante mayoría de una oposición obstruccionista. La escena fue casi quijotesca, y en un país novelesco como el nuestro, vi erigirse al candidato defensor de la cruzada democrática en ciernes, en contra de sus enormes enemigos, tan grandes que parecían molinos de vientos. Creo que todos lo tuvimos claro en ese momento, Salvador era el hombre, era el candidato. Pero había otros hombres con sus propios merecimientos, y que además habían construido partidos para, al frente de ellos, liderar la misma cruzada, Julio Guzmán el primero.
El tema es que ninguno se puso de acuerdo con ninguno, Salvador decidió no postular y yo apoyé a Julio, Victoria Nacional y Somos Perú terciaron en la discordia. Y así se enfrentó el centro, fragmentado y sin su buque insignia, a los gigantes, y fracasó estrepitosamente. Recordé por esos días, lo que alguna vez escribió Alfredo Barnechea en su República Embrujada, eso de que el drama del Perú de los años sesenta del siglo pasado fue que Haya de la Torre y Belaúnde no se pusieran de acuerdo, a pesar de que ambos lideraban dos instituciones casi análogas, grandes y sólidas. Pero los egos, siempre los egos, el síntoma febril de repúblicas sin cultura democrática, que no han superado el caudillismo, y en el que los políticos nunca aprendieron a ponerse de acuerdo.
Tendremos segunda vuelta en una semana, y tendremos próximas elecciones de una forma u otra, regionales y locales, o la Asamblea Constituyente, de acuerdo con quien resulte ganador. Considerando que la sociedad está experimentando la segunda vuelta como un auténtico trauma, en el que se ve obligada a escoger entre lo peor de la derecha o lo más incierto de la izquierda, es posible que el centro vuelva a concebirse como el acogedor lugar donde habita la racionalidad y la posibilidad de construir una clase política decente.
Nombres como el del propio Francisco Sagasti, Flor Pablo, Carlomagno Salcedo, Jorge Nieto, así como varios colectivos que hoy se organizan en Lima y provincias, y pugnan por alcanzar la inscripción en el JNE, pueden convertirse en los puntales de un centro que debe partir de la premisa de que la lucha intestina por el liderazgo es el primer aspecto a eliminarse en cualquier declaración de principios, tanto como que el voto de las militancias de las diferentes fuerzas que lo integran debe dirimir candidaturas y cuotas de poder. Romper con las argollas limeñas, está en el meollo, no solo de las pugnas al interior de las agrupaciones políticas, sino de la presencia de Pedro Castillo en segunda vuelta: no es el terrorismo el que ha llegado a Lima, es el Perú provinciano.
En suma, al centro se le abre una ocasión histórica para dotar al Perú de una clase política de la que carece desde el 5 de abril de 1992, cuando Alberto Fujimori la clausuró de un manotazo autoritario. En la incierta vocación republicana de sus líderes, reside la clave del éxito, o fracaso, de este nuevo emprendimiento democratizador.